4 de diciembre de 2012

Vigencia y sentido actual del Encuentro de Guayaquil


Vigencia y sentido actual del Encuentro de Guayaquil


El 29 de noviembre pxmo. pdo. se realizó la mesa redonda “Bolívar y San Martín nos unen para siempre”, organizada por la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela, en el marco del Foro Latinoamericano por la Identidad y la Integración, convocado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina. La misma se llevó a cabo en el auditorio Manuel Belgrano de la Cancillería. Participaron también el embajador venezolano, General de Brigada Carlos Martínez Mendoza, y el primer secretario de la Embajada, Juan Eduardo Romero. Esta fue mi participación:

Señoras, señores, amigas y amigos:

Ha sido poco lo que el embajador historiador nos ha dejado para agregar, pero algunas reflexiones creo que se pueden hacer.

Lo primero que se me ocurre, y que se me viene ocurriendo desde hace ya un tiempo, -participé hace unos veinte días en una reunión similar aquí en la Cancillería con la presencia del embajador del Ecuador, doctor Wellington Sandoval Córdoba, quien también expuso de manera erudita y con gran fineza de análisis sobre el Encuentro de Guayaquil-, la reflexión, digo, sobre lo que ha ocurrido en nuestra patria y en nuestro continente en los últimos veinte o veinticinco años. Hemos empezado a juntarnos embajadores, políticos, historiadores, intelectuales y encontramos enormes coincidencias. Descubrimos que lo que cada uno de nosotros venía pensando, estudiando, analizando, discutiendo, peleando muchas veces, y creía que lo hacía de una forma aislada, individual, que era un fenómeno que pasaba aquí -en la Argentina con el revisionismo histórico- y que teníamos todo el sistema académico oficial en contra y resistiendo, era un fenómeno que venía pasando en toda América Latina, en cada uno de sus pueblos, en cada uno de sus países. Y de pronto, con esa dosis de sorpresa que tiene la historia, aparecemos en el escenario personas que, con distinto nivel, con distinta capacidad, con distinta elocuencia, están pensando, juntamente, los mismos problemas, las mismas cuestiones que habíamos pensado individualmente cada uno de nosotros durante todos estos años, y hoy lo hacemos colectivamente.

Las diferencias entre San Martín y Bolívar, que las había como hay diferencias entre Hugo Chávez y Pepe Mujica, entre Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Roussef, como hay diferencias entre todos los seres humanos, fueron, en realidad, exacerbadas, caricaturizadas, en muchos casos, a partir del fracaso de eso que mencionaba el embajador Carlos Martínez Mendoza: el proyecto de la unidad.

Ha dicho Alberto Methol Ferré muchas veces -nos lo ha dicho personalmente, lo ha escrito- que las guerras de la Independencia tenían una doble finalidad. Por un lado, lograr la libertad, la independencia de la corona española y, por otro lado, la unidad política de este continente. Y lo que la fuerza de las armas patriotas lograron en Ayacucho fue la independencia. Y a partir de ese momento comenzó a fracasar el proyecto de la unidad. En la misma noche de Ayacucho las tendencias centrípetas de los puertos de América Latina, de sus oligarquías regionales, comenzaron ese lento pero efectivo proceso de división, de balcanización, como ha sido llamado en el siglo XX. Con ese proceso de balcanización aparecieron los así llamados “héroes nacionales”. Cada uno de ellos correspondía, de una manera platónica, a las virtudes y excelencias de cada uno de esos pueblos.

Así los argentinos teníamos un San Martín austero, enjuto, prudente, de costumbres espartanas. Desinterado -según la historiografía oficial- de la política y sus bajezas. Los venezolanos tenían a un Bolívar enamorado del baile y las mujeres, dicharachero. Los chilenos tenían un O'Higgins de gran patriotismo chileno. Cada uno de nosotros, cada uno de nuestros pueblos elaboró un héroe en el que, abstractamente, sus virtudes correspondían a las virtudes que cada uno de esos pueblos se adjudicaba y los defectos de los otros correspondían a los defectos que cada uno de los pueblos le adjudicaba a los otros pueblos de América Latina.
Ricardo Rojas, que fue un gran historiador y una descollante personalidad de nuestra cultura, escribió un gran libro que tiene, lamentablemente, un título un poco ñoño, que es El Santo de la Espada. Es un libro cuyo contenido es mucho mejor, mucho más rico que su título. Rojas imagina en esta historia de San Martín una especie de obsesión del Libertador, quien en sus reflexiones le dice a Simón Bolívar: “Hagámosnos simultáneos”. Actuemos de conjunto, imagina Ricardo Rojas que era el desvelo de don José de San Martín. Porque si actuamos de conjunto, en un gran movimiento de pinzas, vamos a derrotar al ejército español.
En una película que, hace ya muchos años hicimos Jorge Coscia y yo, imaginamos un encuentro onírico entre San Martín y Bolívar, en el cual lo primero que le dice nuestro Libertador al caraqueño es: “Dichoso usted, Simón, que conoció a su tierra. Usted nació allá, usted vivió allá y conoció sus playas doradas y sus montes de esmeralda. Yo no. Yo nací en estas tierras, pero no tengo más que un vago recuerdo de la infancia”.

Esto marca, desde la historia personal de cada uno de ellos, dos personalidades, dos figuras, de distinto carácter, de distinta formación. Bolívar, un político apasionado, raptado por la fuerza que emanaba de la Revolución Francesa, con ese juramente en el Monte Sacro para cumplir los ideales formulados por la Revolución Francesa, junto a su amigo y maestro Simón Rodríguez.
Y un San Martín que es un militar formado en los rigores de las academias españolas, que a los trece o catorce años sufre en el norte de África un sitio por hambre. Es decir que, desde los catorce años, vive una dura y sacrificada vida de militar sin fortuna, y cuya concepción del mundo no corresponde exactamente a la de Simón Bolívar. Si la personalidad política de Bolívar correspondía a la de un jacobino, la personalidad política de San Martín correspondía más bien a la de un girondino, a la de un hombre que le tenía cierta desconfianza a las multitudes y un gran temor, fundamentalmente, a la anarquía. La grave amenaza que San Martín veía sobrevolar sobre la independencia y la unidad era, justamente, la de la anarquía.

Pero no son estas razones -políticas, ideológicas, de formación intelectual- las que determinan el Encuentro de Guayaquil. Como tan bien lo ha explicado el embajador Martínez Mendoza, y me ahorra toda otra explicación, San Martín carecía en absoluto de un apoyo político estratégico que le permitiese sostener hasta las últimas consecuencias la tarea de la liberación. Buenos Aires no lo apoyaba, y no sólo eso sino que conspiraba contra él. Rivadavia era el gran enemigo de San Martín y el que impedía que pudiese desarrollar su proyecto suramericano. Esa burguesía comercial porteña se desinteraba del hinterland continental, preocupada solamente en la administración de sus almacenes y su puerto.
Pero estas diferencias son las que hicieron que, durante los siglos XIX y XX, los historiadores enfrentaran a esas dos personalidades decisivas de nuestra independencia. Ese enfrentamiento no era más que la expresión ideológica del proceso de balcanización, del proceso de creación de esos pequeños países que no pudieron constituir -como era el deseo y la voluntad de San Martín y Bolívar- una gran nación latinoamericana.

Aún hoy, en un país hermano y tan cercano a la Argentina como es el Perú, se siguen contraponiendo ambas figuras. Se sigue teniendo a San Martín como el gran libertador y a Bolívar como una amenaza tiránica sobre los peruanos. En realidad, ambas concepciones faltan a la verdad. Ni San Martín era un desinterado del poder político como lo quieren pintar los historiadores peruanos, ni Bolívar era el déspota que aparece en esos libros. Ambos tenían una distinta visión política, ambos tenían un distinto modo de manejar y expresar el poder político del estado. Pero estas diferencias, que hoy llamaríamos ideológicas, nunca constituyeron un elemento que disociara la acción libertadora y unificadora de ambos hombres.

No fueron diferencias ideológicas, no fueron diferencias personales. En Guayaquil, el Libertador José de San Martín entrega el mando del ejército patriota a Simón Bolívar, porque éste es, como decía el embajador, el que coyunturalmente estaba en mejores condiciones de llevar adelante la tarea. Y esto era lo que se imponía por encima de toda otra aspiración personal.

Creo yo que la reflexión sobre Guayaquil, sobre Bolívar y San Martín, en estos inicios del siglo XXI, no puede estar separada de lo que fue la epopeya y el intento unificador de ambos héroes y el intento unificador que en el siglo XXI están llevando adelante la inmensa mayoría, si no la totalidad, de los gobiernos y los pueblos de nuestro continente.

Mientras el continente americano estaba, entonces, dividido en dos grandes bloques, uno dependiente de España y el otro, no ya dependiente, sino cabeza de un imperio europeo, como era el Brasil, necesariamente toda la estrategia libertadora se hacía a lo largo de los Andes, sobre la costa del Pacífico. La gran costa del Atlántico no estaba al alcance de las fuerzas libertadoras, porque el enorme bloque brasileño-portugués impedía que este espacio integrase la estrategia patriota. Toda la estrategia de Bolívar y de San Martín converge sobre la costa del Pacífico y los Andes.
El siglo XXI, por el contrario -y esto, creo, es una de las grandes decisiones geopolíticas tomadas por el presidente Hugo Chávez en su oportunidad-, asume la herencia bolivariana, ya no desplegándola por la costa del Pacífico, sino incorporando al conjunto de la costa atlántica y, sobre todo, al Brasil, como eje estructurador de ese nuevo proyecto unificador suramericano del siglo XXI.

De ahí la importancia trascendental que para este proyecto tiene y ha tenido la incorporación de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur. En los años 50 el general Perón planteó en un famoso discurso el proyecto estratégico entre Argentina y Brasil. Si estos dos países que, en ese momento, constituían el peso específico político, económico, social y poblacional más importante del continente, establecían una alianza estratégica, el resto de los países del continente, a consecuencia de la enorme gravitación de este bloque, irían sumándose y adecuándose a esa situación geopolítica, sumándose así a un proceso unificador.
Ese proyecto planteado en 1950 por el general Perón fue prematuro para los tiempos que se vivían. Toda esa visión de Perón fue considerada por Brasil, por Chile y sus oligarquías locales, como un intento imperialista, expansionista de la Argentina. Pero la idea del Brasil y Argentina como núcleo orgánico capaz de generar y hacer renacer en las condiciones del siglo XXI el proyecto de San Martín y Bolívar reaparece con viva luz y con enorme fuerza ya a fines del siglo XX. El Mercosur se convierte en el motor esencial capaz de atraer al conjunto de los pueblos suramericanos.

Lo que Chávez, a mi modo de ver, tiene de lucidez y visión estratégica, desde el principio de su llegada al poder en Venezuela, son dos cosas. Una, bautizar a Venezuela como República Bolivariana, es decir, darle desde su misma denominación la función unificadora que tuvo Bolívar en el siglo XIX. En segundo lugar, girar la cabeza estratégica de Venezuela desde la costa del Pacífico y de los Andes hacia ese gran vecino que tiene en el Sur, que es Brasil. Para Venezuela, hasta el fin del siglo XX, Brasil era un enorme desconocido. Para la cancillería venezolana el Brasil carecía de significación estratégica. Es Chávez el que incorpora a Brasil a ese proyecto.

Y lo hace de una manera ingeniosa y creativa. Si algo es muy difícil de “vender” en Brasil de manera masiva es Bolívar. Porque Bolívar no formó parte de la historia brasileña. Los brasileños han podido hacer todos los niveles de su educación y no han oído hablar nunca de Bolívar, porque no integró el ciclo histórico del Brasil, como tampoco lo integró San Martín. La manera de meter a Bolívar y a estas ideas bolivarianas y sanmartinianas de integración suramericana por parte del gobierno venezolano fue poner una gigantesca estatua de papier maché de Bolívar en una scola do samba en el carnaval carioca. Fue la Scola do Samba Santa Isabel que, ese año, logra obtener con esa estatua de Bolívar y un tema de integración suramericana, el premio a la mejor scola do samba de ese Carnaval. Y, de paso, haciendo conocer a Bolívar al conjunto del pueblo brasileño.

Toda esta tarea cultural de la que estamos participando en este ciclo es, a mi modo de ver, la tarea más importante que tiene nuestra generación o lo que queda de nuestra generación. Aprender a conocernos cada uno de los latinoamericanos, a conocernos los unos a los otros, porque solamente se puede amar, se puede respetar, se puede querer ser amigo de aquello que se conoce.
Guayaquil significó, por así decir, la apoteosis de Bolívar, en cuanto a sus capacidades políticas y militares. Guayaquil significó también la apoteosis de San Martín en cuanto a su responsabilidad y visión estratégica sobre las grandes responsabilidades que pesaban sobre sus hombros. Hoy, San Martín y Bolívar, y esto es lo que tiene de importante hablar de historia, poder venir al presente, han incorporado a Abreu de Lima nuevamente a sus filas. Brasil no es ya aquel imperio esclavista y europeo implantado en el continente.

Venezuela, Brasil y el Río de la Plata están logrando forjar, en las condiciones del siglo XXI, ese afán, esa lucha por la unidad que expresaron los protagonistas del Encuentro en Guayaquil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Muy bueno, Julio! Felicitaciones. Esta comparaciòn es lo mejor que he visto sobre la relaciòn entre ambos libertadores. Un abrazo. Roberto A. Ferrero