6 de diciembre de 2021

La posguerra del Covid

Voy a dejar grabada para siempre mi opinión acá. El futuro dirá si me equivoqué.

Este momento, diciembre de 2021 en adelante, debe ser considerado por el pueblo argentino como un período de "posguerra". Estamos saliendo de un conflicto que, en cierto sentido, para la humanidad en su conjunto, ha sido similar al de una guerra que, por otra parte, en algunas regiones aún no ha terminado. Puedo agregar que, de alguna manera, ha sido peor que una guerra en lo que hace a la economía mundial o, si prefieren, occidental. Una guerra, como la 2° Guerra Mundial, por ejemplo, no paralizó la producción industrial. Por el contrario, siendo la guerra una monstruosa máquina consumidora y destructora, las industrias de los países en conflicto no cesaron de producir mercancías destinadas a la guerra, desde vehículos y armas hasta uniformes y caramañolas. Solo el bombardeo -llamado estratégico, por los teóricos de la guerra (ver Basil Liddell Hart)- de fábricas y centrales energéticas detuvo la producción para la guerra.

En este caso no fue así. El conjunto del sistema capitalista globalizado sintió la más poderosa caída de la producción de mercancías que se tenga memoria. Ninguna de las cíclicas y tradicionales crisis de sobreproducción puede compararse con lo que fue la industria mundial en los años 2020 y 2021. Los trabajadores dejaron de ir a su lugar de trabajo y esa ausencia, además de dejar en claro cuál es la clase social que verdaderamente produce la riqueza global, determinó el cese de toda generación de riqueza industrial.

Si esto ocurrió en sociedades industriales pujantes, como la alemana o la china, imaginemos lo que produjo en una sociedad como la Argentina, que había comenzado a sufrir el flagelo de la caída de la producción industrial, el cierre de empresas y la desocupación con los nefastos cuatro años del gobierno del capital financiero presidido por Mauricio Macri. Pero a eso debemos sumarle el inconcebible e irresponsable endeudamiento con el FMI que ha impuesto un corsé de hierro al desenvolvimiento futuro de nuestras capacidades productivas y al manejo independiente y soberano de nuestro propio desarrollo económico.

Si esta situación, con un empobrecimiento general de la sociedad en todos los niveles que no forman parte de la élite agro exportadora, financiera e industrial monopólica y concentrada, no es percibida como similar a una posguerra es, simplemente, porque los argentinos nunca vivimos una verdadera posguerra. La finalización de la 2° Guerra Mundial nos encontró con acreencias contra una de las potencias triunfantes y un mundo que requería de nuestra producción primaria. Eso le permitió a Perón, por un lado, nacionalizar los FF.CC. y, por el otro, poner en marcha un proceso de industrialización basado en el crecimiento del mercado interno.

No es el caso de esta posguerra. Entramos a esta posguerra con una piedra gigantesca colgada del cuello. La suma de la deuda externa al sector privado y al FMI superaba los 100 mil millones de dólares. El diario El País, de Madrid, informó en su edición del 20 de agosto de 2020:

“Argentina cerró con éxito la reestructuración de su deuda en dólares con acreedores privados. El 93,5% de los tenedores de bonos aceptaron la oferta gubernamental y el efecto de arrastre de las cláusulas de acción colectiva elevó el porcentaje al 99%. La práctica totalidad de una deuda de casi 68.000 millones de dólares será canjeada este mes por nuevos bonos, con menores intereses (del 7% al 3,07% anual en promedio) y vencimientos más largos. El país ahorrará gracias a ello unos 37.000 millones de dólares, según el ministro de Economía, Martín Guzmán”[1].

Esta medida no produjo el alborozo que merecía. Fue en medio de la pandemia, mientras la oposición se oponía cerrilmente a toda medida sanitaria, lanzaba a la calle a hordas de zombis paranoicos, antivacunas, terraplanistas, conspiranoicos de youtube y ancianos y ancianas embriagados con clonazepam y TN.

Quedó para negociar la inicua y gigantesca deuda con el FMI. El periodista Claudio Scaletta ha publicado hoy mismo una nota en El Destape Web donde afirma claramente:

“El FMI es la herramienta que tiene el Occidente desarrollado para imponer a los países endeudados no sólo los lineamientos principales de su política económica, sino también su política exterior y la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo”[2].

Esto, hoy por hoy, es casi una obviedad. Es más, podríamos decir que esa fue la razón última de este endeudamiento suicida. Y esa fue la razón por la cual Néstor Kirchner, que contaba en el Banco Central con unos 27 mil millones de dólares de reserva, decidió quemar 9.810 millones de dólares para pagar la deuda con el FMI y lograr que durante casi diez años no pusiera sus zarpas en nuestro país.

Pero, la situación que hoy vivimos es completamente distinta. La cifra que debemos es seis veces mayor que la de entonces. Y nuestras reservas son apenas el doble que las de entonces (41 mil millones de dólares). Como todas las economías del mundo, la Argentina sufrió un enorme retroceso en su capacidad productiva, sobre todo en el sector industrial urbano, ante el repliegue de la fuerza laboral a su propia casa y la caída de toda la actividad comercial. El conjunto de la clase obrera (con CUIT, con CUIL o en negro) dejó de producir, cayeron las ventas, cesó (aún con paliativos) la cadena de pagos y el conjunto de nuestra economía se debilitó sustancialmente. Sobre el desastre que significaron los cuatro años de Macri, vino la devastación de la pandemia.

La Argentina no está en condiciones de revolear el poncho y generar un default al FMI. Eso solo produciría, en lo inmediato y por un largo tiempo, una brutal caída de todo el sistema financiero y productivo argentino, enviando a la pobreza a millones de compatriotas que se sumarían al ya alto 42% de pobres que hoy registra nuestra sociedad. No es económicamente viable ni políticamente posible. Cuando decimos que no es políticamente posible nos referimos a que las mayorías populares no nos acompañarían, porque no existe el liderazgo capaz de movilizar esas voluntades. La disolución del estado nacido de la Revolución de Octubre, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, produjo una profunda crisis económica y, en cierto sentido, política en Cuba. La situación en aquellos años tenía, también, muchos de los rasgos de una posguerra. La respuesta de la conducción cubana fue el llamado “período especial” que tuve oportunidad de experimentar. El transporte público estaba destruido, la inmensa mayoría de la población carecía de dinero y los negocios carecían de productos para vender. Sin embargo, sobrevivía en Cuba un fuerte liderazgo político, reconocido y aceptado por la mayoría de la población, que fue capaz de conducir al conjunto social de la isla por el terriblemente difícil camino de la escasez, el racionamiento y la sensación de derrumbe. Es impensable que la sociedad argentina actual sea capaz de atravesar una situación similar.

De manera que, en mi opinión, la única salida es lo que ha venido haciendo el gobierno de Alberto Fernández, negociar el mejor acuerdo posible, el que nos permita seguir creciendo, aumentar las reservas, generar dólares capaces de responder a la demanda industrial de importaciones tendientes a nuevos niveles de productividad, en fin, un acuerdo que traiga en el menor plazo posible un nuevo bienestar a nuestro pueblo, mejores niveles salariales y mayor ocupación industrial y de servicios.

Personalmente estoy convencido de que no sirven para nada, más que para satisfacer una vocación agitacionista, los planteos acerca de judicializar la deuda con FMI -¿ante qué tribunal? es una de las preguntas- o propuestas similares a un gobierno que no es políticamente fuerte, en un contexto de debilidad regional.

Estamos en una situación de posguerra, pero la posguerra de un país que perdió esa guerra.

En 1945, Finlandia se encontraba en una situación angustiante. Ocupada por el Ejército Soviético, la URSS le exigía unos 570 millones de dólares de la época, como reparación de guerra, bajo la amenaza de incorporarla a la federación soviética, como hizo con los países bálticos como Estonia, Letonia y Lituania. En febrero de 1947 el presidente Juho Kusti Paasikivi firma con la URSS el Tratado de Paz de París, que significó la limitación del tamaño de las fuerzas armadas finlandesas, la cesión a la Unión Soviética del área de Petsamo en la costa del Ártico, el arrendamiento de la península de Porkkala, en Helsinki, a los soviéticos como base naval, durante 50 años y 300 millones de dólares en oro a cuenta de la reparación. Ese acuerdo significó para la clase trabajadora finlandesa la entrega de un porcentaje -del orden del 20 %- de su salario al pago de las obligaciones con los rusos. Ello le permitió a Finlandia su independencia política, no ser ocupada por el Ejército Rojo, mantener su sistema de república parlamentaria, si bien tuvo prohibido unirse a la OTAN. Por otra parte, le significó también ser la puerta de entrada de la Unión Soviética para la tecnología occidental y proveedora de la misma. Ese es el núcleo del desarrollo tecnológico industrial de Finlandia, un país básicamente campesino en 1945, donde miles de fineses debieron emigrar por años a Suecia en busca de mejores trabajos.

Con este ejemplo quiero tan solo describir cómo es y que ha ocurrido en una situación de posguerra. Los maravillosos documentos cinematográficos de Roberto Rosellini, “Roma, Ciudad Abierta” y “Alemania Año Cero” dejaron plasmados para siempre en el celuloide los terribles años posteriores a la caída de Berlín.

El gobierno, como también dice Claudio Scaletta en el artículo citado, ha continuado con la política económica que comenzó en 2019. Ello ha significado un crecimiento notable de la tasa de producción, ni bien los efectos de la pandemia tendieron a disiparse por, también hay que mencionarlo, la gran campaña de vacunación llevada adelante por el gobierno. Da la impresión que las cifras de la construcción, de la industria automotor y de la obra pública no tienen impacto en nuestra propia opinión pública. Como dice Scaletta:

La mayoría de los sectores clave de la economía comenzaron a reaccionar rápidamente gracias al estímulo de la demanda a través del Gasto, pero también de la oferta a través de las políticas industriales impulsadas desde las áreas de Producción. La industria fue el sector que más rápidamente se recuperó. Cuando crece la industria crece el empleo, especialmente los empleos formales. Es un hecho estilizado la existencia de una relación inversa entre desarrollo industrial y empleo informal”[3].

Y hay en el plan económico una importante faceta exportadora, no solo en relación a nuestra producción agraria, sino a todas las ramas de la actividad económica. Y no vemos aquí un intento de reprimarización de nuestra actividad económica. El peronismo nació, como decíamos más arriba, en un momento feliz de nuestra situación económica. La guerra había generado un casi automático proceso de sustitución de importaciones, que había robustecido la industria liviana nacional, y el país contaba con los recursos capaces de que el mero crecimiento del mercado interno era capaz de sostener y alentar ese crecimiento. Sinceramente, creemos, siempre hemos creído, que esa situación ya en 1955 estaba en crisis. Y hemos sostenido que el lanzamiento de Perón a políticas como la del Nuevo ABC, a efectos de generar un mercado interno ampliado por los países vecinos y, fundamentalmente por Brasil, tiene esas limitaciones como base material, más allá de los criterios estratégicos y doctrinarios de Juan Domingo Perón.

Estoy convencido que debemos recuperar con tasas “chinas” nuestra capacidad industrial y que, por lo tanto, debemos profundizar nuestra capacidad industrial exportadora. Vaca Muerta es el ejemplo. Tenemos la obligación histórica de generar, en el medio de esta desesperante crisis, las condiciones que permitan la explotación a pleno de las riquezas argentinas. Son ridículas y antinacionales las resistencias a la gran minería, a la ganadería porcina en criaderos, a la cría de salmones. La Patagonia no puede ser solamente un paisaje pintoresco o bello. Ahí hay condiciones para grandes explotaciones extractivas mineras, petroleras y gasíferas y sus correspondientes derivados industriales. Están los yacimientos de litio y la capacidad argentina de producir baterías que permitiría valor agregado a nuestra producción y a la de Bolivia.

Hay dificultades en el seno del pueblo que el gobierno, con fallas y aciertos trata de solucionar y paliar, pero es el conjunto del pueblo argentino el que puede ayudar a la reconstrucción del aparato productivo como lo hicieron los finlandeses. ¿Pueden estos argumentos pecar de stajanovismo? Puede ser, pero también el stajanovismo permitió que la Unión Soviética, debilitada por la guerra civil, generara las condiciones económicas e industriales que le permitieron expulsar de su territorio y vencer a la Alemania nazi. Un neostajanovismo latinizado y dulcificado, si quieren, pero es nuestra obligación poner en marcha todas las capacidades y recursos naturales que puedan ser exportados. Multiplicar la capacidad de exportación para general divisas que garanticen y sostengan el despegue industrial.

¿Es un programa duro y exigente? Si. Lo es. Como todo programa de posguerra.

Buenos Aires, 6 de diciembre de 2021.

 



[1]     https://elpais.com/economia/2020-08-31/argentina-logra-reestructurar-el-99-de-su-deuda-bajo-legislacion-extranjera.html

[2]    https://www.eldestapeweb.com/opinion/frente-de-todos/economia-fmi-y-post-pandemia-el-rumbo-despues-de-dos-anos-202112418420

[3]    Ibídem



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