2 de febrero de 2025

Clío es mujer y caprichosa


Ayer estuve en la movilización convocada para repudiar las declaraciones del presidente Milei en la reunión de Davos. Como se sabe, el “especialista en crecimiento con dinero o sin dinero” utilizó el plenario plutocrático de Suiza para emitir un discurso más propio de un tabernero ebrio, al que lo ha abandonado la esposa con el lavacopas y su hijo le ha dicho que es gay, que de un presidente de un país soberano.

Obviamente, hubo de inmediato en nuestro país dos sectores que se sintieron amenazados, agredidos y en peligro: por un lado, lo que se conoce como colectivo LGBT+ y, por el otro, a las mujeres. En efecto, la primera reacción que tuvo sobre el gobierno la deposición presidencial en Suiza fue la propuesta de quitar del código penal el agravante llamado femicidio o feminicidio.

La movilización fue convocada en una semana, bajo una genérica consigna de lucha contra el fascismo. Desde un primer momento entendimos que esa consigna era desacertada, imprecisa y muy discutible. Entendemos que la caracterización de fascista a las políticas del gobierno y a estas expresiones de claro corte segregacionista no son fascistas, como, en su momento, nos opusimos a la caracterización del gobierno de Pinochet en Chile o del Proceso cívico-militar en Argentina como fascistas. Hemos sostenido siempre que se trataba de gobiernos dictatoriales conservadores en lo político y liberales (o neoliberales, como se comenzó a decir) en lo económico, con gran hegemonía financiera, que se supeditaban a la política imperialista norteamericana.

Y exactamente eso es el gobierno de Milei. Carece de algunos elementos centrales del fascismo, tal como se lo conoció concretamente: nacionalismo expansivo, regimentación estatal de los sindicatos, intervencionismo estatal en la economía, etc.

Por otra parte, el concepto de fascismo ha sido, en nuestro país, históricamente usado contra el peronismo. Tanto el socialista Américo Ghioldi, como el radical Arturo Mathov o el demócrata progresista Luciano Molinas o el contraalmirante Isaac Rojas, se llenaban la boca con el supuesto fascismo de Perón y los peronistas. De manera que esa caracterización fallaba por todos lados.

Pero también publicamos en nuestras redes:

– ¿Estoy de acuerdo con las consignas de la movilización del sábado?

– No.

– ¿Creo que hay que establecer un eje de lucha antifascista?

– Tampoco.

– ¿Estoy de acuerdo con el extremismo de género y su idiomE?

– Ni en pedo.

– ¿Voy a ir a la marcha el sábado?

– Como fierro y como un solo hombre.

Porque lo políticamente importante era aprovechar un estado de indignación de un amplio sector de la población para manifestar un repudio generalizado a toda la política antinacional, entreguista, antiobrera y hambreadora de la patota de Javier Milei, como cara política del establishment económico financiero de la Argentina.

Al llegar al Congreso tuve una fuerte emoción. Nuevamente el pueblo de la República se reunía en sus lugares históricos para defender sus derechos constitucionales y expresar su rechazo a las políticas de un gobierno plutocrático. Esa sensación de ser multitud, que me ha acompañado, desde las manifestaciones de repudio a Onganía, en la década del '60, toda la vida, me hizo recordar que así ha sido siempre. En los 60, en los 70, en los 80, en Malvinas y cada 24 de marzo, contra Menem y contra de la Rúa, defendiendo a nuestros gobiernos o repudiando a Macri, ha sido el pueblo argentino en la calle lo que determinado el futuro.

Y tal como habíamos pensado la movilización superó ampliamente el marco de las organizaciones convocantes y sus confusas consignas. En Buenos Aires, que es de donde puedo dar testimonio, cientos de miles de hombres y mujeres de la Ciudad y del conurbano expresaron su repudio al gobierno de Milei. Organizaciones LGBT, de mujeres, militantes de partidos políticos, columnas sindicales de UPCN -encabezada por su secretario general Andrés Rodríguez-, UOCRA, Asociación Bancaria, SiTraJu, APUBA, Municipales, más miles y miles de hombres y mujeres sin identificación de organización alguna, miles y miles de jóvenes de ambos sexos, se expusieron a los 38 grados de temperatura en la Avenida de Mayo y dejaron en claro su activa oposición al gobierno de Milei y su deriva autoritaria y conservadora. Hombres y mujeres de clase media y hombres y mujeres de los barrios populares, jubilados y jubiladas sin descuento en sus remedios, empleados públicos amenazados e indignados por los humillantes exámenes del todopoderoso Sturzenegger, y bancarios, enfermeras, maestras y maestros, trabajadores de la construcción -donde hay afiliados trans que, justamente, trabajan en la construcción- y hasta un grupo de hombres de mediana edad para arriba, con una camiseta verde donde podía leerse Cámara de Kiosqueros de CABA, el pueblo de la gran megalópolis del Plata salió a decirle a Calígula que la corte.

Volví a mi casa, orgulloso y satisfecho.

La computadora me informa que en la plaza de la residencial Villa Devoto, la Coya -en el sentido originario de la palabra- había organizado un acto de afiliación al antro LLA, donde había prometido su rutilante presencia. No apareció ni la Coya ni la gente que esperaban. 

En el Parque Lezama, un panelista con nombre de cómico había organizado un acto -obviamente divisionista- para no sé que objetivo supuestamente más importante. 150 iniciados aplaudían la tosca prosa del Hefesto porteño.

A poco de conectarme con el mundo de las redes -que es, de alguna manera, el ágora virtual- me encuentro con que han aparecido refinados especialistas que podríamos denominar “sommeliers de movilizaciones”. Se trata de algunos ejemplares, sedicentemente peronistas, convencidos de que todo esto no es más que una conspiración de Soros y algunos otros nombres de evocación mágica, cuyo programa mundial es que todos nos volvamos homosexuales y, si es posible, trans, y que su único objetivo es convencer a las mujeres que dejen de tener hijos y que no les planchen más las camisas a sus maridos.

Estos nuevos iluminados afirman que las manifestaciones del sábado 1o de febrero en todo el país solo han servido para consolidar al gobierno, impidiendo así su deterioro por razones económicas. Y que las consignas esgrimidas responden a una oscura conspiración de sombras que se menean.

Pamplinas. El gobierno de Milei, lo hemos dicho antes, es consecuencia de la crisis profunda en que se encuentra el histórico movimiento nacional argentino, el peronismo, sumado a una crisis económica que no pudimos o no supimos resolver y que ha empeorado y que el gobierno del establishment económico utiliza para disciplinar a los trabajadores argentinos. Es por eso, fundamentalmente, que no hemos podido convocar a una marcha opositora que repudie la actual política económica, el hambreamiento de los jubilados, el deterioro brutal del salario, la constante alza de precios en los artículos de primera necesidad y los permanente tarifazos. Tampoco lo hemos podido hacer en defensa de YPF, Aerolíneas Argentinas o el Banco Nación, empresas estatales cuya privatización desmantelaría el papel del estado en el progreso y desarrollo económico del país.

Y tampoco son ciertas las acusaciones de pusilanimidad y complicidad con el gobierno a la CGT y las organizaciones sindicales. En general, ellas provienen de sectores sociales no sindicalizados y que tienen una visión idealizada de cómo son y cómo funcionan los sindicatos. Si el movimiento obrero organizado de la Argentina no ha convocado a medidas de lucha más incisivas es, simplemente, porque conoce el estado de espíritu de su base. Los trabajadores, con muy pocas excepciones, hoy están más preocupados por la amenaza del despido que por la capacidad de compra de sus salarios. Los dirigentes gremiales saben que corren el riesgo de llamar a un paro general o medida similar y que sus bases no la cumplan, no por indisciplina o desacuerdo, sino porque la espada de Damocles del desempleo, sumado al cierre permanente de fuentes de ocupación, es más fuerte.

Clío es mujer y caprichosa. Por una rendija que no habíamos pensado, como suele ocurrir con el topo de la historia, el pueblo argentino dejó ayer bien en claro su repudio al despotismo de Milei. Somos nosotros, los políticos, los que creemos que tenemos algo que decir, quienes debemos canalizar esa fuerza hacia el fortalecimiento o, si quieren, reconstrucción de nuestro gran instrumento de lucha, el movimiento nacional.

Hoy, todos los que participamos o hubieran querido participar, en la movilización de ayer tenemos que estar orgullosos de que el pueblo argentino vive y triunfará.

2 de febrero de 2025