El albatros
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.
Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
Aquél, mima cojeando al planeador inválido!
El Poeta es igual a este señor de las nubes,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.
Charles Baudelaire
Desde
hace unos años intento utilizar las redes sociales (Facebook y
Twitter) para, con ironía y humor o con acritud y sarcasmo, generar
el debate político, movilizar la reflexión, entre los miles de
hombres y mujeres de todo el país y de todas las edades que se
vinculan por sus simpatías y convicciones políticas ligadas al
peronismo, al Frente para la Victoria y a los gobiernos de Néstor y
Cristina. Muchas veces estos comentarios han sido críticos a
equivocaciones y errores que hemos cometido desde el gobierno, a
aspectos de la comunicación de nuestras políticas, a excesos de
ideologismo en las argumentaciones. Muchas veces he logrado generar
un interesante diálogo reflexivo. Muchas otras la discusión se ha
convertido en airadas respuestas, insultos o enfrentamientos que han
terminado en el bloqueo de quienes, lejos de querer pensar, prefieren
encerrarse en la tranquilidad del autoconvencimiento, que reemplaza
la necesaria discusión intelectual y política por el bombardeo
hormonal y la retórica combativa.
En
estos días publiqué estos dos posteos que generaron una enorme
discusión y muchas respuestas airadas pero vacías de política:
*¿Sabattella
y Cerrutti son los ángeles anunciadores del regreso de Cristina?
Parece una parodia marechaliana de un Apocalipsis suburbano.
*
Bueno, me voy a dormir. Pero antes permitanme decirles que si la
solución radica en Sabattella, Cherruti, Tristán Bauer y Teresa
Parodi, será mejor que aprendamos inglés.
Voy
a intentar aquí explicar con amplitud el sentido de estos dos
envíos, partiendo del hecho de que, como comprenderán, tienen un
alto contenido irónico y provocativo, sin que ello implique un
juicio personal sobre los nombrados, sino estrictamente una opinión
política. Para que quede definitivamente claro: un gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner en el que sólo los nombrados fuesen
sus ministros sería infinitamente mejor que el gobierno de Macri.
Contaría con mi más decidido apoyo y no vacilaría en defenderlo si
ello fuese necesario. Pero también estoy convencido de que el
sistema político y social que los mencionados dirigentes y ex
funcionarios expresan es insuficiente para reconquistar la voluntad
popular mayoritaria.
Mi
razonamiento parte de dos ejes principales.
La
contundencia de una derrota
Por
un lado, el convencimiento de que la derrota sufrida en las
elecciones del año pasado ha sido profunda, seria, inesperada y
rotunda. Hemos perdido en la Capital Federal -donde ni siquiera
intentamos orgánicamente debilitar al sector del PRO en el
balotaje-. Perdimos de manera sorprendente, en la provincia de Buenos
Aires -que es la base de maniobras decisiva del peronismo para
cualquier política de poder-. En Córdoba, un 70% de votos en contra
hizo evidente la debilidad orgánica de cualquier estructura
vinculada al gobierno nacional del FpV. En Santa Fe, donde en doce
años no pudimos reconstruir nuestra hegemonía y casi triunfa un
cómico prostibulario sin programa ni partido. En Mendoza, la UCR
ocupó el lugar de los viejos “gansos” conservadores e impuso un
programa liberal y antiestatista. Y, por último, en Jujuy, triunfó
un candidato radical conservador cuyo único programa era meter presa
a Milagro Sala y poner fuera de la ley la organización Túpac Amaru.
La
derrota en el balotaje coronó este panorama en el que el peronismo y
el Frente para la Victoria tan sólo logró mantenerse en las
provincias más pobres y menos pobladas del NOA y el NEA y en Santa
Cruz, el territorio propio de los Kirchner. Después de doce años de
un gobierno que sacó al país de su crisis política, económica e
institucional más seria desde el año 1890, que inició un proceso
de reindustrialización, con crecimiento del mercado interno, que
desendeudó nuestras finanzas liberando al país del monitoreo del
FMI, con una política social que permitió un drástico mejoramiento
de las condiciones de vida de los sectores medios y bajos de la
sociedad -postergados del consumo durante 35 años-, que puso en
marcha la capacidad científica y tecnológica del país, alcanzando
cotas extraordinarias con el ARSAT, el INVAP y la energía nuclear,
en suma, de un gobierno exitoso en lo general y con dificultades
coyunturales propias producidas por la caída internacional de las
commodities, el electorado le dio la espalda a todo esto y llevó a
la presidencia a un hombre y un partido que explicitamente se
encargaron de anunciar que todo eso sería barrido de la escena
pública. Si esto no es una derrota profunda y seria, ignoro qué
quieren decir esas palabras.
Soy
un convencido, en el mismo sentido que lo han publicado Gerardo
Adrogué y Alejandro Grimson en Página 121,
que el gobierno macrista no será efímero, tiene un programa claro y
está dispuesto a implementarlo a macha martillo. Cuenta con el apoyo
del sistema imperialista mundial y es punta de lanza para un proceso
contrarrevolucionario en toda Suramérica, que barra por tiempo
indeterminado los avances logrados en nuestro duro camino integrador.
Pensar que se trata de un grupo de pitucos improvisados, una barra de
amigos del colegio festejando San Patricio, es un peligrosísimo
error, ya que nos impide reflexionar y elaborar políticas de largo
alcance que permitan la recuperación del poder del estado, e
ilusionarnos con la breve espera a la pueblada que se lo lleve en un
helicóptero. Las revoluciones son excepcionales y, por ello,
imprevisibles. El sano juicio político aconseja estar preparado para
lo peor -cuatro años, ocho años-, pues de esa manera, cualquier
salida inesperada nos encontrará pertrechados política,
organizativa y programáticamente.
Las
alas del albatros
El
otro eje de mi razonamiento es el siguiente. El peronismo es un
movimiento creado desde el poder. Respondió a una crisis completa de
representatividad del sistema de partidos en 1940 y a la aparición
de nuevos actores sociales -la clase obrera y el empresariado
industrial nacional resultado de la sustitución espontánea de
importaciones, a consecuencia de la guerra-. Se organizó desde
arriba y su triunfo electoral en 1946 -inesperado para el
establishment- fue un voto a favor de las políticas económicas y
sociales que había comenzado a desarrollar la revolución militar de
junio de 1943. El pueblo argentino votó por la continuidad de esas
políticas y dio legitimidad a un poder cuyo origen era una breve
sucesión de golpes de estado militares.
Desde
el poder, Juan Domingo Perón organizó ese amplio frente nacional
que comenzó a llamarse peronismo, y que se nutría de figuras
políticas provenientes del conservadorismo -Héctor J. Cámpora, el
general Filomeno Velazco, Héctor Sustaita Seever, para dar algunos
ejemplos- del socialismo -Ángel Borlenghi, Juan Atilio Bramuglia,
Juan Unamuno, entre otros-, del radicalismo -todo el forjismo
encabezado por Arturo Jauretche, más el propio vicepresidente
Hortensio Quijano-, nacionalistas católicos -el ejemplo arquetípico
es el escritor y poeta Leopoldo Marechal, pero también el padre
Hernán Benítez, los hermanos Muñoz Azpiri, Juan Cooke, José María
Rosa, etc-, stalinistas y trostquistas. Todos ellos fueron
disolviendo sus antiguas pertenencias partidarias para integrar lo
que finalmente fue el Partido Peronista.
Lo
característico y novedoso fue el amplio espectro político,
económico e ideológico de ese nuevo movimiento. Desde el movimiento
obrero hasta los nuevos empresarios, desde sectores vinculados a la
producción agropecuaria hasta industriales navieros, desde notorios
masones a católicos declarados y militantes, desde resonantes
apellidos de las desvaídas aristocracias provinciales hasta los
hijos de árabes y judíos que en las provincias, sobre todo del NOA,
iban conformando una nueva burguesía, todos los sectores enfrentados
al viejo país agroexportador, al privilegio oligárquico tuvieron su
lugar en el Arca de Noé que fue siempre el peronismo.
Sólo
desde el poder del Estado y con mano firme se podía mantener la
unidad de ese frente nacional.
Baudelaire
ha escrito un famoso poema llamado El Albatros, en el que compara al
majestuoso pájaro con el poeta. Describe en sus versos la belleza
aérea de “este señor de las nubes / que habita la
tormenta y ríe del ballestero”. Los marineros, dice Baudelaire
suelen voltearlo a la cubierta y allí se convierte en inútil y
débil, en feo y grotesco. Y termina con estos versos que, a mi
entender, metaforizan la situación del peronismo:
“Exiliado
en la tierra, sufriendo el griterío, / Sus alas de gigante le
impiden caminar”.
El
peronismo, en el poder, se asemeja, en su autonomía, en su agilidad
de movimientos, en su grandeza, a ese albatros que cruza los mares
del Sur. Pero alejado del poder, “sus alas de gigante le
impiden caminar”. Le cuesta recomponer sus amplias alas,
trastabilla con la inmensidad de su cuerpo y se le hace difícil
volver a remontar el vuelo.
Sobre
estas características, que son la fortaleza y la debilidad del
peronismo, se han montado las fuerzas de la reacción oligárquica e
imperialista para intentar, desde hace más de 70 años, destruirlo,
dividirlo y, si fuera posible, borrar toda memoria de su existencia.
No sería la primera vez en nuestra historia. La Argentina
agroexportadora intentó borrar todas las resistencias nacionales del
siglo XIX a la dominación colonial, desde Rosas y la Vuelta de
Obligado hasta el Chacho, Felipe Varela y López Jordán.
Esta
operación tiene la forma de un movimiento de pinzas que, por derecha
e izquierda, intenta y va a intentar neutralizar la extraordinaria
capacidad movilizadora y transformadora que el peronismo ha tenido en
la política argentina y con proyección continental.
Es
evidente que la alianza liberal en el gobierno intenta generar las
condiciones que permitan la aparición de un peronismo integrado al
sistema agroexportador, financiero y de alineación automática con
los EE.UU. Este peronismo -que de alguna manera fue configurado
durante el menemismo, aún cuando las condiciones del país eran
otras-, que constituíría una de las patas de un sistema
bipartidista, se caracterizaría por un acuerdo cupular con las
dirigencias más claudicantes y empresariales del movimiento obrero y
los sectores políticos más conservadores de las provincias y una
relativamente mayor preocupación por los sectores más humildes de
la población. Frente a una coalición liberal-desarrollista,
vinculada a los sectores agroexportadores, las empresas extranjeras y
el capital financiero internacional, este peronismo intentaría
paliar las brutales consecuencias de un proceso de
desindustrialización, desocupación y retroceso general de las
condiciones generadas desde el 2003 en adelante, sobre los sectores
más vulnerables de nuestra sociedad. El punto central es no
cuestionar el modo de inserción de la Argentina en la globalización
dictada por el capital financiero, mantener el esquema agroexportador
y aplastar a las “industrias artificiales”, estableciendo desde
el estado una política social que atenúe los efectos predadores de
esa concepción. Es lo que ocurrió, más o menos, durante los dos
gobiernos de Carlos Menem.
Esta
alternativa es la que se expresa atrás de los reclamos por el
bipartidismo y la alternancia en el poder y tiene como ejemplo el
régimen postpinochetista de Chile. Dos grandes alianzas,
caracterizadas como de centro derecha y centro izquierda, alternan en
el ejercicio de la presidencia sin que ninguna de ellas cuestione o
intente modificar el modelo minero-exportador-financiero, cerrilmente
privatizador, chileno.
Simultáneamente
se ejerce, desde la izquierda, una presión para que los elementos
más dinámicos y los aspectos programáticos más cuestionadores del
status quo semicolonial se aislen del conjunto de los sectores
nacionales y populares, tendiendo a generar un movimiento de gran
pureza ideológica y principista, sin capacidad de acumular fuerza
electoral. Si esa maniobra prosperara, la fuerza transformadora que
fue capaz de modificar durante 12 años el rumbo de la Argentina,
podría convertirse en una organización política testimonial, de
una intensa capacidad militante y de movilización -que tendería a
decaer-, pero conformada a elegir algunos diputados en los centros
urbanos y carente de toda capacidad de asumir el poder del Estado.
El
Partido Justicialista
El
partido creado por Perón tuvo varias denominaciones a lo largo de su
ya larga historia. Es sabido que las elecciones de 1946 son ganadas
por el Partido Laborista, que es acompañado por la Unión Civica
Radical Junta Renovadora y el Partido Independiente, ya mencionado.
El partido Laborista había sido fundado por Luis Gay, fundador e
histórico dirigente del gremio telefónico y adscripto a una
corriente de sindicalismo revolucionario, enfrentado al sindicalismo
de origen socialista y comunista. La idea original de Gay y del
dirigente de la carne, Cipriano Reyes, era la constitución de un
partido obrero, al modo de los laboristas británicos -del cual toma
el nombre- o de la socialdemocracia escandinava -partidos estos que
se estructuran alrededor de los sindicatos obreros-. El partido
Laborista proporcionó más del 80 % de los votos a Perón,
constituyéndose, por consiguiente en la principal fuerza política.
La campaña electoral había estado teñida de enfrentamientos y
desinteligencias entre los laboristas y los radicales de la Junta
Renovadora, que pusieron en peligro la continuidad de la alianza. “En
Buenos Aires, Tucumán, Catamarca, Jujuy, Santiago del Estero y San
Luís las dos mayores formaciones políticas concurrieron por
separado a la contienda electoral”2.
Inmediatamente
asumido al poder, el 23 de mayo de 1946, el presidente da un discurso
en el que declara disueltos todos los partidos que lo habían llevado
a la presidencia y anuncia la creación del Partido Único de la
Revolución Nacional. La naturaleza bonapartista de la conducción de
Perón3 y
el hecho incontrastable de que esos votos no le pertenecían a los
partidos de la alianza fue el sustrato político de esa medida. Las
autoridades del nuevo partido serán los diputados y senadores
electos que se desempeñaban al momento como presidentes de los
bloques parlamentarios. No es este el espacio para recapitular los
intensos debates y fricciones que esta decisión trajo aparejada4 y
que entre otras consecuencias fue una de las causas de la prisión,
hasta 1955, de Cipriano Reyes.
La
vida del Partido Único de la Revolución sería breve. En enero de
1947, Perón cambia el nombre del partido por el de Partido Peronista
y reemplaza su Consejo Superior, terminando así -desde arriba-con
los enfrentamientos entre los dirigentes de diversa procedencia que
amenazaban ya la unidad del bloque parlamentario. El nuevo partido
tendrá una mayor presencia de dirigentes que actúan directamente
como representantes del presidente Perón, frente a aquellos
dirigentes de procedencia radical o laborista. La incidencia de los
dirigentes provenientes de los sindicatos quedará reducida, hecho al
que se le suma la renuncia de Luis Gay al frente de la CGT.
Este
Partido Peronista se irá convirtiendo, poco a poco, en un mecanismo
puramente electoral, sin elecciones internas y donde las candidaturas
eran resueltas a puertas cerradas en reunión con el presidente
Perón.
Es
de destacar que, en 1955, cuando el golpe militar derroca al
presidente, el Partido Peronista se encontraba intervenido en todas
sus secciones. El liderazgo de Perón se ejerció, durante todos esos
años, de manera directa y sin intermediaciones, que es lo que
caracteriza a los movimientos bonapartistas o, si se quiere usar una
categoría más cercana en el tiempo, populistas.
El
Partido Justicialista nace como consecuencia de la proscripción de
Perón y del peronismo entre 1955 y 1973 y, primero del Decreto-Ley
4161 del 5 de marzo de 1956, que prohibía la mención del nombre de
Perón y Eva y cualquiera de sus derivados, y, posteriormente, de la
ley de partidos políticos dictada por el general Lanusse, que, como
un eco de aquel decreto, prohibió los nombres que se derivaran de un
nombre propio o que tuvieran el adjetivo “argentino” o
“nacional”. Excepción fue el partido demócrata “cristiano”,
a pesar de que Cristo fue, como lo dice la fe católica, el nombre
propio del fundador de la doctrina.
Mientras
vivió Perón, el Partido Justicialista no fue otra cosa que el
instrumento electoral de lo que se llamaba el Movimiento Nacional
Justicialista, estructura de hecho que comprendía al conjunto de
fuerzas políticas, sindicales, empresarias, estudiantiles, femeninas
y organizaciones libres del pueblo conducidas por Perón o por sus
delegados personales. Los años 60 y 70 fueron testigos de los
ríspidos debates alrededor de estos conceptos y de las relaciones
entre el Movimiento y el Partido, entre los movimientistas y los
partidocráticos, entre los “nacionales” y los “liberales”
(las comillas para marcar la naturaleza relativa de esas
caracterizaciones).
El
golpe militar de 1976 pone fin a ese y a muchos otros debates y, al
ser desalojado del poder, el peronismo se encuentra con una
encrucijada que, de alguna manera, ha caracterizado su historia: la
dificultad en construir una fuerza política desde el llano que le
permitiese reconquistar el poder. En gran parte, esa dificultad fue
una de las causas de la derrota electoral de 1983.
El
hecho es que la única vez que este Partido Justicialista tuvo
elecciones internas para definir las candidaturas presidenciales fue
en 1988. En ellas, un candidato que carecía de la estructura
partidaria, Carlos Menem, le ganó a quien era gobernador de la
provincia de Buenos Aires y, en cierta manera, responsable de la
adecuación del partido a las condiciones impuestas por el
democratismo alfonsinista, que fue Antonio Cafiero. El triunfador de
aquellas únicas internas fue el presidente peronista que más hizo,
en democracia, por arrasar con la Argentina industrial, de alto
niveles de empleo y bienestar popular y de política internacional
soberana y que desembocó en la crisis del año 2001, después de
haber hecho todo lo posible para que triunfase Fernando de la Rúa, y
no el candidato del justicialismo, en 1999.
Este
breve repaso histórico no tiene otra intención que desdramatizar o
poner en su verdadero contexto la importancia y el verdadero papel
que ha jugado el Partido Justicialista a lo largo de estas siete
décadas. Ha sido un mecanismo de acceso a cargos electorales, a
nivel nacional, provincial y comunal, pero no mucho más que eso. En
muchos casos ha sido capaz de generar conducciones altamente
representativas, tanto de su electorado como de las tareas históricas
que el peronismo tiene en la política argentina. En muchos otros, ha
generado conducciones que han sido capaces de expresar a su
electorado, en el plano territorial, pero que no han representado o
no representan los objetivos de Independencia Económica, Soberanía
Política y Justicia Social que son la razón de ser del movimiento.
Ha tenido enormes dificultades en resolver el juego interno y, desde
el poder, se acudió al recurso de la ley de lemas, ante la
imposibilidad de unificarse en una sola candidatura.
Llegó
así a las elecciones del año 2003 donde se presentaron tres
candidatos peronistas, por afuera de la sigla PJ, y donde salió
elegido presidente el candidato segundo en cantidad de votos, ante la
huída de Carlos Menem del balotaje.
El
ciclo Kirchner
El
triunfo electoral de Néstor Kirchner y el retorno del justicialismo
a su programa histórico fue, como el nacimiento mismo del peronismo,
una política llevada adelante desde el poder y de manera sorpresiva.
El PJ no jugó un papel protagónico en todos esos años, aunque un
grupo de gobernadores apoyó desde el principio y amplió la base de
representación con que Néstor Kirchner llegó a la presidencia.
Desde ese lugar, Néstor Kirchner, primero, y Cristina Fernández de
Kirchner, después, ejercieron el mismo tipo de poder que
caracterizara a los gobiernos de Juan Domingo Perón. Disciplinaron a
los gobernadores reacios, se apoyaron en jefes comunales, pasando por
encima del gobierno provincial, encolumnaron a los díscolos e
impusieron sus puntos de vista. El Partido Justicialista se amoldó a
estos criterios y fue, durante los doce años de gobierno, muy
parecido a lo que había sido aquel Partido Peronista de los años
cincuenta, un aparato electoral eficaz y necesario para consolidar el
poder y el programa que desde el poder se llevaba adelante.
Obviamente,
este mecanismo -insisto, propio y característico de los movimientos
populistas5-
tiene un precio político. El bonapartismo tiende a una conducción
vertical, a prescindir de la discusión y a imponer decisiones de
manera burocrática. Quien cumple el papel articulador del sistema de
demandas tiende a encerrarse en el poder, a rodearse no siempre de
los más capaces, sino los más obedientes, a desplazar, muchas veces
arbitrariamente a quienes intentan exponer alguna crítica, a
perseverar, a menudo, en el error, como manera de ejercer la
autoridad6.
Durante
estos doce años la vida interna del Partido Justicialista, sus
autoridades y congresos no tuvieron ninguna existencia real. En la
Capital Federal, la sede del PJ Nacional tuvo sus puertas cerradas a
toda actividad interna y el padrón de afiliados es un misterio
parecido al de los manuscritos del Mar Muerto. La situación se
repitió en casi todas las provincias en las que cada uno de los
gobernadores ha ejercido más o menos la misma mecánica.
No
hay en estas líneas un intento moralizador. La ruptura con el modelo
agroexportador financiero, la consolidación de la independencia
nacional y la transferencia de ingresos de los sectores tradicionales
al conjunto del pueblo, en la creación de un mercado interno que
ponga en movimiento el sistema productivo industrial, no es una tarea
que tenga un manual de instrucciones o un protocolo de buenas
maneras. EE.UU. lo logró a través de una guerra civil, con unos
800.000 muertos, la consecuente desvastación económica y las
secuelas de bandolerismo y anomia social que continuaron durante
años. La abolición de la esclavitud, como puede verse en la notable
película “Lincoln”, dirigida por Steve Spielberg, y en el libro
de Doris Kearns Goodwin, en el que se basa el filme, fue lograda a
través de enrevesadas y non sanctas maniobras de Abraham Lincoln que
iban desde la compra de representantes, ofreciéndoles cargos de
recaudadores de impuestos, hasta engaños, presiones y chantajes. La
historia no ha sido nunca un baile de señoritas, ni, como afirmaba
el poeta peruano Leoncio Bueno, “el oro viene amonedado”.
Después
del 22 de noviembre
Como
hemos dicho, el peronismo sufrió un duro golpe con la derrota
electoral del año pasado y se hicieron evidentes las diferencias
tácticas y estratégicas, en sordina mientras estuvo en el gobierno.
Esas diferencias perdieron el freno inhibitorio que el ejercicio de
la presidencia imponía y las críticas a la campaña electoral, al
ejercicio del poder en los últimos años, al rigor interno y a la
imposición de criterios por encima de la capacidad de convencimiento
se hicieron públicas. La derrota, casi incomprensible, en la
provincia de Buenos Aires, permanente bastión de la recuperación
peronista, dejó abierta una interna originada ya en la campaña de
las PASO y el enfrentamiento electoral entre Aníbal Fernández y
Julián Domínguez. Es indudable, pasados unos meses, que una buena
parte de la conducción territorial peronista en el conurbano
bonaerense sintió al binomio Fernández-Sabattella como una
imposición y el hecho es que ninguno de los dos miembros de la
fórmula ganó en su propio territorio.
Se
abrió entonces un período de intensa discusión interna, apremiada
además por la necesidad de poner al Partido Justicialista en orden
con la Ley de Partidos Políticos y la justicia electoral, que
imponen plazos perentorios para la realización de su Congreso y la
elección de sus autoridades en todo el país.
Las
dos grandes corrientes internas son: por un lado, quienes consideran
que Cristina Fernández de Kirchner es la conductora natural del
espacio Frente para la Victoria -incluido en el mismo al peronismo-,
más allá incluso de detentar o no la presidencia del partido
justicialista. Por el otro, quienes consideran que la conducción
kirchnerista-cristinista es un período superado por el resultado
electoral y que el peronismo debe seguir un camino similar al trazado
por el ex gobernador cordobés, José Manuel de la Sota. El
gobernador salteño Juan Manuel Urtubey se ha convertido en la
expresión más explícita de esta propuesta y sus coqueteos con el
presidente de la República llegan al borde mismo del contubernio. La
propuesta incorpora al ex intendente de Tigre y candidato
presidencial por el Frente Renovador, Sergio Massa, alejado del
justicialismo desde hace más de dos años, aunque con distintas
simpatías e influencias en el mismo.
Entre
esos dos puntos existe una variedad de matices, tendientes en todos
los casos a mantener una imprescindible unidad, lo más amplia
posible y que permita llegar al 2017 como una fuerza política en
condiciones de enfrentar exitosamente al oficialismo
liberal-conservador en las elecciones legislativas de medio mandato.
En esa franja, rica en matices, juegan dirigentes de amplio apoyo
popular y larga experiencia como Daniel Scioli -el hombre que
remontó, a fuerza de voluntad, amplio apoyo popular y con gran
resistencia interna, una elección presidencial enormemente
complicada por la derrota bonaerense-, José Luis Gioja -el veterano
ex gobernador de San Juan, muy cercano a la presidencia de la
república durante los doce años de gobierno de Néstor y Cristina-
y Jorge Capitanich -el ex gobernador del Chaco, ex jefe de gabinete
durante el período de mayor enfrentamiento con el monopolio
mediático y actual intendente victorioso de la ciudad de
Resistencia. A este cuadro debe sumarse al movimiento sindical,
dividido en varias centrales, con importantes matices en su seno, y
que, a partir de febrero, es protagonista del primero y más
importante enfrentamiento con el gobierno y los sectores patronales:
la apertura de la discusión paritaria después de un brutal ajuste
sobre los salarios y una descomunal suba de precios y tarifas.
Cuando
nuestra Corriente Causa Popular decidió, semanas atrás, afiliarse
al peronismo dijimos:
“Los
viejos sectores y clases de terratenientes, agentes financieros,
bancos y compañías extranjeras han vuelto al poder, arrasando con
la independencia económica y la justicia social. Su principal
objetivo político es convertir al Partido Justicialista, creado por
Juan Domingo Perón como herramienta electoral del movimiento
nacional y popular, en una alternativa “popular” de la
partidocracia liberal. Estamos convencidos que la única forma de
evitar esa domesticación, que alejaría por décadas la posibilidad
de retomar el rumbo del 17 de octubre de 1945, es consolidar al
peronismo como el gran movimiento nacional y no como la alternativa
dentro del régimen de la dependencia. A ello nos comprometemos al
afiliarnos. Fuera del peronismo y en oposición al movimiento obrero,
se corre el peligro de quedar reducido a un partido sin posibilidades
de poder, debilitando y hasta dividiendo el gran frente nacional en
provecho de los intereses que se proclama combatir”.
Todo
lo que ha ocurrido y ocurrirá en el seno del peronismo y del Frente
para la Victoria en los próximos meses está directamente vinculado
a este juego de pinzas, que, con distinta intencionalidad, se ejerce
sobre la unidad del frente nacional.
Esta
compleja situación se agudizó en la votación parlamentaria del
proyecto reendeudador del Poder Ejecutivo y el pago a los fondos
buitres, que fue seguido por la derogación de la Ley de Servicios
Audiovisuales. La ruptura de la unidad del bloque del Frente para la
Victoria fue, por cierto, un nuevo triunfo del oficialismo, pero que
no hizo más que ratificar el triunfo logrado en el balotaje. Las
presiones sobre las provincias, sumado a las deserciones políticas
de un número importante de diputados y senadores, aumentaron la
sensación de derrota y pusieron en boca de una parte del peronismo y
el Frente para la Victoria la palabra “traición” para
caracterizar esas decisiones.
Mientras
todo esto ocurría, Cristina Fernández de Kirchner se mantenía en
silencio en su terruño patagónico.
La
conducción del PJ y el FpV
Los
distintos sectores del justicialismo lograron conformar una
conducción nacional cuyo objetivo es el cumplimiento de los
mecanismos legales y estatutarios para mantener la personería
política del partido. Los nombres que lo integran expresan esos
distintos sectores y su importancia no es otra que establecer los
mecanismos formales dentro de los cuales deberá darse la discusión
política, es decir, establecer el rumbo del movimiento. Esta
conducción refleja las distintas situaciones provinciales y
municipales y es expresión de la presencia territorial del partido.
A
su vez, los sectores no peronistas que forman el Frente para la
Victoria, con la participación de agrupaciones como La Cámpora y
Kolina, sin base territorial, pero con un importante activo
militante, desafían estas gestiones y, sintiéndose expresión de
los puntos de vista de Cristina Kirchner, han organizado importantes
reuniones callejeras en las principales ciudades del país. El
encuentro realizado en Avellaneda el 20 de marzo reunió a todos esos
sectores, que expresan lo que la prensa comercial define como centro
izquierda del espectro político y que está integrado por grupos
tales como Nuevo Encuentro de Sabbatella, el Partido Comunista
Congreso Extraordinario, Carta Abierta y los radicales alfonsinistas
de Leopoldo Moreau. Pero además estuvieron dirigentes nacionales
como Jorge Capitanich, Agustín Rossi, algunos intendentes de Buenos
Aires, como Ferraresi, Mussi y Durañona. Todos estos distintos
sectores se caracterizan, en general, por fuerte definiciones
político-ideológicas, pero sin el poder y la representatividad de
ninguna provincia.
La
vuelta de Cristina
La
impasse generada por la ruptura del bloque de diputados y senadores
del FpV, los pases de factura por los resultados electorales y la
campaña abiertamente oficialista de algunos dirigentes, como el
gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey, tuvo un cimbronazo con la
aparición en Buenos Aires de la ex presidenta Cristina Fernández de
Kirchner.
El
empecinamiento resentido de un juez pistolero, montado sobre un caso
absolutamente carente de toda consistencia jurídica, hizo que
Cristina tuviera la obligación de presentarse ante el juzgado, so
pena de ser llevada por la fuerza pública. La bravuconada del juez
Bonadío, que hasta último momento trató de ser frenada por el
gobierno e, incluso, por sectores del poder judicial, significó la
realización de un multitudinario acto de masas, en las puertas
mismas de los Tribunales, en la calle Comodoro Luis Py.
Vale
la pena recordar a este marino nacido en Barcelona, que atravesó
todo el tumultuoso siglo XIX rioplatense y participó en todos los
principales entreveros civiles, desde el sitio de Montevideo, en
manos de los colorados de Fructuoso Rivera, hasta la represión al
levantamiento mitrista de 1874, pasando por la Guerra del Paraguay.
Si bien es cierto que toda su vida fue leal a la provincia de Buenos
Aires, su última actuación, significó, ni más ni menos, que la
afirmación de la jurisdicción argentina sobre la actual provincia
de Santa Cruz, disputada por el gobierno chileno. De manera que la ex
presidenta, por esos caprichos de Clío, retomó la actividad
política justo en la calle que recuerda al marino por el cual el
Calafate es argentino y la propia Cristina pudo ser senadora de esa
provincia.
El
acto y el discurso de Cristina conmocionaron un escenario político
que se debatía en medio de una agónica desorientación. Cristina,
con su capacidad de convocatoria, ya fuera del poder del Estado, se
convirtió en la dirigente política capaz de desequilibrar los
tantos.
A
partir de ahí, comenzó una intensa actividad política, que
contrasta vivamente con el astuto silencio mantenido durante los
primeros cuatro meses de gobierno de Macri, y se ha entrevistado con
los diputados del FpV, visitó la isla Maciel y se reunió con el
movimiento de curas villeros, convocó a los artistas y
personalidades de la cultura, a los movimientos sociales y a los
senadores del FpV. A lo largo de todos esos encuentros, Cristina ha
intentado hacer explícito el sentido de su llamado a un Frente
Ciudadano, entendido como un gran movimiento, que no solo convoca a
los sectores políticos afines, sino que busca asumir la
representación de todos los requerimientos y necesidades que la
sociedad argentina ha comenzado a enfrentar a partir del modelo de
ajuste neoliberal y financiero impuesto por el gobierno.
Pero
sobre todo, ha puesto en tensión a la conducción justicialista al
plantear de manera abierta y clara la cuestión de la unidad y del
sentido y objetivo de la misma.
Al
regresar a la Argentina, en 1973, Juan Domingo Perón expuso, con la
síntesis epigramática que lo caracterizaba, el tema de la
unidad: “Yo vine al país para unir y no para fomentar la
desunión entre los argentinos. Yo vine al país para lanzar un
proceso de liberación nacional y no para consolidar la dependencia”.
O sea, la unidad de los argentinos -y por ende del movimiento
nacional y popular- esta determinada y condicionada por el objetivo
de la misma: “lanzar un proceso de liberación nacional y
no para consolidar la dependencia”.
El
escenario político no está, ni mucho menos, cerrado y cristalizado.
La capacidad de movilización, el contacto directo con amplios
sectores urbano y juveniles y la confianza que estos depositan en
Cristina Fernández de Kirchner no se traducen mecánicamente en un
resultado electoral. Las representaciones territoriales, el poder de
los gobernadores y la capacidad electoral de la maquinaria
justicialista por sí mismos, tampoco garantizan el necesario rumbo
de independencia nacional, desarrollo industrial con justicia social,
autonomía científico-tecnológica y consolidación y ampliación
del mercado interno.
Entre
la tensión de las dos alas de este albatros derribado se jugará la
política en el futuro inmediato. Esas alas, en el albatros,
necesitan un poderoso esternón; en el movimiento nacional y popular
esa función la cumple una conducción representativa que sea capaz
de liderar el conjunto para volver a surcar el espacio del poder.
A
esa necesidad del conjunto, a esa imprescindible participación del
peronismo, que sigue siendo la más alta representatividad política
del pueblo argentino -de las grandes masas oprimidas de las ciudades
y del campo, de la ciudad de Buenos Aires y de las provincias- se
referían aquellos posteos que dieron origen a esta demasiado extensa
disquisición, a la que, todos los días, se le han sumado nuevos
elementos y datos.
Tenemos
por delante una gigantesca tarea: derrotar al gobierno liberal
conservador basado en las empresas imperialistas y sus gerentes. Solo
la política, tan reivindicada todos estos años de reencuentro con
nuestras mejores tradiciones, podrá mantener la unidad de criterio y
de acción del movimiento nacional. En ese sentido, tengo para mí
que es tan contraproducente entregar de antemano fuerzas al enemigo,
como intentar manejar algo tan rico, complejo y representativo como
el peronismo, con criterios dignos de un grupo de boyscouts o de
desangelados calculadores.
Buenos
Aires, 21 de abril de 2016
Notas:
1 Tres estrategias para la oposición, 29 de marzo de 2016, http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-295656-2016-03-29.html
2 María Moira Mackinnon, “Sobre los Orígenes del Partido Peronista. Notas Introductorias" en Representaciones Inconclusas, las Clases, los Actores y los Discursos de la Memoria, 1912-1946", Waldo Ansaldi, Alfredro Pucciarelli, José Villarruel, Editores. Editorial Biblos, Buenos Aires, (1995).
3 “El bonapartismo (expresión derivada del papel desempeñado por Napoleón I y su sobrino Luis Napoleón en la historia de Francia) es el poder personal que se ejerce 'por encima' de las clases en pugna, hace el papel de árbitro entre ellas”. Jorge Abelardo Ramos, Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, tomo 5. La era del peronismo (1943-1976), Ediciones Continente, Buenos Aires, (2013).
4Ver María Moira Mackinnon, op.cit.
5 Laclau sostiene, justamente, que el populismo aparece cuando el sistema institucional es incapaz de dar respuesta a los múltiples, variados y contrapuestos reclamos y exigencias de la sociedad. De alguna manera, populismo e institucionalidad son antónimos. La institucionalización de las jefaturas populistas solo puede aparecer cuando el núcleo central de las apelaciones populares se ha resuelto. Desaparece entonces el populismo para dar paso a una nuevo momento institucional.
6 Pasó con Perón en los años previos a 1955. Muchos de los mejores elementos que lo rodeaban en 19 45 se habian alejado silenciosamente, para no debilitar, con sus críticas públicas el proceso transformador. Su amigo de confianza, el coronel Domingo Mercante, Arturo Jauretche y sus amigos forjistas, Scalabrini Ortiz, Ramón Carrillo, entre otros, sufrieron el ostracismo político impuesto desde la presidencia. Cuando el gobierno es derrocado por los gorilas del 55, ninguno de los nombrados ejercía ningún cargo público y sus nombres hacía tiempo que no aparecían en los medios que manejaba la Secretaría de Prensa e Difusión, dirigida por Raúl Apold.
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