30 de julio de 2018

Multilateralismo o gendarme global



Carlos Pérez Llana es uno de esos típicos embajadores argentinos llamados “de carrera”, no porque estén preparados para alguna exigente competencia de velocidad, sino porque han sabido abrirse paso en la selva de relamidos y perfumados intrigantes, de estólidos burócratas y cotilleos diversos que es “La Casa”, como todos ellos, y sólo ellos, llaman a nuestra Cancillería. Experto en el arte de hacerse el nudo de la corbata y en combinar la misma con el traje, así como en el uso de los cubiertos en recepciones protocolares, Pérez Llana suele expresar los más vulgares puntos de vista del establishment imperialista y de la banca internacional con la prosa plúmbea y soporífera de los editoriales de La Nación.
Justo hoy ha publicado en Clarín una nota que, bajo el título “Trump, el modelo europeo y ¿el fin del multilateralismo?”, pretende hacer creer a los lectores que el multilateralismo consiste enuna diplomacia de organismos internacionales, en una práctica de reglas y consensos, en acuerdos comerciales y en la cooperación en espacios más restringidos” y que la torpeza del vaquero millonario de Donald Trump ha venido a desbaratar tan fino como sutil entramado. En realidad, lo que el atildado ex embajador en París hace es un juego de birlibirloque por el cual la hegemonía del capital financiero en la escena mundial, a través de esos organismos, como la OMC, con los EE.UU. como policía mundial a su servicio es llamado multilateralismo, y el reconocimiento concreto del multilateralismo realizado por Donald Trump es llamado populismo.
Y digo que justo hoy ha publicado ese artículo, porque justo hoy el presidente Donald Trump ha hecho una declaración que nuevamente perturba, confunde y enrieda tanto a los defensores del status quo financiero global como a sus sedicentes críticos. Como ya circula en los medios, Trump ha invitado al presidente de Irán, Hassan Rohani, a sentarse a conversar sobre sus problemas comunes. Obviamente, sus palabras han caído como un balde frío despues de haber desconocido formalmente el acuerdo firmado por el presidente Obama y haber intercambiado todo tipo de amenazas.
El mecanismo es muy parecido al que se puso en práctica para llegar a la reunión con el presidente de Corea del Norte Kim Il-jong: aguzar el enfrentamiento, llegar al borde de la ruptura definitiva, dejar establecido que ambos contendientes son bravíos y firmes, para, desde ahí, sentarse a conversar de modo pacífico, dejando a los, hasta ese momento, aliados -la UE, es decir Francia y Alemania- con un palmo de narices. La gambeta le permite desmarcarse de unos aliados que, según su propia visión, han sido los únicos beneficiarios de la alianza, y terminar con el contrato de agencia de seguridad global de Soros y Bildenberg que, desde Reagan en adelante -con gobiernos republicanos y demócratas-, asumieron los EE.UU.
La propuesta de conversar lanzada al presidente de Irán ha vuelto a sorprender a quienes solo ven en Donald Trump los aspectos más exteriores, superficiales y frívolos de su accionar y de su personalidad política. No es que esos aspectos no existan, sino que no son significativos en todo este gigantesco replanteo del papel norteamericano en la política y la economía mundiales. La ruptura del pacto nuclear firmado por Obama, beneficiaba fundamentalmente a la UE, Rusia y China que podían volver a comprar el petróleo iraní. Trump parecería estar dispuesto a firmar otro acuerdo, pero independientemente de los intereses europeos, rusos o chinos. Eso es la multilateralidad, el sistema poligonal de distintas fuerzas e intereses, algunos enfrentados, algunos compartidos.

Por otra parte, el aliado al que la propuesta de diálogo con Irán debe dejar muy preocupado es, obviamente, a Israel. Una Siria pacificada, en la que el gobierno ha logrado recuperar la casi totalidad de su territorio atacado por mercenarios sostenidos por la CIA y Arabia Saudita, con la ayuda de Rusia y el visto bueno de EE.UU, y un Irán que se sienta a conversar con el presidente norteamericano tal como ya lo hicieron Xi Ping, Kim Il-jong y Vladimir Putin, dejaría al principal enemigo de la paz en Medio Oriente en una estremecedora soledad y en un amenazante aislamiento.
Si, como creemos, están dadas las condiciones para un encuentro futuro entre Trump y López Obrador, el nuevo presidente mexicano aún no asumido, es hora de que los gobiernos nacionalistas latinoamericanos -incluído Cuba- comiencen a pensar la política internacional y su relación con EE.UU. en términos distintos a los heredados de la Guerra Fría y del unilateralismo yanqui. Nadie dice que sería un camino fácil, pero sorprende que Trump no deje conforme ni a esos gobiernos ni a los distintos gobiernos liberales y pro norteamericanos de Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Colombia y Argentina. Quizás algo de osadía y transgresión ideológica podría ayudar a salir del laberinto.
Buenos Aires, 30 de agosto de 2018

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