31 de enero de 2012

Recuperar la decisión nacional en materia energética

En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón
Recuperar la decisión nacional en materia energética


La ex presidenta Isabel Martínez de Perón recurrió -en 1975-, a una medida de soberanía incuestionable: nacionalizó las bocas de expendio de los combustibles, asegurando así un precio uniforme y un suministro ajustado a las necesidades que, como servicio público, debían cumplir las empresas de ese ramo. No fue necesario nacionalizar la producción, porque el grueso de la misma estaba en manos del Estado Nacional por medio de su empresa YPF.

Hoy la situación es diametralmente opuesta dado que, desde la década del 90, la producción y destilación quedaron en manos de compañías extranjeras y una de ellas, Repsol-YPF, tiene una posición dominante que ronda el 60 % del mercado de gas e hidrocarburos del país.

Por ese dominio absoluto, las petroleras han fijado los arbitrarios e insólitos sobreprecios del gasoil, estableciendo un valor mayorista que es superior al de las estaciones de servicio y, en el lapso de 10 años, rebajaron la inversión al mismo tiempo que la producción de crudo disminuyó en más de 10 millones de metros cúbicos.

Semejante poder oligopólico se está ejerciendo, principalmente, contra el Estado Nacional y pone en riesgo el proyecto oficial basado en el desarrollo económico y productivo -que vigorizó la democracia distributiva- al ritmo de las exigencias marcadas por el crecimiento regional de integración con los países del Mercosur.

La Corriente Causa Popular sostiene que la nacionalización de YPF es una medida necesaria y, a la larga inevitable, en la tarea de recuperar la decisión nacional en materia energética. Con ella, el Estado Nacional podrá defenderse con éxito de las maniobras monopólicas extorsivas que hoy impone el oligopolio extranjero. Constituye además una decisión de seguridad nacional, ya que, entre los operadores con capacidad de obstrucción sobre los intereses nacionales, se proyecta la sombra colonial del Reino Unido.

MESA NACIONAL de la CORRIENTE CAUSA POPULAR

Luis Gargiulo (Necochea), Eduardo González (Córdoba), Julio Fernández Baraibar (Cap. Fed.), Eduardo Fossati (Cap. Fed.), Laura Rubio (Cap. Fed.), Juan Osorio (GBA), Cacho Lezcano (GBA), Marta Gorsky (Gral. Roca), Ismael Daona (Tucumán), Alberto Silvestri (Esquina), Magdalena García Hernando (Cap. Fed.), Marcelo Faure (La Paz ER), Tuti Pereira (Santiago del Estero), Ricardo Franchini (Córdoba), Liliana Chourrout (GBA), Oscar Alvarado (Azul); Ricardo Vallejos (Cap. Fed.), Alfredo Cafferata (Mendoza), Juan Luis Gardes (Cipoletti), Omar Staltari (Bahía Blanca), Gabriel Claveríe (Cnel. Dorrego), Rodolfo Pioli (Jujuy) y Horacio Cesarini (GBA). Ateneo Arturo Jauretche - Jujuy

21 de enero de 2012



Nunca menos en las Islas Malvinas

Este año se cumplirá el 30° aniversario del momento en que los argentinos recuperamos las Islas Malvinas al territorio nacional. Y el tema de nuestra soberanía sobre los archipiélagos australes y su ocupación colonial por parte del Reino Unido se ha puesto al rojo vivo.

Bastó que el conjunto de los países latinoamericanos y del Caribe, reunidos en la CELAC, expresaran su solidaridad con los reclamos argentinos y que los países integrantes del Mercosur negasen sus puertos a embarcaciones con la ilegal bandera kelper -actitud ratificada valientemente por el canciller brasileño Antonio Patriota- para que las autoridades de Gran Bretaña volvieran a mostrar sus garras, su prepotencia y su voluntad usurpadora.

Como es sabido, detrás de la cuestión de la bandera kelper, se esconde la intención de Gran Bretaña de dar algún tipo de soberanía a la población inglesa de las islas, para crear una falsa nación -como lo ha hecho tantas veces-, otorgarle un lugar en las Naciones Unidas y, luego, explotar la cuenca petrolífera y, eventualmente, alquilar su territorio para una gran base naval anglo-yanqui. La unánime voluntad continental, expresada en la CELAC y en el Mercosur y Chile, dio por tierra con esta maniobra diplomática. A partir de ello, el primer ministro británico desafió al conjunto de nuestro continente y al sentido común, al calificar el histórico reclamo argentino como “colonialista”, mientras el Foreign Office decidía ampliar su presencia militar en la región austral.

La Corriente Causa Popular sostiene con energía la política adoptada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y apoya las acertadas declaraciones del vicepresidente en ejercicio, Amado Boudou.

La causa de Malvinas es una causa argentina y latinoamericana. Como escribió, en 1982, Jorge Abelardo Ramos: “La guerra de las Malvinas pondría a prueba, como en un laboratorio gigantesco, la solidaridad política, económica y militar latinoamericana con la Argentina. La patria bolivariana resurgiría nuevamente ante el asombro del mundo entero”.

Nuestro histórico reclamo lanzado el mismo día de la violenta ocupación británica, en 1833, es ya un grito unánime de la Patria Grande. También en Malvinas volvemos a decir: Nunca menos.

Buenos Aires, 21 de enero de 2012

MESA NACIONAL de la CORRIENTE CAUSA POPULAR

Luis Gargiulo (Necochea), Eduardo González (Córdoba), Julio Fernández Baraibar (Cap. Fed.), Eduardo Fossati (Cap. Fed.), Laura Rubio (Cap. Fed.), Juan Osorio (GBA), Cacho Lezcano (GBA), Marta Gorsky (Gral. Roca), Ismael Daona (Tucumán), Alberto Silvestri (Esquina), Magdalena García Hernando (Cap. Fed.), Marcelo Faure (La Paz ER), Tuti Pereira (Santiago del Estero), Ricardo Franchini (Córdoba), Liliana Chourrout (GBA), Oscar Alvarado (Azul); Ricardo Vallejos (Cap. Fed.), Alfredo Cafferata (Mendoza), Juan Luis Gardes (Cipoletti), Omar Staltari (Bahía Blanca), Gabriel Claveríe (Cnel. Dorrego), Rodolfo Pioli (Jujuy) y Horacio Cesarini (GBA).

Ateneo Arturo Jauretche – Jujuy

Corriente Causa Popular – Mesa Nacional

En la senda de Manuel Ugarte, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Juan Domingo Perón

E mail: info@ctecausapopular.com.ar

20 de enero de 2012

La victoria de Malvinas

Malvinas es ya uno de los temas candentes de la agenda política del 2012. Como se ha visto, el colonialismo británico librará una batalla diplomática, política y cultural. Los sectores patrióticos de Argentina tendremos, junto al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la responsabilidad de enfrentar esta batalla en todos los frentes. La publicación de este texto de Jorge Abelardo Ramos, de 1983, ilumina el sentido de esta reaparición de la cuestión malvinense en la política argentina y latinoamericana.

La victoria de Malvinas

por Jorge Abelardo Ramos

La autopropaganda inglesa durante siglos transformó en frase de uso común el hecho incierto de que “Gran Bretaña perdía todas las batallas y ganaba todas las guerras”. Ahora ha ocurrido lo contrario. En estas líneas me reduciré a exponer ese hecho irrefutable.

En los últimos cien años la Argentina se integró al mercado mundial dominado por las potencias anglo- sajonas. Desde Roca hasta hoy, en que el sistema ha saltado por los aires, nuestro país se desenvolvió como provincia agraria de Europa. La articulación entre la Europa industrial y la Argentina exportadora de productos primarios permitió un prodigioso crecimiento hasta 1930. En la crisis mundial, la orgullosa factoría de estancieros gordos y vacas flacas se estrelló como el “Titanic” en el iceberg de la década. Volvieron todos los parásitos de París, aterrados por la baja de los precios del ganado. Se hizo célebre la frase: “Quel difference, de París a l’estance”.

Gracias a la depresión mundial, se abrió la posibilidad en los países semicoloniales, de iniciar la marcha hacia la industrialización. La segunda guerra benefició de nuevo a la Argentina al aislarla de las potencias occidentales, absorbidas por sus sangrientas querellas. La prosperidad del mercado interno, los nuevos obreros, la joven burguesía industrial y la aparición de Perón son los signos externos de la nueva época. El nacionalismo industrial de Perón, sin embargo, encontró en la oligarquía un implacable enemigo.

Aunque el peronismo constituyó un gigantesco avance industrial en todos los órdenes, la hegemonía cultural de la europeización en el sistema cultural y educativo no cedió. Parte de las clases medias, a la rastra de los patrones de prestigio de la sociedad oligárquica, constituyó la “base de masa” del poder imperial y sus aliados internos. Como había ocurrido en las dos guerras mundiales (1914–1918 y 1939–1945), la partidocracia y una parte notoria de la “inteligencia” sostuvieron ardorosamente a los “aliados” anglo- yanquis o sea a los explotadores coloniales directos de la Argentina.

Esas mismas fuerzas conspiraron contra Perón entre 1946 y 1955, en que lograron derribarlo. Se trata de los mismos sectores “democráticos” que a partir del 2 de abril se niegan a aceptar el carácter heroico de la gesta, se obstinan en pagar la deuda externa a la banca inglesa y tienden una cortina de humo sobre este grandioso acontecimiento del siglo XX. Han reemplazado todo análisis sobre el imperialismo invasor por una insustancial palabrería dirigida al comicio. Son los apóstoles vacíos de la “democracia formal”. Ayer reverenciaban a Roosevelt y a Churchill. Hoy lo hacen con Mitterrand, Felipe González y otros escandinavos. Todos ellos son representantes del colonialismo europeo; bloqueadores de la Argentina. De este modo, la guerra de Malvinas, como lo afirma burlonamente la señora Thatcher, habría sido la lucha de la “democracia inglesa” contra la “dictadura argentina”.

Quien esto escribe ha sufrido varios procesos y detenciones a manos de este régimen que agoniza. No tengo benevolencia hacia Galtieri ni hacia ninguno de sus colegas anteriores o posteriores. Pero comprendo muy bien a la partidocracia sucesora de Saturnino Rodríguez Peña (aquél que ayudo a escapar al general Beresford, cuando la primera invasión inglesa). No falta entre ellos quienes proponen el día 2 de abril como “día de luto”. Gracias a esa sociedad anglófila que venera a Europa o a EE.UU., se formó una clase “democrática” devota de todas las guerras ajenas y héroes alógenos. Son el producto directo de esos bachilleratos franceses importados por Mitre, indiferentes a la América Criolla, capaces de ahogar en un hastío glacial las mejores vocaciones y las rebeliones más originales, seguidos de una universidad productora de especialistas indiferentes al destino nacional, siempre dispuestos a emigrar por un buen contrato en el exterior.

¡Cómo para entender la guerra de Malvinas con un sistema cultural que reposa en el dilema sarmientino de “civilización o barbarie”, que según cabe imaginar sitúa la barbarie en América y la civilización en Europa! Se trata del mismo Sarmiento que había escrito al general Mitre: “No ahorre sangre de gauchos. Son lo único que tienen de humano”. A su lado; ¿podrían entender la guerra con Inglaterra los “izquierdistas portuarios”, tan alejados del drama argentino como los terratenientes que vivían en Europa? La primera pregunta que brotó en todos los labios de la Argentina ilustrada fue: ¿por qué razón ahora ocupó Galtieri las islas? ¿Qué propósitos se ocultaban detrás del acontecimiento? ¿Ambiciones personales, etcétera? Cuando la flota inglesa avanzó armada hasta los dientes, tras la hipócrita euforia inicial, todos empezaron a retroceder, a murmurar, a conspirar. Así se gestó una intriga palaciega de políticos nativos y embajadores extranjeros destinada a derrocar a Galtieri y facilitar un “gobierno de transición” hasta el ansiado comicio. A esta Argentina político institucional se le ocurrió entonces calificar al 2 de abril con la frase de: “Una aventura irresponsable”. Según se sabe, es la tesis británica. Los cipayos (vocablo hindú que designaba de ese modo a los nativos aliados al usurpador inglés del suelo nacional) estaban horrorizados. Borges sentía que se hundían las columnas de Hércules. Los “demócratas” consideraban que esa heroica lucha contra el imperialismo no podía ser realmente legítima porque procedía de un gobierno malo y de Fuerzas Armadas que no merecían confianza. Pero lo notable de los aspectos políticos de la guerra de Malvinas es que la mayor parte de los partidos políticos argentinos habían apoyado directamente al régimen nacido el 24 de marzo de 1976 y habían ocupado (y siguen ocupando hoy) miles de cargos, desde intendentes hasta ministerios provinciales, ministerios nacionales y embajadas.

Solo se alejaron del gobierno (pero no de los cargos mencionados) cuando el histórico giro del 2 de abril puso en evidencia que la Argentina había entrado en conflicto con las pérfidas potencias del Occidente colonialista, y sus aliados de la usura mundial. Entonces descubrieron muchos de estos partidos que este régimen era una dictadura.

Pero cuando está en juego el suelo de la patria, sólo un cipayo puede preguntarse si el gobierno que conduce la guerra le gusta o no. Si San Martín hubiese renunciado a luchar contra el Imperio español al descubrir a su llegada a Buenos Aires la catadura de Rivadavia y Pueyrredón, quizás seríamos todavía súbditos del rey de España.

El pueblo argentino y los hermanos de la Patria Grande comprendieron instantáneamente que la Argentina, había emprendido una gran gesta. El 3 de abril, hasta los ultrademócratas y los severos “izquierdistas” se informaron que los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, etcétera, habían votado contra nuestro país, en el Consejo de Seguridad mientras que China, la URSS, Polonia y España, se abstenían. Sólo voto a nuestro favor la gallarda República de Panamá, por la boca de su canciller Illueca. El apoyo provenía del legendario suelo al que había convocado Bolívar en 1826 para fundar entre todos una “Nación de Repúblicas”.

Con las tropas argentinas en las Malvinas, saltó en pedazos el TIAR y la Doctrina Monroe, los simuladores de la “democracia” europea y los admirados yanquis de Alexis de Tocqueville, en suma, los modelos ideales en que habían sido educados los oficiales de las tres armas en la Argentina. Volvimos nuestras miradas hacia la América latina. Nicaragua sandinista nos apoyó lo mismo que Cuba. Por encima de todo, éramos latinoamericanos. Y este hecho de trascendencia mundial, que reubicaría a la Argentina en el campo del Tercer Mundo junto a aquellos pueblos que como nosotros luchaban por su independencia nacional, sería objeto de una feroz campaña de “desmalvinización” que no cede ni un solo día.

El 2 de abril resolvió con el irresistible poder de los hechos esta paradoja: las mismas Fuerzas Armadas que habían entregado el poder económico durante siete años a los abogados de Inglaterra y Estados Unidos, se enfrentaron con los amos imperiales y rompieron a cañonazos esa alianza. Por esa causa, Gran Bretaña ganó una batalla y perdió la guerra.

[1983]

19 de enero de 2012

Las Malvinas vuelven a salir de su manto de neblina

El último cadaver que la vuelta al régimen constitucional había dejado escondido en el ropero -como en esas viejas películas de suspenso- ha reaparecido con su presencia ominosa. Malvinas, la ocupación colonialista de nuestro territorio por parte del Reino Unido, su recuperación en 1982 y la guerra contra nuestros soldados lanzada criminalmente por el usurpador, con la complicidad de los Ee.UU. se han hecho presentes a poco de iniciarse el año en que los argentinos recordamos el 30° aniversario de aquel glorioso 2 de Abril.
Para ayudar a la gran batalla política, diplomática y cultural en la que están involucrados el conjunto de los países latinoamericanos contra la usurpación británica, publico aquí el último capítulo del libro "Historia de la Nación Latinoamericana" de Jorge Abelardo Ramos, en su última edición, donde el autor despliega con su reconocido dominio el significado profundo -histórico, político y cultural- de la Guerra de Malvinas.
JFB

Impacto del Exocet argentino en la fragata misilística HM Sheffield, 4 de mayo de 1982. La fragata terminó hundida unos días después.


CAPÍTULO XVII

DE BOLÍVAR A LAS MALVINAS





La guerra de las Malvinas replanteó con el lenguaje de las armas, última ratio de la historia, la exigencia de consumar la unidad política económica y militar de la Patria Grande. Debemos concluir de una vez con la intolerable ironía de que la América Criolla sea una Nación en todos los aspectos, menos en aquéllos que resultan decisivos para defender su dignidad, el nivel de vida de sus hijos y su gravitación cultural en el mundo.

1. Bolívar y el movimiento de las nacionalidades en el Siglo XIX.

Ni Bolívar ni San Martín combatieron pura y simplemente por la independencia de las colonias españolas en América. Por el contrario, ambos capitanes se esforzaron por todos los medios en mantener unidas las provincias americanas del Imperio a su centro metropolitano español. Tal es el significado de las conversaciones de San Martín con el Virrey La Serna en Pinchauca. En Colombia, Bolívar meditaba lo mismo que San Martín. De allí nació su proyecto de una Confederación entre América y España. Sería un Imperio “compuesto de Repúblicas perfectamente independientes, reunidas para su felicidad bajo el dominio de una Monarquía constitucional”.

Pero las Cortes liberales de 1820, que ni siquiera querían admitir la igualdad de las provincias americanas con las de España, rechazaron el proyecto. Eran la expresión de la raquítica burguesía española, incapaz de realizar su revolución democrática y que capitula una y otra vez ante el absolutismo.

La independencia fue irremediable y, a la vez, trágica. Pues la independencia de España nos costó la “fragmentación” en 20 repúblicas impotentes y la subordinación a los nacientes imperios anglosajones. ¿Cuál era, en consecuencia, la esencia del pensamiento político de Bolívar? Crear una Nación americana. Si era posible, proteger su crecimiento y fortalecer su débil estructura bajo el manto protector del viejo Imperio Español, con la garantía del carácter constitucional de su centro monárquico.

La explicación es muy simple. Tanto Bolívar como San Martín, O'Higgins, Alvear y muchos otros soldados de las guerras contra España habían sido oficiales del Rey en la metrópoli. Eran hijos de una época dominada por dos grandes temas: la revolución francesa, con sus Derechos del Hombre y del Ciudadano y las campañas napoleónicas, que contribuyeron a la constitución de nuevos Estados Nacionales. El Siglo XIX ha sido llamado, justamente, el siglo del movimiento de las nacionalidades. Pero la formación de los Estados Nacionales unificados en Europa, que serían formidables palancas para su progreso, encontró insuperables obstáculos en la América Criolla. No sólo se oponen a la unidad nacional de América Latina las potencias anglosajonas, cuya divisa, tomada de los romanos, sería divide et impera, sino que las oligarquías portuarias y los grandes hacendados fortalecidos después de las guerras contra España, habrían de confiscar el poder. Las clases dominantes criollas se aliaron al poder imperialista extranjero. Despojaron al pueblo de América Latina de dos valores esenciales: a) la democracia política y económica, y b) el acceso a la civilización moderna, sólo posible por la unidad de la América Criolla en una poderosa Confederación. Tal sería un resumen posible de la historia de América Latina.

2. Oligarquía e imitación.

El triunfo del parasitismo oligárquico, que requiere para continuar en el poder la fragmentación de la Nación Latinoamericana, se revela esencial al dominio imperialista, lo mismo que la formación de un sistema de partidos políticos domados, una “inteligencia” colonizada y un aparato cultural que, en el caso de la Argentina, adquiere una fuerza semejante al de un ejército de ocupación. Tales apoyos del poder imperial, que hablan generalmente nuestro mismo idioma, constituyen una pieza clave de la aludida dominación extranjera. El Gobernador Roberts decía en 1842, en la India conquistada por Gran Bretaña, palabras de una claridad penetrante: “Es una terrible experiencia gobernar sin la ayuda de intermediarios de extracción nativa”.

La división de América Latina desencadenó un proceso contradictorio: los centros mundiales de poder se enriquecían mientras las nuevas Repúblicas se empobrecían. El imperialismo saquea América Latina y realiza su acumulación, es decir, la realiza a costa de nuestra impotencia y atraso. Las clases nativas mencionadas se forman culturalmente en la veneración de las instituciones europeas, sus modas, sus libros, sus ideas y Constituciones, sus vinos y trajes, mujeres y vicios. Toda una literatura a principios de siglo va a dar testimonio deplorable de la anglomanía o francomanía lugareñas. Cada país latinoamericano se incomunica entre sí y estrecha sus lazos con un poder imperial. Las provincias se llaman ahora naciones, pero en realidad son semicolonias apenas disfrazadas por los símbolos externos de un país soberano: escudos, banderas, monedas, Constituciones, Códigos Civiles, instituciones parlamentarias, aduanas cerradas para sus vecinos y abiertas para los imperios, etc. Todo se vuelve estéril o imitativo. Las burguesías comerciales se reparten, junto al capital extranjero depredador, la riqueza nacional. Una parte de la inteligencia literaria, profesional o técnica de la América Latina no cesa de imitar o de adorar cuanto producto proviene de Europa, cuando no va a Europa a arrodillarse ante él. Como el orangután que imaginaba Blanco Fombona y que al imitar a su amo mientras se afeitaba, terminó por degollarse con su navaja, ante el espejo.

Así esa inteligencia en la Argentina, en las palabras de Borges, expresará: “soy un europeo en el destierro”.

La escritora oligárquica Silvina Bullrich escribiría: “Mi hogar está en París y mi oficina en Buenos Aires”. Julio Cortázar afirma que se fue de la Argentina hace 30 años porque “los altoparlantes con los bombos peronistas le impedían escuchar los Cuartetos de Bela Bartok” y que “prefería ser nada en la ciudad que lo es todo a ser todo en la ciudad que no es nada”.

Que unos sean de derecha o de izquierda, poco importaba en la factoría pampeana hechizada por la Inglaterra victoriana. Estos intelectuales y partidos “demoliberales”, hace 40 años apoyaban jubilosamente a las democracias coloniales en guerra con las potencias europeas totalitarias. Son los mismos que hoy consideran la guerra de las Malvinas como una aventura irresponsable. En 1941 pugnaban por el ingreso de la Argentina a la guerra imperialista a fin de defender a Inglaterra. Ahora rechazan la guerra argentina contra Inglaterra. El orangután sigue frente al espejo.

Muchas colonias terminan por independizarse políticamente de las metrópolis y adquieren la ficción de un “status” jurídico de soberanía formal. Entonces, el imperialismo mundial, en particular en los últimos veinte años, enlaza a las antiguas colonias con las cadenas del endeudamiento financiero y vuelve a someterlas mediante el poder extorsivo de la deuda externa. Es interesante a este respecto citar nuevamente al patriota Nehru, que escribió las siguientes reflexiones, detenido en una prisión de su propio país, la India, por orden del “gran demócrata” Churchill, mientras Inglaterra luchaba por la “democracia” mundial en 1944: “Para los ingleses la India era una finca muy vasta que pertenecía a la Compañía de las Indias Orientales y el propietario era el representante mejor y más natural de su finca y de sus arrendatarios. Ese criterio se mantuvo incluso después de que la Compañía de las Indias entregara su finca de la India a la Corona Británica, con una muy lucida compensación a costa nuestra. Así comenzó la deuda pública de nuestro país. Era el precio de compra de la India pagado por la India”.

Así fue como en 1902, Venezuela fue amenazada en sus costas por una flota inglesa y otra alemana, enviadas por los acreedores europeos. Fue en esa ocasión que el General Roca, Presidente de la Argentina, por medio de su canciller, formuló la Doctrina Drago, que condenaba en América el cobro compulsivo de la deuda externa. Era un fugaz relámpago del pensamiento bolivariano, sometido a prolongados eclipses. El Atlántico Sur ahora lo convoca con inmensa fuerza en los días que corren.

3. Breve historia de piratas.

En 1806 desembarcaron en las proximidades de Buenos Aires 7.000 soldados Británicos. Venían al mando del General Beresford. Ocuparon a una Buenos Aires aldeana con toda facilidad. Beresford se instaló en el Fuerte (actual Casa de Gobierno en la Plaza de Mayo) y comenzó a estrechar lazos con algunas familias de la “gente decente”. Pero los gauchos de los alrededores se organizaron en milicias y con algunos regimientos españoles y criollos, empezaron a luchar. Las mujeres, desde los techos bajos de las casas cercanas al Fuerte, arrojaban sobre los ingleses aceite hirviendo y grandes piedras. Se luchó casa por casa y los criollos vencieron a los soldados del Rey inglés. Beresford fue tomado prisionero pero logró huir, ayudado por Saturnino Rodríguez Peña. Este porteño anglófilo fue pensionado de por vida en el Brasil por el gobierno de Su Majestad. A pesar del tiempo transcurrido, todavía Beresford cuenta en la Argentina con abnegados amigos. Al año siguiente, el Imperio Británico persistió en el intento. En 1807 aparecieron 110 velas en el Río de La Plata. Desembarcaron esta vez 12.000 hombres al mando del General Whitelocke. Derrotados por los criollos, fueron capturados y reexpedidos a Inglaterra.

La tercera invasión inglesa obtuvo mejor éxito. En 1833 desembarcaron en las Islas Malvinas y se quedaron 150 años. Para imponer su presencia comercial en los ríos interiores argentinos, una flota anglo-francesa se abrió camino en el Paraná en 1845. Escasas fuerzas argentinas, al mando del General Lucio Mansilla, tendieron una cadena, a falta de naves nacionales, en la famosa batalla de la Vuelta de Obligado. En 1877 una cañonera británica pretendió intimidar al gobierno argentino para favorecer una maniobra financiera poco clara de un gerente inglés en un Banco de la ciudad de Rosario. Finalmente, en 1982, la flota de la Reina, cargada de oficiales coloniales y de gurkas degolladores, con un refinado armamento electrónico, reocupó las Islas Malvinas, y estableció una base con armamento nuclear en el suelo de América Latina.

4. Antes de Galtieri.

Un año antes de la reconquista de las Malvinas se hizo perceptible que los ingleses, al cabo de 150 años de intercambio de notas diplomáticas, se disponían a mover otra pieza en su tablero estratégico. Por un lado habían resuelto deshacerse de su flota, reliquia de mejores tiempos imperiales. Por otro, aspiraban a contar con las Islas Malvinas a un bajo costo y a la luz de las exigencias de su posición actual en el mundo. Esto último debe entenderse en el sentido de proceder sin dificultades a la explotación del petróleo del área malvinense que los geólogos consideran de una capacidad mayor que la de Arabia Saudita y a la industrialización del Krill, pequeño crustáceo de alto poder proteico, que es una de las mayores reservas mundiales en materia de alimentación. Finalmente, reforzar la importancia inglesa en la OTAN, mediante el control militar del Estrecho de Drake y sus aspiraciones a la Antártida. Pero Inglaterra no deseaba negociar con la Argentina. Advirtió, mediante el M16 (Servicio de Inteligencia Británico) en Buenos Aires, que la Argentina no aceptaría el cumplimiento de los 150 años de la ocupación inglesa en las islas sin una modificación sustancial de dicha situación. Desde 1965, en los Estados Mayores de las Fuerzas Armadas se venían realizando anualmente ejercicios y planes alternativos para la ocupación de nuestro Archipiélago. Sólo faltaba la decisión política. A partir del año mencionado, siempre hubo planes militares para la acción inmediata.

Los ingleses elaboraron un proyecto maestro a bajo costo, truncado el 2 de abril de 1982 por la ocupación militar de las Malvinas. Ese plan consistía en “descolonizar” las Malvinas. Se trataba de fundar de la noche a la mañana un nuevo “Estado Soberano”, el de las “Falkland Islands”, con un Primer Ministro (quizás el mismo “barman” del único “pub” de Port Stanley), pedir a las grandes potencias un intercambio de cónsules y solicitar su admisión a las Naciones Unidas y a la OEA. El reconocimiento diplomático de Gran Bretaña, Estados Unidos y demás socios de la OTAN europea sería inmediato. No menos fulminante sería el tratado que el flamante Primer Ministro malvinés firmaría con Estados Unidos, otorgándole un contrato de arriendo por 99 años para la construcción de una base aeronaval, que sería luego puesta a disposición de los socios de la OTAN. La intriga no sólo encajaba dentro de la tradición de Lord Ponsonby sino también en el plan de austeridad fiscal impuesto por el gobierno conservador de la señora Thatcher.

Nada podía ser más oportuno que llevar a cabo la operación diplomática en el feliz año de 1982, en que al fin un verdadero Presidente militar pro-occidental se había hecho cargo del gobierno en la Argentina.

5. ¿Por qué se plantea hoy la unidad de América Latina?

La unidad del Estado se forma en Europa como resultado del desarrollo del capitalismo. Al trocarse en potencias imperialistas, impiden a su vez a otras regiones del planeta históricamente rezagadas que ingresen al camino del capitalismo y se constituyan en Estados Nacionales unificados. Tal es el caso del Medio Oriente árabe o de los Estados de la América Criolla. El imperialismo se opone al crecimiento del capitalismo en las colonias. Gracias al resorte propulsor e involuntario de las grandes crisis mundiales (1914, 1939, el crack de 1929) aparecen en los países coloniales o semicoloniales formas embrionarias de capitalismo industrial. Grupos de burguesías locales se vinculan al mercado interno. Por su parte, el gran capital imperialista, estrechamente vinculado a las oligarquías agrarias, mineras o financieras, se opone al desenvolvimiento de estas nuevas burguesías, empleando todos los medios, sean políticos, económicos o militares.

Esta lucha de clases se da con frecuencia, pero no se trata de la lucha de clases habitualmente conocida como el duelo entre la burguesía y el proletariado según el modelo europeo, sino de una lucha menos mencionada en los libros y más vista en la realidad, que es la lucha entre la clase oligárquica y la nueva burguesía. En este sentido, podría decirse que la dictadura militar en la Argentina, guiada por la pandilla de Martínez de Hoz, ha luchado con tal éxito contra la burguesía nacional, que ha terminado por destruirla. Pero esto no podría significar en modo alguno que Martínez de Hoz ha llegado al socialismo, sino, por el contrario, que la oligarquía ha logrado dejar sin trabajo a dos millones de obreros y obligado a los industriales a transformarse en importadores, financieros, estafadores, o, en otros casos, a emigrar. A diferencia de todos los países de Europa o Estados Unidos, donde la norma es el triunfo económico y político de la burguesía urbana sobre sus antiguos adversarios de la nobleza agraria, en América Latina la burguesía industrial es minoritaria en todas partes y rara vez está en condiciones de ocupar el poder, sino mediante caminos indirectos como en el caso del Ejército y del peronismo entre 1945 y 1955, en la Argentina.

Resulta evidente, ante todo lo dicho, que la unidad de América Latina no se plantea hoy como exigencia del desarrollo de las fuerzas productivas en busca del grandioso mercado interno de las 20 Repúblicas, sino justamente por la razón opuesta. A fin de lanzarnos resueltamente por el camino de la civilización, la ciencia y la cultura, exactamente para desenvolver el potencial económico de nuestros pueblos sea por la vía capitalista, por medio del capitalismo de Estado, por la ruta de un socialismo criollo o por una combinación de todas las opciones mencionadas, América Latina necesita unirse para no degradarse. No es el progreso del capitalismo, como lo fue en Europa o Estados Unidos el que exige hoy la unidad de nuestros Estados, sino la crisis profunda y el agotamiento de la condición semicolonial que padecemos.

La guerra de las Malvinas, en el cuadro de esta lenta decadencia, ha irrumpido y vuelto a plantear todo de nuevo y aquella figura retorizada, abrumada en el bronce, venerada en la rutina escolar inmovilizada y divinizada, es decir Simón Bolívar, ha cobrado vida en el Atlántico Sur. Vuelve a montar a caballo. Toda la América Latina ha recobrado la memoria histórica perdida. Ahora se entiende al fin el significado de voces olvidadas y precursoras: Torres Caicedo, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Haya de La Torre. Y se podrá comprender que ni el nacionalismo, ni la democracia, ni el socialismo poseen el menor significado en América Latina, si no se reencarnan en un programa general de Revolución Nacional Unificadora de La Patria Grande. La guerra de Malvinas, con el fulgor del relámpago, enseñó a los latinoamericanos que realmente tienen una patria común.

6. Nacionalismo de los países opresores. Nacionalismo de los países oprimidos.

La guerra de las Malvinas permite reformular problemas de una gran importancia, frecuentemente oscurecidos por una fraseología que gira alrededor de un “democratismo” puramente verbal. La asimilación de un país imperialista u opresor con el nacionalismo de un país oprimido o semicolonial es un concepto típicamente europeo. De ese modo, no faltaron “demócratas” y aun “marxistas” que identificaron el nacionalismo de Hitler con el nacionalismo de Perón, o el nacionalismo de Gandhi con el de Mussolini. Aunque se trata de una trivialidad teórica (que se degrada hasta trocarse en impostura política), será preciso referirse a ella pues los poderosos intereses que regulan en América Latina el poder real, han introducido tales falacias hasta en el olimpo del ámbito académico. La guerra de las Malvinas reabrió el debate. Algunos sectores, en la propia Argentina y, naturalmente en Europa, legitiman la agresión de la flota inglesa en el Sur. Al fin y al cabo era una lucha entre la democracia británica contra la dictadura militar del general Galtieri.

El nacionalismo de Hitler expresaba la suprema forma del terrorismo del capital financiero en busca de una redistribución colonial en un mundo oprimido por las potencias rivales. La democracia inglesa, belga o francesa, por el contrarió, eran “pacifistas”. Gozaban de la explotación colonial de continentes enteros. Su servicial doctrina reposaba en el “statu-quo”. Una guerra sólo podía poner en peligro el botín conquistado. Así Inglaterra resulta hoy pacifista en relación con la Argentina. Hasta hay en Buenos Aires “pacifistas anglofilos”. Desean poner fin a la disputa en nombre de una paz imperial.

El nacionalismo de Perón o de Velazco Alvarado, a diferencia del nacionalismo japonés, nazi o fascista, encarnó la resistencia de los pueblos débiles contra un imperialismo explotador oculto tras la “máscara democrática” de las potencias de occidente o de Oriente.

Justamente el caso de la oposición entre democracia formal y democracia real adquiere en Bolívar un profundo significado. Para abrir el camino a una sociedad civilizada unida y soberana, Bolívar concibe el Proyecto de una Presidencia vitalicia. Belgrano y San Martín, en el Sur, meditaban un proyecto parecido, el de establecer una Monarquía, instalando en el trono a un descendiente de los Incas. El sol de la Bandera creada por Belgrano y que es hoy la bandera argentina de guerra, es símbolo inca. Los Libertadores perseguían el objetivo central de encontrar un foco centralizador del poder que evitase las tendencias centrífugas generadas por el atraso, las grandes distancias y las intrigas diplomáticas anglosajonas. Como América Latina, tras la larga dominación española, carecía del desarrollo capitalista, con una burguesía urbana y una monarquía absoluta, factores esenciales para generar la unidad del Estado, Bolívar había meditado una forma especial de centralización del poder que preparase en un largo trecho histórico el tránsito hacia una democracia representativa. Por tal razón, así como San Martín fue acusado de “monárquico” por los tenderos del puerto de Buenos Aires interesados en el librecambio, Bolívar, a su vez, fue combatido por el célebre leguleyo Santander, localista como el porteño Rivadavia, de aspirar a la “dictadura”. Y, en efecto, tanto Santander, como Rivadavia o Casimiro Olañeta en el Alto Perú, eran “demócratas” en el sentido de que eran elegidos por las reducidas oligarquías comerciales, mineras o latifundistas de sus comarcas respectivas para impedir la formación de una gran Nación. En la recién fundada Bolivia, todos los propietarios de indios y minas eran opuestos a Sucre y Bolívar que habían abolido en el papel el régimen de la mita, o sea la esclavitud indígena, antes de desaparecer de la escena.

América Latina es el objeto del hazmerreír europeo por las crisis cíclicas de sus instituciones democráticas. Sin embargo, para conocerse a sí misma, América Latina debe preguntarse: ¿cómo lograron la democracia las naciones europeas que más próximas han estado de la historia de nuestro continente?

En primer término, abrieron el camino a la democracia por medio de la dictadura. Oliverio Cromwell, Protector de Inglaterra, cortó la cabeza a Carlos I, encarnación del absolutismo. A su vez, en Francia, Robespierre y el partido jacobino, decapitaron a Luis XVI y su mujer, con los mismos fines. Estos regicidios no eran el único recurso. Hicieron lo mismo con parte de la nobleza feudal que se resistió al nuevo poder burgués y popular. La segunda fase del proceso democrático en Europa pasa por la explotación colonial. La acumulación de capital extraído de las colonias africanas, asiáticas y americanas, permite mantener cierto nivel de vida en las metrópolis, desarrollar la técnica, investigar la ciencia, mantener grandes flotas, construir enormes fábricas y echar las bases de la democracia europea. En cambio, para sostener la democracia en las metrópolis, se requiere mantener el terror y el despotismo militar en las colonias. Democracia y dictadura son indisociables en la historia de las potencias europeas.

El saqueo de Bengala ayuda a la revolución industrial de Inglaterra”, escribe en sus memorias Pandit Nehru.

7. Los generales argentinos occidentales se enfrentan con Occidente

En diciembre de 1981 el general Galtieri y su nuevo Canciller, el Dr. Nicanor Costa Méndez, se habían referido públicamente a la necesidad de purificar, “blanquear” la política exterior de la Argentina. Esto no era nuevo. Ya el Ministro del Interior precedente de la dictadura, General Albano Harguindeguy, se había envanecido en una conferencia de prensa de que la “Argentina se contaba entre los dos o tres países blancos del mundo”.

Al mismo tiempo, expulsaba del país a trabajadores chilenos, bolivianos y paraguayos. Cierto tipo de militares latinoamericanos participaban del mismo punto de vista. Por ejemplo, el general boliviano Vázquez Sempertegui, ilustre pensador contemporáneo, de la misma escuela filosófica que el general argentino, había dicho: “Hay que mejorar la raza mediante la inseminación artificial”.

El general Galtieri afirmó que era imperioso ubicarse junto al Occidente. Su canciller, el Dr. Costa Méndez se refirió despectivamente al conjunto sospechoso de los Estados del Tercer Mundo. El General Calvi, Jefe del Estado Mayor del Ejército, había elogiado, por su parte, las relaciones argentinas con la racista Sudáfrica. El genio inventivo de García Márquez quedó reducido a la nada cuando la elusiva y fabulosa Clío desenvolvió toda la intriga. Los Estados Mayores de las fuerzas armadas, advertidos de los planes británicos, resolvieron precipitar la acción de reconquista de las Islas Malvinas. Fundaron su decisión en varias hipótesis, todas erróneas. La primera de ellas era la neutralidad benévola de Estados Unidos en la solución del problema. Resultaba lógico para los militares argentinos suponer que el gobierno norteamericano, agradecido por el envío de 500 instructores militares a Centroamérica para ayudar a los planes yanquis de invasión de Nicaragua y El Salvador, jamás actuaría contra los intereses argentinos en las Malvinas. Tampoco Gran Bretaña, en vísperas de vender su flota, y aliada de Estados Unidos, reaccionaría mediante acciones militares. Era sensato suponer que Estados Unidos mediaría para lograr una solución tan satisfactoria para su aliado anticomunista del Sur como para su aliada europea de la OTAN. Por lo demás, se contaba con el apoyo diplomático mayoritario en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero nada de eso ocurrió. Sucedió exactamente lo contrario. El 3 de abril, al día siguiente de la ocupación argentina, en el Consejo de Seguridad votaron contra la Argentina tres de los gobiernos que cuentan con poder de veto: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Los dos gobiernos que también son miembros permanentes del Consejo de Seguridad y asimismo tienen poder de veto, se abstuvieron en la votación: fueron los gobiernos de la URSS y de China. Sólo un país, de la América Criolla, votó gallardamente a favor de la Argentina en el Consejo de Seguridad. Fue la República de Panamá, por la boca de su Canciller, el Dr. Jorge Illueca. En esa misma tierra, en 1826, el Libertador Simón Bolívar había convocado a los estados emancipados del Imperio español a reunirse en una gran Federación. De Panamá regresaba ahora el eco del gran mensaje, que parecía olvidado para siempre. Y así fue: Bolívar, Panamá, las Malvinas.

Hasta último momento, a mediados de abril, Galtieri y los generales esperaron que Estados Unidos cumpliera con sus amigos del Sur. Cuando el Presidente Reagan anunció que su gobierno apoyaría con todos sus medios a Gran Bretaña, ya navegaban en aguas del Atlántico Sur los submarinos atómicos ingleses. Su bloqueo marítimo impidió a la Argentina la afluencia del material de guerra, en particular la artillería de costa de 155 mm, que habría vuelto inexpugnable las islas a la invasión inglesa. Recién entonces, los generales argentinos pro occidentales comprendieron que había que enfrentar una guerra con el Occidente colonialista. Entraron en guerra cuando ya era tarde para hacerlo. Si hubieran sabido desde el principio lo que ocurriría, jamás hubieran ocupado las Malvinas. El general Galtieri se volvió antioccidental; y el Dr. Costa Méndez, abogado de grandes empresas inglesas, pronunció excelentes discursos antiimperialistas. Estos cambios son frecuentes en la historia universal. Más allá de las intenciones y propósitos de los participantes; los acontecimientos que desencadenaron son infinitamente más importantes que los circunstanciales actores. Hegel llamaba a tales disparidades, “ironías de la historia”.

Los Generales debieron declarar abominable todo lo que habían adorado y dar vuelta al poncho bajo el torrente de hierro y fuego. América Latina y el Tercer mundo los esperaban.

8. Explicación histórica de fondo de la crisis de las Malvinas.

La inesperada guerra del Atlántico Sur exige una dilucidación más profunda que los simples hechos narrados o que una investigación del misterio psicológico del general Galtieri. Es perfectamente trivial, cuando no ridículo, suponer que la mayor operación de guerra aeronaval emprendida por la tercera potencia militar del mundo desde la crisis del Canal de Suez en 1956, obedeció a que el General Galtieri pretendía mejorar “su imagen” o aspiraba a quedarse en el poder. No han faltado aquéllos que han visto en el drama de las Malvinas un duelo entre la democracia inglesa y la dictadura argentina.

La explicación esencial reside en que la imponente arquitectura económica, política y cultural erigida sobre la complementación productiva y comercial entre el Imperio Británico y el Río de La Plata (Uruguay incluido) ha desaparecido para siempre. Duró algo más de un siglo. Después de cien años de esplendor ya nada queda de aquella alianza que llegó a su cima en la década posterior a la muerte de la Reina Victoria y que luego declinó lentamente. Había constituido una expresión notable del intercambio entre los “países-granja” y la “nación-taller”, una verdadera muestra “in vitro” de las teorías de Adam Smith. Por lo demás, la contribución inmigratoria de los países agrarios atrasados de Europa, permitió construir una sociedad criolla europea, con una pátina de modernidad. De tal manera se formó una clase media demoliberal con fuertes propensiones imitativas en el orden cultural, tanto como en el orden político, así como una oligarquía dominante intensamente educada en las normas de los refinados consumos de la plutocracia europea. La “semi-colonia próspera” comienza a desaparecer y a hundirse en una crisis profunda a medida que Inglaterra y Europa se retiran del Río de La Plata. La fundación y funcionamiento del Mercado Común Europeo hacia 1960, va a cerrar el período. No resultó una casualidad que el terrorismo de ciertos sectores de la clase media acomodada del Uruguay y la Argentina hagan su aparición al mismo tiempo que se disuelven en la nada los lazos económicos, políticos y culturales que habían permitido un siglo antes traer al mundo social esas mismas clases.

La Comunidad Económica Europea se esfuerza por encerrarse en sí misma, en procurar un mercado pan-europeo y en realizar su propio abastecimiento agrícola y ganadero. El año 1981 la Europa de la CE exporta al mercado mundial 600.000 toneladas de carne subsidiadas con “precios políticos”. Esto no sólo significa la ruptura radical con los países del Plata que durante un siglo habían abastecido con sus praderas al consumidor europeo, sino también el fin oficial y categórico del “liberalismo económico” y de la “división internacional del trabajo”. Todas las clases sociales ligadas en la Argentina al comercio exterior con el Viejo Mundo, quedan marginadas. Y todos los símbolos literarios, jurídicos y políticos elaborados durante el prolongado período histórico de complementación que acabo de señalar y que habían destacado a la Argentina como al “país más europeo y menos latinoamericano” de la América Criolla, se ofrecen a la curiosidad pública como piezas anacrónicas: las razas inglesas de toros Shorthorn, las categorías libreempresistas de la oligarquía pampeana, el orgullo dudoso de pertenecer a una raza blanca (dentro del área bonaerense) y hasta el propio poeta Borges, sobreviven como reliquias de una época que ha tocado a su fin.

El enfrentamiento armado por las Malvinas habría sido inconcebible tres décadas antes: ningún gobierno argentino lo hubiera emprendido y ningún país europeo habría respondido con la guerra. Pero ya nada unía a la Argentina ni con Inglaterra ni con Europa, convertida al más cerrado proteccionismo.

La guerra de las Malvinas, por el contrario, pondría a prueba, como en un laboratorio gigantesco, la solidaridad política, económica y militar latinoamericana con la Argentina. La patria bolivariana resurgiría nuevamente ante el asombro del mundo entero.

9. El giro militar en las Malvinas y el doble carácter de los Ejércitos latinoamericanos.

El brusco viraje de los generales argentinos hacia la guerra con Inglaterra y la adopción de un lenguaje anticolonialista requiere algunas observaciones.

En su mayoría, los oficiales de las Fuerzas Armadas en América Latina, proceden de las clases medias. Del mismo modo que los egresados de las Universidades, los miembros de las Fuerzas Armadas están sometidos a las presiones políticas y culturales de todas las fuerzas que libran su batalla en las frágiles sociedades de América Latina. Esto explica las mutaciones corrientes de los Ejércitos.

Los aviones argentinos, a un alto costo de vidas, lograron destruir, dañar o hundir a numerosas fragatas misilísticas, poner fuera de combate al portaaviones “Invencible”, dañar seriamente al portaaviones “Hermes”, hundir en total a cerca de 30 naves y poner en crisis al esquema marítimo militar de la OTAN. En efecto, la flota de la OTAN está compuesta por naves de alta complejidad electrónica, envueltas en una delicada película de aluminio. Hasta los aviones “Pucará”, fabricados en la Argentina, lograron perforar el aluminio. Los jefes de la OTAN siguieron con los ojos bien abiertos la prueba de fuego del Atlántico Sur. Si se considera que la única flota de guerra del mundo que está acorazada con planchas de acero es la soviética, bastará para señalar que los pilotos argentinos han desbaratado el perfil bélico de la flota de la OTAN. En segundo lugar, las adaptaciones a tierra de los Exocet, concebidas por ingenieros argentinos y los vuelos de la aviación nacional a sólo 3 metros del agua que burlaron todos los dispositivos de prevención del radar de las naves, constituyeron una prueba más de los factores políticos de toda guerra. La historia militar propiamente dicha de la guerra está en elaboración, pero si se pone a un lado la impericia de ciertos generales, no hay duda que la imponente flota inglesa estuvo muy cerca de ser aniquilada. Hay algo más importante todavía.

Ha saltado por los aires el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, firmado en Río de Janeiro en 1947, para uso privado de los Estados Unidos. Es un simple papel mojado. La Doctrina Monroe ha sido enterrada por los propios norteamericanos con pocos honores. Ha quedado destruida también la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, la teoría de las “fronteras ideológicas” y el mito de los “valores de Occidente”. Ahora, los militares argentinos saben que los valores de Occidente se cotizan en la Bolsa de Londres. La integración argentina al Tercer Mundo enseñará a las Fuerzas Armadas que si los europeos y norteamericanos gozan de un modo de vida occidental, los latinoamericanos padecen de un modo de vida accidental. Tales lecciones han sido recogidas en las aguas ensangrentadas del Atlántico Sur y nadie podrá olvidarlas.

Ha quedado en evidencia que los países del Pacto Andino pueden y deben reemplazar las menguadas compras de la Comunidad Económica Europea. La oleada de entusiasmo patriótico y fervor antiimperialista debe ser incluida en este sumario balance.

Los cambios generados por la guerra con Inglaterra obligaron a la dictadura militar a trascendentales modificaciones en su política exterior. De acuerdo a un informe de la CIA al Consejo de Seguridad de la Casa Blanca, publicado en Washington, la crisis de las Malvinas impulsó a los Estados Unidos a practicar modificaciones profundas en su estrategia en Centroamérica. En efecto, según dicho informe, el compromiso adquirido por el general Galtieri de enviar instructores militares para hostilizar a Nicaragua y El Salvador, se quebró por la conducta observada por Estados Unidos al apoyar a Inglaterra. Dichos instructores, dice el informe de la CIA, fueron retirados y la heroica República de Sandino experimentó así el primer beneficio de la lucha en las Malvinas. Estados Unidos debió enfrentar por sí mismo y abiertamente la defensa de su política agresiva hacia Centroamérica.

El abrazo del Dr. Costa Méndez con Fidel Castro en La Habana, por lo demás, simbolizó la reorientación no ideológica, sino política, que la Argentina de la dictadura militar se veía obligada a adoptar a causa de la guerra. Al concurrir a Managua, Nueva Dehli y Belgrado, los representantes militares de la Argentina debieron aceptar que nuestro país se encuentra en el campo revolucionario de la historia moderna, es decir en el Tercer Mundo.

17 de enero de 2012

En defensa del debate plural y sin amenazas

En defensa del debate plural y sin amenazas

En el año 1991 proyectamos en el pequeño auditorio del actual Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) la película “El General y la fiebre”, que había dirigido Jorge Coscia sobre un guión que escribimos juntos. Era una proyección en la que estábamos particularmente preocupados, pues vendrían a ella algunos miembros del Instituto Sanmartiniano quienes, por la ley de creación del mismo, tenían el derecho a intervenir en toda obra que tratase sobre el General don José de San Martín y que se hiciese total o parcialmente con fondos públicos.

El Instituto Sanmartianiano estaba, a la sazón, dirigido por el general Tomás “Conito” Sánchez de Bustamante, el mismo que había encabezado el despliegue de tropas y efectivos del I Cuerpo de Ejército para impedir que los argentinos recibieran a otro general, Juan Domingo Perón en su regreso después de 18 años de exilio, el 17 de noviembre de 1972. Es de recordar que las tropas movilizadas en aquella oportunidad fueron la más grande movilización del Ejército Argentino después de la Expedición al Desierto.

Demás está decir que rondaban en nuestras cabezas muchos antecedentes en los que esta “ultima ratio” del stablishment ideológico en lo que respecta a la figura del Gran Capitán había impedido la inauguración de una estatua ecuestre, por no coincidir algunos de los detalles de la ropa con la imagen iconizada del héroe que la misma entidad había impuesto. Nos venían a la memoria las desventuras de Leopoldo Torre Nilsson al filmar “El Santo de la Espada” bajo la directa y cotidiana supervisión de las autoridades del Instituto. Sabíamos que, en una de las escenas a pleno sol, uno de los comisarios del bendito Instituto había detenido la filmación y, dirigiendose a Torre Nilsson, había exclamado:

- Señor Director, San Martín está transpirando.

La observación sonó como una orden y maquilladora y asistentes corrieron a secar la frente de Alfredo Alcón, cuyo sudor empañaba la memoria augusta de un general que en la cabeza de sus guardianes no podía ser visto en tan íntima función.

Habíamos tomado algunos recaudos. Sacamos del guión toda mención explícita al nombre de San Martín. De ningún lado, más que de los hechos narrados, surge que ese alucinado con fiebre y tos es el Padre de la Patria. Queríamos tener como último argumento, ante una eventual oposición, que no estábamos hablando de San Martín en particular.

Al terminar la proyección salimos a esperar algún comentario. El primero que recibí me dejó helado:

- San Martín no soñaba así.

El estupor no me impidió preguntarle al vestal de la memoria sanmartiniana cómo sabía el modo en que soñaba don José, sorprendido de esta especie de psicoanálisis al revés que partía de atribuirle al sujeto una determinada personalidad y de allí deducir sus sueños, en camino exactamente inverso al intentado por Freud.

Todo este malón de recuerdos me atropellaron al leer la nota publicada en La Nación por el doctor José Miguel Onaindia, ex funcionario del presidente de la Rúa y un nuevo combatiente, en este caso en nombre de los Derechos Humanos, contra el Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. La nota se llama “En defensa del pensamiento plural”.

Allí afirma, sin otro argumento que su misma afirmación, que la creación del Instituto ratifica la intención ya demostrada en numerosos actos y, muy especialmente, en la celebración del Bicentenario, de imponer una interpretación única y sesgada de la historia”. Y más adelante redondea su forzado pensamiento: “La creación de un organismo que pretende regir el pensamiento vulnera claramente las normas internacionales que cité precedentemente y ataca una base de la organización democrática de nuestro país, pues implica el reconocimiento de que habrá una sola y única interpretación de nuestra historia y una parcial narración de sus hechos”.

En el sitio del Instituto Nacional Sanmartiniano, en el rubro Objetivos Generales, se establece: “Colaborar con las autoridades nacionales, provinciales, municipales e instituciones oficiales y privadas, con el fin de fijar los objetivos de la enseñanza histórica del prócer dentro y fuera del país; asimismo asesorarlas respecto de la fidelidad histórica de cuanto se relacione con la personalidad del General San Martín”.

Nada parecido a ello se ha propuesto nuestro Instituto. No colabora con ninguna autoridad para fijar los objetivos de la enseñanza, ni dentro ni fuera del país. No se propone asesorar a ninguna autoridad respecto de la fidelidad histórica de ningún prócer. Simplemente se ha propuesto, según reza el decreto de creación: “el estudio, la ponderación y la enseñanza de la vida y obra de las personalidades de nuestra historia y de la Historia Iberoamericana, que obligan a revisar el lugar y el sentido que les fuera adjudicado por la historia oficial, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”.

Me queda la sensación de que el jurista Onaindia habla sin saber. Tan sólo responde a un reflejo condicionado y a una sugerencia del diario de aportar algo a la cruzada contra el infernal Instituto. La realidad es que han sido las instituciones vinculadas a la visión liberal, mitrista y porteña de nuestra historia las que tienen inscripta en sus propios objetivos la idea de una sola y única interpretación de nuestra historia y una parcial narración de sus hechos”. Ha sido la Academia fundada por Bartolomé Mitre la detentadora del monopolio de la fidelidad histórica. Y lo único que los revisionistas de diversas tradiciones ideológicas y distintas expresiones políticas hemos intentado sostener a lo largo de todos estos años ha sido el derecho a un amplio debate, el derecho de existencia de otras voces, otras experiencias y otros intereses que los expresados por la historia oficial, un fantasma que tiene demasiados defensores como para decir que no existe.

Publicaciones, libros, revistas, una página web, mesas redondas y conferencias son las actividades que hemos comenzado a planificar para el 2012. En ninguna de ellas figura la de imponerle a nadie esta amplia, democrática y discutidora visión de nuestro pasado. Rechazar la invitación en nombre de una falsa acusación de autoritarismo es una de las peores manifestaciones de autoritarismo cobarde.

*Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórica Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.

12 de enero de 2012

Piñera, Pinochet y la Patria Grande

¿Por qué el presidente Sebastián Piñera dio marcha atrás con la decisión de cambiar el modo de designar a la dictadura de Pinochet?












De todos los países suramericanos posiblemente sea Chile donde con mayor fuerza se instaló el nacionalismo de campanario, de patria chica, que sobrevino a la derrota política de los Libertadores. Bernardo de O'Higgins, el compañero de San Martín en la guerra de la Independencia, ya había sido derrotado en 1823 y casi obligado a abandonar Chile. La burguesía comercial representada por el impertérrito comerciante Diego Portales, un hombre a quien sólo le interesaba el orden para llenar sus bolsillos, logró derrocar con sus intrigas al Director Supremo. Con ello, Chile perdió al último de sus políticos y militares que coincidían en el programa continental de San Martín y Bolívar. La Guerra Civil de 1829-30 lograría que el partido conservador de Diego Portales se impusiera en toda la línea.

El Portalismo

Este partido, el portalismo, es el que impuso sobre la sociedad chilena, dominada por una oligarquía terrateniente vasco-castellana, la idea de su singularidad, su aislamiento del conjunto del continente, su convicción de ser la última esperanza blanca rodeada de enemigos desesperanzadamente oscuros y mestizos. Su integración al mercado mundial y su especial relación con el Reino Unido consolidaron esta ideología conservadora, que llevó a Chile a enfrentarse con la Confederación Peruano-Boliviana del Mariscal Santa Cruz, con quien colaboraba el general O'Higgins, -en guerra en la que Chile contó con el apoyo del gobernador porteño don Juan Manuel de Rosas-, en 1836, y nuevamente con Perú y Bolivia, en la Guerra del Pacífico de 1879, cuyos resultados pesan todavía en la política regional. Uno de ellos, quizás el más grave, es la carencia de salida al mar por parte de Bolivia, perdida por la ocupación chilena en este conflicto.

Esta ideología portalina nunca fue seriamente cuestionada en Chile. Ni siquiera los partidos de la Unidad Popular ni su breve gobierno fueron capaces de mover la losa que más de cien años de predominio oligárquico habían impuesto sobre la cabeza de sus contemporáneos. También la izquierda chilena cargó con el peso de Diego Portales. Con un latinoamericanismo más retórico que concreto, el pensamiento continentalista fue marginal dentro del partido Socialista y, por supuesto, inexistente en el partido Comunista, más preocupado por la unidad del COMECON que de América Latina. Ese pensamiento, que corresponde a lo que en la Argentina se puede considerar como mitrismo y sarmientismo junto, ha sido muy poco cuestionado en Chile. Todavía influencia sobre amplios sectores populares y constituye la base ideológica de su proverbial desconfianza hacia los argentinos, hacia el peronismo y su actitud de fortaleza sitiada por pueblos hostiles. Figuras como la de Felipe Herrera, el ya fallecido creador del BID, o la del profesor Pedro Godoy y su Centro de Estudios Chilenos (CEDECH) son todavía minoritarias, aunque crecientes, en la cultura política del país trasandino.

Alberto Methol Ferré solía decir, entre irónico y descriptivo, que Chile era una isla y que los del continente debíamos esperar a que los isleños se subiesen a sus canoas y viniesen a ver qué había en tierra firme. Quería decir con ello que la integración de Chile al conjunto suramericano sería una tarea lenta y determinada más por el propio interés de los chilenos que por nuestras invocaciones a la Patria Grande.

La Constitución de Pinochet

Por otra parte el proceso por el cual Chile volvió a la normalidad constitucional fue muy diferente al de la Argentina, aunque paradójicamente el origen haya sido el mismo. En efecto, en Argentina la Guerra de Malvinas aceleró la salida de escena de la dictadura cívico militar instaurada en 1976. La misma dejó de ser funcional, a partir del 2 de abril de 1982, a los intereses imperialistas que la habían sostenido. En el momento en que el imperialismo le suelta la mano a la dictadura, la misma cae en medio de un profundo desprestigio político y social. Tuvo que huir desorganizadamente de la escena y los sectores militares y civiles vinculados directamente a ella no tuvieron posibilidad de influir en el desarrollo de los acontecimientos.

Pero la decisión de Galtieri de recuperar el territorio nacional usurpado por el Reino Unido tuvo como resultado no deseado el hecho de que EE.UU. comenzara a desconfiar de la eficacia de los regímenes militares y a pensar en diversas salidas que permitieran retornar a los regímenes constitucionales. Así empieza Pinochet y su dictadura a perder apoyo externo. La Guerra de Malvinas, en la que había colaborado de diversas maneras con el ocupante extracontinental en contra de su vecino, arrastró también a su dictadura. Pero, a diferencia de Argentina, lo hizo sin perder arraigo y popularidad en amplios sectores de la población, no sólo en la tradicional oligarquía. Las fuerzas armadas pinochetistas, formadas y constituidas en la más pura tradición portalina -antiargentina y antiperuana-, y los sectores sociales vinculados a ella lograron condicionar la salida constitucional, después de haber conseguido, en un plebiscito, reformar la Carta Magna. Y, si bien el plebiscito de 1989 produjo su primera y gran derrota electoral, Pinochet siguió siendo el hombre fuerte del régimen en retirada y durante los siguientes nueve años, Comandante en Jefe del Ejército hasta el año 1998, cuando pasó a retiro.

Los gobiernos de la Coalición Cívica cargaron sobre sus espaldas el peso de una transición rigurosamente controlada y la decisión propia de no tocar en un ápice el sistema económico y social impuesto por la dictadura pinochetista. Estas limitaciones de afuera y de adentro determinaron su enorme fracaso y su derrota electoral en las últimas elecciones chilenas.

El triunfo de la “derecha”

Dichos comicios pusieron en la presidencia de Chile a un empresario, un hombre de negocios al frente de una coalición de dirigentes explícitamente pinochetistas, economistas y políticos neoliberales y conservadores de todo pelaje, es decir de ideologistas reaccionarios de todo tipo. Sebastián Piñera, un hombre práctico, acostumbrado a dar órdenes, debía asumir, trece años después del pase a retiro de Pinochet, un gobierno de “derecha” o “momio”, en condiciones de insertar a su país en una región, con la que tiene muchas relaciones económicas, pero caracterizada por un importante grupo de gobiernos de signo contrario al suyo. Fue notorio, desde un primer momento, que Piñera no quería desentonar en el conjunto suramericano. Su participación en las celebraciones del Bicentenario en Buenos Aires fue un signo evidente de esto. Su familiaridad y hasta camaradería con el resto de los presidentes presentes -sobre todo con Hugo Chávez y Evo Morales-, su acercamiento a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner -notoriamente correspondido por ésta-, eran muestras evidentes de que el businessman Piñera ansiaba desprenderse el rígido corsé que la tradición portalina le imponía. Y esto, para el desarrollo de la integración continental era y es un enorme paso adelante, de ahí que la presidenta argentina correspondiera con elogios y menciones a los esfuerzos del chileno. Los temas de política interna, las cuestiones que dividían a los chilenos en dos bandos enfrentados en las calles, en las manifestaciones estudiantiles y populares, quedaban completamente afuera de toda conversación, como corresponde, justamente, a un proceso tan delicado como es el de la consolidación de la Patria Grande.

Por otra parte es evidente que este acercamiento ha tenido resultados notables. Chile, bajo el gobierno de Piñera, se ha sumado al bloqueo contra las naves con la falsa bandera de Malvinas, decretada por la última cumbre del Mercosur. Chile se va acercando al gran continente.

Y, además, este año Sebastián Piñera es presidente pro témpore de la Unasur, hecho que comprometía aún más a su gobierno y a su país en la suerte del continente.

Todo este largo prólogo que el lector ha debido fatigosamente recorrer son los antecedentes necesarios para lo que viene a continuación.

En ese momento, como resultado del empecinamiento neocons de no ceder a los reclamos por una educación universal y gratuita, llega al ministerio del área uno de esos dirigentes provenientes del viejo pinochetismo recalcitrante. Este no tiene mejor ocurrencia que sancionar una resolución por la cual, los libros escolares deberán llamar a la dictadura de Pinochet con el eufemismo suavizante de “régimen militar”. Obviamente la mayoría antipinochetista de la sociedad chilena puso el grito en el cielo. La decisión significaba un profundo retroceso en el camino de la afirmación democrática de Chile y un intento de ocultar a las nuevas generaciones la naturaleza violenta, ilegítima y despótica de esos años. La decisión tuvo, naturalmente, repercusión periodística y política en todo el continente y Piñera decidió anularla y dejar las cosas como estaban.

¿Fue la presión de la sociedad chilena la que logró esta marcha atrás? Por supuesto, sin ella no hubiera ocurrido. Pero en mi opinión, esa presión popular fue capaz de modificar la resolución inicial por el simple y definitivo hecho de que Chile se encuentra, también y con su propio ritmo, inmerso inexorablemente en el proceso de integración continental. El reclamo y las luchas populares no han logrado aún imponer en Chile un sistema educativo público más justo y democrático. Las razones económicas que da el gobierno no alcanzan para ocultar el profundo anclaje ideológico, privatista, comercial, que tiene la defensa del actual sistema. Y ahí ningún país de la Unasur tiene derecho a entrometerse. Pero Sebastián Piñera, presidente pro témpore de Unasur, vio que esa posición de no llamar dictadura a una dictadura casi paradigmática no la iba a poder sostener ante la mayoría de los presidentes suramericanos. Escuchó la voz áspera y cuartelera de Hugo Chávez riéndose del eufemismo. Supuso el tono admonitorio y didáctico de Cristina ironizando sobre ello. Se imaginó a Rafael Correa y su perfecta dicción de bachiller preguntando qué tenía que hacer un régimen militar dictatorial para ser llamado dictadura. Vio que en las pausas de las reuniones, con simpatía y sin maldad, los presidentes suramericanos lo iban a convertir en objeto de chanzas o comentarios sarcásticos. ¿Y todo para qué? ¿Para salvar la reputación de un militar ya fallecido, cuya honestidad está en duda? ¿Para limpiarle la cara a un período que ya no puede volver y que dio todo lo que podía dar?

Eso es cosa de ideólogos, debe haber pensado el empresario Piñera. Es cosa de fundamentalistas que no piensan ni en la política ni en los negocios. Y eso no le conviene a mi gobierno. Ni a mi país, concluyó.

Y, es mi aventurada hipótesis, por primera vez, la Patria Grande influyó en una decisión de política interna en el esquivo Chile que quizás ha comenzado a repatriar el ideario de O'Higgins.

Buenos Aires, 12 de enero de 2012

Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego y miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Causa Popular.

5 de enero de 2012

La verdadera lección de Jauretche

 El escritor Alvaro Abós, ex redactor de la revista Unidos, ex peronista desde de 1985 y ex impulsor de una izquierda no peronista encabezada por el político demócrata cristiano Carlos Auyero y ahora un desconfiado de “la política como práctica”, según afirma en su blog, como si hubiera política fuera de la práctica, pretende en La Nación del 5/01/12 usar a Arturo Jauretche para defender a Papel Prensa.
En un intento sólo comparable a citar al cardenal Bergoglio para defender el amor libre, Abós se mete con las conocidas críticas al burocratismo y servilismo que Jauretche escribió tan sólo después de la caída de Perón en 1955.
El artículo evidencia, en primer lugar, muchos errores a designio. El primero es que Jauretche renunció en 1950 a formar parte del gobierno. La verdad histórica es que Jauretche y todo el grupo forjista que había rodeado al gobernador Coronel Domingo Mercante, quedaron fuera del gobierno en 1952. Un año antes había renunciado a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires, como resultado de intrigas contra la gestión Mercante. El segundo error es considerar que Jauretche era íntimo amigo de Perón. En realidad, Jauretche y Perón no se llevaban bien en lo personal. Su relación era estrictamente política. La tradición de comité radical de Jauretche y la formación militar de Perón no facilitaban el acercamiento. Por otro lado, para don Arturo, Perón había interrumpido en cierta manera su aspiración a los más altos cargos republicanos o a la presidencia misma. Por eso es una imprecisión, que sirve a la finalidad argumentativa de Abós -defender al monopolio de Papel Prensa- afirmar que “el principal motivo del alejamiento fue que Jauretche 'se molesta una y otra vez ante delatores y adulones, choca a menudo con la burocracia que bloquea iniciativas y se inquieta ante el curso del proceso'”. Jauretche, como todo militante político con independencia de juicio y dignidad, consideraba, obviamente, que la adulación y la alcahuetería, lejos de reforzar, debilitaban a la revolución nacional en marcha.
Pero la verdadera lección que don Arturo Jauretche nos dio a los militantes nacionales y populares es, justamente, la conducta que tuvo una vez alejado del gobierno. Lejos de salir corriendo a las redacciones de La Nación o La Prensa, como hemos visto hacer a tanto pensador independiente desconfiado de la política práctica en estos últimos años, Jauretche se recluyó, tal como dice Abós, en su casa, pero ni de su boca ni de su pluma salió un sólo comentario o juicio que pudiese ser utilizado por los enemigos históricos de la revolución nacional. Y, con la misma vitalidad que en sus años mozos, en 1955 salió a la palestra pública para defender al gobierno derrocado por los “libertadores” y a la política económica desarrollada durante esos años, a la vez que a condenar con energía la restauración oligárquica, el Plan Prebisch y el ingreso al Fondo Monetario Internacional.
Y fue a partir de esta nueva situación, la de la contrarrevolución triunfante, cuando Arturo Jauretche comenzó a hacer conocer sus juicios críticos a algunos abusos y excesos del gobierno peronista. Pero, insisto en esto porque esa es la verdadera lección de Jauretche que Abós intencionadamente soslaya, jamás lo hizo en las páginas de la prensa enemiga. Lo hizo abiertamente en los periódicos y publicaciones que defendían a “la segunda tiranía”. Algunos años después, en una nota al pie, Jauretche explicó su conducta. Explicaba ahí que cualquiera de las, a su juicio, justas críticas que formulase al proceso revolucionario no iba a ser usada por los enemigos del mismo para corregirlo, sino para derrotarlo. Y que un revolucionario -que no desconfía de “la política como práctica”- no podía, por justas que fuesen sus críticas, colaborar en la restauración del régimen oligárquico.
Perón en el poder tenía, es cierto, la mano pesada. No la tenían menos sus enemigos que no vacilaron en bombardear una Plaza de Mayo llena de argentinos, fusilar a presos sin juicio previo, asesinar a militantes políticos y gremiales, torturar y hacer desaparecer a quienes se le resistían. Intentar comparar, como hace Abós, -para defender el monopolio de Papel Prensa obtenido en una mesa de tortura, en un negocio con el gobierno más criminal del siglo XX argentino- las condiciones políticas de la Argentina de 1950 con las de hoy es una indignidad intelectual y ética. Y usar nada menos que a don Arturo Jauretche para ello es, por lo menos, producto de la mala intención.
*Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Causa Popular.
Buenos Aires, 5 de enero de 2012