23 de mayo de 2016

Las heridas de la balcanización y el bálsamo de la integración

En el año 2006 se reunieron, en la Universidad Católica de Lovaina, un grupo de catedráticos chilenos, boliviano y peruano con el objetivo de conversar sobre la centenaria aspiración de Bolivia a una salida al Oceáno Pacífico, costa perdida como resultado de la Guerra del Pacífico. El resultado de los cinco días de debate fueron las Actas de Lovaina, en las que se privilegió el encuentro, el diálogo y el consenso sobre cualquier otro modo de resolver esa aspiración, alcanzando por ese camino una solución que beneficiara a todos y pudiesen celebrar juntos.

Al concluir las Jornadas, Leonardo Jeffs Castro, reciéntemente fallecido propuso a la Cátedra Integración Latinoamericana retomar en Buenos Aires los diálogos de Lovaina. La idea fue luego informada al Rector de la Universidad Católica Argentina, Arz. Dr. Víctor Manuel Fernández, quien se convirtió a partir de ese momento en uno de los inspiradores de los nuevos diálogos y ofreció la sede de dicha Universidad para su celebración.

Aceptaron la invitación los académicos Guadalupe Cajías de la Vega, Roxana Forteza, Ramiro Prudencio Lizón y Rafael Loaiza Bueno de Bolivia, Jorge Magasich Airola, Eduardo Cavieres Figueroa, Luis Castro Castro y Cristina Oyarzo Varela de Chile y Cristóbal Aljovin de Losada, Daniel Parodi Revoredo, Jose Chaupis y Marcel Velázquez de Perú.

Los invitados dialogaron durante tres jornadas y el 21 de mayo de 2015 firmaron el Acta de Buenos Aires en el Auditorio San Agustín de la Universidad Católica Argentina colmado de profesores, investigadores, estudiantes y dirigentes sociales y políticos que aplaudieron entusiastamente cada una de las firmas.
 
El profesor Humberto Podetti,de la Cátedra Integración Latinoamericana, e invitó a participar en un libro que recopilaría estos trabajos bajo el título "El reencuentro de Bolivia con el mar. Del Acta de Lovaina a la de Buenos Aires".

Esta es mi colaboración a ese importante trabajo de integración suramericana:

“No somos un mero continente, apenas un hecho geográfico con un mosaico ininteligible de contenidos. Tampoco somos una suma de pueblos y de etnias que se yuxtaponen. Una y plural, América Latina es la casa común, la gran patria de hermanos […] a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia”. 
(Documento de Aparecida).

“Yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado. Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido Cretinos, no he sido yo sólo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos en el baile del cretinismo”.
Juan Domingo Perón.

Quiero comenzar esta modesta colaboración al esfuerzo de reflexionar sobre los caminos para que Bolivia vuelva a mojar sus costas en el Pacífico con una anécdota personal.

En enero de 1992, fui invitado por la universidad ARCIS, de Santiago de Chile, para proyectar la película “Cipayos, la Tercera Invasión”, que había dirigido Jorge Coscia y de la cual era el coautor del guión. Fui gentilmente recibido por los responsables de los cursos de verano y alojado en un pequeño hotel cercano a la sede universitaria. Durante esos días tuve oportunidad de conversar con varios dirigentes del Partido Comunista chileno, que formaban parte de la universidad. En una de esas charlas salió el tema del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, que la dictadura de Pinochet había roto y que el gobierno de Patricio Ayllwin aún no había restablecido. Chile vivía, en ese momento, los primeros tiempos del retorno de la democracia y un ambiente cuestionador y creativo. Casi sin pensarlo, me metí en la conversación sugiriendo que, para evitar la naturaleza notoriamente ideológica del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, sería interesante plantearlo desde una perspectiva latinoamericanista. Para ello, se me ocurrió decir, que debería plantearse no sólo el restablecimiento de las relaciones con la isla, sino también con Bolivia.

En el instante mismo en que terminé de esbozar mi idea, en una mesa de café y sin ninguna capacidad operativa, mis interlocutores, todos ellos vinculados de una u otra manera a la izquierda chilena, quedaron mudos. El aire se cargó de una pesada energía negativa y, mientras se miraban unos a otros, quien parecía tener más autoridad me contestó con una helada seriedad:

- Nosotros jamás propondríamos una cosa así. Eso sería ir contra el país.

Confieso que quedé estupefacto. Con ingenuidad y buena fe, sin buscarlo, había tocado uno de los más sensibles nervios de la política exterior chilena y casi de su identidad. A esos amigos les resultaba un deber militante establecer relaciones con Cuba, de la misma manera que les parecía un deber militante no hacerlo con Bolivia, el país vecino. La experiencia me permitió conocer vivencialmente la profundidad de la herida no cicatrizada que la Guerra del Pacífico dejó, no ya en alguno de los países vencidos, sino, paradójicamente, en el país vencedor.

De ahí la importancia que, desde esta perspectiva, han tenido, tanto la reunión de Lovaina en septiembre de 2006, como su continuidad en Buenos Aires en mayo de 2015.

1. La era de los estados nacionales

La cuestión de la mediterraneidad de Bolivia es una consecuencia directa del proceso de balcanización que sufrió la nación latinoamericana a lo largo del siglo XIX. Mucho se ha escrito sobre este tema, pero creemos que no es redundante mencionarlo en esta exposición. El mapa político de Suramérica, su división en diez débiles estados agro y minero-exportadores y el enfrentamiento armado entre ellos -afortunadamente no muy frecuente- no ha sido el resultado de siglos de diferencias culturales, de procesos de ocupación y dominación, de seculares tendencias expansionistas, de antiguos conflictos religiosos o de opresiones imperiales multinacionales.

Por el contrario, el breve período que va desde 1824 a 1883, cuando finaliza la Guerra del Pacífico, se caracteriza por el estallido y fragmentación de las distintas regiones de la heredad hispánica en el continente suramericano, que hasta la batalla de Ayacucho habían combatido unidas contra la dominación española. En 1965, el chileno Felipe Herrera, uno de los próceres del siglo XX de nuestra nación inconclusa, citaba al argentino Juan Bautista Alberdi -de larga e influyente actividad en Chile- al inaugurar Instituto para la Integración de América Latina (INTAL):

"A comienzos de 1817 estaba lista en Mendoza la partida del Ejército Libertador. Las instrucciones solicitadas por San Martín al Gobierno de Buenos Aires contenían las grandes líneas del programa emancipador de la revolución argentina para los demás pueblos de América, y en ellas se le señalaba que hiciera valer su influjo para persuadir a los patriotas chilenos a enviar sus diputados al Congreso de las Provincias unidas 'con el objeto de constituir una forma de gobierno general para toda la América Latina, unida en una Nación'"1.

"Desterrado el mal, aflojamos los vínculos de solidaridad", explicaba Juan Bautista Alberdi. Y lo que en Europa fue el proceso tardío de formación de los estados nacionales, en Suramérica fue una simiesca danza macabra que lejos de unificar a los pueblos con el mismo idioma, separados por artificiales fronteras y aduanas -como hizo Bismarck o el Risorgimento italiano-, dividió regiones, con igual idioma, religión y tradiciones, a partir de la fuerza centrífuga de sus puertos. Así nacieron nuestros estados actuales. Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso, Lima, Guayaquil fueron el núcleo de la balcanización y transformaron sus zonas de influencia en países que simulaban una ideología nacional al modo de húngaros, checos, alemanes o daneses.

Y en esta tragicomedia, interpretada por las burguesías comerciales portuarias y la arrolladora presencia de los intereses británicos en la región, tuvieron su desarrollo las dos tragedias que derramaron sangre fraterna en el corazón del continente: la Guerra del Paraguay y la Guerra del Pacífico2. Y si la primera dejó al pueblo guaranítico privado de sus hombres -sólo viejos, mujeres y niños quedaron en el Paraguay ocupado por las fuerzas imperiales de Brasil-, la segunda dejó sin contacto con el mar a la república que debe su nombre a la memoria del Libertador.

Y la ocupación del ejército chileno en la tierra de Belzú dejó heridas profundas en la memoria de los bolivianos. Por segunda vez, el “portalismo” -la ideología aislacionista y proinglesa de la burguesía comercial de Chile- humillaba a Perú y Bolivia. Cuarenta y cuatro años antes, en la batalla de Yungay, habían derrotado al Mariscal Andrés de Santa Cruz, el heredero de Bolívar, y disolvió la Confederación Peruano-Boliviana.

Saqueos, violaciones y un manifiesto racismo del ejército chileno, más la pérdida de su litoral, marcó desde entonces el sentimiento boliviano hacia el invasor. Como dice Cecilia González Espil: "La actuación de Chile en la guerra fue la de un conquistador"3.

2. La era de la integración continental

A lo largo de todo el siglo XX fue imposible superar la enorme grieta producida entre los dos países. Bolivia, viviría una guerra más, producto de la balcanización y los intereses imperialistas en la región, esta vez con el Paraguay. La tragicomedia de la creación de nuestros supuestos estados nacionales tuvo un nuevo y trágico capítulo en una guerra en la que ambos contendientes salieron perdidosos. Y la pérdida de su costa se convirtió, inevitablemente, en una causa irredenta que impregnó toda la relación boliviana con sus vecinos. A su vez, Chile asumió como victorias nacionales los resultados de la guerra del Pacífico y los introdujo en su historiografía oficial como fechas de la misma magnitud que Chacabuco o Maipú. Ninguno de los gobiernos que se sucedieron en ambos países, con los característicos ciclos de revolución y contrarrevolución que configuran la política del continente, lograron poner punto final a una situación que, cien años después, se había convertido en anacrónica, pero mantenía su injusticia originaria.

La propia República Argentina asumió los resultados de la guerra según el patrón aquí descripto de la construcción de los Estados Nacionales, y usó alternativamente a uno o a otro país para equilibrar las relaciones con el Brasil, desentendiéndose del problema del mar boliviano.

Una sumaria recorrida por nuestra historia diplomática pone de manifiesto dos cuestiones: una, nuestra cancillería nunca, ni siquiera durante los gobiernos de Perón, hizo manifiesta una voluntad o deseo de devolver a Bolivia su salida al mar; la otra, solo excepcionalmente -en los gobiernos peronistas- la cancillería argentina se aproximó a Bolivia. La política de los gobiernos anteriores al peronismo se desentendieron de Bolivia y, durante la guerra del Chaco, Argentina se puso detrás de Paraguay, mientras Brasil hacía lo propio con Bolivia4.

El ciclo de los estados nacionales ha terminado. Los grandes bloques continentales se han convertido, como preveía Friedrich Ratzel en el siglo XIX, en los nuevos protagonistas de la política internacional. Con dificultades y múltiples resistencias, nuestro continente suramericano está encaminado a ese estratégico objetivo, so pena de convertirnos en meros sujetos de la política internacional dictada por otros.

Es entonces en este marco, en el de la superación de la estrechez de esos impotentes estados nación creados bajo el predominio de nuestras economías agro y minero exportadoras, que la reunión de Lovaina y su actualización porteña adquiere su real dimensión. Como muy bien ha dicho el profesor Rafael Antonio Loaiza Bueno, en su intervención en Buenos Aires:

"Al respecto, son ciertamente taras la ideologización de la mediterraneidad boliviana, la excesiva dependencia hacia la terminología política (léase soberanía) y la utilización política del tema a través de las causas nacionalistas y a veces xenófobas por las que se aborda institucionalmente el tema".

Son taras, pesos muertos de un pasado que se resiste a ser enterrado, para dar paso a nuevas formas de vida social y política de nuestros pueblos, en los que la unidad de lengua, cultura, religión y problemas se impongan a las cicatrices o supuestos orgullos adquiridos en épocas de división y enfrentamientos.

Alberto Methol Ferré, en diálogo con Alver Metalli, afirma:

"Una visión localista que exalta 'lo nacional' y que hasta lo opone a lo 'sudamericano' y a lo 'latinoamericano' penetra todavía la enseñanza primaria y secundaria en nuestras escuelas. La revisión de los libros de texto es apenas el comienzo. Este hecho no hace más que reforzar la idea de que la educación es un nivel fundamental en un camino integrador" 5.

Este pensamiento es el que nutre, entiendo, la propuesta de estos encuentros que, fuera de los ámbitos de decisión política y desde una perspectiva académica, propone un nuevo acercamiento al problema. Hacemos nuestras las palabras del profesor Rafael Antonio Loaiza Bueno, cuando sostiene, en el texto ya citado:

"Buenos aires se atreve valientemente a sugerir espacios de desarrollo educativo transnacionales, a través de la enseñanza de la historia, de la otra historia, la de la otredad, pues no existe otro evento que construya mejor las simbologías que hoy nos separan. No hay que reescribirla, hay que darle un sentido, un sentido que nos permita entendernos y cerrar las heridas de la guerra con diálogos educativos y que nos mueva a trabajar nuestros parecidos antes que nuestras diferencias".

La integración continental, la construcción de la Patria Grande, tiene que actuar como un bálsamo sobre las viejas heridas y los viejos rencores,hoy anacrónicos ante la inmensidad del desafío. Que en la silla de Pedro esté hoy un argentino plenamente imbuido de nuestro destino de unidad pone un aliciente más a este esfuerzo de permitir que Bolivia recupere su situación costera, pese a las dificultades que hasta hoy la política ha encontrado para alcanzar esta solución. Ni el armamentismo agresivo, ni las provocaciones fronterizas pueden imponerse sobre este notable llamamiento que formula Monseñor Víctor Fernández en su discurso de Buenos Aires:

"No perdamos nuestra pasión latinoamericana, no dejemos que nos enfríen este sueño de la Patria grande".

Las universidades pueden, además, recuperar esa “hora americana” que anunciaban los jóvenes cordobeses de la Reforma Universitaria de 1918, conquistando con el pensamiento y la argumentación sensata lo que, insisto, viejas pasiones, que se han convertido en comarcales, han impedido hasta ahora.


Bibliografía
Alberto Methol Ferré. La América Latina del siglo XXI, Edhasa, Marzo, 2006
Andrés Cisneros y Carlos Escudé. Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas. Tomo VII: La Argentina frente a la América del Sur, 1881-1930. Grupo Editor Latinoamericano. Buenos Aires. 2000
Cecilia González Espil, Guerras de América del Sur en la formación de los Estados Nacionales. Ediciones Theoria.Buenos Aires, 2001.

1 Felipe Herrera, Obstáculos y avances para una Comunidad Económica Latinoamericana. Conferencia. http://www19.iadb.org/intal/intalcdi/integracion_latinoamericana/documentos/104-INTAL_veinte_anios_de_existencia_3.pdf
2 Cecilia González Espil, Guerras de América del Sur en la formación de los Estados Nacionales. Ediciones Theoria.Buenos Aires, 2001.
3 Idem Pág. 172.
4 Historia de las Relaciones Exteriores Argentinas. Tomo VII: La Argentina frente a la América del Sur, 1881-1930. http://www.argentina-rree.com/historia_indice07.htm

5 Alberto Methol Ferré. La América Latina del siglo XXI, http://www.metholferre.com/obras/libros/capitulos/detalle.php?id=18

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