Hoy me encontré con un viejo y querido amigo y, obviamente, estuvimos varias horas hablando de la actualidad política, de las grandes perspectivas qu e se le presentan a la región y a la Argentina y de la paradoja que significaría que las fuerzas nacionales no pudieran volver a ganar las próximas elecciones, cuando, como es de esperar, hasta el pipistrilo del actual presidente del Uruguay y el “menemizado” partido Blanco van a perder las elecciones en manos del Frente Amplio que tiene dos buenos candidatos presidenciales: la intendenta de Montevideo y el intendente de Canelones.
En un momento de la conversación mi amigo me recordó, a propósito de la “proscripción” de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el siguiente texto de mi libro “Un Solo Impulso Americano. El Mercosur de Perón”, que aquí transcribo levemente abreviado. Creo que su lectura pone algo de luz en la hora actual.
Un gaúcho más peronista que brasileño
En su edición del 21 de mayo de 1945 –Getulio Vargas aún rige los destinos de su país y falta casi medio año para la inflexión del 17 de octubre– aparece en el periódico “El Diario” de Buenos Aires una nota, consignando la llegada del nuevo embajador del palacio Catete en Argentina. Su nombre es João Batista Luzardo.
Posiblemente, ningún embajador de un país latinoamericano manifestó nunca un aprecio tan grande y una coincidencia de intereses tan sustancial con el país anfitrión como Lusardo. Formaba parte de la antigua guardia riograndense con que Getulio había volteado a la República Vieja, integrada entre otros por Oswald Aranha y João Neves da Fontoura. Había nacido, justamente, en Uruguayana, en el lugar que, del otro lado del río, había visto el levantamiento cívico militar de Paso de los Libres contra Justo en 1933. Fue recibido con gran deferencia por el General Farrell, a la sazón Presidente del gobierno provisional.
Dos días después de su arribo al país le pide al Ministro Consejero de su embajada, Maximiano Figueiredo, que solicite una entrevista con el Coronel Perón, entonces vicepresidente de la República y Secretario de Trabajo, en realidad el hombre fuerte de la presidencia Farrell. Figueiredo, hombre de cancillerías y protocolos, manifestó dificultades de procedimiento para llevar a cabo el encargo, probablemente porque el interés de su embajador debió parecerle extemporáneo. Pero Luzardo insistió ya que tenía expresas instrucciones de Getulio en ese sentido. Finalmente la audiencia fue concedida para el día siguiente en el Ministerio de Guerra.
El Embajador, acompañado de dos agregados militares, llegó al Ministerio a las 11 de la mañana.
A poco tiempo de su llegada, el embajador era un nombre conocido para la prensa, que, con beneplácito de él mismo, había castellanizado su nombre. Don Juan Bautista Luzardo fue el trato que siempre recibió en la Argentina. Esto dará origen a innumerables ataque a su persona acusándolo de ser “un extranjero, un argentino infiltrado en la política y la diplomacia brasileña al servicio del país vecino”. Varias veces, en su dilatada carrera política fue instado a exhibir su partida de nacimiento e, incluso, el "Juan Bautista", dicho o escrito en español, fue usado como indicativo de que Brasil no tenía un embajador junto a Perón, sino un hombre rendido enteramente a las motivaciones, ideas y planes del presidente argentino.
En esa entrevista, el coronel le reveló su admiración por la legislación laboral de Vargas, quien había creado el Ministerio de Trabajo, algo que, hasta entonces, no existía en América Latina. Luzardo le narró a Perón las circunstancias de la creación y destacó el papel cumplido por Lindolfo Collor. Perón le solicita, entonces, toda la legislación de protección al trabajo que el Embajador le pudiera proveer a efectos de estudiar su implementación en la Argentina. Es esta conversación la que da origen a la visita del eximio laboralista brasileño, el doctor Rego Monteiro, que durante un mes dicta cátedra de derecho laboral en Buenos Aires.
La amistad forjada en este primer encuentro alcanzaría niveles nunca vistos en la historia de las relaciones de un presidente argentino con un diplomático extranjero. De acuerdo a lo que cuenta el propio Luzardo, Perón solía solicitar su consejo sin considerar, en apariencia, que su nacionalidad fuera un obstáculo. Como ejemplo de ello, afirma que, tiempo después, Perón le confesó que tenía dificultades en nombrar embajadores en el Palacio de la Moneda y en el Catete. En respuesta a ello, el riograndense sugirió: “Pero el señor cuenta aquí con dos hombres de primer orden, que serán bien recibidos en Río y en Santiago y que sabrán honrar a la República Argentina. –¿Y quiénes son ellos? –Juan Cooke y Jerónimo Remorino”. Perón aceptó la propuesta y así fue como el padre de John William Cooke fue embajador en el Brasil. En tono de chanza, éste afirmaba a quien quisiese oírlo que él era, antes que nada, “embajador de Juan Bautista Luzardo”. Remorino sería también nombrado embajador en Santiago, pero, de inmediato, es designado titular del Palacio San Martín, convirtiéndose en canciller del gobierno peronista.
Luzardo y la detención del coronel Perón
En sus recuerdos sobre esos primeros meses de gestión, el embajador de Brasil hace mención a una serie de sucesos que revisten un gran interés histórico y ponen una nueva luz en los hechos que desembocaron en el 17 de Octubre.
El anuncio del coronel Perón, el 5 de octubre, anunciando que “renunciaría” a sus cargos y abandonaría la Secretaría de Trabajo, volviendo a su residencia de la calle Piedras, tomó al embajador por sorpresa. “Cierta mañana fue a conversar conmigo a la Embajada un hombre muy amigo de Perón y de Eva y que me conocía. Era el periodista Caffaro Rossi. Hablamos largamente y me transmitió su convicción de que Perón sería encarcelado por el gobierno. Caffaro, de acuerdo con el Almirante Tessaire, venía a sondearme para ver si yo estaría dispuesto a entrevistarme con Perón, para conversar con él. Su residencia estaba tan vigilada que el coronel, de ninguna manera podría llegarse hasta la Embajada. Me dijeron que ellos, el Almirante Tessaire y Caffaro, habían examinado el problema y llegado a la conclusión de que el hombre capaz de evitar la prisión de Perón, brindándole la posibilidad de irse al extranjero y el asilo político era yo. Querían que yo fuera…”.
“Vea que cosa seria: El embajador de Brasil llamado a intervenir en esas cuestiones… Perón seguramente tendría trazados sus planes, pensaba yo. (...) Sabía que lo que aquellos amigos me pedían podía resultarme muy caro, pero no tenía opción. Mandé a decir que iría, que me esperasen a los ocho de la noche”.
“Era el día 11 de octubre de 1945. Llegada la hora, tomé el revólver, la bandera de Brasil y entré en el automóvil de la embajada, al lado de Caffaro. No discutiría el asunto con el personal diplomático brasileño. Pensarían mucho en las alternativas, durante doce horas, y pesarían los pros y los contras. No quería implicar a nadie. Si mi gesto no resultaba nada tendrían que lamentar mis compañeros de representación. En ese instante renunciaría a mi puesto y me atendría a las consecuencias. (…)”.
“El almirante Tessaire me esperaba en la puerta. Ordenó que mi auto fuese estacionado dos cuadras más adelante. Subimos al tercer piso donde tendría el encuentro con Perón. Tessaire me repetía los argumentos de Caffaro y yo le aseguraba que creía que Perón tenía planes en marcha… Minutos después apareció el Coronel Juan Domingo Perón. Me abrazó con gran emoción y les dijo a Tessaire y Caffaro: –En medio de estas desgracias, son actos así los que elevan el alma de la gente. Y, volviéndose hacía mí, exclamó: ‘Embajador, yo confío, yo sé que estoy interpretando el alma de mi pueblo y nada temo. Yo comprendo ese gesto de mis amigos, procurando ayudarme, porque creen que yo deseo exiliarme. Ellos han sido generosos y valientes, en un grado que es difícil valorar en su totalidad. Naturalmente ellos quieren salvarme de la prisión… Pero Embajador, yo insisto en ir preso para liberar a mi pueblo, la Argentina precisa que yo vaya preso para liberarse’” (en negrita en el original).
“Luzardo conmovido le dice: –Coronel Perón, yo lo comprendo. Sus amigos me invitaron. Yo no tenía en absoluto la intención de entrometerme. Pero ellos me lo pidieron con una cierta insistencia, para hacerle una visita en esta hora sumamente delicada para la Argentina y para usted. No olvide las consecuencias que podría tener mi presencia aquí. Vine hasta aquí para darle un abrazo de total solidaridad y preguntarle si le podría ser útil en algo ¡Cuente conmigo! Pero comprendo su gesto, si el señor tiene la convicción de que es necesario ir preso para liberar a la Argentina, entonces que la prisión llegue inmediatamente”.
“Perón abrazó al diplomático brasileño y dijo en voz alta: –¡Esto es! ¡Esto es! ¡Estos son los hombres que yo necesito! Espere un momento, embajador”.
“Cuando yo dije aquello –observa Luzardo– él se sensibilizó, me dio un nuevo abrazo y me pidió permiso para retirarse durante un minuto. Fue adentro y vino del brazo con Eva, que vestía un ‘pegnoir’ azul. El coronel Perón me presento a la señora, de porte altivo, diciendo: –Eva, es este un gran amigo de la Argentina, el embajador Luzardo. Le acabo de decir algo que quiero que todos Uds. entiendan. Si, para liberar a mi país, tengo que ir preso, que venga entonces la prisión”.
“El diplomático brasileño se inclinó y besó las manos de Eva Duarte (se inicio en aquel momento una amistad que sólo terminaría con la muerte de la segunda mujer de Perón). Lusardo le dice: –Si puedo ser útil en algo…”
“Dirigiéndose a Perón, Eva dice: –Juan, ¿me permites decirle unas palabras al Embajador? No esperó el asentimiento del coronel y comenzó a hablar con el visitante:
"Señor Embajador, Argentina está pasando por su crisis más grave desde la Independencia. La presión de algunos generales obligó al general Farrell a poner a mi marido en la calle, quitándole todos los cargos. Ahora bien, lo importante es que el pueblo está con Perón y que es indispensable que él vaya preso para que la Nación se rebele como un solo hombre e indique quién debe ser el gran conductor. Yo me opongo totalmente a que él marche al exilio, como quieren algunos amigos, entre los que se encuentran los que están allí afuera. Nuestra posición es una: quedarnos firmes, porque cuando más rápido venga la prisión, más deprisa se hará la liberación de nuestra querida Patria”.
“Luzardo escuchaba, admirado por el tino político de aquella mujer, en tanto Eva concluyó: –Embajador, yo no tengo palabras para agradecerle este gesto suyo, desprendido y heroico, tan raro en la historia de los hombres”.
“Perón intervino entonces en la conversación: –¡Embajador, es necesario que le aclare que me siento mucho más orgulloso de oír esta decisión de mi mujer que si ella hubiese aprobado como solución el exilio!”.
“Batista Lusardo responde: ‘Mi misión está cumplida. Me siento tranquilo porque cumplí mi deber. Tengo la certeza y también la esperanza de que la Argentina, como dicen ambos, alcance en breve tiempo su libertad’”.
Este relato testimonial del embajador Luzardo agrega un nuevo e interesante elemento a la interpretación que se ha hecho del estado de ánimo y de los planes de Perón en esas jornadas previas al 17 de Octubre y, sobre todo, durante su detención en Martín García. Historiadores antiperonistas como Felix Luna, han insistido que Perón se encontraba totalmente desmoralizado y que las movilizaciones obreras del 17 de octubre fueron un elemento inesperado, producto fundamentalmente de la actividad agitativa de Eva Duarte. Basan este punto de vista, que intenta descalificar política y moralmente a Perón, en una famosa carta del coronel a Evita, desde su prisión en la isla, donde considera que la lucha está perdida e invita a su esposa a irse a vivir a la Patagonia cuando todo esto hubiera terminado. Por su parte, Fermín Chávez ha sostenido que esta carta fue escrita, en realidad, pensando más que en su destinataria, Evita, en los servicios de inteligencia del Ejército que controlaban la correspondencia del detenido. La intención era, entonces, hacer creer a los mandos del Ejército que lo tenían preso que estaba desmoralizado y sin ánimo de continuar el combate. Este testimonio de Lusardo aporta datos de mucho peso a esta última tesis y revela que si bien la incontenible movilización obrera y popular del 17 de Octubre creó al Perón que luego entraría a la historia, Perón contaba con la fuerza de la multitud a la que había dado voz y dignidad. La firmeza de esa muchacha que, despojada de todo sentimentalismo, expresa a su interlocutor brasileño “es indispensable que él vaya preso para que la Nación se rebele como un solo hombre e indique quién debe ser el gran conductor”, y la confesión del coronel, llena de viril sentimiento, “ me siento mucho más orgulloso de oír esta decisión de mi mujer que si ella hubiese aprobado como solución el exilio”, descubre uno de los núcleos de hierro de la revolución del 45. No había en esa pareja y en ese momento el menor lugar para retroceder a la suave tibieza de una casita en la Patagonia. La historia les ofrecía una oportunidad y con ellos a los oprimidos de la Argentina. Sólo cabía jugarse el resto.
Hasta aquí lo escrito en aquel libro, hace ya 24 años. El diálogo de Perón con el embajador Luzardo pone en evidencia que Perón sabía que era necesario que fuera injusta y arbitrariamente preso por un sector de las FF.AA. comprometido con la vieja oligarquía y la embajada de los EE.UU. y estaba dispuesto a ese sacrificio. Renunciaba a toda salida personal que evitase esa
circunstancial derrota en aras de un triunfo estratégico del pueblo argentino.