“…Y tú no sabes quién toca el violín”
Como negra ciudad crece la noche,
En que, siguiendo leyes silenciosas,
Se enredan las callejas en callejas
Y las plazas se juntan con las plazas,
Y muy pronto en mil plazas surgen torres.
Pero en las casas de esta ciudad negra
No sabes tú quién puede residir.
En el mudo fulgor de sus jardines
Para bailar los sueños hacen corro,
Y tú no sabes quién toca el violín…
En enero de 1989, a pocos días del desatinado intento de copamiento del cuartel militar de La Tablada, publiqué en la revista CREAR en el Pensamiento Nacional, que dirigía Oscar Castelucci, un artículo sobre esos mismos acontecimientos que titulé, citando un oscuro y bello poema de Rilke “…Y tú no sabes quién toca el violín”. Martín García, en el año 2014, me propuso una reescritura de aquél artículo a la luz de las cosas que pasaron a partir de ese año y que modificaron totalmente el país que hasta entonces habíamos conocido.
En efecto, el año 1989 era un año de elecciones presidenciales. El gobierno de Alfonsín, al fin de su mandato, se deshilachaba como poncho de pobre. La negativa del peronismo a modificar la Constitución e incorporar la posibilidad de la reelección presidencial había hecho imposible un nuevo mandato para Alfonsín y los crecientes triunfos electorales del peronismo hacían evidente que el futuro gobierno tendría este signo. Después de una tensa elección interna, el partido justicialista había erigido a Carlos Menem como su candidato presidencial, quien había constituido el FREJUPO con un conjunto de partidos de corte nacional. Nuestro agrupamiento político de entonces, el Partido de la Izquierda Nacional (PIN) que dirigía Jorge Enea Spilimbergo, integraba esa alianza electoral conducida por el PJ, junto con el MPL de Jorge Abelardo Ramos, el MID de Rogelio Frigerio, la Democracia Cristiana de Essio Silveyra y otras fuerzas menores.
La posibilidad de que el peronismo, encabezando un frente de fuerzas nacionales, retomase el poder del estado había puesto en alerta al conjunto de las fuerzas políticas y los sectores sociales vinculados al imperialismo. La política del alfonsinismo era presentar al peronismo y sus aliados como antidemocráticos y generadores del caos. Ya, un tiempo atrás, el ministro del Interior, Coti Nosiglia, había enviado un grupo de provocadores a un acto organizado por la CGT de Saúl Ubaldini, y que contaba con la presencia de los principales referentes peronistas, para que generasen disturbios. En efecto, los sicarios de Nosiglia comenzaron a romper y saquear las vidrieras de la sastrería Modart, en la esquina de Perú y Avenida de Mayo, sucesos que fueron grabados por la televisión oficialista y profusamente transmitidos. La investigación posterior permitió establecer que los protagonistas de los hechos de vandalismo pertenecían a los servicios de “inteligencia”. Fue esa la primera vez que se hizo público hasta dónde estaba dispuesto a llegar el alfonsinismo, y su mentado fervor democrático, a efectos de desprestigiar a su oponente, electoralmente mayoritario, según los últimos comicios.
De ahí que aquel artículo comenzara sosteniendo:
“Si alguna duda quedaba acerca de la importancia histórica que las elecciones del 14 de mayo tienen para nuestro destino nacional, la burda y demencial intentona de La Tablada ha despejado brutalmente todo escepticismo: en el país están jugando fuerzas internas y externas dispuestas a evitar a sangre y fuego el triunfo de Carlos Menem y el FREJUPO y de impedir las elecciones si lo primero se torna imposible”.
Resulta difícil hoy, a raíz de la cobardía de Carlos Saúl Menem, de su claudicación oprobiosa ante la ofensiva liberal imperialista, tener una idea de lo que se jugaba en aquellas elecciones.
El país se encontraba en una de las cíclicas crisis generadas por el endeudamiento, mientras el establishment económico amenazaba con la hiperinflación. El gobierno de Alfonsín, desde la asunción de su ministro de Economía, Sourrouille, había avanzada en el camino que le marcaba el FMI, y la incorporación de Rodolfo Terragno a su gabinete había puesto en la agenda del gobierno el tema de las privatizaciones de Aerolíneas Argentinas y ENTEL.
La UCD, el partido ultraliberal de Alvaro Alsogaray, había crecido electoralmente y una intensísima prédica privatizadora era bombardeada diariamente por los medios.
El candidato de la UCR era el gobernador de Córdoba, Eduardo Angeloz, quien desplegaba un abierto y declarado programa antinacional, privatizador y de ajuste y detrás del cual se habían organizado todos los sectores del capital extranjero y del establishment bancario, financiero, exportador y oligárquico.
Después de una dura interna, el PJ había elegido como su candidato presidencial a un dirigente que se había alzado con el triunfo por afuera de las estructuras orgánicas del aparato partidario: el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Menem. La victoria en la interna justicialista había significado una importante movilización detrás de un precandidato que, si bien no explicitaba con claridad su programa, estaba notoriamente connotado por un aura popular que confrontaba con ciertas deformaciones demoliberales que se expresaban en algunos sectores del cafierismo.
La alta inflación se había convertido en una de las principales preocupaciones de los argentinos y el alfonsinismo había comenzado a romper con el electorado de clase media que le permitió el sorpresivo triunfo de 1983. La clase media sindicalizada, los docentes y otros sectores vinculados al Estado habían comenzado a sentir las consecuencias del ajuste destinado al pago de la deuda externa.
En esa coyuntura, la alternativa electoral era clara. O se votaba por Angeloz, quien prometía realizar el programa de la UCD, o se votaba por Menem, detrás de quien se agrupaban las grandes mayorías nacionales - los trabajadores, los desocupados, los pueblos del interior - y que insinuaba un camino distinto al seguido hasta ese momento.
El ultra antiperonismo
A fines de la década del ’60 apareció en escena el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Se trataba de un grupo terrorista surgido de una antigua fracción trotskista, el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Con toscas elucubraciones teóricas tomadas de la llamada “teoría del foco”, pergeñada por el bachiller francés y asesor del presidente Miterrand, Regis Debray - cuando era un joven entusiasta de las guerrillas latinoamericanas amparado en su condición de ciudadano de un país de primera clase -, se dieron a una doble tarea: propagandizar la lucha armada como táctica política y atentar contra policías y militares. Para lo primero realizaban actos, por así decir, políticos, que consistían en ocupar una fábrica y arengar a los obreros o robar camiones con leche y repartirla en barrios populares. Todo este espíritu robinhoodiano reflejaba a las claras el carácter pequeñoburgués, salvacionista, redentorista del grupo terrorista, pero su indigencia teórica era compensada por una febril actividad homicida.
Desde un primer momento este agrupamiento se caracterizó por su furibundo antiperonismo, abrevado en las fuentes del gorilismo trotskista de Nahuel Moreno y Milcíades Peña (los mismos que consideraban a Perón un agente inglés). En las dos elecciones de 1973 llamaron al “abstencionismo revolucionario” y, ni bien Cámpora asumió la presidencia, se apresuraron a declarar que no lo atacarían, pero que “seguirían combatiendo contra las fuerzas armadas contrarrevolucionarias”.
Y efectivamente lo hicieron. Atacaron cruentamente varios cuarteles y, después de la asunción de Perón, tomaron el Regimiento de Azul, matando a un conscripto y al jefe de la guarnición y a su esposa, tomando de rehén a otro alto oficial a quien posteriormente mataron. Paralelamente a esto, lanzaron una criminal campaña de asesinatos contra oficiales medios. Todo esto hizo que el gobierno popular los declarara fuera de la ley.
Recuerdo que por aquellos años conocí a un capitán del Ejército. Los grandes triunfos populares le habían cuestionado la formación recibida. Conversábamos, en la casa de un notable dibujante de historietas, concuñado del capitán, sobre Perón, el nacionalismo, la unidad latinoamericana, el socialismo y todos los temas que aún hoy vale la pena conversar con un capitán del Ejército. Este militar, dispuesto a recorrer el camino que lo volvía a vincular a su pueblo, salía todos los días de su casa –me contaba, preocupado-, con la pistola en la mano y amartillada, dispuesto a defenderse del ataque aleve. La caminata hasta el garaje era uno de los momentos más peligrosos del día. No lo volví a ver después de 1976. Sé que fue un héroe en Malvinas. Pero lo importante del recuerdo es evocar cómo el salvaje terrorismo del ERP no solamente generaba una provocación insostenible sobre el gobierno popular, sino que congelaba – ya entonces - a la oficialidad en la lucha contra la subversión. Su ultraizquierdismo táctico no era más que la expresión de su ultra antiperonismo1 estratégico. Las viejas clases medias, formadas en el liberalismo izquierdizante del ´55, daban expresión a una política imperialista de debilitamiento del gobierno de Perón.
En realidad, el origen político de los cuadros dirigentes del ERP hay que encontrarlo en el antiperonismo de la Unión Cívica Radical. Provenían, en general, de familias radicales de la clase media provinciana y fue en los sectores izquierdistas de la UCR donde el ERP encontró eco y abogados. Si los Montoneros se consideraban políticamente integrantes del Movimiento Justicialista, el ERP constituía, de hecho, el ala radicalizada del liberalismo de izquierda de la UCR.
Esto fue en suma el ERP. Y viene a cuento ya que de alguna manera reapareció vinculado a los sucesos de La Tablada.
Ese ERP ya no existía en 1989. Aislado políticamente, la represión militar terminó con él. Sus dirigentes fueron muertos o se exilaron. Fueron una de las excusas para el golpe de estado de 1976 y éste los aplastó. Quienes habían estado vinculados a él se esparcieron por el mundo. Muchos comenzaron a volver después de la elecciones de 1983; algunos lo hacían para integrarse a la actividad política. Los sueños marciales habían quedado atrás. Desprovistos de sus armas muchos de sus miembros y seguidores volvieron a ser lo que habían sido, izquierdistas liberales, antimilitaristas abstractos, antimalvineros, críticos contumaces al “burocratismo” de Saúl Ubaldini, alternativistas2 y gorilas.
Algunos de ellos crearon el Movimiento Todos por la Patria. La propuesta era, más o menos, la siguiente: los partidos políticos argentinos no han hecho otra cosa que dividir al pueblo. Dentro de cada uno de los partidos tradicionales argentinos –obvia excepción del liberalismo conservador- hay, permítaseme la expresión, gente buena. Se trata de juntar a todos los buenos - peronistas, radicales, socialistas, cristianos, todos - e ir al pueblo, a “las bases” – concepto abstracto emparentado con el del “buen salvaje” de Rousseau -, supuesta fuente inagotable de todo conocimiento y toda acción.
Uno de sus integrantes más conspicuos entonces, el sacerdote franciscano Antonio Puigjanet, un hombre bueno y simple, envuelto en turbulencias ideológicas que no comprendía, define de esta manera el movimiento, en un reportaje que le hiciera, en prisión, la periodista uruguaya María Ester Giglio:
-“¿Cómo describiría al MTP, al que usted pertenecía?”
-”Como un movimiento político que había descartado la vía violenta, la lucha armada, pero que pretendía hacer un cambio revolucionario a partir de la participación de todos. Una de las cosas en que insistíamos era en ésta: democracia participativa y no representativa. Para eso proponíamos un trabajo en los barrios, desde las bases”.
Dos elementos caracterizaron a este MTP. Uno, la total heterogeneidad de sus miembros. En la maniquea y simplista visión de buenos y malos, se trataba obviamente de estar con los primeros. Todo lo demás era materia opinable que dividía. Segundo, su cercanía con el gobierno radical. De todos los grupos representativos de la extrema izquierda cipaya, el MTP era el único que no enfrentaba políticamente al alfonsinismo. No integraba el FRAL ni la Izquierda Unida y el eje único de su política fue una casi obsesiva preocupación por el peligro del golpe de Estado y los carapintadas. Es cierto que ésta no fue una cuestión que monopolizara este grupo, pero era sí evidente que ningún otro había hecho de ello el tema exclusivo de sus preocupaciones.
La breve popularidad del MTP
El MTP saltó al centro de la escena política una semana antes de los hechos de La Tablada. Su presidente, Jorge Baños, y un grupo de dirigentes denunciaron aparatosamente una supuesta reunión con fines golpistas entre Carlos Menem, Lorenzo Miguel y el coronel Seineldín, en la que se habría preparado un golpe institucional que sacaría a Alfonsín y pondría a Víctor Martínez en su reemplazo. Dan precisiones tales como un supuesto lugar del encuentro y el nombre del supuesto intermediario. Inmediatamente la prensa oficialista se abre de par en par para Baños. Los canales del gobierno informan profusamente sobre la denuncia y entrevistan al dirigente.
Rápidamente, el juez federal, doctor Martín Irurzun, recoge la denuncia e inicia una investigación judicial, citando a los denunciantes e informando que declararán todos los supuestos cómplices del plan golpista. La revista El Periodista retoma la cuestión y truca en tapa una foto en la que aparecen juntos Carlos Menem y el coronel Mohamed Seineldín. El Ciudadano no le va en zaga y embadurna sus amplias páginas con este tipo de basura.
Durante la conferencia de prensa del presidente de la República, que se convirtió en un virtual discurso de campaña, uno de los periodistas preguntó al doctor Alfonsín sobre esta supuesta reunión. La respuesta fue breve y enigmática: “Simplemente le recuerdo que la fecha en que se menciona se realizaba esa reunión, el coronel Seineldín ya estaba detenido”. Sin desmentir la existencia de la reunión, hace entender que los propios carceleros de Seineldín estaban enterados y la habrían permitido.
El lunes 23 el país despertaba preocupado. Las radios informaban que un grupo militar había tomado el Regimiento 3 de La Tablada. Volantes de un “Nuevo Ejército Argentino” vivaban a Seineldín y Rico, atacaban al ejército liberal y se expresaban a favor del triunfo de Menem.
El presidente Alfonsín había dicho en aquella conferencia: “… puedo afirmar categóricamente que no van a tener posibilidades de triunfar los facciosos. Pero también debo decir con absoluta seriedad que no estoy en condiciones de asegurar con la misma fuerza, con la misma certeza, que no han de producirse episodios para adelante”. Nadie que hubiese visto al presidente en alguna de las muchas veces que la reunión de prensa se pasó por las escasas cuatro horas de TV, pudo evitar recordarlo. Ahí estaba lo que el presidente había anticipado. Los comandos se habían vuelto a pintar la cara.
Al mediodía la situación informativa había variado, desde distintos sectores se cuestionaba la autoría. Algo raro, que no cerraba, estaba ocurriendo. Al parecer la ocupación no habría sido realizada por militares, sino por grupos de civiles, que previamente habrían esparcido apócrifas proclamas golpistas. No obstante ello y cuando ya era claro que ni Seineldín, ni Rico, ni ningún militar argentino tenía que ver con el copamiento del cuartel, La Razón3, tanto en su quinta como en su sexta edición, continuaba hablando de los seineldinistas al referirse a los ocupantes. La instantaneidad de los medios electrónicos de comunicación no había llegado al diario oficial.
Al atardecer del fatídico lunes había algunas cosas, no muchas, claras. En primer lugar, estaba confirmado el carácter civil de los ocupantes y que la identidad de los dos primeros cadáveres correspondían a un antiguo miembro del ERP y al de quien era presidente del MTP de Zárate. La información que proporcionó posteriormente el ministro del Interior no iluminó mucho más la situación.
Desde La Plata, el ministro de Gobierno4, Carlos Alvarez, - presente en el lugar del combate casi desde un primer momento -, sentaba una hipótesis: el intento inicial habría sido el de copar el Regimiento, robar armas e huir. La presencia de la Policía de la Provincia había impedido esto último, junto con la no esperada resistencia del personal militar. Una llamada a la agencia DyN aumentó los interrogantes. Una mujer identificada con los ocupantes explicó que se trataba de una Frente de Resistencia Popular que había ido al cuartel a impedir un golpe. Pedía que se llamara a la gente para evitar lo que llamó una masacre.
Al día siguiente era recuperado el Regimiento. Más de veinte detenidos eran llevados a la Policía Federal. También se sabría que entre los muertos estaba Jorge Baños, presidente de Todos por la Patria.
En el reportaje a Fray Antonio Puigjanet, que ya mencionamos más arriba, pueden confirmarse algunas de las hipótesis que aquí se plantean. Leemos allí:
-“Si él (Enrique Gorriarán Merlo5) estaba convencido de que ya no había espacio para acciones violentas y creía que las cosas debían realizarse de otra manera, ¿por qué se metió en un hecho como el de La Tablada?”
-“Para evitar una violencia mayor. Ellos tenían la información de que venía otro golpe militar. En diciembre del '88, un mes antes de La Tablada, un militar que pertenecía al movimiento democrático de las Fuerzas Armadas, el UALA, nos dijo a dos compañeros y a mí que se venía otro golpe muy violento. ‘Los militares van a salir a matar’, nos dijo. ‘Va a correr mucha sangre’”.
-“¿Era verdad?”
-“Yo no sé. Lo que sé es que todo lo que llevó a estos muchachos a hacer lo que hicieron tiene mucha característica de trampa”.
La periodista no le pregunta y, obviamente, el sacerdote no responde a una pregunta básica: ¿Por qué se distribuyeron volantes que vivaban a los jefes militares carapintadas y se disfrazó el operativo como una acción militar destinada a dar un golpe de Estado?
Pero el propio Puigjanet se anticipa a cualquier suspicacia. Al confesarle su total falta de capacidad para ser dirigente político, el sacerdote franciscano dice a María Ester Giglio:
-“Me doy cuenta de que se me escapan de las manos miles de detalles. Hay que tener una gran astucia; yo soy demasiado crédulo, me dicen una cosa y en general no pienso que me están mintiendo. La creo”.
Qui prodest?
¿Quién se beneficia? solían preguntar aquellos cerebrales investigadores de las novelas policiales inglesas. Y es a la luz de esta clásica pregunta que debe buscarse la racionalidad política de aquel hecho criminal.
¿Quién se beneficiaba con un copamiento del Regimiento 3 de Infantería, robo de armas, algunas muertes y posterior huida de un grupo que deja volantes de solidaridad con Seineldín y Rico y de apoyo a la candidatura de Menem?
La respuesta era indudable, entonces, y lo sigue siendo a través de los años: el oficialismo, el gobierno, el doctor Alfonsín y su proclamado intento de “defender a su gobierno con dientes y uñas”.
Esta hipótesis le permitiría alcanzar, por lo menos, dos objetivos: vincular a los militares que entonces acaudillaba Seineldín con un cruento hecho delictivo, que ratificaría la existencia de un clima golpista, y enredar al candidato justicialista (Carlos Menem), aún pasivamente, con el hecho, pero de manera lo suficientemente clara para confirmar el pacto anunciado por Baños en su conferencia de prensa. La prensa adicta hubiera hecho el resto.
Pero, de ser cierto lo manifestado por el ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, doctor Carlos Alvarez, esto habría fracasado y al hacerlo cambió bruscamente de carácter: un violento acto de terrorismo, inexplicable y demencial si se prescinde de todo lo aquí expuesto. Se benefició así al conjunto del sistema oligárquico-imperialista. Se volvió a poner en el centro de la discusión militar el tema del terrorismo. Y en un día, la conciencia castrense retrocedió al 23 de marzo de 1976. Todo el desarrollo dialéctico, difícil y ambiguo de una nueva conciencia militar, a la luz de Malvinas y los destructivos resultados del Proceso, se congeló nuevamente.
La irresponsabilidad criminal del grupo ocupante y de sus instigadores últimos reunificó a las FF.AA. en el espíritu de cuerpo de la “guerra sucia”.
La cúpula liberal y procesista encontró en sus manos una justificación moral muy fuerte para aplastar toda resistencia interna. Podían seguir sosteniendo que el terrorismo era todavía un peligro para la continuidad institucional de la República, el mismo argumento que habían usado en 1976, para derrocar a Isabel Perón. En ese sentido, y solamente en ese sentido, los acontecimientos de La Tablada serían para el doctor Alfonsín un regalo del cielo: la provisoria consolidación del generalato continuista.
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1 Neologismo inventado en aquellos años por Jorge Abelardo Ramos para referirse a las provocaciones de estos grupos sobre el gobierno popular.
2 Expresión típica de aquellos años que se refería a la posibilidad de una alternativa a la UCR y el peronismo.
3 En aquella época, el vespertino “La Razón” era un órgano oficioso del gobierno alfonsinista.
4 El gobernador de la Provincia de Buenos Aires en aquel momento era el doctor Antonio Cafiero. Su ministro de Gobierno, aunque homónimo del Chacho Alvarez, no tenía nada que ver con éste.
5 Enrique Gorriarán Merlo fue uno de los líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Encabezó el ala más militarista de la organización, como puede leerse en el libro Todo o nada de María Seoane sobre Roberto Santucho. Ante la muerte en combate de este dirigente, y el profundo y peligroso debilitamiento de la organización, se exilió a Nicaragua a final de los años setenta. Allí luchó junto al ejército sandinista, donde habría integrado los servicios de inteligencia. Planeó y participó, en los ochenta, en el asesinato del ex-dictador nicaragüense Anastasio Somoza, en el Paraguay. Después de los sangrientos hechos que aquí se están narrando y que condujo desde afuera del regimiento ocupado por sus seguidores, Gorriarán Merlo fue detenido en México, por los servicios secretos argentinos, y condenado a cadena perpetua.
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