Posiblemente el recuerdo más remoto que mi generación pueda tener sobre Birmania son las dolorosas imágenes en blanco y negro de El Arpa Birmana, la magistral película de Kon Ichikawa, que hablaba de la profunda crisis que significó para el alma japonesa la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial. El soldado Mizushima, cuya función es tocar el “saung” o arpa birmana en la banda de su regimiento, convertido en un aspirante a monje, se propone la tarea de enterrar a todos los soldados japoneses caídos en suelo birmano, antes de volver al Japón, para cerrar, de alguna manera, la herida abierta por la derrota. Pero muy poco, si algo, sabemos de Birmania, que ha pasado a llamarse Myanmar u, oficialmente, Unión de Myanmar.
En ese país de 50 millones de habitantes, donde conviven, a veces en armonía, muchas veces en discordia, desde hace milenios distintos grupos étnicos y lingüísticos, aterrizó hace casi cuatro años, nuestro compatriota, el Papa Francisco.
Pero, ¿qué es Myanmar?
Poco después que las tropas japonesas se rindieran ante los ingleses, que eran los ocupantes coloniales de Birmania, el Imperio Británico debió conceder la independencia.
En 1612, con la presencia de la Compañía Británica de las Indias Orientales -la empresa saqueadora de las riquezas del Extremo Oriente-, los británicos reemplazaron a los portugueses en el control comercial de la región, donde se mantuvieron bajo distintas formas hasta 1948. En el interín, separaron la antigua provincia de Arakán, en la costa occidental de Birmania y la unieron a su colonia de Bengala Oriental, fomentando el traslado de bengalíes musulmanes como trabajadores semiesclavos en la agricultura colonial de esa provincia. Aquí nace uno de los problemas que hoy se vive en una región del país.
Las distintas etnias birmanas, a diferencia de los bengalíes, han sido tradicionalmente budistas de la rama llamada Theravada, que concede una gran importancia a la vida monástica. Según algunas tradiciones budistas de Myanmar, ya en el siglo III a.c. el Gautama fue visitado por dos comerciantes de Okkala, el antiguo nombre de Rangún, la vieja capital donde aterrizó Francisco en su visita. Siguiendo las fuentes birmanas, en Myanmar hay más de 400.000 monjes y 75.000 monjas, 6.000 viharas (escuelas) e innumerables pagodas. Alrededor de 1.000 viharas sirven como instituciones educativas para la comunidad monástica. Algunos de los monasterios más grandes cuentan con más de 1.000 monjes que estudian las escrituras budistas y realizan prácticas de meditación. Más del 80 % de la población de Myanmar es budista.
En estos trasplantes poblacionales llevados a cabo por los británicos radica, como decíamos, uno de los principales conflictos étnicos que vive el país desde hace ya más de una década: el de la minoría Rohingja que habita, justamente, la antigua provincia de Arakán, hoy llamada Rakáin. Se trata de más de 600.000 personas descendientes de los bengalíes sunnitas traídos por los ingleses de la actual Bangladesh, la antigua Bengala Oriental, enfrentados con el gobierno central desde el inicio mismo de la vida independiente. Las tendencias separatistas son muy grandes en todo el país y las potencias occidentales, especialmente los EE.UU. se han montado sobre ellas para debilitar la constitución de la nación myanmariana. Detrás del enfrentamiento religioso -recuérdese que el budismo no es en sentido estricto una religión- se mueven los grandes intereses occidentales sobre un país rico en petróleo y gas y de una decisiva ubicación geográfica, con fronteras con China y el Sudeste Asiático.
El proceso independentista, que como dijimos se inicia en 1948, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, estuvo caracterizado por una retórica socialista y de emancipación nacional y, en la actualidad, las principales empresas son estatales, en un estado donde la presencia del ejército es decisiva desde hace décadas.
El golpe de Estado militar
Este es el país en el que el ejército, protagonista decisivo de la independencia del país y, en largos períodos titular del poder político, ha dado un golpe de Estado y ha detenido al presidente y a Aung San Suu Kyi, hija del líder de la Independencia y verdadero poder detrás del presidente. Los argumentos del golpe han sido un supuesto fraude electoral en las recientes elecciones que dieron un gran triunfo al partido de Suu Kyi.
El golpe se produce con el trasfondo de la persecusión que sufre la minoría rohingja, la política de China de la Ruta de la Seda y la construcción, con ayuda china, de un gran puerto sobre el mar Índico. Contrariamente a lo ocurrido con el golpe de Estado llevado a cabo contra Evo Morales en nuestra vecina Bolivia, que fue ocultado sistemáticamente por los gobiernos y los medios norteamericanos y europeos, el golpe en Myanmar ha tenido una enorme resonancia y repudio. Eso y no otra cosa nos lleva a pensar que deben existir poderosos intereses occidentales interesados también en todo este batifondo. No vamos, obviamente, a justificar la persecusión y segregación que sufre la minoría rohingja, peo tampoco podemos ignorar el uso que la CIA y los servicios ingleses y franceses han hecho tradicionalmente de estos conflictos, generados por el colonialismo, para dividir estados nacionales débiles y balcanizarlos para su propio interés.
China, que se ha convertido en la principal potencia de la región, no ha condenado al gobierno y ha expresado su deseo de que “las partes puedan resolver sus diferencias dentro del marco de la Constitución y la ley, salvaguardando la estabilidad política y social”. Lo que menos quiere Beijing es un conflicto racial
En su viaje a Myanmar Francisco convocó a la concordia y el entendimiento. Pareciera que la Guerra Fría ha sido reemplazada por el “Great Game” entre potencias que caracterizó el final del siglo XIX y el principio del siglo XX.
Buenos Aires, 2 de febrero de 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario