20 de noviembre de 2024

La Vuelta de Obligado fue una batalla por la soberanía argentina


Han aparecido, en estos días, notorios gorilas neoliberales y hasta una vieja grabación del ministro de Interior de Menem, Carlos Vladimiro Corach, pretendiendo negar el carácter nacional y emancipador de la Batalla de Obligado y de la Guerra del Paraná. Para ello desempolvan, sin entender, los libros y artículos del anciano Juan Bautista Alberdi –el mejor Alberdi, el Alberdi enemigo de Mitre– y, algunos, incluso citan a Jorge Abelardo Ramos, para argumentar que la libre navegación de nuestros ríos por potencias extranjeras era una reivindicación federalista y que la férrea oposición de Rosas a las naves francesas e inglesas no fue otra cosa que la manifestación del interés porteño en mantener la administración y el provecho del puerto de Buenos Aires.

Esto ya lo vio Pablo de Tarso cuando escribió en su Segunda carta a los vecinos de Corinto: “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Siendo esto así, no es mucho que también sus ministros se disfracen de ministros de la justicia”.

Como dijo Jack, vayamos por partes. Efectivamente, Juan Manuel de Rosas expresaba el interés de los ganaderos bonaerenses y sus saladeros, en la época la única industria de exportación. Pero démosle paso a Jorge Abelardo Ramos:

“Los tres sectores de la economía argentina

¿Cuáles eran los sectores fundamentales del país cuando Rosas llegó al poder? Tenemos en primer lugar a las provincias mediterráneas: su debilidad económica era incontestable. En cuanto a las provincias litorales, su producción ganadera era similar a la de la pampa bonaerense; pero les faltaba el puerto y la aduana, y tendían en consecuencia, a una política de compromiso crónico con los ricos librecambistas porteños. No quedaba sino el frente de Buenos Aires, y dentro de él, sus dos fuerzas fundamentales, los ganaderos de la provincia y los comerciantes e importadores de la ciudad.

Rosas tomó el poder en nombre de los ganaderos y creó un equilibrio que, por inestable que fuese, duró casi veinte años. Para mantenerse en él debió doblegar la resistencia de la burguesía comercial porteña. Le permitió que ganara dinero, aunque le quitó toda participación política en los asuntos públicos. Subvencionó a los caudillos, los enfrentó entre sí, los corrompió, o los aniquiló en una paciente labor de décadas. Para su clase conservó el control de la Aduana, patrimonio de todos los argentinos. En esto último coincidía con los unitarios y la burguesía comercial porteña.

Al mismo tiempo, el sistema político de Rosas se veía obligado a defender en escala nacional al conjunto de la Confederación, frente a las amenazas y bloqueos organizados por las potencias europeas colonialistas, en alianza con la emigración unitaria. Las tentativas de Florencio Varela ante las cortes europeas para obtener el reconocimiento de un nuevo Estado que estaría formado por Entre Ríos y Corrientes, simbolizaron la sistemática política unitaria de balcanizar el viejo territorio argentino. A falta de una burguesía industrial con visión nacional de nuestros problemas, los ganaderos ocuparon ese lugar dominante y su jefe los defendió, primero a ellos, luego a su provincia y en último análisis al país. Rosas encarnó un nacionalismo defensivo, restringido, bonaerense, insuficiente sin duda, pero el único posible para la clase estanciera bonaerense.

No caeremos en la simpleza de explicar la política y la personalidad de Rosas apelando únicamente a sus fundamentos económicos de clase. En la vida política de Rosas, en sus actitudes de altivez o desprecio por las intrigas del capital extranjero y sus lacayos unitarios, se encierra parte del espíritu nacional, que los ganaderos del siglo pasado encarnaban en alto grado. Este «espíritu», del mismo modo que las «ideas», actúa como un factor derivado pero independiente en el proceso histórico del que es, en muchas ocasiones, agente activo y fundamental. Dicho «nacionalismo bonaerense» defensivo reconoce diversas causas: propiedad de los medios de producción, tradición española, vinculación estrecha a la pampa, relación con el extranjero en condición de socio menor, no de mero instrumento”.

Su ley de Aduanas de 1835 mereció el siguiente elogio nada menos que de Juan Álvarez, aquel anciano ministro de la Corte Suprema que las señoras de la Plaza San Martín, don Antonio Santamarina, Victorio Codovila y Spruille Braden querían elevar a presidente provisional en 1945:

“Rosas comprendió que no era posible limitar a los estancieros la protección oficial y en su mensaje de 1835 hizo público que la nueva Ley de Aduana tenía por objeto amparar la agricultura y la industria fabril, porque la clase media del país, por falta de capitales no podía dedicarse a la ganadería, en tanto que la concurrencia del producto extranjero le cerraba los restantes caminos.
Coinciden a esta política los aplausos de las provincias del interior cuyos gobiernos volvieron a confiar al de Buenos Aires, la dirección de la guerra y las relaciones exteriores de la Confederación, conservando para sí las aduanas mediterráneas, garantía del ultraproteccionismo local. Conservóse de tal modo un mercado interno para los vinos, los aguardientes, los tejidos y los cueros manufacturados por las fábricas criollas”.

Completa Ramos su visión sobre Rosas y su política:

“Los ganaderos de Buenos Aires eran el sector económicamente más fuerte del Río de la Plata, pero su fuente de ganancias se encontraba en el mercado exterior; su visión de los problemas nacionales no iba más allá del Arroyo del Medio. Por eso fue que su político más agudo dictó la Ley de Aduanas para neutralizar a las provincias interiores, pero le hubiera resultado inconcebible volcar los recursos aduaneros a fin de echar las bases de la era maquinista capaz de transformar al país”.

Es cierto que esa mirada centrada en la pampa húmeda, sus vacas y el puerto era discutida por las provincias, sobre todo del litoral. El ingreso del puerto era administrado por el gobernador de Buenos Aires e impedía que su nacionalización generase las condiciones para una organización nacional sin recelos provincianos ni mezquindad porteña. Pero también es cierto que esa contradicción, social, económica y política, entre el puerto y las provincias era la condición sobre la que se montaba el interés británico y su política de balcanización de la Confederación, para garantizar el libre ingreso de su quincallería.

Como testimoniaba el marino inglés Lauchlan B. Mackinnon en su La Escuadra Anglo-Francesa en el Río de la Plata 1846, un agente británico escribía al Foreign Office: “El reconocimiento del Paraguay; conjuntamente con el posible reconocimiento de Corrientes y Entre Ríos, y su erección en estados independientes aseguraría la navegación del Paraná y del Uruguay. Podría así evitarse la dificultad de insistir sobre la libre navegación que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo”.

El historiador norteamericano John Frank Cady, fallecido en 1996 y uno de los mayores especialistas en el estudio de las intervenciones inglesas y francesas en el sudeste asiático, y que publicara en 1929 su libro La intervención extranjera en el Río de lo Plata, afirma sobre el intento anglo francés de 1845: “la tentativa resultó un fracaso desde el punto de vista comercial, pues muchos de los barcos regresaron con sus cargamentos completos. La consecuencia más importante fue exaltar el patriotismo del pueblo argentino hasta un grado sin precedentes”.

Como después lo reconocería el Libertador José de San Martín, la batalla de la Vuelta de Obligado del 20 de noviembre de 1845 fue solo comparable a la campaña de la Independencia.
Que no vengan estos entregadores contemporáneos de nuestra soberanía nacional a montarse sobre los justos reclamos federalistas para intentar someternos al extranjero y, sobre todo, rebalcanizar nuestro territorio. Solo la patota unitaria de Montevideo, los hijos privilegiados de la burguesía comercial porteña, celebró la intervención extranjera. El conjunto del país criollo, el que aportó sus hijos a la campaña sanmartiniana, repudió y obligó a marcharse al invasor europeo.

Celebremos sin complejos este nuevo Día de la Soberanía para juntar fuerzas para la nueva lucha por esa misma soberanía que está frente a nosotros.

Buenos Aires, 20 de noviembre de 2024

15 de agosto de 2024

Ciento cincuenta años del Manifiesto Comunista

 El 21 de febrero de 1998 se cumplió el sesquicentenario de la publicación del célebre Manifiesto del Partido Comunista, editado por una imprenta de Liverpool. En aquellos ya lejanos años escribí este artículo que hoy he encontrado entre mis papeles. Gobernaba en Argentina Carlos Menem, en los EE.UU. Bill Clinton era el presidente en su segundo mandato y, sólo seis meses después, el tema de la pasante y un cigarro puesto en un equívoco lugar ocuparía los titulares de los diarios del mundo entero. De la Rúa era el flamante Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y lejos estábamos de la pueblada del 2001.

No obstante, muchas de las reflexiones que aquí expuse mantienen una corrosiva actualidad.

Ciento cincuenta años del Manifiesto Comunista[1]



En Bruselas, a fines de 1847 y principios de 1848, dos exiliados políticos alemanes de 29 y 27 años, escribieron un pequeño folleto, que salió a la luz a principios del mes de febrero de 1848. El folleto llevó por título "Manifiesto del Partido Comunista". Sus jóvenes autores eran Carlos Marx y Federico Engels. Pocos meses después, la revolución levantaba sus barricadas en París y se extendía como una llamarada por toda Europa. En febrero de este año se cumplen ciento cincuenta años de la publicación de ese documento histórico, la primera declaración teórica y política del movimiento socialista y revolucionario que, encarnando las aspiraciones y deseos de la clase obrera, pretende instaurar un nuevo régimen político y social basado en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Entre su primera afirmación: "Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo" y la última y famosísima: "¡Proletarios de todos los países, uníos!, se encuentra resumido el pensamiento que nutrió a la Revolución de Febrero de 1848, la Comuna de París de 1871, la Revolución Rusa de 1917 -que instauró el primer estado obrero en la historia de la humanidad-, la fracasada Revolución Alemana de 1919, la Revolución China, la Revolución Coreana, la Revolución Vietnamita y, en nuestra América Latina, la heroica Revolución Cubana.

A lo largo de esos años, se han levantado miles de críticos anunciando los errores e inexactitudes de este famoso folleto, de una extensión no mayor a unas 25 hojas mecanografiadas. En este aniversario, la plutocracia imperialista celebra, junto a lacayos y bufones del mundo dependiente, y acompañada por una corte de filósofos, comentaristas, periodistas y publicistas de toda laya, la aparente derrota de las ideas y consignas lanzadas por aquellos jóvenes alemanes. Vale la pena analizar, entonces, cómo se ha ejercido sobre su texto la crítica del tiempo y qué párrafos conservan todavía la lucidez y lozanía que convirtieron al marxismo en el pensamiento más potente y transformador generado por Occidente en los últimos 500 años.

EUROPA EN 1848

Los autores del Manifiesto veían ante sí el incipiente desarrollo del capitalismo en algunos países de Europa Occidental. Tenían con respecto a la Revolución Francesa, la misma distancia que hoy tenemos con el final de la Segunda Guerra Mundial, cincuenta y nueve años. Vastos sectores de Europa eran básicamente campesinos y la revolución industrial y el maquinismo aún no habían desplegado sus transformaciones. En EE.UU. y Brasil existía la esclavitud y en Rusia no se había declarado la libertad de los siervos. Todos los países europeos -incluida Francia- eran gobernados por testas coronadas. El ferrocarril era un novedoso medio de transporte. La navegación era todavía fundamentalmente a vela. El telégrafo comenzaba a desarrollarse y, por supuesto, no existía el teléfono ni la radio. Tampoco existían los grandes diarios, al modo como aparecerían sobre la cuarta parte final del siglo. Alemania era un conglomerado de pequeños reinos y principados sin unidad política alguna. Italia no había realizado tampoco su unidad nacional y era un mosaico tironeado por el Papado, por Francia y por Austria. La burguesía que Marx y Engels ven desplegarse ante sus ojos es, en muchos casos, todavía una burguesía que conserva su ímpetu transformador. Sólidamente establecida en Inglaterra y en Francia, donde ya constituye el fundamento del orden político y económico, es todavía levantisca en Alemania, en Polonia o en Italia, donde pugna por aplastar a la reacción feudal. Todavía no existe el fenómeno del imperialismo que aparecerá sobre el final del siglo y el capital financiero es, aún, un resorte de crecimiento de la producción industrial. Los sindicatos obreros eran un fenómeno reciente y el proletariado tal como hoy lo conocemos sólo existía en Inglaterra, Francia y algunos estados alemanes. París era una ciudad de intrincadas y sucias callejuelas, no sometidas aún a la piqueta de Haussmann y sus grandes bulevares y Londres todavía era la maloliente ciudad de los cuentos y novelas de Charles Dickens. Por supuesto, Europa era distinta a la de cien años antes. Pero todavía distaba de lo que sería tan sólo cincuenta años después. El mundo extraeuropeo era, a excepción de los EE.UU., un misterio. En estas condiciones, que muchas veces tienden a olvidarse, Marx y Engels bosquejaron un método de análisis sobre el pasado y de acción política sobre el porvenir. ¿Cuáles son sus principales ejes de análisis y cuál es su vigencia?

HISTORIA Y LUCHA DE CLASES

La afirmación, de una profunda trascendencia intelectual y moral, de la primera página de El Manifiesto: "La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases", constituye uno de sus puntos nodales.

¿Queda alguna duda, en las postrimerías del siglo que ha visto, entre otras cosas, el espectáculo horroroso de dos Guerras Mundiales, el triunfo, la burocratización y el colapso de la Revolución Rusa, la Guerra Civil Española, el nazismo, el fascismo, el levantamiento de los pueblos oprimidos por el imperialismo, la crueldad y el cinismo del imperialismo, la guerra de Vietnam, el ciclo de revoluciones y contrarrevoluciones en nuestra América Latina y en Argentina, en particular, acerca de la validez y actualidad de esta afirmación? ¿Existe, fuera del sistema de pensamiento que esta afirmación establece, alguna posibilidad de comprender el actual momento que se está desplegando ante nuestros ojos, sin saltar en el vacío de la superstición o de la locura?

¿No han sido, acaso, los últimos cincuenta años de historia argentina el mejor ejemplo de la observación formulada en el Manifiesto Comunista? La manifestación obrera y popular del 17 de octubre de 1945, que dio inicio al ciclo de desarrollo económico burgués independiente y con justicia social y la contrarrevolución oligárquico-imperialista de 1955, que pretendió reinstaurar las condiciones imposibles de la Argentina pastoril; la etapa de democracia proscriptiva establecida  a partir de 1958, y el regreso de Perón a la Argentina en 1973, como resultado de los alzamientos populares del interior del país; el intento de Perón en su tercera presidencia de continuar el ciclo iniciado en el 45 y la brutal y criminal contrarrevolución  cívico-militar de 1976; la restauración de una democracia satelizada, bajo la dictadura de la Deuda Externa y del Fondo Monetario Internacional y la perversa claudicación del menemismo ante el gran capital financiero y sus agentes de la burguesía proimperialista, han sido, cada uno de ellos y todos en su conjunto, una ratificación de la validez de esta afirmación. 

Todo tipo de corrientes filosóficas y de discursos demagógicos se alzaron contra este postulado, ya en vida de sus autores. “La supremacía de la cultura”, “las eternas verdades”, “los valores de la civilización”, “el afán de superación” y muchas otras conceptualizaciones pretendieron erguirse en motor de la historia. En nuestros días, hemos visto la teoría “del final de los grandes relatos y los sujetos históricos”, “el final de las ideologías”, “el fin de la historia” y, por último y en general abarcando a todas, “el mercado como supremo árbitro”, todas ellas intentos pasajeros y, en verdad, bastante superficiales de negar lo que para la experiencia de millones de seres humanos  es casi un lugar común: que “opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta. Lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna”, para decirlo con palabras del propio Manifiesto.

Hoy, ciento cincuenta años después de haber sido escrito, este postulado sigue siendo noticia en los diarios. Tanto en los países como el nuestro, subordinados al imperialismo, en los países imperialistas, como en aquellos en donde se restauró el capitalismo después de la caída de la ex URSS, vemos un notable resurgir de la lucha de clases como resultado de la inexorable ley del lucro privado y la concentración del capital que rige a la dominación de la burguesía.

Por un lado, se alza un capitalismo financiero que, aboliendo en los países centrales el “estado de bienestar” posterior a la Segunda Guerra Mundial, somete a sus propias clases obreras al infierno de la desocupación y el empobrecimiento y a los pueblos dependientes a la ley de hierro del interés compuesto.

Por el otro, los levantamientos campesinos en distintas partes de nuestra América Latina, la resistencia del mundo musulmán a la disolvente penetración imperialista, las huelgas y movilizaciones de los movimientos obreros del mundo semicolonial, la organización y luchas de los desocupados de Europa Occidental y la resistencia sindical de los trabajadores de la Federación Rusa y otros países del ex bloque socialista, a la superexplotación impuesta por  los organismos financieros internacionales y la pandilla burguesa mafiosa, evidencian la frescura y validez de la afirmación de El Manifiesto. La lucha de clases es el mecanismo que impulsa el desarrollo histórico hacia la desaparición de este sistema de explotados y explotadores y de su fundamento económico, la propiedad privada de los medios de producción.

AQUEL HERMOSO CAPITALISMO DE BIENESTAR

La otra crítica que se ha dirigido al sistema conceptual del Manifiesto Comunista ha sido referida a las predicciones que, tanto en este folleto como en otras obras, especialmente El Capital, Marx formulara con respecto al capitalismo. En síntesis, lo que El Manifiesto anuncia es, por un lado, una creciente tendencia a la concentración del capital, manifestado, en el plano político, en la aparición del Estado Moderno como “una Junta que administra los negocios de toda la clase burguesa”. Y por el otro, una similar tendencia a la desaparición de las clases intermedias, convirtiendo en proletarios al resto de la sociedad y un creciente empobrecimiento de estos últimos: “Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado”.

Presidentes y primeros ministros, generales, premios Nobel de economía, profesores universitarios, filósofos de distintas escuelas y procedencias, literatos, comentaristas, periodistas, actores de cine y últimamente, hasta, modelos han invertido toneladas de tinta en demostrar con distintas argumentaciones de qué manera Marx y Engels le habían errado de medio a medio; que lejos de concentrar el capital en pocas manos y proletarizar y empobrecer al resto de la sociedad, el capitalismo no hacía sino crecer incesantemente la riqueza de todos, generar un mundo de abundancia casi infinita, y convertir a sus países en paraísos de clase media. EE.UU., Alemania Occidental, Francia, Inglaterra eran presentados como la respuesta fáctica a las consideraciones marxistas. En ellos, -según, por ejemplo, el vulgar filósofo reaccionario Karl Popper, quien ha encandilado a muchos sedicentes “filósofos nacionales” hoy lenguaraces del menemismo- el Estado y su doctrina, el liberalismo, “reforzó las instituciones sociales para la protección del débil de los económicamente fuertes”, sin necesidad ni de lucha de clases, ni de organizaciones obreras y, mucho menos, revoluciones expropiadoras y autoritarias. Para estos críticos, sólo en los países donde el capitalismo no se había impuesto la gente sufría de desabastecimiento, de miseria, de falta de comodidades, de pobreza y de totalitarismo. Así la URSS y los países del ex bloque socialista y los países del Tercer Mundo que intentaban formas independientes de desarrollo industrial, eran el ejemplo apodíctico del grueso error de las predicciones marxistas. Durante los años que van entre el final de la Segunda Guerra Mundial y los años ochenta este ataque a los postulados marxistas tuvo una profunda eficacia. Una mirada superficial y ligera de Europa llevaba a la fácil afirmación de que los beneficios y mejoras alcanzados por los países antes mencionados convertían en papilla las críticas del socialismo.

Tan sólo unos pocos años después este argumento se desvanece como lo que es, una ilusión para los bien intencionados, una burda patraña para sus bien pagos expositores. Veamos.

A partir de la crisis de 1929, el capitalismo entró en una etapa distinta a las que hasta entonces había atravesado, en la que el pensamiento y la orientación de Lord Keynes tuvo un papel fundamental. Se inició la etapa del capitalismo keynesiano. Hasta ese momento, las burguesías imperialistas del mundo central se regían por los principios que Marx y Engels describen en El Manifiesto: libre mercado, laissez faire, ausencia del estado en la actividad económica, carencia total o gran debilidad de sindicatos, derechos sindicales, convenios colectivos, indemnizaciones por despido, reglamentación del trabajo de la mujer y los niños, etc. La crisis devastadora del año 29 provoca una creciente alarma en las burguesías imperialistas y las lleva a pensar que el Estado tiene algo que hacer en estas situaciones para mantener la maquinaria en marcha. Desde el New Deal en adelante, pasando por las tempranas experiencias de la llamada economía mixta sueca o de los más autoritarios y despóticos métodos de la Alemania hitleriana, todos los países capitalistas adoptan, en mayor o menor grado, una participación activa del Estado en la producción y en la actividad económica en general. Aparecen los programas sociales para los sectores más desprotegidos, los grandes planes de vivienda, la concertación entre las grandes empresas y los sindicatos, los convenios colectivos y, hasta el Derecho Laboral como rama independiente del Derecho Civil.

Hay otro hecho que empuja a las burguesías centrales a adoptar estas políticas: la existencia y desarrollo de la Revolución Rusa y la influencia que sus banderas tienen en el movimiento obrero del mundo capitalista avanzado. Era necesario encontrar una forma que garantizase la vigencia del capitalismo y de la propiedad privada burguesa, que solucionase los problemas de sobreproducción y que mantuviese a la clase obrera alejada de las tentaciones de la joven República Soviética. Esa fue la fórmula que Lord Keynes tenía para ofrecerles.

Además, y tangencialmente al tema que estamos tocando, esta forma de capitalismo tuvo una rápida aceptación en los países semicoloniales o periféricos, puesto que les daba a sus débiles burguesías nacionales el instrumento que buscaban para encontrar una forma de acumulación capitalista independiente. Todo el proceso de nacionalizaciones que comienzan en la década del ´30 y, fundamentalmente, se continúan en la inmediata posguerra, tiene, en más o en menos, estos elementos teóricos. Desde Perón, en nuestro país, hasta Sukarno en Indonesia o Nehrú en la India, todos ellos ensayan formas de capitalismo protegido por el Estado nacional de la voracidad imperialista y de la debilidad orgánica de sus propias burguesías.

 

La consolidación de la Unión Soviética y el stalinismo después de la guerra tiene como resultado el fortalecimiento del capitalismo keynesiano en toda Europa Occidental. A los datos antes mencionados se agrega la satisfacción de la demanda postergada, por la producción bélica, de sus mercados internos El legendario bienestar de los suecos y escandinavos en general, la estabilidad y el fenomenal crecimiento de la economía alemana, la continuidad bajo distintas formas de las políticas sociales de Roosevelt en los Estados Unidos se fundaron en la necesidad, a nivel global, de las burguesías de controlar las crisis cíclicas y demostrar que sus propias clases obreras vivían mejor que los obreros rusos o del bloque socialista. Lo primero tendría a la larga una consecuencia inflacionaria que, en el caso de los EE.UU. pudo manejar exportándola a la periferia. Lo segundo finalizaría con la desaparición del otro polo de la comparación.

Hoy la burguesía metropolitana vuelve a mostrar su verdadero rostro: el de la sobreexplotación y el desempleo, el mismo que siempre mostró a los trabajadores y los pueblos semicoloniales. Europa tiene las tasas más altas desde la década del ´30.  En la otrora exitosa España del destape posfranquista la cifra asciende al 20%. En todos lados las afiladas tijeras de los ministros de hacienda recortan los fondos para la ayuda social, los jubilados, la salud, la educación, las madres solas y solteras, los niños.

Los obreros de los países centrales han comenzado irreversiblemente a experimentar la misma pérdida de todos los derechos laborales y sindicales que tan bien conocen los trabajadores argentinos. Los desempleados franceses han ocupado durante varios días las oficinas de ayuda social y hasta el templo máximo del capital financiero, la Bolsa de París, exigiendo un aumento del seguro de desempleo, que el gobierno del “socialista” Jospin les ha negado.

La salvaje reaparición del capitalismo ha significado para los obreros de los antiguos regímenes stalinistas: “una fuerte caída en la producción, un enorme empobrecimiento de la población, con una gran polarización entre pobres y ricos y un aumento de la inestabilidad política”, según declaraba tiempo atrás Elena Poutivtseva, joven dirigente obrera rusa, ante un periódico español[2] . Y agregaba: “A menudo la gente que trabaja no cobra su sueldo. Estar sin cobrar durante dos o tres meses es considerado algo normal. Cuando el retraso alcanza ya el año o el año y medio surgen las protestas, y aún así no es seguro que puedas cobrar los atrasos.”

La consecuencia de esto ha sido una brutal concentración del capital. En EE. UU., “el 0,5% de las familias están en posesión de la mitad de los patrimonios financieros en manos individuales. El 1% de la población de los EE.UU. aumentó su participación en el PBI de un 17.6% en 1978 a un sorprendente 36.3% en 1989”[3].

“El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase”, afirma el texto escrito en 1848, desmintiendo con la fuerza de los hechos el coro de apólogos de la Arcadia capitalista.

El crecimiento canceroso del capital financiero y el derrumbe de la Unión Soviética y del llamado bloque socialista terminó con la necesidad de Lord Keynes, el estado de bienestar, la situación privilegiada de las clases obreras centrales y del Estado protector. El capitalismo ha vuelto a las condiciones de 1914, de antes de la Primera Guerra Mundial. Como en una especie de dantesco ciclo de eterno retorno, el final del siglo, según la interpretación del historiador inglés Eric Hosbawm, nos encuentra en el mismo punto que en su comienzo. Los principales problemas a los que se enfrentó han quedado pendientes y esto, que el periodismo simplista y ramplón ha llamado oscuramente globalización, es la imposición por cualquier medio de las condiciones de sobrevivencia del gran capital imperialista en una escala planetaria, sólo cuantitavamente diferente a la de 1900.

“Los proletarios no tienen nada que salvaguardar, tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente”, decía en 1848 El Manifiesto Comunista. Los ojos de sus autores escrutaban nuestro presente.

LOS OBREROS Y LA PATRIA

Lo que sus ojos no podían ver, porque no eran astrólogos ni charlatanes televisivos, era el desarrollo particular y concreto de los acontecimientos históricos. Su visión del mundo, como decíamos antes, estaba determinada por el momento en que vivían. Su conocimiento del mundo ajeno a Europa era escaso y, en algunos aspectos, nulo. En general, el conocimiento histórico y social sobre el mundo oriental y no europeo comienza después de la aparición del Manifiesto. Marx, Engels y el puñado de militantes que suscribieron el Manifiesto Comunista se definían como internacionalistas, es decir estaban en contra de las fronteras europeas. Consideraban que el proletariado de los distintos países de Europa no podía ser arrastrado por sus respectivas burguesías a guerras que no tenían otro objeto que la realización de los intereses de las clases dominantes. “Los obreros no tienen patria”, afirma El Manifiesto. Y esta afirmación ha generado ríos de tinta y extravíos ideológicos de todo tipo. Durante años, doctrinarios socialistas pequeño burgueses se han enfrentado a los trabajadores concretos que, en los países sometidos al imperialismo, asumen las tareas de la liberación nacional.  En nombre del internacionalismo, los partidos Socialista y Comunista de la Argentina condenaron a los obreros peronistas de 1945. Aún hoy, notables izquierdistas dudan entre Bill Clinton o Tony Blair y Saddam Hussein.

Pero el internacionalismo de Marx y de Engels no era abstracto y doctrinario, si bien estaba impregnado de un flagrante eurocentrismo de filiación hegeliana. Militantes decididos y con las armas en la mano en las guerras revolucionarias por la unificación alemana, sabían de lo que hablaban. Por eso agregaban a la afirmación anterior: “Mas, por cuanto, el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder político, debe elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués”. Y más adelante, cuando se refieren a la actitud de los comunistas respecto a los otros partidos de oposición, sostienen sus autores: “Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una revolución agraria la condición de la liberación nacional”. Explícitamente, aunque sin desarrollar, Marx y Engels ven la posibilidad de que la clase trabajadora apoye un partido patriota, es decir luche por construir una patria. Y el desarrollo ulterior de la lucha por el socialismo volvió a plantear el tema.

La perspectiva de tiempo que Marx y Engels tenían ante sí era muy corta. Imbuidos de un admirable optimismo revolucionario, por un lado, y de una sobrevaloración de las condiciones de madurez del capitalismo y del movimiento socialista, por el otro, pensaban en un período no mayor de cinco, a lo sumo de diez años.  Hoy sabemos que esto no fue así. La primera revolución socialista se produjo casi sesenta años después de la aparición de su folleto y no fue en Alemania, tal como allí lo suponían, sino en el país más atrasado de Europa, en la Rusia del absolutismo zarista.

Y no sólo eso. El fuego del Octubre ruso extendió sus llamas, no hacia el avanzado Occidente de los grandes partidos obreros y de las grandes organizaciones sindicales, sino que lo hizo hacia Oriente, hacia el mundo de los campesinos condenados al primitivismo, de países esclavizados por potencias extranjeras, con un débil desarrollo de sus fuerzas productivas y en los cuales las grandes banderas de la independencia nacional constituían el eje aglutinador de toda transformación revolucionaria. Fue en China, en Corea, en Vietnam, en Cuba, donde la herencia de El Manifiesto encontró terreno propicio.

Y además lo hizo mediado por la degeneración teórica y política que significó el stalinismo. El pensamiento que conduciría a la victoria a la clase obrera del país económicamente más avanzado de Europa, se convirtió, por otra burla trágica de la historia, en el arma de combate de partidos comunistas influidos por burócratas stalinistas, dirigiendo un ejército de campesinos, en países donde la clase trabajadora virtualmente no tenía existencia significativa. Esto explica, en parte, las dificultades y hasta retrocesos que la lucha por el socialismo ha sufrido a lo largo de estos años.

Mientras tanto los trabajadores de los países centrales gozaron después de la Segunda Guerra Mundial de su relativo privilegio. Por un lado, las burguesías imperialistas subsidiaban, sobre la base de la renta semicolonial, el alto nivel de vida de sus obreros. El estado de bienestar keynesiano fue el narcótico que adormeció la conciencia de los trabajadores del capitalismo central. Lentamente los partidos comunistas europeos, embrutecidos teóricamente por el escolasticismo stalinista, derivaron hacia formas de oposición socialdemócrata, expresando en términos políticos el adormecimiento de la fuerza revolucionaria de la clase obrera satisfecha y su alejamiento de la clase obrera del mundo semicolonial y la más completa ignorancia sobre la cuestión nacional de los pueblos sometidos por el imperialismo y el colonialismo que en última instancia, financiaba el bienestar de aquellos. Reproducían, de alguna manera, la conducta de la Segunda Internacional, en los años previos a la Primera Guerra, donde el pensamiento socialdemócrata justificaba y ponderaba el papel del hombre blanco en el mundo asiático y africano. Los altos salarios, el consumismo y una profunda despolitización parecían alejar indefinidamente el escenario de la revolución en el mundo del capitalismo avanzado.

Es esto lo que ha terminado. El capitalismo en su versión agónica, con preeminencia del capital financiero, ha vuelto a mostrar su rostro cadavérico. Hoy los obreros europeos y norteamericanos se enfrentan a las mismas condiciones que sus compañeros latinoamericanos y asiáticos. No hay santuario para la explotación capitalista. La guerra fría, la existencia fantasmal de la URSS, han desaparecido. La burguesía, sin visibles enemigos en el horizonte, ha comenzado a recoger sus ganancias. La ley de hierro de la plusvalía ha vuelto ha vuelto a hermanar a los obreros de ambos lados del Atlántico. Por otra parte, el colapso de la URSS y de los países del socialismo real ha tenido una insospechada consecuencia. Los obreros de Alemania hoy conviven en las fábricas con sus camaradas provenientes de la antigua Alemania Democrática. Estos camaradas traen su formación socialista, su cultura obrera, que, aun bastardeada por la barbarie stalinista, conserva sus valores de igualdad y anticapitalismo. El proletariado europeo se reencuentra con sus viejas tradiciones, interrumpidas por la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo. Esto abre, como nunca, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la posibilidad de una renovación del pensamiento marxista revolucionario, a la luz de las nuevas realidades del capitalismo imperialista agónico. Este hecho es también de una magnitud impredecible. La lucha de clases, ese mecanismo sobre el que El Manifiesto puso una luz definitiva, ha vuelto por sus viejos fueros en el mundo capitalista central. Hoy, más que nunca en los últimos cincuenta años, el proletariado europeo puede hacer uso de la palabra.

El socialismo, que es internacionalista, que brega por la hermandad de todos los hombres en una sociedad sin clases y sin fronteras, en la que el Estado se disuelva hasta desaparecer, perdiendo su carácter represivo, para dejar de ser administrador de los hombres y convertirse en simple administrador de las cosas, ha sido y es el más ferviente defensor de la independencia política, económica y cultural de los pueblos y naciones oprimidos por el imperialismo. Entrelaza en las tareas políticas de la clase trabajadora la abolición del yugo de toda dominación extranjera y de toda explotación. Los trabajadores y oprimidos del mundo capitalista avanzado cuentan con la solidaridad de sus hermanos del mundo periférico. Y, recíprocamente, los trabajadores y los pueblos oprimidos por el imperialismo tienen confianza en la conciencia proletaria de los obreros que en las metrópolis son explotados por los mismos amos.    

 

Las ideas centrales de este luminoso folleto mantienen una prodigiosa lozanía y actualidad. Como afirmaba León Trotsky, en 1938, con motivo de los noventa años de El Manifiesto, “Este panfleto... nos sorprende aún hoy por su frescura. Sus secciones más importantes parecen haber sido escritas ayer”.

            Sus críticos han sido sepultados en el olvido. Y el capitalismo no ha podido ni podrá resolver los problemas esenciales de la infinita mayoría de la raza humana. Por el contrario, sólo los empeorará. Los próximos ciento cincuenta años verán desplegarse nuevamente las banderas rojas de la libertad y la emancipación del género humano

Las tareas de la liberación nacional y del patriotismo significan, para los trabajadores de nuestro país y de América Latina, la lucha por las condiciones mínimas de existencia. En el curso de esa lucha los trabajadores se constituirán en el caudillo social de las grandes masas explotadas para expulsar al imperialismo de sus fronteras, retomar el desarrollo de sus fuerzas productivas, abolir los privilegios de las clases dominantes, instaurar formas de democracia obrera y generar las condiciones para la gran unidad de una América Latina Justa y Libre. Esta lucha no se ha detenido nunca. Ha sufrido avances y retrocesos. Pero las banderas de la Revolución Cubana se mantienen desplegadas y altivas.

Los trabajadores argentinos han experimentado, en los últimos años, la más grave enseñanza política, la producida por la claudicación. Pero saben que no pueden detenerse en lamentos. Las movilizaciones de Santiago del Estero, Jujuy, Neuquén, la lucha de maestros y jubilados, los reclamos activos de los desocupados son muestras de que la marcha se ha reiniciado. Tienen por delante la más grande de todas las tareas, la de liberar al conjunto del pueblo argentino de sus explotadores históricos. Las ideas centrales y básicas del Manifiesto Comunista siguen siendo la piedra basal de esta ciclópea tarea.



[1] Artículo escrito con motivo de la celebración, en febrero de 1998, del sesquicentenario de la publicación del Manifiesto Comunista.

[2] Entrevista a Elena Poutivtseva, El Militante, Nº 108, año 1997, Madrid, España

[3] Fuente: "Socialist Appeal In Defence of Marxism". Londres, enero 1998.

14 de junio de 2024

El Cuarto Reseteo

Se votó en el Senado Nacional el cuarto intento de reseteo del país creado entre el 4 de junio de 1943 – con la jornada liminar del 17 de Octubre – y el 16 de septiembre de 1955. Ese país se caracterizó por:

  • una industrialización, vía reemplazo de importaciones, impulsada y sostenida desde el Estado,

  • la utilización de la renta agraria como inversión estatal en ese proceso industrial,

  • una permanente ampliación del mercado interno,

  • un poderoso movimiento sindical, el más importante e influyente de Latinoamérica.

El Primer Reseteo


El primer reseteo fue la contrarrevolución cívico-militar llamada, paradojalmente, Revolución Libertadora. Sus principales efectos fueron el bombardeo a a Plaza de Mayo, el fusilamiento criminal de un general de la Nación y de ciudadanos indefensos, el encarcelamiento y la persecución de miles de dirigentes políticos y sindicales y el ostracismo durante 18 años del General Perón, así como el ingreso de la Argentina al Fondo Monetario Internacional. El impulso industrializador y democratizador del peronismo había sido tan fuerte que, aún bajo esas condiciones, no pudo ser detenido y la Argentina no volvió a ser ese “paraíso perdido” del país agroexportador anterior al año 1940. El ciclo que se inicia entonces se caracterizó por las tensiones generadas entre un país industrial, al que el frondizismo también expresaba y la cúpula gorila oligárquica de las FF.AA., como expresión de la Sociedad Rural y los grandes exportadores.

La proscripción del general Perón le puso a todo el ciclo la característica de su ilegitimidad despótica, que derivó en violencia política y en la radicalización y nacionalización de amplias franjas medias de la sociedad. El golpe del torpe general Juan Carlos Onganía, con la intervención de las universidades, las puso en las mismas condiciones que el conjunto del país. Los sectores medios de todo el país se radicalizaron a la vez que, en buena parte, se nacionalizaban, se acercaban al peronismo.

El ciclo terminó con un levantamiento del país que condujo al regreso del general Perón a la Argentina y su tercera reelección en 1973.

El Segundo Reseteo

El segundo fue el criminal Proceso, llamado con sarcasmo, de Reorganización Nacional iniciado con el golpe del 24 de marzo de 1976. Se encargó de hacer desaparecer y asesinar a 30.000 conciudadanos y entregar el poder económico a la vieja oligarquía agroexportadora y el capital financiero. Gran parte de su legislación económica nunca fue derogada, como, por ejemplo, su Ley de Entidades Financieras que continúa rigiendo. Intentó cumplimentar, en suma, los objetivos desnacionalizadores y desindustrializadores que los fusiladores de 1955 no habían podido realizar. Por esos caprichos de Clío, el período terminó con la Guerra de Malvinas, el enfrentamiento bélico más importante y justiciero llevado a cabo por nuestras Fuerzas Armadas desde la guerra de la Independencia. El ciclo que se inicia en 1983 estuvo signado por esa trascendente derrota nacional.

El Tercer Reseteo


El tercero fue llevado a cabo por un presidente de origen peronista, Carlos Saúl Menem, que realizó buena parte del programa que los dos anteriores momentos no pudieron realizar. Decidió la venta y entrega de las grandes empresas estatales, como YPF, Aerolíneas Argentinas, Correo, Aguas Sanitarias, Entel, Gas del Estado y los ferrocarriles. Disolvió organismos estatales como el INDER, la Junta Nacional de Granos y la de Carnes, entre otros. Dispuso, además, la paridad uno a uno con el dólar y produjo una violenta y vertiginosa desindustrialización del país. Este ciclo estuvo determinado, entre otras cosas, por el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, con el consecuente establecimiento de lo que se ha conocido como “unipolaridad”, la hegemonía mundial de una sola gran potencia, EE.UU. Puso al país bajo el consenso de Washington y su ministro de Relaciones Exteriores, Guido Di Tella, pudo hablar de las "relaciones carnales" con EE.UU. Como es sabido, ese período terminó con las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, la renuncia, primero, del ministro Cavallo y, al día siguiente, del presidente De la Rúa.

El menemismo, enfermedad senil del peronismo

El menemismo fue la expresión, brutal y oportunista, de ese agotamiento del impulso transformador del 17 de Octubre de 1945. No fue una cuestión de orden moral como el calificativo de traidor implica. Ya la reforma constitucional de 1994 dejó en evidencia los límites y la debilidad estratégica del peronismo de entonces a la nueva ofensiva de los sectores antinacionales. 

La provincialización de los recursos naturales y la creación de la Ciudad Autónoma, con amplia aceptación por parte del peronismo, dejó ver que la fortaleza del ideario nacional de ese movimiento ya no era lo que había sido. De ahí la amplia aceptación y el rápido reclutamiento de dirigentes y militantes que recibió el viraje neoliberal de Carlos Menem. En todo el país y en todas las instancias, incluidas las gremiales, las propuestas presidenciales y de su ministro de Economía recibieron un amplio apoyo. También es necesario decir que fue en las filas del movimiento sindical donde recibió la más tenaz resistencia y donde creció una fuerte oposición que se constituyó en el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA).

Pero el virus del neoliberalismo, ya no en su versión Martínez de Hoz, sino en su versión Domingo Cavallo, prendió en el seno de buena parte de la dirigencia justicialista de modo permanente. El monetarismo, la retracción del estado – sin disminuir su elefantiasis e inoperancia –, la privatización de empresas públicas – “Nada que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado” acuñó el fallido del ministro Dromi –, el seguidismo a los EE.UU., la libre importación de productos que el país fabrica y todos los lugares comunes del liberalismo económico, más una infinita avidez por los negocios particulares, se hicieron carne en dirigentes peronistas e, incluso, en votantes peronistas.

Es importante recordar que, en las elecciones del año 2003, el candidato que sacó más votos, aunque no alcanzaron para evitar el balotaje, fue Carlos Saúl Menem.

Pero eso no es todo. Los avatares políticos, económicos e institucionales del país terminaron dando por resultado una gigantesca y agigantada área metropolitana, con, obviamente, un gran peso electoral. Desde la breve presidencia de Eduardo Duhalde y a través de todas las presidencias que le sucedieron, buena parte de los recursos generados por las agroexportaciones volvieron al AMBA, y casi solo al AMBA, bajo la forma de subsidios al transporte, la electricidad y el gas y planes sociales.

Según pasan los años


Este Cuarto Reseteo del país industrial, con una amplia clase media y una clase obrera bien paga y de relativamente alta ocupación, con una política internacional soberana y un proyecto de integración latinoamericana, tiene algunas características propias y nuevas. En primer lugar, se da en un momento en que el escenario internacional está viviendo profundas modificaciones. Hay una guerra en el corazón de Europa, en su frontera con Rusia. Hay un genocidio en Palestina y una creciente oposición a Israel, tanto en Europa como en Asia, así como en buena parte de los sectores politizados norteamericanos. China es hoy una potencia política y económica a la par de EE.UU. y ha establecido una alianza estratégica con Rusia, a la vez que es uno de los motores de los BRICS, el acuerdo de las potencias emergentes, donde Brasil juega un papel principal.

No hay en América Latina, como sí lo había en 1976 o en 1989, una mayoría de gobiernos dóciles a los EE.UU. Sin que ello signifique un enfrentamiento con el país imperialista, los gobiernos de México, Guatemala, Cuba, Nicaragua, Honduras, Venezuela, Colombia, Brasil, Bolivia, Chile y, me atrevo a decir, El Salvador y, posiblemente, Uruguay en breve, tienen o tendrán gobiernos de amplia representación popular, con propuestas autonómicas e industrialistas, y que mantienen frente a los EE.UU. una política de independencia. El camino elegido por la Argentina ha sido, como resultado de una crisis básicamente política, totalmente opuesto al de la mayoría del continente y en una versión radicalizada y perversa.

En segundo lugar, y esto sí constituye una dificultad, estimo que todo esto ocurre ante ese agotamiento del peronismo que se ha mencionado más arriba. Cuando digo agotamiento del peronismo no me refiero a la identidad política del pueblo argentino o a la caducidad de sus grandes banderas. Me refiero a que los instrumentos políticos y económicos que caracterizaron a nuestro gran movimiento histórico, concebidas y generadas en las condiciones del país y del mundo de 1950, la contundencia de las grandes transformaciones realizadas en aquellos doce años, están llegando a su fin de ciclo. La Argentina no es la misma. Los 15.893.827 habitantes que éramos en 1947 se han convertido en 46.044.703 habitantes, casi triplicándose. El comercio internacional de nuestra agroproducción y el manejo de los excedentes por parte del Estado permitía – y lo siguió permitiendo durante varias décadas – los recursos para nuestra industrialización, el crecimiento de nuestro mercado interno, con altos salarios y baja desocupación e inversiones estatales y privadas en la Rama 1.

La crisis económica que vive Argentina desde, digamos, 2011 y la consecuente inflación constituyen la expresión más clara de que aquellos instrumentos habían perdido su eficacia inicial, lo que de alguna manera había comenzado a insinuarse a partir de 1953, con el déficit en la balanza de pagos, el Congreso de la Productividad, los contratos con la Standard Oil y otros proyectos de la época.

Recordemos para las nuevas generaciones, que muy posiblemente lo ignoran, que el “Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar Social” fue una convocatoria del Presidente Perón, para elaborar un plan de acción que respondiera a la nueva situación planteada por el aumento de la inflación. Se llevó a cabo entre el 21 y 31 de marzo de 1955, solo siente meses antes del golpe liberal y tuvo como protagonistas a la CGT, cuyo Secretario General era Eduardo Vuletich, y a la CGE, presidida por José Ber Gelbard. La política de sustitución de importaciones sobre la base de los excedentes del comercio internacional y la renta agraria comenzaba a agotarse y su manifestación inmediata fue la aparición de la inflación. La crisis, agravada por la sequía de 1951-1952, demostró la necesidad de cambios estructurales ante el agotamiento de los mecanismos implementados hasta ese momento.Si bien el Congreso no llegó a ninguna decisión importante debido a la resistencia de los representantes del movimiento obrero, entre los objetivos del mismo estaba remover los principales obstáculos al aumento de la productividad: principalmente el ausentismo y la labor de las comisiones internas; también se planteaba la autorización para rotar al personal entre diversas funciones al margen del sistema de categorías, establecido en los convenios colectivos.

Los contratos con la Standard Oil – en cuyo directorio se sentaba nada menos que Spruille Braden –, firmados también en 1955, manifestaban también ciertos límites alcanzados por los instrumentos peronistas para la industrialización del país. YPF, pese al gigantesco crecimiento de su producción petrolera, no terminaba de satisfacer la demanda energética del país, en pleno despliegue industrial y de consumo. Aunque hubo alguna resistencia de parte de algunos diputados peronistas, la oposición antiperonista utilizó el hecho para atacar al gobierno por entreguista. Arturo Frondizi escribe en 1954 “Política y Petróleo”, una crítica implícita a esos contratos. Solo cinco años después, ya como presidente, firmaría contratos mucho más costosos con varias empresas norteamericanas.

En suma, lo que aquí queríamos exponer es que los mecanismos instrumentales del peronismo en sus objetivos industriales y de altos salarios ya había comenzado a experimentar un agotamiento en el momento de su derrocamiento.

El neofederalismo

Con la excepción de Néstor Kirchner, desde Fernando de la Rúa - Chacho Álvarez hasta Milei - Villarruel, se han sucedido presidentes de claro origen en el AMBA, incluyendo a la propia Cristina Fernández de Kirchner. En Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Corrientes el peronismo ha estado dividido entre dirigentes que pertenecen al establishment agroexportador y un kirchnerismo casi contestario y muy ligado a las preocupaciones políticas e ideológicas que se discuten en el AMBA. El “neofederalismo” que ha generado esta situación tiene características meramente defensivas y locales. Lejos de tener una definición general sobre el tipo de país que se pretende – industrial, soberano, integrado a la región o agro- y minero-exportador, sometido a la política exterior norteamericana y enfrentado con sus vecinos soberanistas –, se conforma con intentar capitalizar localmente los beneficios de la Constitución del 94 respecto a los recursos naturales y encontrar una rápida modernización de sus provincias, sin considerar el carácter mismo de esa modernización – soberana o dependiente –. Fue muy sintomático para este entendimiento la defensa hecha en un reportaje televisivo por la senadora jujeña peronista, Carolina Moisés, al Régimen de Inversiones para Grandes Inversores (RIGI): “En Jujuy hay recursos pero falta financiamiento, y el RIGI podría abrir una oportunidad para el NOA para atraer grandes inversiones que generarían empleo genuino y serían un multiplicador económico”. Y agregó: “Como peronista necesito reconstruir el vínculo con los jujeños y jujeñas, desde el punto que hoy la sociedad nos demanda”. No le estoy dando la razón a la senadora, pero entiendo claramente que su punto de vista pone en evidencia un grave problema al que su fuerza política a nivel nacional no ha logrado ni siquiera enfrentar. Estoy convencido que las provincias se expresaron contra una política que las dejó afuera. Lo hicieron de la peor manera, pero nadie les ofreció una mejor.

Jorge Enea Spilimbergo me dijo, en una de esas largas e inolvidables conversaciones, que el último verdadero federal había sido José Gervasio Artigas y que, después de su derrota, el federalismo se había vuelto un movimiento meramente defensivo, sin un verdadero proyecto nacional. Hoy da la impresión de haberse convertido en un localismo bastante estrecho y egoísta. Los gobernadores (con sus honrosas excepciones) parecen y actúan como intendentes del conurbano, para quienes, y esto es lógico, lo más importante es la situación del alumbrado, barrido y limpieza de su comuna. El litio, el oro, el cobre, el petróleo y el gas no son cuestiones meramente comunales. En ellas está en juego el destino de la Argentina.

Ha escrito Claudio Scaletta, con acierto y en este mismo sentido: "Si en algo fueron exitosas las tres experiencias neoliberales que antecedieron a la presente, fue precisamente en el establecimiento de transformaciones estructurales difícilmente reversibles. La dictadura realizó la reforma financiera y comenzó la sujeción por deudas, el menemismo desarmó los restos del Estado de Bienestar, profundizó el endeudamiento y, en conjunto con el radicalismo, concretó una reforma constitucional que profundizó la fragmentación del poder del Estado Nación en una suerte de nueva federación de Estados provinciales, una trampa de la que será extremadamente difícil salir, sino imposible. Finalmente, el rol histórico del macrismo, su gran legado, fue reendeudarse con el exterior y traer de vuelta al FMI, todo con el apoyo a la gobernabilidad de la “oposición responsable”".

El reseteo del movimiento nacional

Si se insiste en un cuestionamiento meramente moral, apelando al calificativo de “traidor”, muy poco se podrá avanzar en la superación de esta difícil coyuntura. Esto no se soluciona echando dirigentes del Partido Justicialista, institución que, por otra parte, nunca ha tenido un carácter muy estructurado e indiscutible. No es el Partido Comunista Chino. Ni siquiera es el PSOE, para dar un ejemplo más relajado. Nuestro último candidato presidencial fue y es el principal dirigente de otro partido desde hace once años.

Tampoco pasa por las vociferantes propuestas del ex secretario de Comercio y homónimo de célebre actor mexicano, Mario Guillermo Moreno, dividiendo abstracta e ideológicamente, entre “peronistas” y “progresistas”, mientras se aferra a una caricatura del peronismo digna del ya fallecido dibujante Landrú, bastante gorila por cierto. Ni el peronismo histórico fue como lo presenta, ni se puede entrar al futuro retrocediendo.

La ampliación y diversificación de nuestras exportaciones; la discusión, con la más amplia participación del movimiento obrero, sobre una nueva legislación laboral; el papel de las inversiones extranjeras directas en un plan de desarrollo productivo orientado por el Estado nacional y del equilibrio fiscal; una política realista ante el fenómeno endémico de la inflación en nuestra economía y una superación no coyuntural de las restricciones externas son algunas de los tópicos a plantear para volver a ofrecer una alternativa electoral con posibilidades de éxito.

Entiendo, como decía al principio de esta reflexión que se ha hecho demasiado larga, que lo que el movimiento nacional requiere es una introspección y una discusión que actualice su instrumental económico, que replantee un sano federalismo que desconcentre la importancia del AMBA y que ratifique y profundice su política exterior, muy bien desarrollada por el gobierno de Alberto Fernández. En todo esto debería jugar un papel central la CGT y el movimiento obrero en su conjunto. En este dramático momento que vivimos ha asumido un papel aglutinador y programático como no ocurría desde los viejos tiempos de Saúl Ubaldini.

Un vigoroso reseteo del gran movimiento nacional argentino dará, seguramente, como resultado un apagón definitivo al cuarto reseteo de la Patria, propuesto por el capital financiero, el capital extranjero y la gran concentración agroexportadora.

Buenos Aires, 14 de junio de 2024

16 de abril de 2024

La propuesta programática de la CGT


La semana pasada la CGT dio a conocer un documento de 13 páginas denominado “Agenda para un Nuevo Contrato Social – Argentina, hacia un país con Desarrollo, Producción y Trabajo”. El documento constituye el primer intento de actualización programática del movimiento nacional, después de la derrota electoral del año 2023, significativamente presentado por las organizaciones que representan gremialmente a la clase trabajadora.

La mera descripción del mismo manifiesta su importancia y trascendencia política. Pese a ello no han aparecido en los medios de comunicación (desde la prensa gráfica a las redes y publicaciones digitales) comentarios o análisis que se hagan eco del planteo del movimiento obrero.

Trataremos de subsanar esa deficiencia.

El documento se inicia con una legítima reafirmación de “nuestro derecho a participar en la discusión y el diseño de la sociedad a la que aspiramos”. En una Argentina donde nuestro futuro parecería depender tan solo de la voluntad plutocrática, de las necesidades del capital financiero y de la ampliación de la tasa de ganancia del empresariado transnacionalizado, plantear el derecho de la clase trabajadora a participar en la discusión política y económica tiene un efecto altamente transgresor. El objetivo, sostienene el documento, es “avanzar hacia una agenda de diálogo para una Argentina del Desarrollo, la Producción y el Trabajo, solidaria, inclusiva y con igualdad de oportunidades”.

Y a partir de allí presenta sus propuestas programáticas, divididas en 17 capítulos: Trabajo, Educación, Salud, Política Industrial, Seguridad Social, Política Internacional, Defensa Nacional, Política Energética, Protección del Medio Ambiente, Transporte, Sistema Financiero, Reforma Tributaria, Comercio Exterior e Interior, Coparticipación Federal, Combate a la Pobreza e Indigencia, Seguridad y Vivienda. Como se ve un programa de gobierno completo.

No vamos a tocar acá cada uno de esos capítulos por razones de espacio y brevedad periodística, sino aquellos que, por su naturaleza o por su autoría, merecen una especial atención.

El primer capítulo, Trabajo, tiene una relevancia especial ya que es la opinión del sector objeto de esa política, por un lado, y se trata de un tema –la llamada reforma laboral- que el gobierno plutocrático ha convertido en nave insignia.

El documento afirma: “… avanzar hacia una legislación laboral adecuada a las características de la sociedad actual con sus nuevos derechos, que contemple los paradigmas tecnológicos y la capacitación técnica que demanda, afirmando a su vez los Convenio Colectivos por actividad como herramienta indispensable para ese cambio. Un régimen laboral moderno que no lesione los derechos conquistados por los trabajadores argentinos”.

En primer lugar, el movimiento obrero no rechaza discutir una legislación laboral que, como resultado de diversos adelantos tecnológicos, de nuevas situaciones laborales, de la aparición y normalización del trabajo en la casa (el llamado home office), etc. ha quedado parcialmente envejecida. Y al hacerlo se planta en la discusión poniendo las condiciones imprescindibles para que esa modernización legislativa no signifique mayores márgenes de explotación y un empeoramiento de las condiciones de los trabajadores: “Un régimen laboral moderno que no lesione los derechos conquistados por los trabajadores argentinos”. La garantía de ello es, a juicio de la central obrera, el libre funcionamiento de los Convenios Colectivos por actividad.

He leído por ahí una crítica a este punto, con el peregrino argumento de que le reconoce al gobierno la necesidad de una “reforma laboral”. Es por lo menos curiosa la crítica, habida cuenta de que algo parecido expuso la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en su carta del mes de febrero de este año, sin que en su propuesta se mencionase la participación de los trabajadores en esa discusión y creo ser el único que mencionó críticamente esa ausencia.1

Otro punto importante en el tema Trabajo es el de las inspecciones de los lugares de trabajo. Sobre eso se sostiene: “Reforma del sistema integrado de inspección a fin de garantizar avances en materia de precariedad e incumplimientos laborales. Considerar a las organizaciones sindicales como estructura de participación en materia inspectora, en caso de que se las faculte legalmente”. En un estado donde alternativamente rigen criterios políticos que tienden a soslayar los derechos de los trabajadores, la presencia del movimiento obrero en el poder de policía laboral resulta necesaria e inevitable.

En Educación, además de ratificar el carácter democrático de la educación pública, la CGT asume también aquí nuevos derechos surgidos de la lucha popular a lo largo de los últimos 40 años: “… respetando la interculturalidad, la igualdad de oportunidades y la equidad de género”. Que el movimiento obrero se ponga a la cabeza no solo de la defensa de sus afiliados, sino también de las reivindicaciones democráticas del conjunto de la ciudadanía, no hace sino resaltar el papel decisivo que las organizaciones obreras tienen en la restauración de la Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Es en materia de Política Industrial donde la propuesta cegetista adquiere una significativa puntualización del eje central de nuestro retroceso:

“Desarrollo de nuestras industrias estratégicas. Modernización y ampliación de nuestra matriz productiva (hoy fuertemente primarizada y extranjerizada) con innovación tecnológica integral”. (…)

“Fortalecer el desarrollo agropecuario, agroindustrial y ganadero de vanguardia, productivo y sustentable”.

Esto pone a la CGT a la cabeza de un programa industrializador, modernizador y de innovación tecnológica, sin descuidar al sector agrario, al que incorpora al esfuerzo industrial. Pero no termina ahí la propuesta que, insisto, es el punto nodal de nuestro futuro:

“Un nuevo marco de fomento para la actividad pesquera, bajo criterios de pesca responsable y sustentable, con decidido combate a la evasión fiscal, la baja registración y la alta precarización laboral”.

Minería: ampliación de opciones de inversión, con explotación equilibrada dentro de los parámetros ambientales internacionalmente aceptados, con fiscalización estatal”.

Investigación en las industrias del futuro: biotecnología, nanotecnología, genómica, inteligencia artificial y economía del conocimiento”.

Con una superficie marítima superior a los 6 millones y medio de kilómetros cuadrados, la precariedad de la industria pesquera argentina es uno de los síntomas de su estancamiento. Y esa precariedad se despliega sobre los trabajadores del sector, cuestión de la que la propuesta cegetista se hace cargo.

Ocurre igual con la minería, que se ha convertido casi en una mala palabra para algunos sectores. Un programa de reindustrialización debe implicar necesariamente el desarrollo minero, tanto para el propio proceso de industrial como para la también necesaria diversificación de nuestras exportaciones.

Y, por supuesto, la puesta en funciones productivas de nuestra gran capacidad científico-tecnológica a través de todas esas industrias que el documento caracteriza como “del futuro”, aunque cada día son más del imperioso presente.

Pese a que el documento, como he dicho, se despliega a lo largo de 17 capítulos, todos ellos de gran precisión y coherencia, quiero terminar con la mención de dos ítems de los que la CGT, con todo derecho, también se hace cargo: Política Internacional y Defensa Nacional.

La Política Internacional propuesta por el movimiento obrero comienza con una serie de puntos que deberían ser una política de estado.

“Integración internacional basada en la multilateralidad”. El movimiento obrero argentino asume la herencia de la política tercerista del peronismo en las condiciones de la configuración presente del mundo y sus sistema de fuerzas y poderes. La multilateralidad es hoy un sinónimo de paz mundial y de crecimiento y desarrollo independiente de los pueblos y las naciones.

“Aumentar el intercambio comercial y tecnológico con todos los bloques económicos afines, con acuerdos estratégicos”. Esto, que forma parte esencial de una política nacional soberana y que, por otra parte, ha sido característico del peronismo, parecería haber empalidecido en los tiempos que corren. La CGT lo pone en el centro de su programa asumiendo las mejores tradiciones nacionales en materia de política exterior.

“Estrategia de Defensa Nacional, orientada a la defensa de la soberanía continental y nuestros recursos naturales”. Su sola lectura exime de todo comentario, aunque en la Argentina de Milei eso sea un tema tabú.

Y por último, la CGT plantea en esta materia un tema decisivo. “El MERCOSUR como bloque económico prioritario”. Y sobre esto tiene mucho que aportar el movimiento obrero. Las relaciones y contactos entre el movimiento sindical de cada uno de los países del Mercosur, así como la tendencia a homogeneizar las condiciones laborales en los distintos miembros, son tareas que desde hace tiempo la CGT y los distintos gremios han venido conversando.

Como resultado de estos criterios la CGT ofrece los siguientes puntos en materia de Defensa Nacional:

“Revitalizar nuestra industria nacional de defensa, incorporando e invirtiendo en tecnología y equipamiento”.

“Programa de inversión y fortalecimiento de nuestras Fuerzas Armadas, consistente con un programa estratégico de defensa nacional”

“Priorizar el resguardo de nuestros recursos naturales, integridad territorial y custodia de nuestra soberanía”.

“Malvinas como como causa nacional, con su proyección geopolítica sobre el Atlántico Sur y sobre el territorio antártico”.

“Impulso activo de investigaciones, proyectos y bases –prioritariamente las anteriores a la firma del Tratado Antártico- incorporando mejoras logísticas y técnicas”.

“Ushuaia como puerta de entrada a las Antártida”.

Como se puede observar, la CGT se pone al hombro un verdadero programa de recuperación nacional de las FF.AA. y de la Defensa. No hay aquí meras reivindicaciones económicas gremiales. Hay un programa de transformación de este presente de estancamiento y retroceso de nuestra economía y del sistema de derechos sociales conquistados, que implica a todos las áreas de gobierno.

Es por lo menos extraño, que esta propuesta programática no haya tenido la repercusión y el eco por parte de la política que se merece. La CGT, el histórico movimiento obrero organizado se ha puesto a la cabeza de la oposición política, económica y social del régimen plutocrático y propone una alternativa que debería ser bandera de lucha en las sucesivas elecciones. Pero, además, con la masividad de sus organizaciones ofrece una base social de sostén y defensa de esas políticas.

Es imperioso que el conjunto de la militancia peronista y nacional lea, conozca, discuta y difunda esta propuesta. Es mentira que no sepamos qué hacer. Se trata solo de animarnos a hacerlo.

Buenos Aires, 15 de abril de 2024.

1 10. Resulta ineludible discutir seriamente un plan de actualización laboral que brinde respuestas a las nuevas formas de relaciones laborales surgidas a la luz de los avances tecnológicos y de una pandemia que trastocó todos y cada uno de los ámbitos de la vida de las personas. Teletrabajo y plataformas digitales, que intermedian entre oferta y demanda, son algunas de las modalidades que se deben amparar normativamente. Sin embargo, las formas de contratación laboral ya incluidas en nuestro sistema legal también deben ser revisadas, mediante la actualización de los convenios colectivos de trabajo -muchos de los cuales datan de décadas atrás- teniendo en cuenta las nuevas realidades antes mencionadas. Estas actualizaciones deben respetar los derechos conquistados por los trabajadores, pero también deben realizarse bajo el concepto de que una vez consagrados, los derechos acarrean obligaciones que deben cumplirse. De lo contrario, el ejercicio de un derecho sin el cumplimiento de sus obligaciones correlativas, no es más ni menos que un privilegio. (Carta de CFK, del 14 de febrero de 2024)