4 de septiembre de 2025

Cuarta Crónica de Hopean Maa

De repente todo se volvió confusión y los acontecimientos se precipitaron

Toda la corte de genios, brujos, hechiceros y sacerdotisas que rodeaban al gnomo Yelim y a la bruja Arinak comenzaron a culpar de todas sus desventuras al misterioso íncubo Jacobo Kigay, un monstruoso engendro de quien se decía que se escondía en cada uno de los infinitos rincones del palacio. La intriga y el acecho habían sido las poderosas armas que lo habían introducido en los círculos cortesanos y era comentado, en voz muy baja, que tenía bajo sus órdenes a las legiones de trolls, sin rostro ni nombre, que confundían con sus habladurías el claro discernir de los vecinos de la capital del reino. Confundidos con los parroquianos de las tabernas y posadas, ponían en circulación extrañas historias, veladas acusaciones y perversas sospechas.

De repente, los trolls se silenciaron. No respondían a las denuncias que se elevaban desde todos los rincones, especialmente las que tenían que ver con el Cofre de los Baldados y su administrador, Yago Hispánico. En la plaza central comenzó a decirse que también el metamorfósico Ludwig Petersen, ministro de los Ejércitos Reales, también estaba involucrado en las artimañas de las hierbas mágicas. El Hospital de las Legiones, cuya farmacopea se nutría de esas hierbas, apareció, en los palimpsestos de la Revelación, pagando miles de monedas de oro, muchas de las cuales iban a las faltriqueras de Ludwig, quien, bajo diversos disfraces y apariencias, vivía en concubinato con un súcubo que, en su apariencia femenina, era conocido como Castrina de la Pera.

El alquimista Emanuel Adorno, gran maestro de la Escuela de Bieckert, tan garrulo como mendaz, se había llamado a un total silencio. Sus pregones matutinos desaparecieron por completo.

Ninguna desmentida salía del palacio. Cada día que pasaba defraudaba a los súbditos del diminuto monarca, quienes esperaban que los escritos de los palimpsestos fuesen aclarados o, por lo menos, rechazados. El descontento y la desazón comenzó a extenderse por las plazas, llegando hasta las aldeas más lejanas. Los campesinos comenzaron a alejarse y desconfiar de Yelim y, sobre todo, de Arinak. Unos versos festivos comenzaron a hacerse populares entre los campesinos al volver de su labor cotidiana:

“La saqueadora,

la bruja es la saqueadora”.


Como si esto no fuera suficiente, Lewis Kigay, pariente bastardo del íncubo Jacobo, un ogro riquísimo, que escondía sus thálers, maravedíes, coronas, dinares y riksdalers, en inmensas cacerolas enterradas en reinos cercanos, dejó a los campesinos y aldeanos sin sus ahorros. De pronto, sus monedas no alcanzaban para comprar en la feria el pan y el vino. Ya no podían entregar al herrero sus guadañas y cuchillas para afilar, porque no tenían con que pagarle y los escasos bienes que producían, como trigo, mijo y hortalizas eran consumidos en su mesa diaria.

El malestar llegó hasta la Casa de los Grandes Triunviros, conocida por todos como la CGT. Los otrora poderosos triunviros, representantes de los artesanos, herreros, talabarteros, ebanistas y fundidores, que se habían mantenido callados con la aparición de los palimpsestos, vieron que ni el gnomo ni la corte de seres infernales que gobernaba el reino garantizaba la labor y la paga de su gente.

Incluso el Círculo Dorado de los Dragones, los hombres y mujeres más ricos del reino, que hasta ese momento habían mirado con condescendencia las calamidades de la corte, se alejaron recelosos y dubitativos. El único hombre del Circulo que aún confiaba en Yelim era el Rabino Piedra de Lange Berd, dueño de innumerables castillos, que había alojado al gnomo durante su iniciación.

Hopen Maa vivía momentos de angustia y zozobra. Los Baldados, desprovistos de los beneficios que el Cofre les otorgaba y que les permitía evitar la mendicidad, habían comenzado a manifestarse con sus muletas, con los parches en sus ojos tuertos, con sus bastones y garfios, en las cercanías del palacio. Incluso comenzó a circular en las plazas el rumor de que los miembros de los Tercios de los Ejércitos Reales estaban inquietos al no conseguir sanar sus heridas en el Hospital de las Legiones. Los Ancianos del Jubileo hacía meses que clamaban por sus pagas, canceladas por decisión del gigante Strujanegros.

Fue entonces que la Vestal del Toro Rico, una antigua mesalina sagrada, convertida en su vejez en depositaria del Cinturón de Castidad Divino, anunció, con proclamas y pregones que todo el contenido de los palimpsestos había sido escrito por una conjura de los eslavos y los chéveres, dos pueblos que nunca habían tenido pendencias con el reino de Hopen Maa.

Ese fue el punto culminante del desconcierto en palacio.

Pero el día de la opinión de los súbditos se acercaba. Kerstin, La Cautiva, desde su torre, había logrado que Maksimaalne dejara de proferir invectivas contra Achse y que la Santa Orden de Caballería Púrpura mantuviese sus tropas acuarteladas y silenciosas.

El alquimista Josefo de Maia, hombre de la confianza del Marqués de la Fermosa Curva, se preparaba para horas cruciales, desde su mirador en el Riksdag, el palacio de los Caballeros.

Fue entonces que Yelim se dirigió a uno de los agujeros más pobres y deshauciados de su reino para presentar sus explicaciones, acompañado de docenas de legionarios y centuriones negros.

Pero eso será motivo de la próxima Crónica.

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