2 de octubre de 2023

Una charla en el banco de la plaza

Ayer a la tarde, mucho antes del debate y en medio de la batahola generada en las redes por el oneroso curso de navegación tomado por el, en ese momento, jefe de gabinete de la provincia de Buenos Aires, salí a dar una vuelta por el Parque Rivadavia. Era una tarde francamente peronista, posiblemente similar a aquella lejana tarde en la que Luis Elías Sojit, en la transmisión inaugural del Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires, inventó esa afortunada expresión que se convirtió en lugar común. Mi amigo Jorge Enea Spilimbergo me dijo una vez que la poesía era crear nuevos lugares que la lengua convertiría en comunes.

Salí a caminar, entonces, llevándome un habano que pensaba fumar sentado en alguno de los bancos, bajo la mirada severa y la espada en ristre del Libertador Bolívar. La plaza estaba llena de gente de todas las edades. En los canteros y bajo los árboles había grupos de chicos y chicas, tomando mate y sol, las dos cosas que se toman en un domingo de primavera en la plaza. En el monumento mismo a don Simón, a la sombra del inmenso caballo y su no menos inmenso jinete, un grupo de hombres y mujeres bailaba tangos, milongas y valses porteños, al compás de las gloriosas orquestas porteñas de los no menos gloriosos años 40. Tanturi y Castillo, Troilo y Marino, José Basso y Floreal Ruiz llenaban sucesivamente la plaza como si fuera un antiguo patio con parral y malvones.

Encontré un banco extrañamente vacío y a la sombra. Me senté y encendí mi habano. Aspirar el humo de un puro y observar a mis compatriotas disfrutando del aire libre, del sol, de la tarde, del domingo es lo más parecido a la eternidad. Un pequeño grupo de dos hombres mayores y una señora se acercan a mi banco. Me preguntan si pueden sentarse y, aclarándoles que estoy fumando, les hago lugar.
Continúo con mi cigarro y mis cavilaciones, mientras escucho que comienzan a hablar de Rodríguez Larreta y de que alguien les ha dicho que ha hecho un gran gobierno. Al cabo de unos minutos, la señora se dirige a mí:
– Vamos a preguntarle al señor, a ver qué piensa –dice. – ¿Qué le parece Rodríguez Larreta?
Esbozo una sonrisa y les respondo:
– Una mierda.
Los tres estallan en una carcajada.
A partir de allí comenzamos una muy interesante conversación política. Me dieron sus nombres y me contaron que dos de ellos – un hombre y la mujer – eran de Lomas del Mirador, a una media hora en auto hacia el oeste. El otro hombre, de menor edad, contó que era argentino, pero que vivía en San Pablo, en Brasil, desde hace muchos años. Hablamos de la inflación, les dije cuáles, a mi entender, eran las causas de la misma. Hablamos de por qué en este momento a los uruguayos y a los paraguayos, así como al amigo que había venido de Brasil, les resultaba barato comprar en Argentina. Y les conté que muchas veces en el pasado la situación había sido inversa y que quienes se beneficiaban con ese cambio éramos nosotros. Hablamos de Artigas y de los 33 Orientales y de la Banda Oriental. Y les conté cuál había sido la reflexión de don José Gervasio al enterarse de la creación del Uruguay independiente: “Ya no tengo patria”. Quedaron sorprendidos.
Y hablamos de Milei, de su violencia verbal, de la locura de la dolarización y del dólar blue y del dólar de importación. El hombre tenía una carpintería y entendía rápidamente mis explicaciones. Y hablamos de la deuda con el FMI contraída por Macri y de la sequía y de la guerra en Europa. Estaban fascinados y seguían preguntando y analizando mis respuestas.
En ningún momento mencionaron el escándalo del yate en Marbella, ni, obviamente, la repercusión que había tenido el hecho en las redes. En ningún momento manifestaron odio, resentimiento, ni sentimientos violentos contra nadie. Yo tenía la sensación de estar hablando con ese compatriota anónimo, que no sabe muy bien que son las redes, ni para qué sirven, incapaces de imaginar que su interlocutor pasa habitualmente muchas horas online, leyendo y discutiendo lo que por ahí circula. Eran el votante innominado, que quiere entender lo que ocurre, que quiere a su país – muchas veces repitieron lo hermosa que era la Argentina y lo maravilloso que es Buenos Aires –. Antonio, el residente en San Pablo, comparó nuestra ciudad y sus plazas y la hospitalidad de sus calles, con la frialdad y la ausencia de vida urbana en la megalópolis en la que vive.
En suma, terminé mi cigarro y me despedí de mis ocasionales interlocutores. Me fui con la sensación de que el odio, el resentimiento, la hostilidad que se despliega desde La Nación+ o TN tiene un alcance limitado. Que hay millones de compatriotas como estos que sólo pretenden que se les explique, de modo sencillo, sin adjetivos altisonantes, qué es lo que pasa, porque ellos, como todo el mundo, están en condiciones de entenderlo.
Buenos Aires, 2 de octubre de 2023

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