En esta página publico los artículos escritos por mí en los últimos años, sobre política argentina, política latinoamericana y política internacional, que considero más interesantes y de actualidad. Visite mi blog con temas periodísticos y literarios http://jfernandezbaraibar.blogspot.com
25 de mayo de 2018
23 de mayo de 2018
Todo lo explicaba con una vaina
Estábamos en el lobby del Hotel Eurobuilding, Gustavo y yo, conversando sobre estos dos o tres días pasados en Caracas, acompañando la elección presidencial. Hasta este encuentro no nos conocíamos Gustavo y yo, aunque habíamos transcurrido los últimos treinta años por andariveles comunes en la política. Repasábamos estos días venezolanos, la recorrida por los centros electorales, algunas situaciones y anécdotas que habíamos presenciado y vivido y, sobre todo, la visita al Cuartel de la Montaña, donde descansan, bajo un oscuro mármol, los restos de uno de los tipos más vitales, jodedores, desafiantes, osados, inteligentes y conchisumadre que conoció mi generación, la generación de mis hijas y mis nietos, Hugo Chávez.
Habíamos estado juntos en ese hermoso cuartel de principios del siglo XX, construído por el “cabito” Cipriano Castro, a quien socorrió el siempre calumniado Julio Argentino Roca, con su ministro Luis María Drago, salvándolo del bloqueo militar marítimo dispuesto por las grandes potencias de la época. La Doctrina Drago, según la cual los países no pueden acudir al recurso militar para obligar al pago de la deuda soberana de los estados, salvó a la Venezuela de entonces y convirtió al ministro de Relaciones Exteriores de Roca y a su inspirador Carlos Calvo en adalides de los países periféricos de aquellas lejanas épocas, amparados por el bill de indemnidad que sobre la semicolonia próspera del Plata, ponía el Imperio Británico.
El ahora habitante del Cuartel de la Montaña tenía siempre palabras de agradecimiento a aquel lejano militar político que gobernaba en las pampas platinas y a su muy conservador ministro.
De eso estábamos hablando cuando se acerca a la mesa un hombre mayor, enjuto, de piel cobriza, de finas facciones, vestido con un traje azul, un poco largo de mangas, y con una corbata colorada con un gran nudo corazón.
-- ¿Los señores están por irse? ¿Han venido por las elecciones?, pregunta con corrección.
-- Así es, responde uno de nosotros. Hemos sido acompañantes internacionales.
-- ¿Y que impresión se llevan?, pregunta con extrema corrección.
Le contamos lo que hemos visto, algunos centros con mucha gente, otros con poca gente, una gran tranquilidad en las calles y en las mesas electorales. Y le mencionamos nuestra visita al Cuartel de la Montaña.
Ahí, el hombre se puso más serio aún.
-- Yo fui miembro de la escolta del Comandante Chávez, nos dice. -- Viví con él diariamente.
Debe haber visto un cambio en nuestros rostros, algo de admiración y respeto ante lo que nos acababa de decir, porque nos explica:
-- Yo he sido sargento de la Guardia Nacional.
Lleva su mano al bolsillo interior del saco y extrae una billetera en la que nos muestra un documento. Con los colores nacionales venezolanos, la cédula comprueba que, efectivamente, Enrique.......... ha sido sargento de la Guardia Nacional.
Le devuelvo la billetera.
-- Yo conviví diariamente con el Comandante. Era un hombre extraordinario. Teníamos una relación de camaradas. Todo lo que tenía para decirnos, lo hacía echando vainas, nos dice Enrique, con seriedad y evocando en su memoria.
-- A ver, cuente Don Enrique, le digo apelando al don como un signo de respeto, de mucha vigencia todavía en Venezuela. Ser tratado de “don” es todavía hoy, como en los tiempos de la colonia, una manifestación de distancia que dignifica, de reconocimiento a la edad como fuente de experiencia y sabiduría.
-- Era un hombre único. Hablaba con nosotros, su escolta, como un padre, como un hermano. Yo formaba parte del primer círculo de su seguridad personal. Se acostaba a las dos de la mañana y nosotros hasta esa hora debíamos acompañarlo. Se levantaba a las cuatro y venía hasta la cuadra donde dormíamos y nos despertaba con palabras amistosas, de padre. ¡Arriba, soldados!, nos decía sin violencia, sin gritos, con camaradería.
Y ahí se le desencadenan los recuerdos a Don Enrique.
-- Todo lo decía siempre con una vaina, con un chiste, con humor. Hablaba con nosotros y nos explicaba, nos enseñaba, pero siempre echando vainas.
Un amigo me ha dicho que quien entienda la conjugación del verbo vaina entenderá el alma venezolana. Le hemos dedicado muchas horas a entender la polisemia vertiginosa de esa bendita palabra.
Y continúa don Enrique con sus recuerdos:
-- Hablábamos con él de todo lo que nos pasaba. Él sabía de nuestras familias, de la carrera de nuestros hijos, de la salud de nuestras esposas. Y nos explicaba lo que estaba pasando, lo que le pasaba a Venezuela.
Y de repente su rostro se oscurece, una nube parace estacionarse sobre su cabeza:
-- El día que el Comandante murió yo ya no pude seguir en la Guardia Nacional. Ya nada sería lo mismo que yo había vivido. No pude, no quise, me negué. Chávez había muerto, yo ya no tenía nada que hacer.
Y se queda serio Don Enrique, mirando hacia adentro los fantasmas que lo asolaron esos días.
En ese momento me pasa por la memoria la devoción que sus soldados tenían por Napoleón Bonaparte, el contacto personal que el Emperador establecía con cada uno de esos campesinos franceses a los que el ejército les había dado dignidad y les aseguraba la tierra. Me pasó por la cabeza el regreso del Gran Corso desde Elba y el modo en que sus viejos soldados acudían a formar su nuevo ejército a medida que se desplazaba rumbo a París.
-- Y pedí el retiro. Treinta y cinco años había servido a la Guardia Nacional. Era toda mi vida. Pero ¿qué iba a hacer yo, sin ese hombre? Me despertaba a las cuatro de la mañana para ponerme el uniforme. Buscaba con desesperación los borceguíes, para no llegar tarde. Soñaba, saben ustedes, soñaba que tenía que ir a la Guardia Nacional y no encontraba el uniforme. Mi mujer me decía ¿qué estás haciendo? Si ya no tienes que ir a trabajar.
Don Enrique nos contó de ese personal descenso al infierno del no tener ya nada más que hacer en la vida. También nos contó que era un andino, del estado de Trujillo -su morfología corporal así lo indicaba-. Trujillo es una tierra constitutiva de Venezuela. Trujillano fue el gran Enrique Picón Salas y su universidad fue un faro intelectual en la chatura de la semicolonia de principios del siglo XX.
-- Tuve una depresión, termina por confesar Don Enrique. Y tuve que hacer terapia, reconoce no sin cierta vergüenza. La pérdida del Comandante, de su confianza y amistad, más la sensación de que mi vida se había terminado, era demasiado fuerte. Pero logré superarlo.
Poco tenemos para decirle mi amigo y yo. Su relato nos ha permitido entrever la magnitud, el tamaño de los sentimientos individuales y las fuerzas sociales que el gran ausente de Venezuela puso en movimiento. Hay algo de la camaradería castrense generada en el vivac, la noche antes de la batalla, algo del afecto paterno del oficial superior hacia sus subordinados, algo del soldado dispuesto a formar un ejército de hombre libres y liberados para enfrentar al opresor en los sentimientos de Don Enrique.
Llega otro amigo a la mesa y Don Enrique se repliega. Me acerco a darle la mano. He podido conocer a uno de los hombres que hubieran dado la vida por el Comandante Eterno, como han dado en llamarlo sus compatriotas.
Buenos Aires, 23 de Mayo de 2018.
El ahora habitante del Cuartel de la Montaña tenía siempre palabras de agradecimiento a aquel lejano militar político que gobernaba en las pampas platinas y a su muy conservador ministro.
De eso estábamos hablando cuando se acerca a la mesa un hombre mayor, enjuto, de piel cobriza, de finas facciones, vestido con un traje azul, un poco largo de mangas, y con una corbata colorada con un gran nudo corazón.
-- ¿Los señores están por irse? ¿Han venido por las elecciones?, pregunta con corrección.
-- Así es, responde uno de nosotros. Hemos sido acompañantes internacionales.
-- ¿Y que impresión se llevan?, pregunta con extrema corrección.
Le contamos lo que hemos visto, algunos centros con mucha gente, otros con poca gente, una gran tranquilidad en las calles y en las mesas electorales. Y le mencionamos nuestra visita al Cuartel de la Montaña.
Ahí, el hombre se puso más serio aún.
-- Yo fui miembro de la escolta del Comandante Chávez, nos dice. -- Viví con él diariamente.
Debe haber visto un cambio en nuestros rostros, algo de admiración y respeto ante lo que nos acababa de decir, porque nos explica:
-- Yo he sido sargento de la Guardia Nacional.
Lleva su mano al bolsillo interior del saco y extrae una billetera en la que nos muestra un documento. Con los colores nacionales venezolanos, la cédula comprueba que, efectivamente, Enrique.......... ha sido sargento de la Guardia Nacional.
Le devuelvo la billetera.
-- Yo conviví diariamente con el Comandante. Era un hombre extraordinario. Teníamos una relación de camaradas. Todo lo que tenía para decirnos, lo hacía echando vainas, nos dice Enrique, con seriedad y evocando en su memoria.
-- A ver, cuente Don Enrique, le digo apelando al don como un signo de respeto, de mucha vigencia todavía en Venezuela. Ser tratado de “don” es todavía hoy, como en los tiempos de la colonia, una manifestación de distancia que dignifica, de reconocimiento a la edad como fuente de experiencia y sabiduría.
-- Era un hombre único. Hablaba con nosotros, su escolta, como un padre, como un hermano. Yo formaba parte del primer círculo de su seguridad personal. Se acostaba a las dos de la mañana y nosotros hasta esa hora debíamos acompañarlo. Se levantaba a las cuatro y venía hasta la cuadra donde dormíamos y nos despertaba con palabras amistosas, de padre. ¡Arriba, soldados!, nos decía sin violencia, sin gritos, con camaradería.
Y ahí se le desencadenan los recuerdos a Don Enrique.
-- Todo lo decía siempre con una vaina, con un chiste, con humor. Hablaba con nosotros y nos explicaba, nos enseñaba, pero siempre echando vainas.
Un amigo me ha dicho que quien entienda la conjugación del verbo vaina entenderá el alma venezolana. Le hemos dedicado muchas horas a entender la polisemia vertiginosa de esa bendita palabra.
Y continúa don Enrique con sus recuerdos:
-- Hablábamos con él de todo lo que nos pasaba. Él sabía de nuestras familias, de la carrera de nuestros hijos, de la salud de nuestras esposas. Y nos explicaba lo que estaba pasando, lo que le pasaba a Venezuela.
Y de repente su rostro se oscurece, una nube parace estacionarse sobre su cabeza:
-- El día que el Comandante murió yo ya no pude seguir en la Guardia Nacional. Ya nada sería lo mismo que yo había vivido. No pude, no quise, me negué. Chávez había muerto, yo ya no tenía nada que hacer.
Y se queda serio Don Enrique, mirando hacia adentro los fantasmas que lo asolaron esos días.
En ese momento me pasa por la memoria la devoción que sus soldados tenían por Napoleón Bonaparte, el contacto personal que el Emperador establecía con cada uno de esos campesinos franceses a los que el ejército les había dado dignidad y les aseguraba la tierra. Me pasó por la cabeza el regreso del Gran Corso desde Elba y el modo en que sus viejos soldados acudían a formar su nuevo ejército a medida que se desplazaba rumbo a París.
-- Y pedí el retiro. Treinta y cinco años había servido a la Guardia Nacional. Era toda mi vida. Pero ¿qué iba a hacer yo, sin ese hombre? Me despertaba a las cuatro de la mañana para ponerme el uniforme. Buscaba con desesperación los borceguíes, para no llegar tarde. Soñaba, saben ustedes, soñaba que tenía que ir a la Guardia Nacional y no encontraba el uniforme. Mi mujer me decía ¿qué estás haciendo? Si ya no tienes que ir a trabajar.
Don Enrique nos contó de ese personal descenso al infierno del no tener ya nada más que hacer en la vida. También nos contó que era un andino, del estado de Trujillo -su morfología corporal así lo indicaba-. Trujillo es una tierra constitutiva de Venezuela. Trujillano fue el gran Enrique Picón Salas y su universidad fue un faro intelectual en la chatura de la semicolonia de principios del siglo XX.
-- Tuve una depresión, termina por confesar Don Enrique. Y tuve que hacer terapia, reconoce no sin cierta vergüenza. La pérdida del Comandante, de su confianza y amistad, más la sensación de que mi vida se había terminado, era demasiado fuerte. Pero logré superarlo.
Poco tenemos para decirle mi amigo y yo. Su relato nos ha permitido entrever la magnitud, el tamaño de los sentimientos individuales y las fuerzas sociales que el gran ausente de Venezuela puso en movimiento. Hay algo de la camaradería castrense generada en el vivac, la noche antes de la batalla, algo del afecto paterno del oficial superior hacia sus subordinados, algo del soldado dispuesto a formar un ejército de hombre libres y liberados para enfrentar al opresor en los sentimientos de Don Enrique.
Llega otro amigo a la mesa y Don Enrique se repliega. Me acerco a darle la mano. He podido conocer a uno de los hombres que hubieran dado la vida por el Comandante Eterno, como han dado en llamarlo sus compatriotas.
Buenos Aires, 23 de Mayo de 2018.
19 de mayo de 2018
12 de mayo de 2018
Una elección por la paz y la ratificación del rumbo de Hugo Chávez
El
próximo domingo 20 de mayo se realizarán, en Venezuela, elecciones
para elegir Presidente de la República, diputados en los Consejos
Legislativos estaduales y miembros de los Concejos Municipales. Las
elecciones han sido el resultado de un intenso proceso de negociación
con distintos sectores de la oposición al oficialismo chavista,
negociación de la que se autoexcluyeron los dirigentes y partidos
que conformaban la MUD y que, en su gran mayoría, se han exilado en
Colombia, desde donde lanzan pedidos de intervención militar contra
el gobierno. Los argentinos memoriosos recordarán, sin duda, los
llamados realizados, en 1951, por el abogado Walter Beveraggi
Allende, un notorio y declarado antisemita, solicitando, desde
Montevideo, la intervención militar norteamericana contra el
gobierno de Juan Domingo Perón. La indignidad manifiesta de la
proclama motivó que el Congreso de la Nación le quitara al
provocador su ciudadanía argentina, lo que significó el primero y
único caso de medida semejante contra una persona nacida en el país.
Venezuela
enfrenta estas elecciones en una difícil y complicada situación
económica. Más allá de ciertos errores que puedan haberse
realizado en materia de política económica desde el gobierno
nacional, el país está siendo atacado económicamente por agencias
imperialistas, con la complicidad de sectores de su burguesía
compradora. El congelamiento de sus depósitos en bancos extranjeros,
la imposibilidad consiguiente de realizar las transferencias
necesarias para el pago de sus importaciones -Venezuela ha tenido
tradicionalmente una gran dependencia del sector externo para sus
consumos más elementales-, una permanente y orquestada campaña
financiera contra el bolívar, la moneda nacional, y a favor del
dólar, ha depreciado la divisa venezolana y ha significado
permanentes problemas en la entrega de dinero efectivo en los cajeros
y ventanillas bancarias. Simultáneamente, las dificultades en la
importación han generado escasez en los remedios, importados en su
gran mayoría, con el consecuente desabastecimiento en farmacias y
centros de salud.
El
gobierno de Nicolás Maduro ha logrado, en ese marco, mantener, con
un esfuerzo organizativo y económico muy grande, un continuo
abastecimiento de alimentos indispensables a su población, a la vez
que, con una intensa prédica, se ha logrado aumentar la propia
producción agrícola, cosa que no se había logrado ni aún bajo la
prosperidad de los gobiernos del comandante Hugo Chávez.
A
su vez, con la ayuda técnica de Rusia, Maduro lanzó semanas atrás
un dinero virtual, el Petro, destinado a solucionar en el plazo
mediato, sus dificultades de pagos internacionales. Sobre la
tecnología de Blockchain, han creado una moneda virtual o
electrónica, cuyo respaldo son los recursos naturales de Venezuela.
Para Rusia, por su parte, el experimento adquiere la función de una
prueba piloto para una eventual implementación ulterior que
desplazaría al dólar como medio internacional de pago.
La
agencia Misión Verdad, desde Caracas, ha publicado recientemente:
“Esta
es la única elección de la historia de Venezuela en que una de las
partes (el fascismo proempresarial) sabe que va a perder y no está
dispuesto tan siquiera a intentar capturar unos votos, como lo
hicieron cuando enfrentaron a Chávez y como lo hicieron cuando
lograron la mayoría parlamentaria en 2015. La maquinaria electoral
con sello adeco y financiamiento transnacional que suele activarse en
este tipo de eventos está desmovilizada. Esos elementos, que
renunciaron a capitalizar electoralmente las rabias e inconformidades
de la población, y ni tan siquiera serán capaces de intentarlo,
andan invirtiendo tiempo y energía en otras tareas; por ejemplo, en
la búsqueda y negociación de otro tipo de fuerzas, distintas a la
electoral, para intentar un derrocamiento violento del Gobierno de
Venezuela”.
Henri
Falcón, un antiguo colaborador de los tiempos iniciales del
chavismo, es el principal candidato opositor, al que la oposición en
el “exilio”, principalmente en Colombia, ha boicoteado
sistemáticamente, sin ofrecer alternativa alguna.
La
periodista argentina Stella Calloni ha denunciado en estos días un
plan militar tendiente a derrocar al presidente Maduro con la
intervención de una fuerza militar integrada por Colombia, Panamá y
Brasil, conducida por los EE.UU. En mi opinión, más allá de lo que
algunos sectores del aparato de defensa norteamericano piensen, el
presidente Trump, cada vez que se ha tocado el tema, ha proferido sus
consabidos improperios pero no ha tomado medida alguna en el sentido
solicitado por la oposición belicista.
Las
encuestas predicen un triunfo de Maduro en las elecciones
presidenciales y una normal distribución de cargos en las
Legislaturas estaduales y los concejos municipales. Pero el suspenso
está puesto en la reacción de los grupos golpistas y
prointervencionistas que han boicoteado la elección.
Todo
ello lo podré observar personalmente, ya que el gobierno venezolano
me ha invitado a presenciar los comicios en carácter de veedor
internacional, por lo que, desde el sábado 19 estaré en tierra
venezolana.
Es
de destacar que Maduro sigue contando con el apoyo de dos sectores
esenciales: por un lado, la unidad de las Fuerzas Armadas
Bolivarianas alrededor del proyecto y programa enunciado por Hugo
Chávez y de la legalidad institucional de Venezuela. Y por el otro,
un sólido apoyo, pese a las enormes dificultades de una inmensa
mayoría de la sociedad, tanto en sectores populares como en sectores
medios, dotados de una singular conciencia política que les ha
permitido entender la gravedad de la hora y lo que está en juego.
Hay
que dejarlo claro: un triunfo de los partidos de la MUD en el exilio
significará inevitablemente un espantoso baño de sangre y una
salvaje revancha sobre los venezolanos de pata al suelo.
10 de mayo de 2018
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