24 de agosto de 2025

Crónicas de Hopean Maa


Érase una vez un reino gobernado por un gnomo perverso, llamado Yelim, totalmente manejado por su hermana, una bruja fea y maligna, experta en misteriosas reposterías con las que dominaba a quienes se animaban a probar sus tortas y budines. Su nombre era Arinak y todos en el reino lo pronunciaban en voz muy baja, sabedores que su sonido tenía el poder de convocar a las fuerzas infernales.

Los ministros que conformaban la Corte del rey enano eran un par de ogros, conocidos por su inconmensurable ambición de dinero, de un apetito voraz que satisfacían con ancianos desfallecientes y niños enfermos. Había algunos ministros que rara vez salían de los oscuros cubiles donde realizaban sus malas artes, preparando polvos mágicos que confundían la opinión y el recto razonamiento de los habitantes del reino.

Otros ministros eran conocidos por disfrazarse de guerreros y realizar sucias prácticas, como danzas procaces y hechizos, que debilitaban la fortaleza y el valor de los soldados del reino. El ministro que tenía la responsabilidad de velar por la salud de los súbditos era un feo y desagradable hechicero que repartía, despiadado, un letal menjunje que mataba a quienes, ignorantes de sus efectos, lo consumían creyendo que aliviaba sus dolores. Había una ministra, encargada de cuidar de la alimentación y bienestar de los campesinos más alejados de las riquezas de la capital del reino, que acumulaba alimentos en sus graneros y dejaba que se pudriesen, mientras miles de súbditos pobres agonizaban de hambre.

El pequeño y maléfico rey tenía siempre a su lado un enorme mastín que tenía la diabólica capacidad de tornarse invisible ante la presencia de extraños. Era a este cancerbero a quien Yelim le confiaba sus más íntimos pensamientos y deseos. Además de su hermana, la bruja Arinak, rodeaban al déspota canijo unos oscuros seres, sin rostro. Eran los siniestros trolls, traídos de los bosques escandinavos, donde habían vivido durante siglos. Con una apariencia casi humana, estos seres eran tan malignos como estúpidos. Se ocultaban con sobrenombres ridículos, solían reunirse con Yemil algunos noches, donde se dormitaban escuchando viejas óperas italianas.

Yelim había logrado llegar al trono de su reino gracias a las oscuras maniobras del mago Yrkam. Este era un antiguo rey, resentido con sus súbditos, que, en las noches, solía transformarse en un enorme gato negro y visitaba a los banqueros y prestamistas del reino, a quienes amenazaba con revelar sus más íntimos secretos.

Había sido, justamente, el mago Yrkam quien había confinado a la antigua reina Kerstin en una pequeña torre, obligada a llevar en su fino tobillo, acostumbrado a finas pulseras de plata labrada, una enorme bola de renegrido ébano. El lugar, merced a las maldades del retaco soberano se había convertido, con el paso de los días, en un lugar de peregrinación de los súbditos que añoraban los días de miel y leche del reinado de Kerstin. Algunas tardes, antes de la oración, la vieja reina se asomaba al ventanuco de la torre y saludaba a los peregrinos, quienes regresaban a sus chozas felices y esperanzados. Desde su encierro, escribía poemas satíricos sobre Yelim, sobre Arinak, burlándose de los esbirros que la habían sentenciado.

Dos caballeros pugnaban por derrocar al pérfido Yelim, encerrar a Arinak y poder así volver a llenar los estómagos de los campesinos y los pequeños comerciantes, que sufrían los delirios de las estrafalarias teorías que se aplicaban en el reino.

Uno era Maksimaalne, hijo de Kerstin, quien nunca había logrado validar el título de príncipe heredero. Maksimaalne vivía en un condado vecino a la capital del reino, cuyo soberano era Achse, quien unía al manejo de la espada y la lanza, un profundo conocimiento en los Saberes Materiales, la ciencia oculta que le permitiría conjurar y expulsar a los hechiceros que habían sumido al reino en la pobreza.

Tanto Maksimaalne como Achse querían liberar a la cautiva de la torre. Mientras el primero se apoyaba en la Santa Orden de Caballería Púrpura, conocida como La Púrpura, el segundo gobernaba su condado ayudando a los campesinos más humildes, entre quienes sus hombres predicaban la misteriosa idea del Derecho al Futuro. Pero las pujas entre La Púrpura y los hombres del Conde se hacían cada vez más tensas, a punto que una de las doncellas que rodeaban a Maksimaalne acusó a una de las princesas del conde Achse de tener tratos con una viejísima bruja conocida como La Dama del Vertedero.

Así las cosas, hasta que un día corrió por el reino, como un reguero de pólvora, el relato de que Arinak cobraba por sus hechizos y pociones y que ricos comerciantes de mirra y mandrágora acudían a sus aposentos con bolsas de oro para llevarse valiosos derechos de comercialización.

Continuará

No hay comentarios.: