Alberto Methol Ferré, el Tucho, fue un hombre
singular. Nacido en Montevideo en un hogar de clase media, tuvo de compañero en
la universidad al propio Jorge Batlle, lo que no impidió que sus convicciones
políticas lo acercasen al partido Nacional, a los blancos y, dentro de ellos,
al ala liderada por quien fuera el último caudillo de ese partido, don Luis
Alberto de Herrera.
Al mismo tiempo, se convirtió al catolicismo y
comenzó a desarrollar su admiración por
el entonces presidente de la Argentina, el general Juan Domingo Perón. Él mismo
ha contado el impacto que le produjo la publicación en Montevideo del célebre
discurso de Perón ante los oficiales del alto mando del Ejército, el 11 de
noviembre de 1953, en el que exponía su concepción del Nuevo ABC. Por primera
vez en la región, un presidente argentino, contra todas las teorías de los
estados mayores, proponía una alianza estratégica con el Brasil y con Chile,
como paso necesario para la integración del continente.
A partir de ello, el pensamiento político de
Methol Ferré estuvo dedicado a consolidar, profundizar y extender en toda su
arquitectura, la propuesta de Perón. Sus incursiones en la historia española y
latinoamericana, sus análisis sobre el Uruguay y su historia, su abordaje a la
Geopolítica, su frecuentación a Hegel y a Ratzel no tuvieron otra finalidad que
abarcar en toda su extensión e implicancias la potencialidad que se encerraba
en esta alianza estratégica.
En un país signado por un origen vinculado a las
intrigas de Lord Ponsomby y a la irreductible estolidez rivadaviana,
caracterizado por un laicismo raro en la región y en el que el imperio inglés
permitió una suave democracia urbana y una fuerte miseria rural, Alberto Methol
Ferré fue católico, federal, artiguista y blanco.
Encontró en la prédica de Herrera contra el
establecimiento de bases norteamericanas, en la década del 50, una vinculación
entre las viejas banderas de Manuel Oribe de los tiempos del sitio de
Montevideo y las nuevas tareas patrióticas exigidas por el reemplazo definitivo
de aquel Lord Ponsomby por el nuevo Mr. Ponsomby, como, con gracia, definía la
aparición del nuevo imperialismo norteamericano en las playas de Pocitos.
Con el viejo caudillo blanco, participó Methol
Ferré de la campaña electoral que permitió el triunfo de Herrera junto a quien
fundara el movimiento ruralista, Benito Nardone, conocido por su seudónimo
radial “Chicotazo”. De esos años es el libro que publicara en nuestro país don
Arturo Peña Lillo en la memorable colección La Siringa, “La crisis del Uruguay y el imperio británico”, de lectura aún hoy
reveladora del Uruguay profundo, más allá del Cerro de Montevideo.
Compartió con Washington Reyes Abadie y Roberto
Ares Pons la creación de la revista Nexo,
en 1958. Desde ella comenzó a desarrollar aquellas tesis aprendidas del general
argentino derrocado en 1955 y a concebir la función de su pequeño país, alguna
vez Banda Oriental y alguna otra Provincia Cisplatina, como el nexo y la clave
capaz de articular la unidad de la Cuenca del Plata. Justamente con este
concepto dará inicio a la más trascendente y luminosa reflexión que se haya
escrito sobre el papel histórico y el destino del Uruguay, su admirable “Uruguay como problema”. Así comienza el
libro: “El Uruguay es la llave de la
Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y
contamina, de modo inexorable y radical, al sistema de relaciones establecido
entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
Alberto Methol Ferré estaba dotado de una
prodigiosa capacidad para la reflexión filosófica e histórica. En su cabeza los
países, las naciones y los continentes eran protagonistas de una marcha
contradictoria y agónica hacia la realización de su ser.
Al modo de un Hegel contemporáneo, desde su
mirador de la calle Brecha, oteaba el horizonte americano, a la vez que
explicaba a su interlocutor que su misión en esa calle, llamada Brecha porque
fue por donde entraron los invasores ingleses de 1806 abriendo una brecha en el
muro del fuerte, era impedir que, ya no los ingleses, sino los angloamericanos
volvieran a ocupar la ciudad platina. Su poderosa mirada atravesaba las
décadas, los siglos y las distancias. Era capaz de descubrir en el papel jugado
por la isla de Cuba durante la colonia española, la importancia y el peso que
la misma lograra en términos de geopolítica a partir de la Revolución Cubana.
Frente a sus ojos se extendía un gigantesco mapa de nuestro continente que le
permitía reflexionar sobre la necesidad del Brasil de sostener la revolución
bolivariana de Chávez a efectos de impedir que la frontera de los EE.UU. se
acerque peligrosamente a la Amazonia.
Al modo de Demóstenes, el orador paradigmático de
la antigüedad, Alberto Methol Ferré había logrado una admirable capacidad de
comunicación verbal que superaba por lejos la contumaz tartamudez que lo
aquejaba desde la infancia. A poco de comenzar y después de su habitual chiste
de ser un orador que se interrumpe a sí mismo, sus interlocutores quedaban
hipnotizados por el prodigioso despliegue conceptual, la abrumadora capacidad
de asociaciones y una erudición que se ocultaba en un lenguaje popular y llano.
A partir de la instauración de la dictadura en su
país, perdió su alto cargo en la administración del puerto de Montevideo y se
convirtió en uno de los más importantes intelectuales laicos del Episcopado
Latinoamericano. Esa tarea le permitió recorrer nuestro continente en toda su
extensión, conocer de cerca las distintas realidades de nuestros pueblos e
investigar en su historia política y económica.
Lentamente su pensamiento comenzó a abrirse paso
en el Uruguay, en la otrora llamada “Suiza
del Plata”. A medida que el bienestar de la semicolonia inglesa comenzaba a
desaparecer y miles y miles de uruguayos emigraban a Europa y a Australia,
cuando el país no podía ofrecerles un lugar bajo el sol, la prédica de Alberto
Methol Ferré, su intransigente continentalismo, su desprecio a la
“argentinidad”, a la “uruguayidad”, a la “chilenidad”, comenzaron a demostrar
su valor y trascendencia.
Fundador del Frente Amplio uruguayo, se aleja del
mismo, en los años 80, recluyéndose en su vieja identidad blanca. La aparición
de Pepe Mujica como caudillo del Frente y su candidatura presidencial lo
acercaron nuevamente a aquellas filas y son muchos los comentarios acerca de
sus reuniones con Pepe, hablando de lo que más sabía: la unidad continental, el
Mercosur, la Unasur y el futuro de la Patria Grande.
Tuvo con la Argentina una relación más que
fraternal. En el fondo Tucho Methol Ferré se consideraba un argentino oriental,
como aquellos a los que estaba dirigido el llamamiento del general Lavalleja: “Argentinos Orientales: las Provincias
hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica
empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación argentina, de que
sois parte, tiene gran interés de que seáis libres, y el Congreso que rige sus
destinos no trepidará en asegurar los vuestros”.
Cultivó la amistad con grandes argentinos, como
Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, Alejandro Álvarez, Fermín Chávez y, en
los últimos años, con un hombre que hoy tiene una responsabilidad universal, el
padre Jorge Bergoglio, Francisco, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica.
Cuando sus viejos amigos se fueron retirando,
mantuvo una activa y generosa relación con quienes formábamos parte de una
generación más joven. Y hasta los últimos días mantuvo una enorme capacidad de
trabajo y una incansable voluntad de transmitir sus conocimientos y sus
reflexiones.
El 19 de diciembre de 1961, Alberto
Methol Ferré le escribió a Jorge Abelardo Ramos una carta en la que, después de
tocar una serie de aburridos tópicos jurídico financieros vinculados con los
herederos de los derechos literarios de Luis Alberto de Herrera, en una
postdata pone lo siguiente:
“Va para Buenos Aires un muchacho Hug
que firma Galeano en “Marcha”. Es muy joven y muy inteligente según
referencias. Va a tentar suerte en la urbe bonaerense y está en la revista
“Che”. Sé por referencias que es socialista en evolución rápida. Anda muy
embalado con la corriente “coyoacanesca” y sería bueno que lo conocieras.
(Vivian) Trias tiene muy buen concepto del muchacho”.
En este mediodía, rodeados de amigos y discípulos,
la historia ha querido que los tres vuelvan a juntarse, en un momento de
nuestra Patria Grande de la que los tres estarían orgullosos.
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