En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
13 de marzo de 2014
A un año de la elección de Bergoglio
31 de octubre de 2011
Alberto Methol Ferré: un Hegel cabecita negra

Alberto René Methol Ferré fue el intelectual uruguayo que, desde la década del 50 del siglo pasado hasta su muerte, ocurrida el 15 de noviembre de 2009, dedicó todo su esfuerzo intelectual y volitivo a la integración de los países de la Cuenca del Plata, como punto de partida de la unidad latinoamericana.
Alberto Methol Ferré, Tucho como le llamaban todos los que conocieron su cautivante simpatía personal, nació en Montevideo el 31 de marzo de 1929, en un hogar de clase media. Aquejado desde niño por una pertinaz tartamudez, tuvo en su padre un amigo protector y comprensivo, lo que le permitió superar esa particular dificultad, hasta convertirse en un fascinante orador y conferencista.
Realizó sus primeros estudios en el Liceo Francés de la capital uruguaya e ingresó a la Universidad de la República para estudiar Derecho. Entre otros compañeros tuvo uno que se haría famoso: Jorge Batlle, presidente uruguayo entre 2000 y 2005, hijo del presidente de la República Luis Batlle, sobrino nieto de don José Batlle y Ordoñez, el creador de la “Suiza del Plata”, y bisnieto del también presidente Lorenzo Batlle.
No obstante, sus preferencias políticas estuvieron orientadas, desde el hogar, hacia el partido Nacional o Blanco, el centenario movimiento creado por el federal Manuel Oribe, en plena guerra civil en 1836.
Methol Ferré fue, a lo largo de su vida, periodista, escritor, profesor de historia y filosofía, filósofo de la historia y teólogo. Hacia la década del 50 se convierte al catolicismo, proviniendo de una familia sin grandes convicciones religiosas. Por esa época comienza su relación con don Luis Alberto de Herrera, el más importante dirigente histórico del Partido Blanco. Herrera, un hombre vinculado al patriciado oriental y de madre protestante - “un cajetilla entre los mersas” lo definió alguna vez Tucho-, había sido secretario de Aparicio Saravia en la revolución de 1904 y acompañó al último caudillo blanco hasta que éste muere como resultado de las heridas recibidas en el combate de Masoller.
Simultáneamente comenzó a desarrollar su admiración por el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón. Él mismo ha contado el impacto que le produjo la publicación en Montevideo del célebre discurso de Perón ante los oficiales del alto mando del Ejército, el 11 de noviembre de 1953, en el que expone su concepción del Nuevo ABC. Por primera vez en la región, un presidente argentino, contra todas las teorías de los estados mayores, proponía una alianza estratégica con el Brasil y con Chile, como paso necesario para la integración del continente.
A partir de ello, el pensamiento político de Methol Ferré estuvo dedicado a consolidar, profundizar y extender en toda su arquitectura, la propuesta de Perón. Sus incursiones en la historia española y latinoamericana, sus análisis sobre el Uruguay y su historia, su abordaje a la Geopolítica, su frecuentación a Hegel y a Ratzel no tuvieron otra finalidad que abarcar en toda su extensión e implicancias la potencialidad que se encerraba en esta alianza estratégica.
En un país signado por un origen vinculado a las intrigas de Lord Ponsomby y a la irreductible estolidez rivadaviana, caracterizado por un laicismo raro en la región y en el que el imperio inglés permitió una suave democracia urbana y una fuerte miseria rural, Alberto Methol Ferré fue católico, federal, artiguista y blanco. Encontró en la prédica de Herrera contra el establecimiento de bases norteamericanas, en la década del 50, una vinculación entre las viejas banderas de Oribe de los tiempos del sitio de Montevideo y las nuevas tareas patrióticas exigidas por el reemplazo definitivo de aquel Lord Ponsomby por el nuevo Mr. Ponsomby, como, con gracia, definía la aparición del nuevo imperialismo norteamericano en las playas de Pocitos.
Junto al viejo caudillo blanco, participó Methol Ferré de la campaña electoral que permitió el triunfo de Herrera junto a quien fundara el movimiento ruralista, Benito Nardone, conocido por su seudónimo radial “Chicotazo”. De esos años es el libro que publicara en nuestro país don Arturo Peña Lillo en la memorable colección La Siringa, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, de lectura aún hoy reveladora del Uruguay profundo, más allá del Cerro de Montevideo.
Compartió con Washington Reyes Abadie y Roberto Ares Pons la creación de la revista Nexo, en 1958. Desde ella comenzó a desarrollar aquellas tesis aprendidas del general argentino derrocado en 1955 y a concebir la función de su pequeño país, alguna vez Banda Oriental y alguna otra Provincia Cisplatina, como el nexo y la clave capaz de articular la unidad de la Cuenca del Plata. Justamente con este concepto dará inicio a la más trascendente y luminosa reflexión que se haya escrito sobre el papel histórico y el destino del Uruguay, su admirable “Uruguay como problema”. Así comienza el libro: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
A partir de la instauración de la dictadura en su país, perdió su alto cargo en la administración del puerto de Montevideo y se convirtió en uno de los más importantes intelectuales laicos del Episcopado Latinoamericano. Esa tarea le permitió recorrer nuestro continente en toda su extensión, conocer de cerca las distintas realidades de nuestros pueblos e investigar en su historia política y económica.
Lentamente su pensamiento comenzó a abrirse paso en el Uruguay, en la otrora llamada “Suiza del Plata”. A medida que el bienestar de la semicolonia inglesa comenzaba a desaparecer y miles y miles de uruguayos emigraban a Europa y a Australia, cuando el país no podía ofrecerles un lugar bajo el sol, la prédica de Alberto Methol Ferré, su intransigente continentalismo, su desprecio a la “argentinidad”, a la “uruguayidad”, a la “chilenidad”, comenzaron a demostrar su valor y trascendencia. Fundador del Frente Amplio uruguayo, antes de la dictadura, la hegemonía que durante mucho tiempo ejercen el partido Comunista y los sectores liberales, lo alejan del mismo recluyéndose en su identidad blanca. La aparición de Pepe Mujica como caudillo del Frente y su candidatura presidencial lo acercaron nuevamente a aquellas filas y son muchos los comentarios acerca de sus reuniones con Pepe, hablando de lo que más sabía: la unidad continental, el Mercosur, la Unasur y el futuro de la Patria Grande.
Tuvo con la Argentina una relación más que fraternal. En el fondo Tucho Methol Ferré se consideraba un argentino oriental, como aquellos a los que estaba dirigido el llamamiento del general Lavalleja: “Argentinos Orientales: las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación argentina, de que sois parte, tiene gran interés de que seáis libres, y el Congreso que rige sus destinos no trepidará en asegurar los vuestros”. Cultivó la amistad con grandes argentinos, como Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos o Fermín Chávez. Y hasta los últimos días mantuvo una enorme capacidad de trabajo y una incansable voluntad de transmitir sus conocimientos y sus reflexiones.
En nuestras de gratitud por su intensa amistad con nuestro país fue condecorado por el Estado argentino con la Orden de Mayo al Mérito en grado de Comendador, meses antes de su fallecimiento.
Buenos Aires, 31 de octubre de 2011.
28 de agosto de 2011
El presidente del Uruguay visita nuestra provincia del Chaco, se reúne con el gobernador Capitanich y ambos realizan un homenaje al caudillo oriental Jose Gervasio Artigas. El escritor y humorista Luis Landriscina, presente en el acto, se declara “artiguista” y saluda “al general de los pobres, los mestizos y humildes”.
¿Qué sentido tienen estas palabras? ¿No serán, al fin y al cabo, un simple acto protocolar, adecuado para honrar al país del visitante?
No lo creo.
La provincia del Chaco, convertida en tal por el primer gobierno del general Perón, fue, junto con Formosa, uno de los últimos territorios sobre los que, a fines del siglo XIX, se asentó la soberanía del estado argentino. No pertenecían de hecho a las Provincias Unidas del Río de la Plata y la mayoría de su población era indígena. Los criollos que los habitaban era exilados de las guerras civiles, hombres que, como Martín Fierro, huían de las levas y las matanzas mitristas en las provincias del norte y encontraban, entre los llamados salvajes, la paz o el sosiego que no les daban los llamados civilizados. Lejos habían quedado, entonces, las luchas de Artigas y su hijo Andresito Guaycurarú, peleando simultáneamente contra españoles, portugueses y porteños. Era sólo un recuerdo aquel hombre enterrado en San Isidro Labrador de Curuguaty y que había influido durante diez años en un territorio que se extendía desde Misiones al Plata y desde Montevideo hasta Córdoba.
Ninguno de los que, en Resistencia, recordaron a Artigas lo mencionó como un prócer uruguayo, porque nada hubo más lejos de su pensamiento que el pequeño país creado por la intriga británica, los comerciantes montevideanos y la inquina porteña. “Yo ya no tengo patria”, dicen que exclamó al enterarse de la independencia lograda por el Uruguay. Alberto Methol Ferré se reía como un fauno cada vez que pasaba con algún visitante por la enorme estatua de la plaza Independencia de Montevideo. “Mire lo que dice”, invitaba a su acompañante. “Nada más que Artigas. No supieron qué más ponerle, No podían inscribir en el mármol algo así como Padre de la República Oriental del Uruguay, porque hubiera sido un atentado a su memoria. Tampoco podían poner caudillo federal de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que es lo que fue. Así que decidieron no poner más que su apellido. Debe ser el único caso en el mundo, donde una estatua no dice qué fue en vida el homenajeado”, decía Methol, entre irónicas carcajadas.
Y en esta idea de Artigas nos educamos los hombres y mujeres de mi generación. Nos habían hecho creer que era uruguayo, que se enfrentaba al gobierno de Buenos Aires porque quería abrirse de las Provincias Unidas. Que había enviado a sus representantes a la Asamblea del Año XIII con levantiscas indicaciones, inaceptables para los “argentinos”, que eran el resto de los integrantes de ese congreso. Nos enteramos de muy grandes que Mariano Moreno, en su Plan Revolucionario –cuya existencia también ignorábamos- había aconsejado acercarse al capitán de la milicia rural de la Banda Oriental. Y a fuerza de buscar en las bibliotecas supimos de su vida entre los charrúas, de su lucha por la tierra para todos los orientales y de su extraordinaria influencia sobre los caudillos federales de ambas bandas del Uruguay. De grandes, en suma, nos enteramos que Artigas no había sido uruguayo, sino, como lo expresara Lavalleja en su manifiesto, “argentino oriental”.
Y es esto lo que se ha comenzado a reconocer oficialmente en la Argentina. Desde la Cátedra de los Libertadores, de la Secretaría de Cultura de la Nación, Ernesto Jauretche comenzó a desarrollar una serie de homenajes, encuentros y debates sobre don José Artigas –las Jornadas Artiguistas- que ha recorrido las provincias que supieron de su influencia. Y es por eso que cada vez que el presidente uruguayo Pepe Mujica nos visita, los argentinos le hablamos con cariño y admiración del gran oriental. Esa es la razón por la cual uno se define como artiguista.
Y no es sólo en las palabras o en los homenajes. Mañana lunes 29 de agosto de 2011, un tren cruzará el río Uruguay, para que el año que viene, en el bicentenario del Éxodo del Pueblo Oriental, se una Buenos Aires con Paso de los Toros, en el centro de la tierra uruguaya. Y se llama Tren de los Pueblos Libres, de los que fue Protector José Gervasio Artigas.
Algo grande, algo profundo está pasando en nuestros pueblos y en nuestros países. Estamos volviendo, en las condiciones y con las posibilidades del siglo XXI, a aquel proyecto originario de hace doscientos años. En paz y en prosperidad estamos haciendo lo que antes la guerra y la pobreza hicieron imposible: la unión de los pueblos libres.
Buenos Aires, 28 de agosto de 2011
26 de julio de 2010
Se fue otro argentino oriental, el “profe” Luis Vignolo
Días atrás recibí un escueto mensaje electrónico. “Falleció mi padre” decía tan sólo su texto. Lo firmaba el compañero oriental Luis Vignolo hijo.
Luis Vignolo, el “Profe” como lo llamaba el inolvidable Alberto “Gato” Carbone, fue un patriota latinoamericano, oriental por nacimiento, argentino por afecto y residencia, y uno de los grandes intelectuales, periodistas y militantes de nuestra unidad latinoamericana. Amigo y cumpa de discusiones y whiskys de Tucho Methol Ferré, la vida de Vignolo es una buena paráfrasis del destino de un patriota continental en nuestro balcanizado continente, en la segunda mitad del siglo XX.
Luis Vignolo nació en Montevideo el 12 de julio de 1927. Su padre era constructor y eso le permitió conocer desde niño el olvidado interior de la “tacita de plata”, el Uruguay producto de la hegemonía del partido Colorado. En el Liceo Bauzá, donde hace la escuela secundaria, ingresó a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU), como representante de los estudiantes secundarios, cargo que previamente había logrado imponer. Y en la misma época ingresa en las Juventudes Libertarias –la organización juvenil anarquista- donde llegaría a ser alma mater y Secretario General. Me cuenta Luisito Vignolo, su desolado hijo, que de esa época conservó algunas de sus más entrañables amistades que lo acompañaron hasta el final. Tres veteranos anarquistas lo llamaban permanentemente en sus últimos días: Dante D'Ottone, Pablo Capanno y el "Coco" González Chiesa. El destacado médico Dante D'Ottone, con sus noventa y pico de años, estuvo en el velorio y algunos de los veteranos compañeros de armas decían, al verlo: ahí está el "Mariscal"...
Es de sus tiempos de anarquista que el sanducero Alberto Carbone, de inolvidable memoria en este lado del Plata, conoció a estos hombres.
Y fue la conducción de Luis Vignolo –según me cuenta su hijo - que las Juventudes Libertarias se convirtieron en la más poderosa organización anarquista del Uruguay a fines de los ’40 y comienzos de la siguiente década. Pero las peleas internas –caracterizadas por una fuerte impronta ideologista- terminan por agotarlo y se aleja de la organización. Pero llevaba consigo las reflexiones y escritos de Eliseo Reclus sobre la Guerra del Paraguay y los artículos de Barrett sobre la brutal explotación de los obrajes paraguayos. Encuentra Vignolo en sus orígenes familiares saravistas –sus tíos Montecoral y Coirolo habìan peleado en la revolución de 1904 y uno de sus tío abuelos era Rafael Zipitría, Comandante de la 16ª División del Ejército Revolucionario de ese año- un cauce nacional profundo a su afán libertario.
El padre de Luis Vignolo había sido blanco seguidor de Lorenzo Carnelli, en los años 20: una especie de izquierda del partido que terminó siendo expulsada, básicamente por acción de Luis Alberto de Herrera. No obstante ello, Vignolo, desde una perspectiva heterodoxa, que reunía en “una mezcla pampeadamente rara” –como ha escrito Homero Manzi- sus convicciones ácratas con su naciente admiración por el peronismo argentino y el MNR boliviano, se acercó al herrero-ruralismo que logra la victoria electoral en 1958. Sobre este período Methol Ferré nos dejó un escrito esclarecedor, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, que Peña Lillo editara en la célebre colección La Siringa.
Y para mantener sus ideales se convirtió en periodista. Alcanza con decir que fue uno de los periodistas más famosos y exitosos del Uruguay. Trabajó en el diario de Batlle y en el de los blancos. Fue justamente en El País donde se destaca. En una época en que el matutino no era el pasquín oligárquico pronorteamericano que hoy indigesta la cabeza de los uruguayos, Vignolo se convierte en el virtual director del diario. Simultáneamente es columnista de política internacional en el Canal 12, de la misma empresa que El País.
Deja, en 1964, este diario al que había convertido en un éxito de ventas para dirigir un proyecto político periodístico de Zelma Michelini, el diario Hechos al que también convirtió en un éxito de ventas, aunque el fracaso electoral de Michelini lo obligó a venderlo, con lo que Vignolo se aleja de la redacción.
Pasa a la Secretaría de Redacción del viejo diario El Debate, fundado por don Luis Alberto de Herrera, aunque ahora bajo la dirección política del “Toba” Gutiérrez Ruiz, el gran blanco latinoamericanista asesinado por la dictadura, y Diego Terra Carve. Se cuenta que algunos lingotes de oro “expropiados” por los Tupamaros a los Mailhos, y que el Toba había tomado en depósito, ayudaron a la financiación del matutino.
Posteriormente se vincula a Inter Press Service, la Agencia de Noticias internacionales italiana, la que inicialmente tenía su sede latinoamericana en Montevideo, en la casa de Methol Ferré, en la calle Brecha, frente al Templo Inglés, al que le alquilaban un piso de su casona. Luego la sede pasó a Buenos Aires y Vignolo se radicó entre nosotros.
Fue colaborador de la primera revista Nexo, que publicaron Methol Ferré, Ares Pons y Reyes Abadie. En 1964 publica el ensayo "Reencuentro con la tradición española en la pintura de Torres García", una visión de la historia de la cultura desde nuestra América. Este artículo constituye, según considera Luis Vignolo hijo, un acercamiento del autor a la religión católica en la que había sido educado por su madre y su abuela. Pero este acercamiento está signado por sus viejas convicciones anarquistas. Sólo el Concilio Vaticano II y el estado deliberativo que se produce en la vieja estructura romana lo conquistan para la fe. A partir de ello comienza a colaborar en la también célebre revista Vísperas que dirige Methol Ferré, una publicación católica, vinculada al CELAM, que pone como punto central de su visión teológica la unidad latinoamericana. El peronismo y la revolución peruana de Velazco Alvarado serían sus temas preferidos.
Militó en la formación del Frente Amplio y se convierte en el anónimo secretario de redacción del diario La Idea, sostenido por las fuerzas frentistas más vinculadas a los Tupamaros. Allí hizo la primera denuncia del plan de invasión preventiva al Uruguay por parte del ejército brasileño, el Plan 30 Horas, cuya existencia había filtrado un general argentino, en historia que Luis Vignolo hijo ha prometido contarme personalmente. Denunció duramente el fraude en las elecciones de 1971, fraude que ahora los documentos norteamericanos desclasificados reconocen. Puede agregarse a su biografía que uno de esos documentos desclasificados sostiene que los únicos tres medios de prensa por los que la embajada norteamericana se preocupaba eran: el semanario Marcha de Carlos Quijano, el diario El Popular del Partido Comunista, y el diario La Idea, dirigido desde las sombras por Luis Vignolo. Fue cerrado varias veces hasta que Pacheco Areco o el presidente fraudulento Juan Marìa Bordaberry terminan por clausurarlo. Y con ello, Vignolo vuelve a Buenos Aires y a Inter Press Service IPS donde se convierte en el Director para América Latina.
Luis Vignolo vivió en Argentina hasta 1991. Vuelve a Montevideo empujado por una de las últimas hiperinflaciones. Y la política de Menem, al que había votado como tantos de nosotros, _tenía nacionalidad uruguaya y argentina y votaba, por lo tanto, en las dos riberas del Plata- lo escandalizó y amargó profundamente.
En el 94 se suma junto con Tucho Methol Ferrè a las huestes blancas de Alberto Volonté, quien le rindió un merecido homenaje en el programa de Radio Espectador de Montevideo “En Perspectiva”, uno de los programas de radio más escuchados e de la radio uruguaya.
Está fue, en brevísima síntesis, la rica vida de este compatriota y compañero que acaba de dejarnos. Su mote de “El Profe” le venía de los tiempos en El País, gracias a un irascible obrero gráfico que lo veía permanentemente hablando con sus colegas más jóvenes: “Ahí está el Profe, otra vez hablando y no trabaja nunca”, habría dicho el iracundo linotipista, bautizando para siempre a nuestro amigo.
El Uruguay, por muy diversas razones, es un país donde las ideas sobre la unidad latinoamericana no entran con facilidad. Un agotado sentido de la excepcionalidad de sus condiciones materiales, una ideología nacional basada en la creencia de una esencialidad nacional uruguaya, una tendencia a actuar como engranaje local de una gran potencia extraña –el Reino Unido o EE.UU.- han generado formidables anticuerpos al saludable virus de la Patria Grande. Todos los intelectuales y políticos que pugnaron por la integración de la Cuenca del Plata predicaron, hasta ahora, en el desierto. Ferryra Aldunate, Gutiérrez Ruiz, Methol Ferré, Reyes Abadie y este Luis Vignolo que nos ha dejado, dedicaron su vida, y hasta la entregaron, a ese difícil empeño.
Luis Vignolo fue un amigo dilecto de los argentinos y un ferviente oriental amigo, como Herrera y Haedo, de Perón y el peronismo.
Estas líneas tienen el propósito de que el olvido no borre de nuestra frágil memoria la presencia, la acción y las ideas de un notable pensador, un solidario amigo de los perseguidos y un argentino oriental por decisión intelectual y política. Los argentinos le debemos un homenaje al Profe Luis Vignolo.
Buenos Aires. 26 de julio de 2010
Todas las precisiones biográficas de este artículo han sido producto de una comunicación personal con Luis Vignolo hijo. Es mi deseo no solamente honrar la memoria de su padre, sino hacer evidente el respeto, estima y amor filial del hijo del gran intelectual fallecido, quien, ante mi pedido, no vaciló en dedicar horas a su duelo para comunicarme una suscinta, pero completa, biografía personal y política de este gran uruguayo.