En
el año 1593, casi cien años después de la llegada de Colón a
América, un discípulo de Iñaki de Loyola, el jesuita español
Gregorio de Céspedes, escribe cuatro cartas a sus superiores
informándoles que está en Busan, en el sur de la península de
Corea. Ha llegado hasta allí acompañando
a un “kirishitan
damyō”,
un señor feudal japonés cristiano a las ordenes de Toyotomi
Hideyoshi, el prominente samurai que se ha convertido en el hombre
fuerte del Japón. El padre Gregorio había logrado convencer al
propio jefe de la expedición y a algunos de sus soldados sobre el
misterio de la encarnación del hijo de Dios, por lo menos lo
suficiente como para que lo aceptasen en la expedición
conquistadora.
Se
ignora si logró realizar alguna tarea evangélica entre el pueblo
ocupado por las mesnadas japonesas, pero se supone que no, ya que su
paso por la península no dejó ningún otro rastro más que esas
cuatro cartas.
No
obstante, el padre Gregorio de Céspedes se convirtió en el primer
occidental en tomar contacto con el antiguo reino de Goryeo, un
monarca del siglo X del que deriva el actual nombre de Corea.
Toyotomi Hideyoshi, el samurai japonés, continuó su conquista,
arrasando la península en su camino hacia China. No fue la última
vez que los japoneses conquistaron la tierra de Goryeo,
convirtiendola en uno de sus “han”,
como llamaban a las colonias del Celeste Imperio.
Porque
ese ha sido el sino de ese pequeño apéndice del gigantesco bloque
euroasiático, la península de Corea: ser disputado por su gigante
vecino del continente o su ambicioso vecino del archipiélago
cercano. Resistió secularmente a la colonización japonesa. Su
pueblo fue despreciado y considerado esclavo por el miserable código
Bushido,
practicado
por esa casta de bandoleros y mercenarios que eran los samurai,
a los que Akiro Kurosawa idealizó en su célebre película. Los
coreanos estuvieron condenados por décadas a producir arroz para sus
amos japoneses, aún cuando ellos mismo carecían del alimento
suficiente para sobrevivir.
Primero
el budismo y varios siglos después el confucianismo, esa rígida
ética estamental, reglamentarista de administración del estado,
conformaron su cultura dominante. Pero, justamente su estructura
social resistió con tenacidad toda forma de modernización. A la
invasión manchú, desde el norte, sucedió una nueva invasión
japonesa que duraría hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Corea ni siquiera formaba parte del llamado Manchukuo, el estado
títere creado por los japoneses en el noroeste de China. Era una
simple posesión colonial japonesa y sus habitantes eran tratados
como esclavos.
El
siglo XX y el nacionalismo coreano
Es
en esas condiciones que resurge un fuerte movimiento nacionalista
coreano. El 1° de marzo de 1919, un pequeño grupo se reunió en el
parque Tagpol , en Seúl, y declaró la independencia. El movimiento
se extendió velozmente por todo el país y fue brutalmente reprimido
por los ocupantes japoneses. Estos respondieron además con un
intento de niponizar culturalmente a los coreanos, imponiendo
obligatoriamente su idioma, obviamente su escritura y hasta su
vestimenta.
Ya
sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético,
entrando por el norte, desaloja a los japoneses de la península y
consigue su control definitivo. Con el Ejército Rojo, entró en
Corea Kim Il Sung, un antiguo dirigente guerrillero antijaponés,
quien, refugiado en China, se había incorporado a las unidades
guerrilleras del Partido Comunista Chino y, posteriormente, había
hecho una carrera militar en el Ejército Rojo, donde había
ascendido a comandante.
Mientras
tanto, en el sur del país el movimiento nacionalista era liderado
por Syngman
Lee. Este era un hombre de una generación anterior a Kim il Sung y
formado, después de su educación confuciana en Seúl, por los
norteamericanos. Syngman había constituído un gobierno coreano en
el exilio, ya bajo la influencia de los EE.UU. y logró establecer
fluídas relaciones con el presidente Wilson y, luego, con Franklin
Delano Roosevelt. Ni bien los japoneses se retiran de la península,
Syngman voló a Tokio y de la mano del general Douglas Mac Arthur se
instaló en Seúl. Sobre la base de su furibundo anticomunismo, se
convirtió en el hombre de los norteamericanos en la región.
De
hecho, los soviéticos y los norteamericanos establecieron dos claras
zonas de influencia separadas por el paralelo 38°, lo que dio
nacimiento a los dos estados que hoy conocemos: Corea del Norte y
Corea del Sur. La solución, como toda solución establecida por un
poder extranjero no satisfizo a ningún coreano, ni a los dirigidos
por Kim il Sung y su Partido del Trabajo, convertido
en líder de la República Popular de Corea,
ni a Syngman Lee quien
en 1948 se convierte en presidente de la República de Corea del Sur.
Una
vez más, las aspiraciones por constituir una sola Corea habían sido
abortadas por la injerencia extranjera. Pero esas aspiraciones
nacionales se mantenían vivas.
La
Guerra de Corea
El
25 de junio de 1950 las tropas de Kim il Sung cruzaron el paralelo 38
e iniciaron una ofensiva que casí llegó hasta la ocupación de la
totalidad de la península. Philip Short, el biógrafo inglés de Mao
Zedong, cuenta cómo se gestó esa decisión y los dolores de cabeza
que le acarreó al Secretario General del Partido Comunista Chino.
“El
lider de Corea del Norte, Kim il Sung, había acudido a Pekín para
comunicarle que Moscú había aprobado una iniciativa militar para
reunificar la península. Stalin, tan astuto como siempre, había
impuesto una condición: Kim debía obtener primero el visto bueno de
Mao. «Si
te pega una patada en el culo», le dijo el dirigente soviético, «no
moveré ni un dedo». Ello implicaba que Mao tendría que hacer de
valedor de los coreanos. Durante sus encuentros en China, Kim omitió
esa parte de la conversación con Stalin”1.
A
regañadientes y previa consulta con Moscú, para corroborar la
versión de Kim, los chinos, que estaban preparando su invasión a
Taiwan, debieron resignar esta y aceptar la propuesta coreana. El
peso de los cien mil compatriotas de Kim il Sung que habían luchado
en la liberación del Manchukuo pesaron como plomo en la decisión de
Mao. Este nunca quedó conforme con el casi fait accompli que le
impuso el dirigente coreano. Entre otras cosas, por el alivio que le
significó a Chiang Kai-shek. Este ya había sido anoticiado por
Truman que EE.UU. no intervendría para proteger a los nacionalistas.
Ese
mismo año, George Orwell había hecho conocer su concepto de “Guerra
Fría”. En Corea, había comenzado un cruentísimo enfrentamiento
bélico en el que las potencias vencedoras de la Segunda Guerra
Mundial, divididas por aparentes motivos ideológicos, se enfrentaban
a través de una guerra civil en un país periférico. Para la
República Popular de Corea la guerra significó el exterminio del 15
% de su población civil, una total devastación de su territorio a
consecuencia de los bombardeos norteamericanos y una casi regresión
a las condiciones del reino de Goryeo en el siglo X de nuestra era.
La intervención de China Popular impidió que los norteamericanos se
hiciesen de la totalidad de la península y las tropas
norteamericanas, amparadas equívocamente bajo la bandera de las
Naciones Unidas, sufrieron un duro revés.
La
situación se prolongó durante más de dos años hasta que
finalizaron las hostilidades sin firmarse nunca la paz entre ambos
estados coreanos.
A
las tropas norteamericanas se sumaron algunas tropas
latinoamericanas, principalmente de Colombia y de Puerto Rico. Fue
esto último lo que lo llevó al poeta cubano Nicolás Guillén a
escribir:
¿Cómo
estás Puerto Rico,
tú
de socio
asociado en sociedad
(...)
de
un empujón te hundieron en Corea,
sin que supieras por quién ibas a pelear.
sin que supieras por quién ibas a pelear.
En
el Río de la Plata es de destacar la gran campaña llevada adelante
por el jefe del Partido Nacional uruguayo, el partido Blanco, Don Luis Alberto de Herrera, contra
la adhesión de su país a la Guerra de Corea, a la que el
oficialismo de Luis Batlle pretendía meterlo. El gobierno de Juan
Domingo Perón, en nuestro país, garantizaba la no injerencia
argentina en una guerra imperial.
La
construcción de una nación
La
historia posterior de las dos Coreas constituye un claro ejemplo de
una voluntad en construir una nación, incluso bajo las condiciones
internacionales más difíciles.
Si
Kim il Sung logró mantenerse independiente tanto de los designios de
Moscú como de Pekín, pese a la importancia militar y económica que
ese respaldo le significaba, no es menos cierto que la conducción de
Seúl supo explotar para beneficio de su país la importancia
geoestratégica que significaba para los EE.UU. El sucesor de Syngman
Lee, Park Chung-hee logró que esa dependencia política se
convirtiera en factor de desarrollo, modernización e
industrialización de su país, que, hasta su llegada al poder,
sobrevívía de los aportes de las agencias yanquis para el
desarrollo. Con métodos cercanos a los de una dictadura militar,
Park creó la prodigiosa Corea que hoy conocemos, la de Hyundai, LG,
Samsung y la del nuevo cine coreano. Bajo su régimen, hubo
reiterados intentos de acercamiento con la otra parte de la nación
dividida, frustrados en la mayoría de los casos por la injerencia
imperialista y las tensiones generadas por la Guerra Fría.
El
régimen de Kim il Sung logró estabilizarse y encontró en su hijo,
primero, y en su nieto, actualmente, una continuidad de criterios y
objetivos. Acuñó su idea de un socialismo independiente tanto de
China como de la entonces Unión Soviética, al que llamó “la idea
Juche” que se ha traducido como de autoconfianza. Logró atravesar
incólume, pero no sin grandes esfuerzos, la caída de la Unión
Soviética y la transformación de China Popular en una gran potencia
económica, sobre la base de un gran ejército, un estado permanente
de amenaza de guerra y una gran unidad política de su pueblo.
Hoy,
el nieto del guerrero de la Manchuria, Kim
Jong-un
y
el presidente Moon
Jae-in se han convertido en dos estadistas que están construyendo
una nueva historia. Con su encuentro en el paralelo 38 han cerrado el
siglo XX. Y al hacerlo han dado inicio a la construcción de una
poderosa nación asiática, que, por primera vez en su historia, ha
alcanzado semejante nivel de desarrollo. La integración definitiva
de una Corea industrial, con una gran organización estatal, con un
poderoso ejército y con capacidad nuclear modifica el mapa mundial y
contribuye decisivamente a ese desplazamiento del centro del mundo
que comenzó a manifestarse en el nuevo siglo XXI.
Kim
Jong-un y Donald Trump, como dos jugadores fulleros, gesticularon, se
insultaron, se hicieron bromas pesadas, se amenazaron recíprocamente
con la hecatombe final. Seguramente ambos sabían que el final del
juego sería algo parecido a esto.
Lo
hemos dicho varias veces en los últimos años. La conducción
política de los EE.UU. está decidida a un repliegue de sus fuerzas.
Sabe que es un gigante con grandes pies de barro amenazado, ya no por
el fantasma del comunismo, sino por el espectro del capital
financiero, ante el que están sucumbiendo las principales economías
industriales de Occidente. Es casi seguro que esto presente a nuestro
continente nuevos problemas, nuevas dificultades y desafíos. Pero el
nuevo mundo que se está construyendo ofrece también, si sabemos
aprovecharlo creativamente, grandes oportunidades para nuestra
integración continental y nuestra impostergable e imprescindible
industrialización en las condiciones del gran salto civilizatorio
que vive el género humano.
Buenos
Aires, 28 de abril de 2018
1Mao,
Philip Short, página 587 y ss. Crítica, Barcelona, 1999.
1 comentario:
EXCELENTE JULIO. MUY CLARO Y CONCISO.
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