Los
norteamericanos, antes que especialistas y estadistas, son
entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición
norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido
y se rompan cabezas.
León Trotsky,
carta
al pueblo norteamericano.
23
de marzo de 1936.
En
los Estados Unidos hay una gran cantidad de médicos, ingenieros,
abogados, dentistas, etc., unos prósperos y otros camino de la
prosperidad, que comparten sus horas de ocio entre los conciertos de
celebridades europeas y los asuntos del partido socialista.
León
Trotsky, Mi Vida, 1928.
Las elecciones
presidenciales de los EE.UU. me trajeron a la memoria estas citas del
revolucionario ruso enterrado en suelo latinoamericano. Recordé
otra, que no pude hallar en mi biblioteca, por lo que la cito de
memoria. En algún lado, Trotsky sostenía que los norteamericanos
eran el único pueblo sobre la tierra que había llegado al
capitalismo sin haber pasado por el Renacimiento. Quería decir con
ello que la burguesía norteamericana no se había forjado a lo largo
de un prolongado período que implicó no solo el desarrollo de las
fuerzas productivas sino una secular acumulación cultural, una
sedimentación de tradiciones humanísticas que se remontaban a los
griegos, como lo hizo la burguesía europea, sino que pasó, en el
curso de menos de un siglo, de una economía agraria a la más
desarrollada economía industrial y a un prodigioso desarrollo
técnico.
Carecía esa
burguesía del refinamiento espiritual de la burguesía inglesa, esos
gentilhombres rurales convertidos en fabricantes industriales que
describe John Galsworthy en La Saga de los Forsyte. Ni tampoco
poseía el “spleen” de esos “flaneurs” a los
que Baudelaire representa y Walter Benjamin describe y analiza. La
burguesía norteamericana, la que protagoniza los libros de Henry
James, es simple, vital, arrolladora, mal educada, guaranga, para
usar un adjetivo caro a Don Arturo Jauretche.
O para decirlo con
palabras de Rubén Darío: “Sois ricos. / Juntáis al culto de
Hércules el culto de Mammón; / y alumbrando el camino de la fácil
conquista, /la Libertad levanta su antorcha en Nueva York”.
El New Deal
En 1930, esa
burguesía que no había cesado de crecer y enriquecerse desde el
final de la Guerra de Secesión y que ya había abandonado ese
proteccionismo que Ulyses Grant soñaba para doscientos años1,
se encuentra con que las nociones del libre mercado y la espontánea
armonía que genera la ley de la oferta y la demanda han dejado de
servir. El desplome del mercado bursátil, producto de una crisis
cíclica del capitalismo, ha dejado a EE.UU frente a millones de
desocupados, familias empobrecidas lanzadas a la calle por los bancos
que ejecutan, por incumplimiento, las hipotecas sobre sus viviendas,
compañías electricas privadas más preocupadas por la cotización
de sus acciones en Wall Street que por aumentar la producción y
distribución del fluído.
Una grieta
gigantesca dividió a la sociedad norteamericana, pero sobre todo a
su clase dominante. La preeminencia del sector financiero había
destruído las fuerzas vitales del país y amenazaba al sector
industrial. Una crisis de hegemonía entre las clases dominantes dió
como resultado la presidencia de Franklin Delano Roosevelt y la
aparición de las políticas económicas que se conocieron como el
“New Deal”, traducido generalmente como el Nuevo Trato,
pero que debería ser el Nuevo Acuerdo, ya que expresa la propuesta
que Roosevelt le hace a los norteamericanos en su discurso de
asunción.
Por primera vez,
desde los tiempos del viejo Grant, el Estado se convertía en motor
esencial del desarrollo económico y no solo eso, sino también, con
la creación de la Autoridad del Valle de Tennessee, en el principal
productor de energía eléctrica. Con esta empresa estatal federal,
EE.UU. proporcionaron energía electrica a los estados, municipios y
cooperativas locales. Permitió la navegación de las ríadas del río
Tennesse y el aprovechamiento de sus saltos de agua, a la vez que
acercó energía electrica con precios subsidiados a las áreas
rurales y a las empresas creadas a partir del impulso estatal. El
estado se convirtió en el principal productor de energía, pero
también en el más importante distribuidor de la misma, sirviendo,
además, como regulador de su precio.
También se puso
en marcha un gigantesco plan de infraestructura, así como beneficios
directos a las empresas y un proceso de sindicalización de los
trabajadores que, a partir de ese momento, se sentirían
tradicionalmente representados por el Partido Demócrata.
Este histórico
partido norteamericano pasó de representar a los sectores
esclavistas durante la Guerra de Secesión, a una expresión de los
sectores medios norteamericanos, a principios del siglo XX, defensor
del aislacionismo en su política internacional. Lo paradójico fue
que, justamente, el apóstol del aislacionismo en las cuestiones
europeas, Woodrow Wilson, fue quien hizo entrar a EE.UU. en la
primera guerra mundial. Wilson también fue el creador y protagonista
del llamado “imperialismo moral”, una visión que autorizaba a
los EE.UU. a intervenir, sobre todo en América Latina, en todos
aquellos países donde no se respetasen, según su opinión, los
intereses norteamericanos. Wilson fue tambien quien inició las obras
del canal de Panamá.
Será recién con
Franklin D. Roosevelt que el Partido Demócrata comenzará a ser
visto como el más cercano a los intereses del pueblo norteamericano
y, sobre todo, de su clase obrera. Hay que puntualizar que la crisis
del 30 y los años posteriores vieron una creciente combatividad de
la clase trabajadora industrial norteamericana, un gran crecimiento
del partido comunista y otras organizaciones socialistas, que
ayudaron sin duda al triunfo electoral de Roosevelt. La literatura
americana expresó, en escritores como John Steinbeck, John Dos
Passos o Edmund Wilson, la dureza, la miseria y la desesperanza de
esos años conocidos en la historia norteamericana como “la Gran
Depresión”. El argentino Liborio Justo viajó como becario a Nueva
York y registró en notables fotografías de un descarnado realismo
social los rostros de esos trabajadores deshauciados.
En 1930, sobre la
base de esta nueva concepción del papel del estado en la economía,
la burguesía norteamericana adquirió un nuevo aliento, controló al
sector financiero y bancario, impuso objetivos y metas en la
actividad económica y refrescó en el pueblo norteamericano su
adhesión a los ideales nacionales que la crisis había puesto en
juego.
La guerra
consolidaría la economía que el New Deal había puesto de
pie y la posguerra, con su demanda postergada, ofrecería ante el
mundo a unos EE.UU. triunfantes, arrolladores e imperialistas,
reemplazando al viejo Imperio Británico en retirada.
Pero los criterios
elaborados durante el New Deal que dieron lugar al llamado
Estado de Bienestar continuaron vigentes en los EE.UU., a lo que se
sumó una creciente incorporación social y política de la población
afroamericana, después de una dura lucha política, que incluyó
desde Martin Luther King hasta Stokely Carmichael, los Panteras
Negras y Malcolm X.
El
Neoliberalismo
En 1981, el
triunfo de Ronald Reagan puso en marcha un proceso que pondría fin
al Estado de Bienestar que caracterizara a las sociedades
imperialistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Paulatinamente
el sector financiero pasó a hegemonizar una nueva etapa de un
capitalismo que, con la caída de la Unión Soviética, se convirtió
en global, en planetario.
A partir de ese
momento, se descarga sobre el mundo un proceso de financierización
del viejo capitalismo rescatado por Keynes de la crisis del '29. Una
actualización de las viejas teorías liberales smithianas,
reinterpretadas por Fridrich Hayek y la Escuela deEconomía de
Chicago, con Milton Friedman y George Stigler, quienes habían
obtenido el Premio Nobel de Economía en 1976 y 1982 respectivamente.
Fue en esos años que aparecieron dos conceptos nuevos en la política
mundial, neoliberalismo y neoconservadurismo (o neocons, en su
abreviación periodística). El primero, como se sabe, se refiere a
esa reinterpretación brutal, darwinista y, sobre todo, imperialista
y monopólica del autor de La Riqueza de las Naciones. El
segundo se refiere a una actualización del viejo conservadurismo
norteamericano, con la incorporación, en buena medida, del viejo
“imperialismo moral” de los tiempos de Wilson. EE.UU., según
esto, tiene el derecho y la obligación de intervenir militar y
políticamente en todos los lugares donde, en su opinión, se estén
violando la democracia, el libre mercado y los intereses
norteamericanos.
La desaparición
del bloque soviético, en el plano de la política, y el desarrollo
de la computación y robotización en los procesos productivos
ofreció la ilusión de que el capitalismo había triunfado en su
guerra fría con el desafío colectivista. La fantasía de la
desaparición del trabajo humano y la posibilidad de convertir a D en
D', sin pasar por M, es decir salteando el necesario proceso de
producción, llenó miles de páginas de libros, revistas y
periódicos. En la Argentina aparecieron, como un reflejo simiesco de
estas elucubraciones, los admiradores de la pareja formada por Alvin
y Heidi Toffler, una especie de Bonnie & Clyde de la industria
editorial2.
Con el gobierno de
George Bush, padre, se desplegó la política neocons, con la
intervención en Panamá, para derrocar a Noriega, y la primera
Guerra del Golfo como expresión del neoimperialismo moral. Mientras
tanto, el economista del Banco Mundial, John Williamson, acuñaba el
concepto Consenso de Washington: las normas que los organismos de
créditos internacionales imponían como las políticas económicas a
seguir por los países periféricos: liberalización de los mercados
comerciales y financieros, la estabilidad macroeconómica, la
reducción drástica del Estado y la confianza en las fuerzas del
mercado como regulador de la economía. Esto, que tendría dramáticas
consecuencias en las economías latinoamericanas, comenzó a minar en
el mediano plazo a las economías centrales. La firma del NAFTA, en
1990, fue entonces la culminación de un proceso de globalización
regional dictado por las grandes empresas y el capital financiero.
Con ello comenzará también una paulatina desindustrialización de
los EE.UU. con empresas que se trasladan a México buscando mano de
obra barata y produciendo, simultáneamente, una descomunal
descomposición social tanto en este país, como en los propios
EE.UU.
Los ocho años del
presidente William Clinton consolidaron la tendencia. EE.UU. destruyó
la antigua Yugoslavia y fortaleció, dentro de la OTAN, una política
de hostilidad sobre Rusia. Con Clinton se estabilizó plenamente el
control del sector financiero sobre la economía norteamericana y
mundial. La Unión Europea lanzó el euro como moneda regional y toda
la economía de la región comienza a sentir el rigor del Banco
Europeo controlado por Alemania. Los países del Este europeo que se
iban incorporando a la Unión vieron sus economías regidas por el
neoliberalismo y vivieron, transitoriamente, las mieles de una moneda
fuerte que genera la ilusión de fortaleza económica. Los efectos
embriagadores del “uno a uno” del menemismo fueron comunes a toda
la Europa regida por el Euro. La crisis financiera mexicana de 1994
puso en cuestión todo el andamiaje conceptual, pero el capital
financiero pudo imponer su corsé de hierro. La región se endeudó a
niveles casi incontrolables, mientras se producía un gigantesco
proceso de desocupación, marginación y desindustrialización
fomentado por importaciones baratas y un dólar que paulatinamente se
había devaluado, por la improductividad de nuestras economías
financierizadas.
Los gobiernos de
Bush hijo no hicieron más que profundizar estos rasgos en la
economía y en la sociedad norteamericanas. A la vez se destruía
Irak, con la Segunda Guerra del Golfo, y los EE.UU. privatizaban sus
fuerzas armadas, con la aparición de las empresas militares como la
ex Blackwater, hoy Academi, especie de ejército condotiero del poder
financiero de Wall Street y Londres.
Lentamente, los
trabajadores norteamericanos comenzaron a sufrir un proceso de
empobrecimiento, pero, además, de desclasamiento. Pasaron de ser
trabajadores industriales, con altos salarios y poderosos sindicatos,
a desocupados subsidiados, en condiciones de enorme precariedad, en
barriadas en decadencia, sin porvenir, sin salud pública y sin
educación ni cultura. Los hijos de aquellos obreros de Illinois, que
en la década del 50 y del 60 habían protagonizado históricas
huelgas, que alcanzaron ocupaciones de fábricas reprimidas por la
Guardia Nacional, vegetan en empleos de repositores de Wall Mart o
vendedores de McDonald's.
Los gobiernos de
Barack Obama, un hombre de color -no descendiente de esclavos, es
necesario aclarar, ya que su padre era nacido en Kenya-, escogido y
formado por el influyente Zbigniew Brzezinski -el ideólogo del acoso
a la URSS, en su momento, y a Rusia, en la actualidad, y el gestor de
la terrible guerra de Irán e Irak- no hicieron otra cosa que
ratificar y afianzar el poder financiero. Después de su fallido
intento de imponer un sistema de salud que contemplase las ingentes
necesidades del pueblo norteamericano, Obama no hizo sino ceder
espacio al capital financiero, entregar dinero público a los bancos,
después del estallido de las burbujas especulativas, abandonando,
hacia adentro del país, toda preocupación vinculada al
empobrecimiento de la clase media, blanca, negra y latina.
En el plano
internacional, el inexplicable Premio Nóbel de la Paz lanzó guerras
criminales contra Libia, en primer lugar, uno de los países de mayor
estabilidad política de la región, y, posteriormente, contra Siria,
otro país que a lo largo de los últimos cincuenta años había
mantenido una singular estabilidad. Es inolvidable, por lo tenebrosa,
la escena de su Secretaria de Estado, Hillary Clinton, celebrando
impúdicamente el vil asesinato de Mohamed Ghadaffy, que convirtió
su país en un espantoso lodazal, despedazado por enfrentamientos
tribales que sus agentes han fomentado.
Mientras en
Europa, el mismo virus del neoliberalismo globalizador financiero fue
imponiendo exactamente los mismos resultados. El conjunto de los
países que conforman la UE han achicado sus estructuras industriales
productivas y la especulación y los negocios financieros han
reemplazado a las fábricas y los talleres. Los terribles bombardeos
y la constante guerra contra los países del Medio Oriente han
generado la más explosiva situación de migraciones de poblaciones
enteras sobre el presunto y presumido bienestar europeo. Los países
de su periferia -Irlanda, Portugal, Grecia, España- comenzaron hace
ya un tiempo a sentir el cinturón de acero del Banco de Europa y las
dificultades que cada uno de estos países encuentra para solucionar
sus problemas. Los remedios que han dado sus organismos financieros
no han hecho más que echar nafta al fuego, imponiendo el cerrojo de
una deuda creciente con la consiguiente pérdida de soberanía.
Es en esta
situación, y después de este desarrollo, que el pueblo de los
EE.UU. decidió elegir a Donald Trump y su discurso productivista,
aislacionista y proteccionista contra la hipocresía de Hillary
Clinton que le aseguraba continuar con el empobrecimiento, la
desocupación y los empleos basura. Repatriar las empresas fabriles
que se fueron del país buscando mano de obra barata, alejarse de los
conflictos mundiales, abandonar a Europa y acercarse a Rusia,
replantear la relación con China fueron los temas centrales de su
campaña. Una impronta racista contra la inmigración mexicana y la
insistencia en terminar un muro en la frontera sur del país -que el
gobierno de Obama ya construyó en sus dos terceras partes-
permitieron al conglomerado monopólico mediático presentar al rubio
millonario como una amenaza contra la armonía de las naciones y la
paz mundial. Esta campaña, en defensa de una verdadera criminal de
guerra, una cínica desalmada como la candidata demócrata, movió a
una parte de los sectores de clase media de las grandes ciudades,
pero no logró la simpatía de los EE.UU. profundos, de sus estados
“flyover”, como recordó el historiador Daniel James, en una nota
iluminadora por lo singular de sus opiniones, en el diario Página
123.
El pensador y
politólogo brasileño Roberto Mangabeira Unger decía en un
reportaje publicado por la BBC4:
“En resumen, la elección de Trump es la rebeldía de la mayoría
trabajadora blanca del país contra su abandono. Ahí la crítica
debe ser: Trump no es una respuesta adecuada. Pero en política todo
tiene que ver con las alternativas. Entonces, ¿qué es mejor?
¿Continuar con esa ortodoxia conservadora del Partido Demócrata o
dar vuelta la mesa? Esas son las alternativas reales de la política
real. A partir de esa revuelta en Washington, los americanos deben
buscar una respuesta más adecuada y seria para el problema que la
elección de Trump revela”.
Y a otra pregunta,
contesta Mangabeira Unger: “La base esencial de la elección de
Trump fue el gran vacío creado en la política americana, hace medio
siglo, por el abandono de los intereses de la mayoría trabajadora
blanca del país. El Partido Demócrata substituyó el proyecto del
New Deal por concesiones a los intereses de las minorías y por la
representación de una visión del mundo de la clase que vive en los
suburbios ricos”.
Conclusión
La campaña
electoral y el resultado de las elecciones han hecho evidente una
crisis de hegemonía dentro de las clases dominantes globales. Eso es
un acontecimiento de importancia transcendental, tan poco frecuente
como el paso del cometa Halley. Ha sido a través de estas grietas
aparecidas en el sistema hegemónico como nuestros países y nuestros
pueblos han encontrado un camino para su independencia y soberanía.
Para nuestros
países de América Latina implica un replanteamiento de las
políticas llevadas adelante por los sectores oligárquicos,
agroexportadores y financieros. Y para los sectores populares
implica una ratificación de la búsqueda de caminos basados en la
autarquía del capital imperialista, de autonomía de nuestras
economías y, una vez más, de recreación de un gran espacio
continental para el desarrollo de nuestras fuerzas productivas.
Todo indica que
tanto el NAFTA como el TISA y otros tratados globalizadores serán
revisados, si no simplemente desarticulados. Ya, pocos días después
del martes del triunfo de Trump, caía el Tratado Transpacífico
(TTP), un engendro supraestatal que ponía a nuestros estados
nacionales bajo la jurisdicción de los grandes monopolios
norteamericanos.
El desconcierto se
ha impuesto sobre el gobierno argentino que, como el mexicano, hizo
campaña por Hillary Clinton. La canciller argentina de nacionalidad
extranjera, Susana Malcorra, tuvo que tocar el portero eléctrico de
la Trump Tower para intentar hablar con uno de los cinco hijos del
presidente electo. Toda política de fortalecimiento industrial de
EE.UU. significará un aumento de las tasas de interés a la vez que
un fortalecimiento del dólar frente al peso. El cacareado blanqueo
de capitales encontrará escollos para su implementación, mientras
que la irresponsable política de endeudamiento se enfrentará a un
aumento del interés, poniendo al gobierno, y a nuestra economía, en
situación crítica. La lluvia de capitales, postergada semestre tras
semestre, seguramente deberá sufrir nuevas postergaciones, mientras
en el mundo se construyen nuevas alianzas que pueden cambiar el
escenario mundial.
Sin duda, el
triunfo de Trump y, sobre todo, la puesta en marcha de las políticas
prometidas en campaña ofrecen un nuevo punto de lanzamiento para las
políticas nacionalistas, de industrialización autónoma y justicia
social del peronismo. Así lo entendió rápidamente Cristina
Fernández de Kirchner, con gran incomprensión por parte de buena
parte de sus colaboradores más cercanos, preocupados por los toscos
gestos, el desenfado machista y el histrionismo del nuevo presidente
norteamericano. Es momento de reflexionar en términos estratégicos
con el convencimiento de que el mundo ha cambiado.
Buenos Aires, 21
de noviembre de 2016.
1“Durante dos siglos Inglaterra ha usado el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos, y le ha dado resultados satisfactorios. Después de esos dos siglos, Inglaterra ha considerado conveniente adoptar el librecambio, por asumir que el proteccionismo ya no le puede dar nada. Pues bien, señores, mi conocimiento de mi patria me hace creer que, dentro de doscientos años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector todo lo que este puede darle, adoptará firmemente el librecambio”. Arturo Jauretche, Política Nacional y Revisionismo Histórico, página 32, Corregidor, 2011, Buenos Aires.
2
En 1985 publiqué un artículo en el periódico Izquierda Nacional
donde decía: “Rodolfo Terragno, un periodista radicado en Londres
-y que alguna vez supo entender la naturaleza dependiente de nuestro
país y el carácter parasitario de su clase dominante- es el
apóstol vernáculo y sus seguidores se reclutan, fundamentalmente,
entre los innumerables licenciados y doctores salidos de nuestras
universidades. Y su público lo forman diputados, senadores
-oficialistas y opositores-, ministros y hasta el propio presidente.
Como poco dotados Habsburgos, pierden horas invalorables escuchando
a los modernos curanderos”.
3
Desde
1980, el único grupo demográfico de la población estadounidense
cuya tasa de mortalidad aumentó es el de la clase trabajadora
blanca de más de cuarenta años, concentrado en lo que
despectivamente se llama “flyover country”, el país sobre el
que se pasa en avión. Cada vez más estadounidenses de clase
trabajadora coinciden con el gran comediante George Carlin cuando
dijo, sobre el sueño americano del que Ariel habla con tanta
nostalgia: “Se llama sueño americano porque para creer en él
tenés que estar dormido”.
https://www.pagina12.com.ar/3944-america-se-rebela
1 comentario:
Este texto debe ser hoja de ruta obligatoria para entender el presente inmediato. Muchas gracias.
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