24 de abril de 2020

Por qué recordamos a Lenin





Para dirigir una revolución sin precedentes en la historia de los pueblos, como la que se produce en Rusia, es evidentemente necesario hallarse en una conexión orgánica indisoluble con la vida popular, una conexión que brota de los orígenes más profundos”.
León Trotsky
Este 22 de abril se cumplieron 150 años del nacimiento, en una pequeña ciudad a orillas del Volga, Simbirsk, ubicada en lo profundo del territorio ruso, de un hombre que, en sus 54 años de edad, cambió el curso de la historia del siglo XX y cuyo nombre legendario, cuya inconfundible imagen, su vasta obra bibliográfica y sus electrizantes propuestas políticas conmovieron durante todo el siglo a las nuevas generaciones que se sumaban a la lucha por transformar el destino de millones de explotados en el mundo entero: Vladimir Illich Ulianov, Lenin
¿Qué sentido tiene después de tanto años recordar a Lenin? ¿Hay algo de su abrumadora labor político-literaria que mantenga alguna validez en este nuevo siglo? ¿Dejó su principal obra, la Revolución de Octubre, la primera revolución obrera triunfante en el país más atrasado de Europa, alguna lección útil en el siglo de las computadoras, el teléfono inteligente, el 5G y la Internet de las cosas? ¿Tienen sus principales libros que, a mi entender, son el Qué Hacer, El Imperialismo, etapa superior del Capitalismo y El Izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, algo que aportar a la lucha política por nuestra independencia nacional y unidad latinoamericana?
Intentaré, brevemente, responder a estas preguntas.
En primer lugar, Lenin, seudónimo derivado del río Lena que cruza la vieja capital zarista fundada por Pedro el Grande, era un ruso profundo. Su rostro, de rasgos extrañamente orientales, sintetizaba la confluencia de pueblos y sangres que se mezclaron a lo largo de siglos para formar el alma y la naturaleza del hombre ruso. Suecos, mogoles, alemanes, judíos y eslavos se arracimaban en su árbol genealógico. Tenía un profundo conocimiento de la secular cultura de esos millones de campesinos explotados durante siglos y de la geografía de su país, el más extenso del mundo. Pese a vivir y viajar por muchos años en Europa occidental -en Alemania, en Londres, en Suiza, en Suecia, en Finlandia- y aún cuando hablaba y dominaba con distinta intensidad varios idiomas, su principal preocupación durante esos años de exilio fue mantener lo más fluida posible su vinculación con los hombres y mujeres del pueblo ruso que se organizaban en el país.
León Trotsky, quizás el más aparentemente cosmopolita de sus compañeros en la Revolución de Octubre, describió así a Lenin:
Lenin encarna el proletariado ruso, una clase joven, que políticamente tiene apenas la edad de Lenin y es, además, una clase profundamente nacional, porque involucra todo el desarrollo pasado de Rusia y contiene todo el futuro de Rusia, porque en ella vive y muere la nación rusa. Sin rutina ni ejemplo que seguir, libre de falsedad y de compromiso, pero firme en el pensamiento e intrépido para actuar, con una intrepidez que nunca degenera en incomprensión; así es el proletariado ruso y así es Lenin”.
Lenin refleja en sí la clase obrera rusa, no sólo en su presente político, sino también en su pasado rústico tan reciente. Este hombre, sin disputa el jefe del proletariado, parece un campesino; en él hay algo que lo sugiere vivamente”.
Cuando Lenin, cerrado el ojo izquierdo, recibía por radio el discurso parlamentario de un jefe de prosapia imperialista o la nota diplomática esperada -un cierto tejido de reserva sanguinaria y de hipocresía política.- parecía un 'mujik' de temple orgulloso, al que no hay manera de reducir. Un campesino terco y avisado que llega a los límites de la genialidad con las últimas adquisiciones de un pensamiento de estudioso”.1
No había frivolidad cosmopolita ni mandarinato académico en su personalidad. Cercanía, intimidad y conocimiento del pueblo cuya voluntad quería expresar eran los rasgos notorios de su personalidad política. Y ese profundo realismo que nutría el pensamiento de Lenin fue lo que permitió uno de sus grandes hallazgos. Los socialdemócratas europeos, los reformistas y los revolucionarios, estaban convencidos que el decurso de la caída del modo de producción capitalista sería una consecuencia, compleja y trabajosa, del propio desarrollo capitalista. De modo que concebían, quizás un tanto mecánicamente, que serían los trabajadores de los países más desarrollados quienes encabezarían esa revolución europea que no sería más que la continuación, a un nuevo nivel de desarrollo, de la revolución de 1789, de la de 1830, la de 1848 y la de 1871. Y aní aparecía Alemania, con sus sindicatos, sus obreros altamente politizados, su prodigiosa organización política, como el escenario donde comenzaría ese Armageddon del capitalismo.
Fueron Lenin y sus amigos quienes llegaron a la conclusión de que el eje de la revolución de los pueblos se había corrido hacia la periferia. La mecha encendida en San Petersburgo en 1917 no corría hacia Occidente, sino hacia el incógnito Oriente, el de los pueblos bárbaros sometidos a la explotación colonial. No eran ya los obreros alemanes con su carnet socialdemócrata, ni los laboristas ingleses quienes asaltarían el futuro y transformarían el desarrollo de los hombres y mujeres del siglo XX. Eran los campesinos turcos, los maestros rurales del Turquestan, los pequeños burgueses y los artesanos hindúes, con sus tradiciones y sus dioses, con sus turbantes y sus sayas, los que habían recibido la llama del Octubre Rojo. Eran las naciones en proceso de liberación y construcción estatal, eran los pueblos que para Occidente no tenían historia quienes protagonizarían realmente la historia que la osadía de Lenín había iniciado.
En 1920, en plena guerra civil rusa, organizaron en Bakú, la capital de Azerbaiján, la primera Reunión del los Pueblos de Oriente. Casi 3.000 delegados se reunieron para discutir la mezcla de tareas democráticas, de liberación nacional, sociales y económicas que el siglo XX planteaba a sus pueblos y naciones.
Ya en su Imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin había avizorado este fenómeno. El capitalismo en su expansión imperialista se había convertido en un cerrojo que impedía a los pueblos coloniales y semicoloniales recorrer el camino que habían seguido las metrópolis imperiales. La respuesta de esos pueblos no podía demorarse. El genio de Lenin hizo que, de una vez y para siempre, la voluntad histórica de esos nuevos agentes históricos fuese asumida por el conjunto de los explotados.
Mi generación le debe a Lenin haber tenido la posibilidad de leerlo en clave periférica, en clave semicolonial. Le debe a Lenin el convencimiento de que los explotados requieren y son capaces de generar una organización que los represente y conduzca. Le debe a Lenin la gran ayuda de entender que la causa de nuestros pueblos, la causa de los argentinos, del sur, del norte, del este y del oeste, la causa de nuestros trabajadores es y debe ser el principal objetivo de nuestra reflexión política.
Yo, personalmente, adhiero al recuerdo de este ruso cuyo nombre seguirá siendo por siglos bandera de lucha de los humillados y explotados.
Buenos Aires, 24 de abril de 2020
1 Lenin como tipo nacional, León Trotsky, discurso de 1920. Publicado bajo ese título por Editorial Coyoacán, Buenos Aires, 1968.

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente Julio.