Este pequeño
gigante que nos acaba de dejar parecía gozar de la benéfica
maldición de Gilgamesh, el héroe sumerio: la inmortalidad. Aldo
Ferrer, de él nada menos se trata, atravesó varias generaciones de
argentinos que lo conocieron por una sola cosa: su pasión por
construir una Argentina industrial, justa, independiente y soberana.
Crear un país con “densidad nacional”, como él llamaba a ese
elemento indefinible, impreciso e imprescindible que otorga grandeza
y voluntad de ser.
Aldo Ferrer nació
en 1927 y perteneció, años más, años menos, a la generación de
Antonio Cafiero, de Leonidas Lamborghini, del brasileño Helio
Jaguaribe, su amigo dilecto y de Gabriel García Márquez. Este
hombre de pequeña estatura y espíritu ciclópeo atravesó el siglo
XX y tuvo el gusto de entrar en el XXI con esas banderas en alto que
no arrió ni en los momentos más oscuros y siniestros.
Fue el arquetipo de
un economista nacional, de un político que puso su conocimiento
técnico y sus intuiciones políticas al servicio del fortalecimiento
industrial de la Patria. El siglo XX lo encontró en sus años
jóvenes enfrentado, desde su militancia radical, al peronismo de los
años 40. La historia es arbitraria y muchas veces y por algunos
momentos separa y enfrenta a hombres y mujeres por cuestiones
secundarias. Pero su perseverancia y la claridad de sus objetivos
acercaron a Ferrer, pasados los años de la exasperación, a sus
viejos enemigos peronistas, en el descubrimiento de que los objetivos
finales eran mucho más comunes que lo que la ofuscación juvenil
había permitido entender.
Si hay una figura
política argentina que logró crecer en su brillo, prestigio y
admiración, a través de los años, esa figura fue don Aldo. Siempre
lejos del sectarismo partisano, siempre abierto a las nuevas
generaciones y sus inquietudes, fue el primer historiador sistemático
de nuestra economía. Su texto “La Economía Argentina”, de 1963,
fue y sigue siendo la puerta introductoria para el abordaje histórico
de la economía argentina y su periodización, así como al análisis
de las dificultades que plantea el despegue hacia una economía
industrial.
Fue ministro de
Obras Públicas, primero, y de Economía, después, en el gobierno
militar de Levingston. Incluso en esas condiciones Ferrer dio la
batalla por la industria nacional y su desarrollo. La Ley de Compre
Nacional, por la cual el Estado debía favorecer a los productores
argentinos en sus compras, fue uno de sus logros, que perduró en el
tiempo, más allá del momento inconstitucional en que fue dictada.
Fue en esa época en que Jorge Abelardo Ramos, que disponía de una
gracia y puntería especiales para poner sobrenombres a las personas
públicas, lo llamó “Stolypin”. A los no versados en la historia
de la Revolución Rusa les cuento que Piotr Arkádievich Stolypin fue
un primer ministro del Zar Nicolás II, entre 1906 y 1911, cuya
política respondía, por un lado, al más profundo respeto a la corona de los
Romanoff y, por el otro, a la modernización capitalista del extenso país. Lenin
había escrito que de haber continuado la política de Stolypin la
Revolución Rusa se hubiera postergado varios decenios. La presencia
del industrialista nacionalista en el gobierno de la Revolución
Argentina le recordaba a aquella figura. Muchos, muchos años después,
ya fallecido el autor del chiste, le pude contar a don Aldo acerca de
ese sobrenombre. Su carcajada me expresó que había entendido el
matiz entre positivo e irónico que el mismo tenía, a la par de
festejar la ocurrencia de Abelardo.
Su obra doctrinaria
y académica lo convirtió en un referente de la economía
latinoamericana y de todo proceso político de integración. Desde la
CEPAL en Santiago de Chile, desde San Pablo o Caracas, Aldo Ferrer
intentó machaconamente, tozudamente, explicar una y otra vez los
mecanismos económicos de nuestra industrialización y, sobre todo,
las trabas que nuestra herencia agro o minero exportadora ponían a
la misma. Explicó como nadie y a miles y miles de economistas y
políticos, civiles y militares, el papel que una política monetaria
jugaba en ese proceso y los peligros de un dólar barato, para todo
intento de sustitución de importaciones.
Enemigo declarado y
militante del endeudamiento externo planteó una y otra vez, en
cuanta oportunidad se le presentaba, la necesidad de vivir con lo
nuestro, de extraer de nuestra capacidad productiva los recursos
necesarios para el despegue, estabilidad y consolidación de una
economía industrial. Enfrentado abiertamente con el liberalismo monetarista, no ahorraba epítetos y desprecio hacia los corifeos locales que llenan los estudios televisivos y la paciencia de sus compatriotas.
Pero además este
hombre de corta estatura, de cuidada y no afectada elegancia, con un
modo de hablar que recordaba ciertos giros y prosodias de la
Argentina de los años '50, era un extraordinario, consuetudinario y
leal tanguero, un bailarín de tango de asistencia perfecta,
bienvenido por una concurrencia de hombres y mujeres que conocían su
fama e importancia y que lo recibían como un milonguero más,
entrador y debute. El salón Argentina lo veía llegar todos los
martes a media tarde para dar unas vueltas por las pistas con señoras
y señoritas que esperaban ser invitadas por un cabezazo
de don Aldo.
En sus últimos años
recibió y apoyó con entusiasmo el período iniciado con Néstor
Kirchner en 2003. Dio consejos y recomendaciones, puso su esfuerzo y
saber al servicio de la Patria, como lo había hecho toda su vida.
Fue embajador de Cristina Fernández de Kirchner -por quien tenía un
especial afecto, casi paternal- en París y se puso al hombro, pasados
los 80 años, la dirección del periódico especializado BAE, Buenos
Aires Económico, donde sus artículos iluminaban a ministros,
funcionarios y políticos.
Aldo Ferrer, en esas
picardías que pone Clío a su quehacer, muere el día en que el
Congreso de la Nación inicia la discusión de la ley que prohibe
abrir
o mejorar la oferta en el proceso de canje de bonos en cesación de
pagos, llamada
Ley Cerrojo. Hasta el último aliento de una vida rica y ejemplar
Aldo Ferrer luchó por el desendeudamiento nacional, contra los
fondos buitres y contra toda atadura contractual a nuestro desarrollo
autónomo y soberano.
Un mes antes de cumplir los 89 años, don Aldo pegó el portazo. Nos dejó, entre una herencia que nuestros hijos y nietos sabrán aprovechar, las siguientes líneas, tomadas de La Economía Argentina en el Siglo XXI:
“En
estos primeros años del siglo XXI el país ha resurgido porque
fortaleció su densidad nacional en todos los frentes: la inclusión
social, la impronta nacional de los liderazgos, la fortaleza
institucional y el pensamiento crítico. La posibilidad de navegar a
buen puerto en las turbulentas aguas del siglo XXI depende de la
consolidación definitiva de la densidad nacional. Si lo logramos,
nuestras perspectivas son promisorias, porque el país cuenta con los
recursos humanos y materiales necesarios para concretar un gran
proyecto de desarrollo nacional”.
Dios
dirá - “que está siempre callado”, dice Miguel Hernández- si
somos capaces de recoger su optimismo histórico, su confianza en
nuestras propias fuerzas y su alegría de combate, en estos días en
que las oscuras alas del interés compuesto vuelven a amenazar a
nuestra gente.
Don
Aldo Ferrer dio de sí todo lo que tenía para darnos. Solo puede
haber agradecimiento en su despedida.
Buenos
Aires, 8 de marzo de 2016
1 comentario:
Don Aldo te agradecerìa esta nota, Julio.
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