El discurso que el Papa Francisco pronunció ante el
Congreso de los EE.UU, el 24 de septiembre pasado, tiene un párrafo que la
adocenada prensa comercial no ha analizado lo suficiente.
Dijo Francisco: “Con su vida plasmaron valores fundantes
que viven para siempre en el alma de todo el pueblo. Un pueblo con alma puede
pasar por muchas encrucijadas, tensiones y conflictos, pero logra siempre
encontrar los recursos para salir adelante y hacerlo con dignidad. Estos hombres y mujeres nos aportan una hermenéutica, una
manera de ver y analizar la realidad. Honrar su memoria, en medio de los
conflictos, nos ayuda a recuperar, en el hoy de cada día, nuestras reservas
culturales.
Me limito a mencionar cuatro de estos ciudadanos: Abraham
Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton”.
Son curiosas, habida cuenta de la cuidadosa
elaboración de su discurso y el sentido, por así decir, profético, que el Papa
ha dado a sus presentaciones públicas en sus viajes, estas cuatro menciones.
La Abolición de la esclavitud
La de Abraham Lincoln y la de Martin Luther King tienen
una mayor claridad, ya que sus personalidades son conocidas por el gran
público. No obstante no está de más destacar que Abraham Lincoln fue el
presidente que abolió la esclavitud en medio de la espantosa guerra civil,
producida por la secesión de los estados esclavistas sureños, guerra que costó
la vida de unos 618.000 norteamericanos de ambos bandos.
La derrota de la
economía agroexportadora y esclavista del Sur -ligada al Reino Unido como
proveedora de algodón a las hilanderías de Manchester- significó, pese a su
costo, el establecimiento definitivo de una economía industrial, de trabajo
asalariado, que convirtió a su país, en pocos años, en una nación continental
industrial, como diría Alberto Methol Ferré. Lincoln no era un hombre
especialmente religioso y jamás hizo referencia a ello en su carrera política.
Este es el primer hombre que reivindica Francisco.
La igualdad y la inclusión
El Reverendo Martin Luther King, pastor de su iglesia
bautista, fue el hombre que encabezó en la segunda mitad del siglo XX la más amplia
y masiva lucha de los afronorteamericanos por su igualdad e inclusión social,
política y económica. Las movilizaciones populares convocadas por Martin Luther
King conmovieron el pétreo racismo que ha caracterizado siempre a la sociedad
norteamericana e impuso, sobre todo en los estados del Sur -los derrotados de
la guerra civil- el derecho de los descendientes de los antiguos esclavos a
gozar de todos los beneficios establecidos por su constitución. Un balazo en la
garganta, disparado por un segregacionista blanco, terminó, el 4 de abril de
1968, con la vida de este gran hijo de su pueblo. A este mártir por sus ideales
de igualdad y justicia convocó el Papa en su discurso.
Los otros dos sí merecen una explicación mayor, ya que no
tienen el mismo conocimiento público.
Contemplación y activismo social
La primera vez que vi el nombre de Thomas Merton fue en
el año 1968, en el primero o segundo ejemplar de la revista Cristianismo y
Revolución. En ese número aparecía un extenso reportaje a un monje trapense,
poeta y pacifista, realizado por el argentino Miguel Grinberg.
Merton (1915-1968) fue un poeta, hijo de padre
neocelandés y madre norteamericana, nacido en Francia, donde estaban radicados
sus padres. Su madre muere, siendo tan solo un niño, y tuvo una infancia
bastante azarosa, vivió en distintos países y, en la entrada a la adolescencia
murió su padre. Estudió letras en la universidad de Columbia y se inscribió en
Cambridge, donde no terminó sus estudios, que se basaban en la investigación y
análisis del poeta y grabador inglés William Blake (1757-1827), creador de una
impresionante obra poética y pictórica, cruzada por sus visiones místicas y una
profunda inspiración metafísica y una rebelión contra la opresiva y estamental
sociedad inglesa de su época.
Por sus estudios y preocupaciones poéticas, Merton se
convirtió al catolicismo en 1938 y pocos años después ingresó a la abadía
trapense de Getsemaní, en el estado de Kentucky, donde vivió el resto de su vida,
a excepción de algunas salidas, incluso al exterior. Desde su reclusión produjo
una riquísima literatura espiritual y religiosa, así como una extensa obra
poética. Poco a poco su nombre se abrió paso en los círculos literarios
norteamericanos, siempre vinculado a ese sector de la burguesía progresista y
académica de la costa este norteamericana. En 1959 conoce a Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense que ingresa a la abadía de Getsemaní y de quien
será su maestro de novicio. A partir de ello, Merton y Cardenal mantuvieron un
intenso intercambio epistolar y varios intentos fallidos del norteamericano de
visitar la comunidad religiosa fundada
por Cardenal en la isla Solentiname del lago Cocibolca, en el centro de Nicaragua.
A partir de esos años, Merton se convirtió en una figura
intelectual de gran relieve e inició lo que será su preocupación central: el
establecimiento de un amplio diálogo interreligioso y la lucha por la paz y
contra el racismo. Se vinculó a los movimientos pacifistas que caracterizaron
la actividad político social de la juventud norteamericana en los años ’60
-vinculada a la resistencia contra la guerra de Vietnam- y sus libros tuvieron
gran influencia en el movimiento hippie y los movimientos contestatarios de
aquellos años.
Thomas Merton murió en un accidente doméstico en Bangkok,
donde se encontraba justamente de visita religioso espiritual a la comunidad
budista, al producirse un cortocircuito en un ventilador que estaba
manipulando. La descarga lo mató en el acto.
Este es el monje, poeta y luchador social norteamericano
que Francisco puso como ejemplo de ese pueblo.
Una pecadora anarquista
Y por último, apareció el nombre de una mujer, esta sí
completamente desconocida: Dorothy Day. Pero ponerse a investigar quién fue
esta mujer no hace sino resaltar la intencionada elección de ese nombre. Porque
Dorothy Day no fue, ni de cerca, una señora piadosa, rezadora de novenas, que
se persigna asustada ante una manifestación obrera o un piquete de desocupados.
Dorothy nació en Brooklyn en 1897 cuando aún no formaba
parte de la ciudad de Nueva York, sino que era una pequeña ciudad de
trabajadores e inmigrantes pobres. Su padre era un humilde periodista y tanto
él como su madre eran protestantes.
La joven Dorothy manifestó de muy pequeña su viva
inteligencia y llegada a la adolescencia comenzó a devorar los libros de Jack
London que describían la situación de miseria de los barrios humildes y se
interesó rápidamente por las ideas anarquistas. A los dieciséis años, junto con
la beca que le permite comenzar los estudios universitarios, Dorothy se afilió
al Partido Socialista de América, fundado en 1901 por el obrero ferroviarios
Eugene Victor Debs. Al poco tiempo abandona sus estudios universitarios, en
Illinois, y, al volver, su padre no la recibe en la casa, y se instaló en el
barrio judío de Brooklyn. Para ganarse la vida se inicia en el periodismo y
escribe en el periódico socialista “Call” (Llamado). Sus artículos informan
sobre las actividades del mundo obrero, manifestaciones de protesta, denuncias
sobre abuso policial, huelgas y actividades pacifistas -la Primera Guerra
Mundial descargaba su furia en Europa, pero EE.UU. aún no había intervenido-.
Dorothy Day se fue convirtiendo en una convencida y
militante anarquista, enemiga del estado moderno y defensora y propagandista de
la augestión y las formas comunitarias autonómicas de gestión. Participó en
todas esas luchas obreras y populares que relataba en sus artículos y sufrió en
carne propia la brutal represión de la policía de la plutocracia y fue detenida
en varias oportunidades. El Talón de Hierro que Jack London había descripto en
su famosa novela desplegaba entonces su furor antiproletario y antiinmigrante.
La Revolución de Octubre, en 1917, llenó de esperanzas a
Dorothy y sus camaradas en las posibilidades de un gran alzamiento popular
norteamericano que destronase la casta capitalista gobernante. Fue enfermera,
reportera judicial y modelo vivo para estudiantes de pintura. El amor libre,
los derechos de la mujer y el control de la natalidad fueron también las inquietudes
y discusiones en las que se involucró esta apasionada jovencita. En esos años
se relaciona con un hombre de su edad, cuyo nombre no ha pasado a la historia,
y queda embarazada. Ha contado, muchos años después, que su pareja no quería
tener hijos y que el miedo a perderlo la llevó al aborto.
Ya en la década
del 20, Dorothy Day comenzó a colaborar con el legendario periódico New Masses
(Las Nuevas Masas), una publicación marxista, revolucionaria, en la que
escribieron, entre otros, Langston Hugues, John Dos Passos, Upton Sinclair y el
gran ilustrador y muralista, de origen húngaro, Hugo Gellert. Se casó, entonces, con un
camarada de la política, Forster Butterman y tuvo con él una hija, Tamar.
Es en estos años cuando Dorothy experimentó una profunda
crisis espiritual, al parecer relacionada con el nacimiento de Tamar, que la
llevó a convertirse al catolicismo. Se separó de Butterman y se bautizó, junto
con su hija.
Como es sabido, la crisis iniciada en 1929 tuvo pavorosas
consecuencias sobre la clase trabajadora norteamericana. Millones de hombres fueron
arrojados a la desocupación y las calles de las grandes ciudades se llenaron de
hombres, mujeres y familias arrojados de sus casas, sin trabajo ni pan. Se
calcula que hacia 1933 había 13 millones de desocupados en los EE.UU, mientras
los bancos se apropiaban de las chacras ante la imposibilidad de hacer frente a
sus obligaciones por parte de los agricultores.
Hacia esos años Dorothy conoció a Peter Maurin, un
católico de origen francés, profesor de su lengua materna y admirador de la
doctrina de San Francisco de Asís. En 1933 fundan un periódico que tendría una
larga trayectoria y una resonancia explosiva: el Catholic Worker (El Obrero
Católico). Con un precio de un centavo de dólar el periódico describía en sus
páginas las duras condiciones del mundo proletario, el trabajo infantil, las
huelgas de los agricultores y los conflictos en los distintos sectores de la
industria. Apareció, como una empresa casi personal de sus fundadores, con un
tiraje de 2.500 ejemplares y en pocos meses alcanzó los 150.000 ejemplares con
una distribución de carácter militante en todo el inmenso país.
Con un lenguaje llano y coloquial, el Catholic Worker
expresaba las ideas de lo que entonces se comenzó a llamar la doctrina social
de la Iglesia, cruzado por un anarquismo teñido de Piotr Kropotkin y San
Francisco de Asís.
El pensamiento del singular escritor y pensador inglés
Gilbert Keith Chesterton tuvo una importante influencia en Day. Chesterton manifestaba
un catolicismo periférico en el seno de una sociedad antipapista y protestante.
Para traerlo a nuestra tierra, fue un autor que influyó determinantemente en,
por ejemplo, el escritor y periodista porteño, apasionado peronista, Luis Alberto Murray, autor de un
hermoso poema “Chesterton en el cielo” que apareció publicado en el diario
Mayoría en 1974.
El catolicismo norteamericano era, entonces, más conservador
aún que el de hoy. Era la religión que había aportado a los EE.UU. dos grandes grupos
inmigrantes: los irlandeses y los polacos no judíos. Ambos grupos estaban ya
establecidos y formaban parte, de una u otra manera, del establishment yanqui,
aun cuando recién en 1960, con John F. Kennedy, un católico llegó a la
presidencia norteamericana. El periódico fundado por Dorothy Day tuvo una gran
resistencia por parte de la burguesía católica norteamericana y por la
jerarquía eclesiástica. En sus páginas, a lo largo de más de 40 años -el tiempo
que Dorothy Day fue su directora- escribieron figuras como Thomas Merton, ya
mencionado, y Daniel Berrigan, un muy conocido poeta y jesuita, activista por
la paz, asesor de la película La Misión, protagonizada por Robert De Niro, y en
la que hace un breve cameo.
En 1962, por propia iniciativa Dorothy Day visitó la isla
de Cuba, se hace amiga personal de Fidel Castro y, al volver a su país,
manifestó abiertamente su simpatía por el gobierno revolucionario. En 1971, ya
con 74 años visitó la Unión Soviética para ver con sus propios ojos qué había
sido de aquella revolución que tanto la entusiasmara en sus inicios políticos.
Si bien no llegó a establecer una relación amistosa con el régimen soviético,
destacó algunas de sus virtudes y de ninguna manera se sumó a la atmósfera
macartista que ha caracterizado el análisis de la URSS en los EE.UU.
Dorothy entró como laica en la orden benedictina, a la
que perteneció hasta su muerte en 1980 y fue a lo largo de toda su vida una mujer
consecuente con los ideales de justicia e igualdad que abrazara en su
adolescencia.
No es un azar que haya sido esta mujer, esta inclaudicable
anarquista cristiana, esta “pecadora”, la que Francisco eligiera para honrar su
memoria y con ella a la de los millones de trabajadores norteamericanos.
Ni el millonario presidente Kennedy ni el conservador
Cardenal Newman formaron parte de esa galería, sino un monje poeta y una
activista social, desprejuiciada e indoblegable.
1 comentario:
Excelente Julio!!!
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