El escritor Alvaro Abós, ex redactor de la revista Unidos, ex peronista desde de 1985 y ex impulsor de una izquierda no peronista encabezada por el político demócrata cristiano Carlos Auyero y ahora un desconfiado de “la política como práctica”, según afirma en su blog, como si hubiera política fuera de la práctica, pretende en La Nación del 5/01/12 usar a Arturo Jauretche para defender a Papel Prensa.
En un intento sólo comparable a citar al cardenal Bergoglio para defender el amor libre, Abós se mete con las conocidas críticas al burocratismo y servilismo que Jauretche escribió tan sólo después de la caída de Perón en 1955.
El artículo evidencia, en primer lugar, muchos errores a designio. El primero es que Jauretche renunció en 1950 a formar parte del gobierno. La verdad histórica es que Jauretche y todo el grupo forjista que había rodeado al gobernador Coronel Domingo Mercante, quedaron fuera del gobierno en 1952. Un año antes había renunciado a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires, como resultado de intrigas contra la gestión Mercante. El segundo error es considerar que Jauretche era íntimo amigo de Perón. En realidad, Jauretche y Perón no se llevaban bien en lo personal. Su relación era estrictamente política. La tradición de comité radical de Jauretche y la formación militar de Perón no facilitaban el acercamiento. Por otro lado, para don Arturo, Perón había interrumpido en cierta manera su aspiración a los más altos cargos republicanos o a la presidencia misma. Por eso es una imprecisión, que sirve a la finalidad argumentativa de Abós -defender al monopolio de Papel Prensa- afirmar que “el principal motivo del alejamiento fue que Jauretche 'se molesta una y otra vez ante delatores y adulones, choca a menudo con la burocracia que bloquea iniciativas y se inquieta ante el curso del proceso'”. Jauretche, como todo militante político con independencia de juicio y dignidad, consideraba, obviamente, que la adulación y la alcahuetería, lejos de reforzar, debilitaban a la revolución nacional en marcha.
Pero la verdadera lección que don Arturo Jauretche nos dio a los militantes nacionales y populares es, justamente, la conducta que tuvo una vez alejado del gobierno. Lejos de salir corriendo a las redacciones de La Nación o La Prensa, como hemos visto hacer a tanto pensador independiente desconfiado de la política práctica en estos últimos años, Jauretche se recluyó, tal como dice Abós, en su casa, pero ni de su boca ni de su pluma salió un sólo comentario o juicio que pudiese ser utilizado por los enemigos históricos de la revolución nacional. Y, con la misma vitalidad que en sus años mozos, en 1955 salió a la palestra pública para defender al gobierno derrocado por los “libertadores” y a la política económica desarrollada durante esos años, a la vez que a condenar con energía la restauración oligárquica, el Plan Prebisch y el ingreso al Fondo Monetario Internacional.
Y fue a partir de esta nueva situación, la de la contrarrevolución triunfante, cuando Arturo Jauretche comenzó a hacer conocer sus juicios críticos a algunos abusos y excesos del gobierno peronista. Pero, insisto en esto porque esa es la verdadera lección de Jauretche que Abós intencionadamente soslaya, jamás lo hizo en las páginas de la prensa enemiga. Lo hizo abiertamente en los periódicos y publicaciones que defendían a “la segunda tiranía”. Algunos años después, en una nota al pie, Jauretche explicó su conducta. Explicaba ahí que cualquiera de las, a su juicio, justas críticas que formulase al proceso revolucionario no iba a ser usada por los enemigos del mismo para corregirlo, sino para derrotarlo. Y que un revolucionario -que no desconfía de “la política como práctica”- no podía, por justas que fuesen sus críticas, colaborar en la restauración del régimen oligárquico.
Perón en el poder tenía, es cierto, la mano pesada. No la tenían menos sus enemigos que no vacilaron en bombardear una Plaza de Mayo llena de argentinos, fusilar a presos sin juicio previo, asesinar a militantes políticos y gremiales, torturar y hacer desaparecer a quienes se le resistían. Intentar comparar, como hace Abós, -para defender el monopolio de Papel Prensa obtenido en una mesa de tortura, en un negocio con el gobierno más criminal del siglo XX argentino- las condiciones políticas de la Argentina de 1950 con las de hoy es una indignidad intelectual y ética. Y usar nada menos que a don Arturo Jauretche para ello es, por lo menos, producto de la mala intención.
*Miembro de número del Instituto de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Miembro de la Mesa Nacional de la Corriente Causa Popular.
Buenos Aires, 5 de enero de 2012
4 comentarios:
Gracias por poner a don Arturo en su justo contexto. y a tantos anonimos Jauretches. que por cierto surgen de las grietas de la historia popular, para el horror y la sorpresa del medio pelo argento. Lo peor es que tienen 20 años. y ahi es donde sigue mas vivo que nunca
Y falta mencionar como diferencia entre Jauretche y Perón que uno era masón y el otro no.
Muy bien planteado, Julio.
A Carlitos a quien no conozco: No sé a que te referís.
A Lucas a quien conozco: Gracias.
Publicar un comentario