“A
la luz de estos desarrollos, y sobre la base del análisis de la
sostenibilidad de la deuda de julio de 2019, el personal del FMI
ahora evalúa que la
deuda de Argentina no es sostenible.
Específicamente, nuestra visión es que el
superávit primario
que se necesitaría para
reducir la deuda pública
y las necesidades de financiamiento bruto a niveles consistentes con
un riesgo de refinanciamiento manejable y un crecimiento del producto
potencial satisfactorio no
es económicamente ni políticamente factible.
En
consecuencia, se requiere de una operación de deuda definitiva, que
genere una
contribución apreciable de los acreedores privados,
para ayudar a restaurar la sostenibilidad de la deuda con una alta
probabilidad. El personal del FMI hizo hincapié en la importancia de
continuar un proceso colaborativo con los
acreedores privados para maximizar su participación en la eventual
operación de deuda”.
Este texto, firmado por los dos
altos funcionarios del FMI que visitaban Buenos Aires para analizar
la situación de la economía argentina, cayó como un rayo en una
noche serena. El Fondo Monetario Internacional adoptaba el mismo
adjetivo con el que el ministro de Economía Martín Guzmán había
caracterizado la deuda: “insostenible”. Es decir que el
superávit primario -el ajuste- necesario para reducir la deuda
pública “no es económicamente ni políticamente posible”.
Y, por lo tanto, pedía a los
acreedores privados -los bonistas- “una contribución apreciable”,
es decir, les anticipaba que se olvidasen de recibir el 100 % de lo
adeudado en carácter de capital y de intereses. El FMI, en ese
comunicado de una carilla le daba la razón al presidente Alberto
Fernández y a su ministro de Economía, Martín Guzmán, que,
durante las tres semanas anteriores habían recorrido las principales
capitales occidentales buscando apoyo para su punto de vista. Desde
la sorpresiva visita a Israel, como cada una de las entrevistas con
los dirigentes italianos, franceses, alemanes y españoles y,
fundamentalmente, con el Papa Francisco tuvieron como único objetivo
generar las condiciones políticas para que el FMI fuese un receptor
atento al planteamiento argentino.
Lo del Papa Francisco merece un
breve párrafo. En primer lugar, el presidente Fernández visitó al
vecino de Flores y conversó cón él durante una larga
reunión.
El 5 de febrero,
hace tan solo quince días, el ministro Guzmán tuvo la oportunidad
de participar de la “Conferencia
sobre Nuevas Formas de Solidaridad, Inclusión e Integración” en
los salones del Vaticano. Allí se sentó,
en un destacado lugar, junto a la Directora del FMI, Kristalina
Georgieva, el premio Nóbel Joseph Stiglitz y el propio Papa
Francisco, quien abrió la reunión con un mensaje cargado de
contenidos políticos y morales. Y la propia Directora del FMI pudo
escuchar el mensaje completo de Martín Guzmán, con quien, también
a instancias de Francisco, había conversado muy animadamente la
noche anterior, según cuentan las crónicas periodísticas de esa
jornada. En ese mensaje, Guzmán usó dos expresiones que han
reaparecido en el documento del FMI que mencionamos más arriba.
“Hemos
tenido una discusión constructiva, de entendimiento, tratando de
evitar los errores del pasado. Pero tenemos poco tiempo,
la deuda es insostenible”,
afirmó. Y a continuación se comprometió: “Vamos
a hacer las cosas bien, necesitamos cooperación ahí, así como
necesitamos la
cooperación de los bonistas”. Es
evidente que Francisco logró su objetivo: que la nueva directora del
Fondo escuchase la argumentación de Guzmán y, de alguna manera,
sintiese que esa argumentación era compartida por él mismo.
La
declaración de la comisión del FMI en Buenos Aires ha significado
un rotundo espaldarazo a la política conducida por Alberto
Fernández, que constituyó, por otra parte, una de sus escasas
promesas de campaña. Pero, además, la noticia se convirtió con el
correr de las horas, en titular de los principales diarios europeos.
Desde El País de España, hasta la agencia Deutsche Welle, pasando
por el Financial Times, se han hecho eco de la definición del Fondo
y del significado que ella tiene para la afirmación del liderazgo de
Alberto Fernández, así como para el futuro de la negociación y el
crecimiento posible de la economía argentina.
En
cierta manera, lo de esta mañana ha sido como una segunda
proclamación de Alberto Fernández como presidente de la Argentina.
Su propuesta de pagar sobre la base del crecimiento y no del ajuste,
su planteo del carácter insostenible -es decir que de ninguna manera
puede ser exigible sin un previo replanteo de monto, intereses y
plazos- han sido reconocidos internacionalmente y son, por decirlo de
alguna manera, doctrina del Fondo Monetario Internacional.
Si, como es posible pensar, las negociaciones con los acreedores llegan a un acuerdo que sostenga el punto de vista nacional, el gobierno podrá encontrarse en los meses finales de este año con el inicio de un despegue económico que le permita enfrentar desde un lugar más favorable las elecciones legislativas del 2021.
La
auctoritas de
Alberto Fernández en este punto robustece su potestas.
La consecuencia de ello se manifestará en el plano externo, en la
futura negociación, y en el plano interno, en su capacidad de
superar enfrentamientos y ataques. No va a ser fácil cortarle la
ruta con las 4X4 a un presidente que ha logrado convencer al FMI del
dislate de la política de endeudamiento del anterior gobierno.
Buenos
Aires, 20 de Febrero de 2020
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