13 de enero de 2011

La Nación, ejemplo de prensa militante contra el país


En la edición del 12 de enero de este año, La Nación publica un extenso artículo de un tal Silvio Waisbord, a quien presenta como profesor de Periodismo y Comunicación Política en la George Washington University, bajo el título de “El error de la prensa militante”.

El autor comienza afirmando: Como en otras democracias polarizadas de América latina, las divisiones políticas atraviesan el periodismo argentino”. Ignoramos qué entiende el autor por “democracias polarizadas”, pero suponemos que el adjetivo debe designar algo diferente a lo que se menciona al hablar de “vidrios polarizados”. Tampoco entendemos por qué sólo el periodismo argentino estaría atravesado por las divisiones políticas. En todos los países en los que existe la más mínima libertad de expresión, los periodistas, y por ende el periodismo, está dividido según las opiniones y diferencias políticas que atraviesan esa sociedad. Recuerdo, de mis años de estancia en Suecia, “las diferencias, peleas públicas y acusaciones cruzadas entre periodistas y medios de prensa” que existían entre el Afton Bladet, el tradicional vespertino socialdemócrata, y el Svenska Dagbladet, un matutino tamaño sábana que expresa el punto de vista de la plutocracia sueca y del conservador Moderata Parti. Y no tengo recuerdo alguno de que se hablase, en aquellos años en que gobernaba la llamada “alianza burguesa”, de una democracia polarizada en el país de Strindberg.

De manera tal que muy poco es lo que significa la presentación que hace del problema el profesor Waisbord, a quien suponemos, como su apellido indica, luciendo una larga barba blanca tipo Papá Noel.

A continuación afirma: “A pesar de ser comúnmente utilizado en la política argentina, no es claro qué significa "militante" cuando se usa para adjetivar al periodismo”. No obstante, Martín García, presidente de la agencia TELAM, fue claro al diferenciar entre un periodismo militante y un periodismo mercenario (prostituído, llego a decir), este último formado por la legión de paniaguados de los grandes medios monopólicos que dan forma literaria a las indicaciones que les dictan los dueños de esos medios.

De inmediato, el profesor Waisbord emite un principio general, en el que se encierra la profunda falacia de toda su argumentación: “el periodismo debe ser escéptico frente al poder y no ser crítico según el color político o ideológico de quien detente el poder”. Waisbord, como casi todos los que pontifican sobre estos temas, está convencido que la palabra “poder” es sinónimo de “Estado”, no existiendo en su idealista visión de la realidad otro poder que el que emana de este último.

Ignoro o por lo menos sé muy poco sobre cómo funciona esto en EE.UU. –aunque puedo imaginármelo- pero sí sé y he experimentado que, en “las democracias polarizadas de América Latina” el verdadero poder no es el que emana del Estado Nacional, que el verdadero poder no es el del gobierno, sino el de las clases oligárquicas, las grandes corporaciones nacionales y extranjeras y los monopolios de los medios de comunicación social vinculados a aquellos, que en general detentan la administración del estado y, con menor frecuencia, lo ejercen desde el llano. Y, justamente, el “periodismo militante”, en contraposición al “periodismo mercenario”, se pone frente al poder –al verdadero poder, al poder de la constitución real que mencionaba Lasalle- no sólo en actitud escéptica, sino en rebelión o, como se dice ahora, proactiva.

Dice Waisbord: “Debe (el periodismo) mostrar los datos de la realidad porque los gobiernos y partidos tienden a producir y creer en sus realidades. Debe investigar los pliegues del gobierno porque el poder inevitablemente mantiene lugares oscuros. Debe poner la lupa sobre problemas que necesitan atención pública y no justificar la noticia según la razón partidaria. Debe estimular a los ciudadanos a conocer lo que ignoran en vez de confirmar sus preconcepciones militantes. Debe incrementar oportunidades para la expresión de la ciudadanía y organizaciones civiles y no ser ventrílocuo de quienes están rodeados de micrófonos. Debe marcar los errores y olvidos a cualquier oficialismo y no ayudar a cubrirlos cualquiera sea la justificación”.

Leáse de nuevo la admonitoria parrafada. Reemplace el lector “gobiernos y partidos”, “poder”, “pliegues del gobierno”, “razón partidaria”, “quienes están rodeados de micrófonos”, “oficialismo”, por corporaciones y asociaciones oligárquicas, medios monopólicos, despachos de embajadas, razón empresarial y piense por un instante sobre quienes están rodeados de micrófonos y entenderá con claridad y sin preconceptos lo que queremos decir.

La Nación usa las buenas intenciones del ignoto Silvio Waisbord para ocultar la realidad del poder y la propia historia de ese medio.

Desde su fundación, para combatir contra la candidatura presidencial de Sarmiento, La Nación no fue otra cosa que una prensa militante al servicio de los intereses porteños, entonces, y de la oligarquía agraria y el interés inglés, primero, y norteamericano, después, a lo largo del siglo XX. Su función ha sido servir de “organ house” de los sectores dominantes de la Argentina y sus periodistas, casi sin excepción, han militado de manera sistemática contra los intereses nacionales y populares de la Argentina. En su Manual de Zonceras Argentinas, Arturo Jauretche desarrolló una de ellas, habitual entre las décadas del 20 y el 40 del siglo pasado: “Dice La Nación, dice La Prensa. Con este lugar común, la clase media de aquellos años se creía portadora de la ciencia infusa que las columnas de esos dos diarios y sus plumíferos militantes imponían al conjunto de la sociedad, siempre en defensa de los intereses minoritarios. La Nación siempre realizó una forma de periodismo militante, con periodistas que, en general, estaban convencidos de que su labor era recrear los valores y las convicciones del establishment argentino. Desde Eduardo Mallea, director durante años del suplemento cultural, hasta Juan Valmaggia, casi vitalicio secretario de redacción, todos ellos estimaban que el país del Centenario era el modelo del que la demagogia y la vulgaridad nos habían apartado.Con un ojo permanentemente alerta en la defensa del privilegio oligárquico, los soporíferos editoriales de La Nación, sus columnas políticas y hasta sus comentarios culturales fueron una clara expresión de un periodismo militante. No por nada Arturo Jauretche tituló un opúsculo escrito en la década del 60, con motivo del centenario de La Prensa –que en paz descanse-, y es aplicable a La Nación,“100 años contra el país”.

Volanta se llama una pequeña oración que precede al título de un artículo o nota. Normalmente se utiliza para ubicar al lector sobre el contexto del contenido que, muchas veces, el título no proporciona. Cuando la volanta del artículo que estamos comentando reza “Efectos de un país políticamente dividido”, afirmando algo que, por lo menos, debe demostrarse corroboramos que, pese a las admoniciones de Waisbord, La Nación sigue siendo un claro ejemplo de prensa militante. No hace otra cosa que, como el ladrón que huye al haber sido descubierto, gritar ¡al ladrón, al ladrón! para confundir a la gilada.

Valeria del Mar, 13 de enero de 2011

3 comentarios:

CASPA DE MALDITOS dijo...

Democracia polarizada es cuando la derecha no junta ni 5 votos.

Lic. Faustino Velasco dijo...

Este tal WAISBORD no sabe a caso que el origen de la prensa escrita en FRANCIA, en el s. XVIII, fue un arma más de la burguesía contra la nobleza.
¡Que forros que son! cuando el lema de MITRE en LA NACIÓN fue: "Será una tribuna de doctrina".
Esta de más lo que voy a decir pero 'sentar doctrina' no es acaso 'militar' en la prensa.
Abrazo. Julio.

Diego Zenobi dijo...

El títiulo de "profesor de Periodismo y Comunicación Política en la George Washington University", no debe confundirnos. El tipo es un pancho como cualquiera. Un opinólogo bobo. Un pan triste. Saludos.