Hace tan sólo cuatro años, de
pronto, el cielo suramericano se oscureció. El fantasma del
neoliberalismo comenzaba su macabro recorrido por nuestro continente.
Después
de haber entrado al siglo XXI con un tropel de gobiernos populares
que, en el año 2005 se dieron cita en Mar del Plata para dejar
pagando a los EE.UU. y al insignificante presidente de entonces,
George W. Bush -de quien ya nadie se acuerda-, hace tan solo cuatro
años comenzaron a sucederse, de una u otra manera, una serie de
gobiernos que parecían echar por la borda la fuerza acumulada
durante ese primer quincenio del nuevo siglo. Con Macri convertido en
presidente por elecciones libres, con Correa exilado por un
presidente que había sido su propio vicepresidente, con Dilma
destituída y Lula prisionero, esta parte del mundo parecía sufrir
una bajamar contrarrevolu-cionaria, uno de esos oscuros momentos en
donde las fuerzas del imperialismo y las oligarquías regionales
vuelven por sus arbitrarios fueros y un largo y amargo ciclo de
reacción se cierne sobre nuestros pueblos y países.
El
fin de la unipolaridad
El momento era extraño. Contra lo
que la prensa en general, tanto la regiminosa como la supuestamente
alternativa, sostenían, el mundo imperialista, el llamado mundo
central, no vivía exactamente una ola de reacción. En primer lugar,
el afianzamiento de nuevos centros de poder a escala global y el fin
de lo que se llamó la “unipolaridad” -el período que se inicia
con la implosión de la URSS y el surgimiento de los EE.UU. como
única potencia global- comenzaban a generar una nueva relación de
fuerzas en la política internacional.
El afianzamiento de Rusia, después
de la debacle del poder soviético, la aparición de China como
potencia económica industrial y tecnológica y sus obvias
consecuencias en el plano militar, el triunfo de Donald Trump en los
EE.UU., derrotando el proyecto del capital financiero a escala
planetaria expresado en la candidatura de Hillary Clinton, y el
consecuente giro productivista y reindustrializador de la política
económica norteamerican no condecían con la aparición de estos
gobiernos oligárquicos, antiindustrialistas, agro- y
minero-exportadores, determinados por el capital financiero, en el
Cono Sur.
Obviamente,
los EE.UU. no dejaron de ser una potencia imperialista. Pero quizás
no tanto en el sentido en que lo definió Lenin en su famoso ensayo,
sino en el más antiguo y anterior al propio capitalismo, que subyace
en la idea del “backyard”
o
patio trasero: si me voy a enfrentar con otro continente será mejor
que el mío lo tenga ordenado. Lo primero que hizo Trump fue destruir
esos engendros creados por los demócratas como el Acuerdo del
Pacífico, el Nafta y el Transpacífico. Chile, Perú, Colombia y
México quedaron desnudos y a los gritos. Mientras tanto, puso en
acción mecanismos proteccionistas de su economía y, sobre todo, de
su producción interna y las grandes corporaciones norteamericanas
volvieron a abrir sus fábricas en los EE.UU. Obviamente, ni a Trump
ni a nadie que de verdad pretenda jugar un papel de liderazgo en la
política internacional le puede importar que gobiernos miserables
como el de Macri hagan todo lo contrario y abran su país no sólo a
las importaciones sino al capital financiero bajo la forma de un
veloz y parasitario endeudamiento. Los tontos están ahí para ser
aprovechados.
Pero, insisto, ni los pueblos y
los intereses nacionales latinoamericanos habían sufrido una
profunda derrota, ni el mundo estaba atravesando un período de
profunda reacción política.
México se pone de pie
El primer síntoma de lo que en
realidad ocurría lo produjo México, el viejo y noble México de
Emiliano Zapata y Pancho Villa, el México de Lázaro Cárdenas y la
nacionalización del petróleo, el mismo México de la insurrección
pacífica de Chiapas. Andrés Manuel López Obrador, AMLO, le puso
fin a la hegemonía popular del pútrido Partido Revolucionario
Institucional -el nombre era desde el principio un oxímoron-,
desplazó al viejo partido de los terratenientes y abrió, por
primera vez en décadas, una nueva perspectiva popular y
latinoamericana a ese gran país, imprescindible en cualquier
proyecto autonómico.
Y contra lo que la vulgaridad de
la prensa adocenada, de derecha y de izquierda, del continente pensó,
el nuevo presidente mexicano logró entenderse con el arbitrario
presidente de su gigantesco vecino -nunca olvidar a Rubén Darío- en
algo tan difícil, viscoso y sensible como la cuestión de las
migraciones.
La cuestión central es que
México, el pueblo profundo mexicano, se reencausó en sus mejores
tradiciones y, como no podía ser de otra manera, mientras negociaba
con la más grande potencia militar de Occidente sobre los migrantes
de Guatemala y Honduras, se plantaba firme contra cualquier
posibilidad intervencionista en la Venezuela de Chávez y Maduro. Y
esta postura le dio pie, nada menos que a Uruguay, al pequeño
Uruguay, al algodón entre dos cristales, a levantar su voz y recoger
en ella la mejor tradición de Andrés Lamas y de Luis Alberto de
Herrera. Su voto en la OEA, junto con México, y su retiro del
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) han convertido
a Tabaré Vázquez, en el ocaso de su gobierno, en un vocero de las
ideas que Tucho Methol Ferré desarrolló y expresó en su obra.
La Argentina de “todos unidos
triunfaremos”
Y a lo largo de cuatro pesados,
dolorosos años, los argentinos, que habíamos quedado un poco
desorientados con la derrota del 2015, enfrentados entre nosotros,
con más argumentos que votos, fuimos reconstruyendo la expresión
política de esa unidad profunda del pueblo ante el enemigo común. Y
aquí es necesario puntualizar claramente el decisivo papel que jugó
el movimiento obrero, el gremialismo, en esta resistencia y
enfrentamiento con el régimen predador del macrismo. Contra lo que
una opinión desinformada o mezquina pretende, el movimiento sindical
argentino, el más poderoso de América Latina y, por lo tanto, el
más complejo y difícil de encasillar, ha sido durante estos cuatro
años el generador permanente de crítica, enfrentamiento y
movilización popular contra el intento de restauración oligárquica,
imperialista y financiera que llevó adelante el macrismo.
De alguna manera, el resultado de
las PASO argentinas, que pegó de lleno en la soberbia y el blindaje
del gobierno de Macri, modificó la atmósfera política de
Suramérica. El pueblo argentino sintió que había derrotado
simbólicamente al gobierno de los CEOs, el FMI y la dictadura
mediática. Se hizo evidente que la política de unidad del peronismo
y la decisión de Cristina de ofrecer la candidatura a Alberto
Fernández habían generado una nueva relación de fuerzas,
favorecida, obviamente, por la profunda crisis y retroceso producidos
por la pandilla saqueadora en el gobierno.
Como en un efecto dominó, todo el
andamiaje del neoliberalismo instalado en el continente en los
últimos años comenzó a crujir.
Perú y la irrepresentatividad
política
Perú, primero, se enfrentó a una fuerte crisis de
representación política, en la que un vicepresidente convertido en
presidente -resultado del juicio político por corrupción llevado
adelante contra el presidente electo- se enfrentó al Parlamento,
hegemonizado por el partido del expresidente Fujimori y su hija,
también presa por corrupción. }
El cierre del Congreso por el
presidente Vizcarra puso provisorio fin al conflicto. Pero detrás de
la naturaleza político institucional del enfrentamiento, lo que
subyace es, también, la política económica del neoliberalismo que
condena al país a un destino agro-, minero- y pesquero-exportador,
es decir a un productor de materias primas y acumulación financiera
que lo priva de futuro y lo deja en manos de exportadores y bancos.
La traición de Lenin
De inmediato estalló la marmicoc
generada en Ecuador con el pase del ex vicepresidente de Rafael
Correa, elegido como su sucesor, al campo del neoliberalismo y de las
tradicionales roscas oligárquicas regionales. El único país
dolarizado de Suramérica, que durante 10 años intentó la creación
de un estado nacional por encima e independiente de la transacción
entre esas oligarquías regionales, que depende absoluta y casi
exclusivamente de su producción petrolera, sin, obviamente, poder
determinar su política monetaria, volvía a caer en manos de esa
misma rosca, con el agregado de la tecnocracia “modernizadora”
liberal de izquierda y las ongs yanquis y europeas.
La aplicación de una de las
primeras medidas del libreto del FMI, la quita de los subsidios sobre
el combustible, encendió la mecha y el Ecuador del presidente Lenin
Moreno, notorio hijo de padres izquierdistas y de conducta inversa a
su epónimo, estalló en un levantamiento cívico, con la
participación activa de las comunidades indígenas. Estas últimas
le pusieron a la rebelión un matiz especial, ya que, desde los
distintos lugares que habitan, en general en zonas no urbanas, se
lanzaron a las rutas de todo el país para converger en Quito y las
principales ciudades.
El libreto del FMI y las políticas
neoliberales del capital financiero habían provocado el estallido
del país desde donde Atahualpa resistió a su hermano Huáscar.
El conflicto puso al presidente al
borde de la renuncia, aunque, a último momento, las negociaciones
con la dirigencia indígena, expresada en la CONAIE, le dieron una
vida más a Moreno, quien aceptó derogar la quita del subsidio a los
combustibles. Quedan por delante la reforma laboral y la reforma
impositiva, los otros dos puntos de la receta del Fondo.
Si bien, el presidente Lenin
Moreno se ha lanzado a una cacería sobre el correísmo y sus
dirigentes, con el argumento del terrorismo, la situación sigue
siendo muy lábil y el acuerdo logrado con la dirigencia indígena
camina sobre el filo de la ruptura.
Hasta que Chile se hartó
Y, todavía en curso, Chile, el
ejemplo arquetípico del neoliberalismo en la región y en el mundo,
el país sin sindicatos ni derechos laborales, el paraíso del
emprendedorismo, voló por los aires. Un aumento del boleto del
subterráneo provocó la más importante, masiva y firme rebelión
popular vivida por ese país desde los tiempos de Salvador Allende.
Por un lado, se abrieron las
compuertas que estuvieron cerradas durante 46 años en Chile. El
neoliberalismo, el bipartidismo neoliberal y la falsa alternancia
acumularon explosivas contradicciones en el seno de la sociedad
chilena. Y da toda la impresión que el pueblo, sin una conducción
política clara, se dio mecanismos, a lo largo de esos años, de
resistencia y sobrevivencia que, de pronto, se pusieron en
acción.
Por otro lado, Chile es uno de los ejemplos más claros
en nuestro continente de una dictadura de clase. Y la dictadura
acudió a la más brutal represión, de un grado que en la Argentina
es desconocido. Chile es una sociedad muy estamental, muy clasista,
donde no rige el principio de la igualdad que caracteriza, pese a
todo, a la sociedad argentina, gracias al peronismo.
Vivir en
Chile es desagradable para un argentino. El nivel de clasismo, de
invisibilidad de los pobres que tiene ese país es desconocido para
nosotros. Pero lo que llama la atención es que, con todo ese
despliegue represivo, la rebeldía popular no se acalló.
O hay un feroz baño de sangre,
similar a las jornadas del 73, o se produce una modificación muy
importante en la relación de fuerzas en Chile.
Mientras monigotes reaccionarios
como Patricia Bullrich y Miguel Angel Pichetto, este último en su
papel de candidato a Bolsonaro llegado el caso, hablaban por los
medios sobre conspiraciones venezolanas y cubanas, sobre un plan del
comunismo internacional y antigüedades por el estilo tomadas del
mercado vintage de la CIA, el presidente Piñera, mendazmente, pero
obligado por la contundencia de la insubordinación popular, salió a
pedir “perdón” y proponer, 46 años tarde, algunos paños fríos
sobre la brutalidad deshumanizadora de la política económica de von
Misses, von Hayek, Milton Friedman y la voraz burguesía comercial y
financiera chilena.
Y Argentina tiene elecciones
En este maravilloso contexto de
alzamientos populares, de rebeldía contra el destino de ilotas, de
ciudadanos de segunda clase, de humanoides periféricos y carentes de
educación, salud, trabajo y vivienda, se darán las elecciones más
importantes de este largo período democrático y constitucional
argentino. Nuestro pueblo tendrá este domingo la posibilidad de
asestar una gran victoria táctica, que puede convertirse en
estratégica, al enemigo histórico de nuestra patria: la complicidad
entre el sistema agro- y extractivo-exportador, el capital financiero
apátrida y el interés imperialista en la región.
Si la mayoría electoral que
obtenga el Frente de Todos logra convertirse en el transcurso de la
acción del nuevo gobierno en un instrumento social de transformación
hacia un país industrial, autárquico e integrador del conjunto de
la Patria Grande, estos cuatro miserables años quedarán en el
olvido con el infame baldón del Cuatrenio Negro.
El ominoso fantasma del
neoliberalismo y su secuela de hambre, empobrecimiento,
envilecimiento y marginalidad habrá sido espantado para siempre de
la patria de San Martín, de Artigas y de Bolívar.
Bueno Aires, 23 de octubre de 2019