13 de octubre de 2014

Desde el el 17 de octubre al siglo XXI

Con el fallecimiento de Antonio Cafiero se va uno de los últimos muchachos peronistas del 17 de octubre de 1945, esa juventud obrera y de clase media humilde que hizo la jornada histórica que dio luz al peronismo.

Discípulo de Diego Luis Molinari, el antiguo yrigoyenista y uno de los primeros historiadores de nuestra economía, Antonio Cafiero, un estudiante católico de 23 años, acudió con sus amigos a la Plaza donde habían comenzado a reunirse miles y miles de trabajadores del conurbano porteño. Fue uno de los más jóvenes funcionarios del gobierno de Juan Domingo Perón, quien reconoció en el flamante doctor en Ciencias Económicas, un talento que la revolución nacional en marcha no podía perder.

No compartió -y lo explicó muchos años después- la campaña anticatólica que se desató desde algunos pasillos del poder. Pero no por ello abandonó o enfrentó al gobierno que había abierto las puertas a las masas argentinas y lanzado al país al camino de la industrialización y la justicia social.

Con el golpe de estado oligárquico e imperialista del 1955, y junto a miles de peronistas de todos los sectores sociales, sufrió carcel y persecución.

Lejos de abjurar de sus convicciones, Cafiero publicó un libro que es un permanente recordatorio de la tarea transformadora de los gobiernos peronistas y del sentido reaccionario, antipopular y cipayo de los “libertadores” del 55: “Cinco Años Después” (1).

Desde ese año hasta su fallecimiento en esta mañana de octubre, Antonio Cafiero fue un militante cabal y entregado a la causa del movimiento nacido aquel 17 de octubre. El golpe de 1976 volvió a detenerlo y recluirlo en un barco fondeado en el medio del Río de la Plata.

La historia, los meandros inesperados de la política argentina, no permitieron que fuese presidente de la República, un cargo por el que luchó con hidalguía, desde las postrimerías de la dictadura cívico militar hasta las elecciones de 1989. Una vez más, la maldición de Mitre volvería a impedir que un gobernador de la provincia de Buenos Aires se convirtiese en presidente de la Nación.

Su pensamiento y su acción política expresaban el carácter nacional burgués y de un capitalismo autónomo, con base popular y obrera, que caracterizó al peronismo desde su nacimiento. La "renovación" justicialista que Cafiero expresó y por la que recibió fuertes críticas de sectores autodenominados ortodoxos, nunca tuvo, ni en las palabras, ni en los hechos, el carácter de cínica aceptación del status quo vigente y de resignación a la hegemonía imperialista que adquirió la política de gobierno de quien lo derrotase en las internas de 1988. Y cualquier intento ucrónico de suponer su eventual gobierno no es más que un ejercicio de la imaginación.

Su papel, en defensa del gobierno constitucional, durante los sucesos del levantamiento carapintada, siendo presidente del Partido Justicialista, enfrentado políticamente con el gobierno de Ricardo Alfonsín, muestran la diferencia que siempre existió entre el peronismo y los partidos liberales, de izquierda o derecha. No vaciló en concurrir a la Casa Rosada y manifestar con su presencia la solidaridad peronista con un gobierno constitucional amenazado. No fue, en esa oportunidad, un dirigente “de la democracia”, como si fuera una excepción a una regla. Fue un peronista experimentado en sufrir la cárcel y la persecución en cada momento en que la voluntad popular fue pisoteada por el despotismo oligárquico.

La política me dio la posibilidad de conocerlo personalmente y hasta de tratarlo cercanamente. Era un porteño elegante de los años '60, que recibía a sus amigos, a sus compañeros o al periodismo con algún chiste, con algún cuento de doble sentido, y con su voz un tanto engolada, que los imitadores no tardaron en remedar, daba una síntesis política o un informe de situación, siempre informado y justo.

En 1992, viajé a Chile para exhibir en una universidad la película “Cipayos” que dirigió Jorge Coscia. Un diario me hizo un reportaje, que salió a la mañana siguiente. A las 10 de esa misma mañana, una llamada en mi habitación puso en mis oídos la voz de Antonio Cafiero. Me invitaba personalmente a exhibir la película en la embajada para todo el personal. Y me recordaba que el helicóptero que aparece en la misma era el de la gobernación de Buenos Aires, que él mismo me había prestado para la filmación. Proyectamos la película en la hermosa mansión que es la sede de nuestra embajada mapochina y ahí explicó a su personal e invitados el origen del término cipayo en la política argentina. Recordó a Jauretche y los forjistas y volvió a mencionar que el helicóptero había sido su aporte a la filmación.

La muerte de Antonio Cafiero pone, en cierto sentido, punto final a un período de la vida política argentina: la que comenzó en 1983, con la derrota de Malvinas y el abandono del poder por parte de la dictadura. Se trata de un período que se extendió desde 1983 hasta el 2001. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre cerraron ese ciclo y la vieja Patria de la dignidad nacional, los derechos sociales y la unidad latinoamericana volvió por sus fueros. Antonio Cafiero supo reconocerlo. No fue ese el menor de sus méritos para que el gran movimiento popular argentino hoy lo recuerde con dolor.

(1) Por un error de mi frágil memoria escribí primeramente "Ayer, Hoy y Mañana", libro del que es autor el nacionalista Mario Amadeo, participante del golpe oligárquico de 1955 en el sector que encabezaba el general Eduardo Lonardi. En noviembre del 56 este sector fue barrido del gobierno y el liberalismo se adueñó por completo del gobierno dictatorial. Martín Güemes, que evidentemente lee con atención, observo mi equivocación y aprovecho para corregirla (22 de Octubre de 2014)

Buenos Aires, 13 de octubre de 2014

2 comentarios:

Hernán Patiño Mayer dijo...

Muy bueno Julio!!

Lic. Faustino Velasco dijo...

Se cierra una época de lo que pudo ser y no fue.