Se ha iniciado
otro período nacional. La fuerzas profundas del pueblo argentino, su
clase trabajadora, los hombres y mujeres de las periferias, como le
gusta decir al padre Jorge Bergoglio de Flores, lograron unificar su
expresión política y derrotaron al primer gobierno argentino que es
la expresión directa y sin mediaciones del gran capital financiero,
los sectores agro- y extractivo-exportadores y el capital
imperialista radicado en el país.
Macri se
convirtió, gracias a la voluntad de los sectores más profundos de
la Argentina, en el único presidente que no pudo ser reelecto,
después de la sanción de la Constitución de 1994. Sus dolorosos
cuatro años de gobierno alcanzaron para que la mayoría de los
argentinos tomasen clara conciencia de cuál era el país, la
estructura económica y social que la banda de niños millonarios nos
proponía: desocupación, desindustrialización, primarización de
nuestra economía y sometimiento a los manejos del capital financiero
privado y público, a través del FMI.
Por primera vez en
la historia argentina, desde 1810, ha gobernado de manera directa -no
a través de representantes políticos, como era en los años de la
República Oligárquica- el sistema empresarial y financiero
subordinado a los lineamientos de Wall Street, la renta agraria y
minera y los bancos y financieras. Y quienes han sido desalojados del
manejo de la cosa pública, a través de elecciones, han sido los
hombres y mujeres que han ocupado el poder político del estado y
ocupan el poder económico de la burguesía transnacional subordinada
a los intereses financieros.
Ha sido una
victoria extraordinaria, si se piensa que en el mes de junio las
fuerzas nacionales carecían de un claro rumbo político electoral.
La decisión de Cristina Fernández de Kirchner fue una decisión
táctica -dirigida a ganar las elecciones- y estratégica- dirigida a
cambiar el eje y la forma de enfrentamiento con el bloque dominante-.
Alberto Fernández cambió, por así decir, el eje de enfrentamiento.
De una política de confrontación, con un fuerte componente
ideológico, se pasó a una política de reconstrucción nacional,
que implica necesariamente una reconciliación.
La Argentina vive
desde hace décadas una situación de equilibrio hegemónico cada vez
más insostenbible. Creo haber dicho antes que nuestra situación es
como si el partido antiesclavista y el partido esclavista se
sucedieran, con distinta frecuencia, en el poder. La esclavitud y el
antiesclavismo no son dos puntos de vistas que puedan convivir. Son
dos modos de producción, son dos organizaciones sociales
antitéticas, son dos visiones de la humanidad irreconciliables.Y, de
una manera u otra, eso es lo que ha venido ocurriendo a lo largo de
los últimos 60 años en nuestro país. Por eso es imposible la
alternancia, vista como el non plus ultra de la democracia por el
partido esclavista.
Macri se lanzó a
una campaña furibunda en favor del partido de la esclavitud.
Este partido no
basaba su relato en la misma esclavitud, sino en las virtudes
tradicionales republicanas, en la honestidad de los propietarios de
esclavos, en su prescindencia de la función pública para hacer su
fortuna, en la supuesta armonía de una sociedad en la que cada cual
ocupaba el lugar que merecía, el amo en la casa señorial y el
esclavo en la barraca. Y el mensaje, al parecer, llegó a los
destinatarios, a los dueños de esclavos, que en la Argentina son los
dueños de la renta agraria, de la singular feracidad de nuestro
suelo, que es patrimonio del conjunto de la Argentina, aunque esté
en manos de una casta privilegiada y monopólica.
Y para esa
multitud de chacareros, odontólogos, médicos, abogados, dueños de
estaciones de servicio, mecánicos propietarios de restaurantes y
farmacéuticos, que viven privilegiadamente de la renta agraria, el
peronismo en su versión del siglo XXI es la encarnación de su
propio infierno. Sueñan con un país en el que sólo ellos -lo que
implicaría una limpieza étnica- puedan disfrutar de la
productividad de la tierra.
Bueno, nuevamente
esa cuestión ha sido cuestionada en las urnas.
Por eso fue el
conurbano bonaerense, el lugar donde se concentra el más grande
poder popular de la Argentina y las provincias del NOA, NEA y
patagónicas las que le dieron el triunfo a Alberto. Contra la
opinión que parece caracterizar a los derrotados en las urnas, estas
son las provincias que apuestan al futuro y la modernidad de la
Argentina. Los sectores agroexportadores, dominantes en las
provincias donde Alberto no logró la mayoría, son la Argentina
pequeña, en territorio y en población. Le sobran 20 millones de
argentinos y más de la mitad de nuestra superficie. Su proyecto es
el de un enclave agro y extractivo exportador con una población
sometida a condiciones de esclavitud y sobrevivencia material.
A eso le ganamos
el domingo pasado. Los peronistas y el Frente de Todos volveremos a
gobernar la Argentina. No va a ser fácil. Pero será glorioso.
Buenos Aires, 30
de Octubre de 2019
4 comentarios:
Excelente analisis apuntado a lo profundo de la cosa
Muy bueno , comparto profundamente tu pensamiento
Impecable muchas gracias.
Excelente!!! Gracias
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