Contra la estupidez oligárquica, contra la colonización pedagógica que se complace en la autodenigración, en nuestra metafísica incapacidad de convertirnos en historia humana, la revolución bolivariana ha puesto en órbita un satélite que no podía llevar otro nombre que el del más grande americano de todos los tiempos, el Libertador Simón Bolívar.
He escuchado un torrente de estupideces acerca de la inutilidad, la fanfarronería, las ínfulas faraónicas o la zafia actitud de poner un satélite cuando hay basura en las aceras, faltas de insumos en los hospitales o déficit de infraestructura en el sistema escolar.
Pero sobre todo he podido apreciar una sonrisa socarrona que intenta burlarse de la admiración del pueblo llano, de su rústico nacionalismo, de su simplón orgullo.
Y este orgullo, esta admiración y este nacionalismo que hoy hacen celebrar la puesta en órbita del satélite venezolano, son legítimos y bien fundados, aún cuando la mayoría de quienes manifiestan su entusiasmo no reciban de inmediato los beneficios del artilugio técnico.
Pero, de una manera u otra, son concientes -como no lo es la infame prensa opositora, los lenguaraces televisivos y los imbéciles radiofónicos- de que el Simón Bolívar en el espacio abre un nuevo período al desarrollo de la actividad espacial latinoamericana. Saben que con Brasil y Argentina, Venezuela se incorpora -y rápidamente lo hará con tecnología local- a un área decisiva en la soberanía continental: la de las comunicaciones. El presidente Hugo Chávez ha reiterado en varias oportunidades el generoso espíritu suramericano que, como no podía ser de otra manera, tiene el satélite Simón Bolívar.
Ahí esta cabalgando las praderas celestiales, volviendo a unir a nuestros pueblos, vinculando nuestras regiones, reencontrándose con la Cruz del Sur, asumiendo nuestro ineluctable destino continental.
¡Salud, venezolanos! El satélite Simón Bolívar es un verdadero orgullo de la Revolución Bolivariana y, por ende, de todos ustedes.
Caracas, 29 de octubre de 2008
He escuchado un torrente de estupideces acerca de la inutilidad, la fanfarronería, las ínfulas faraónicas o la zafia actitud de poner un satélite cuando hay basura en las aceras, faltas de insumos en los hospitales o déficit de infraestructura en el sistema escolar.
Pero sobre todo he podido apreciar una sonrisa socarrona que intenta burlarse de la admiración del pueblo llano, de su rústico nacionalismo, de su simplón orgullo.
Y este orgullo, esta admiración y este nacionalismo que hoy hacen celebrar la puesta en órbita del satélite venezolano, son legítimos y bien fundados, aún cuando la mayoría de quienes manifiestan su entusiasmo no reciban de inmediato los beneficios del artilugio técnico.
Pero, de una manera u otra, son concientes -como no lo es la infame prensa opositora, los lenguaraces televisivos y los imbéciles radiofónicos- de que el Simón Bolívar en el espacio abre un nuevo período al desarrollo de la actividad espacial latinoamericana. Saben que con Brasil y Argentina, Venezuela se incorpora -y rápidamente lo hará con tecnología local- a un área decisiva en la soberanía continental: la de las comunicaciones. El presidente Hugo Chávez ha reiterado en varias oportunidades el generoso espíritu suramericano que, como no podía ser de otra manera, tiene el satélite Simón Bolívar.
Ahí esta cabalgando las praderas celestiales, volviendo a unir a nuestros pueblos, vinculando nuestras regiones, reencontrándose con la Cruz del Sur, asumiendo nuestro ineluctable destino continental.
¡Salud, venezolanos! El satélite Simón Bolívar es un verdadero orgullo de la Revolución Bolivariana y, por ende, de todos ustedes.
Caracas, 29 de octubre de 2008
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