Cuando
abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente que decía:
“Ven”. Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se
le concedió quitar de la tierra la paz para que se degollaran unos a
otros; se le dio una espada grande.
Turquía fue, hace
poco más de cien años, una gran potencia. Junto con el Imperio
Austro Húngaro, el Imperio Zarista y el Imperio Alemán, el Imperio
Otomano formaba parte de lo que Lenín denominó “cárceles de
pueblos”, grandes estados que encerraban bajo una monarquía
autocrática multitud de naciones sojuzgadas. Herederos del imperio
musulmán de los Selúycidas, terminaron por derrotar definitivamente
al agónico Imperio Romano de Oriente y convirtieron a Bizancio o
Constantinopla en su capital, a la que rebautizaron como Estambul.
Durante su momento de mayor expansión se extendía desde el sureste
europeo hasta el mar Caspio. Todo el Medio Oriente estaba bajo su
dominio y Moldavia, en Hungría, Transilvania y Valaquia en Rumania y
Crimea en Rusia eran estados vasallos al poder del monarca, un sultán
criado en el blando ambiente de las mujeres del harem y cuyo trono
era conocido como el Diván.
Esta reliquia no
logró sobrevivir a la Primera Guerra Mundial. El ejército otomano
estaba en poder del movimiento conocido como “los Jóvenes Turcos”,
una generación de oficiales que pretendían la modernización del
viejo y decadente sistema, imbuídos de una nacionalismo panturco, es
decir que buscaba la unificación de todos los pueblos caucásicos de
habla túrquica. La conducción de los Jóvenes Turcos fue
responsable del genocidio del pueblo armenio (1915), durante la
Primera Guerra Mundial, cuando, en un inesperado giro político
militar, el ejército se enfrentó con sus aliados rusos en la
Batalla del Caúcaso, donde sufrió una fuerte derrota.
Al finalizar la
guerra, con el vasto territorio ocupado por las fuerzas inglesas y
francesas, surge la figura de Mustafá Kemal Ataturk, héroe de
guerra por su desempeño en la batalla de Galípoli, donde las
fuerzas inglesas debieron retirarse derrotadas de los Dardanelos.
Kemal se enfrentó con la conducción del ejército y asumió la
posición de que el Imperio Otomano debía entregar todos los
territorios no turcos y mantener su jurisdicción sobre los
territorios turcos. La victoria final de la Entente aplastó estas
aspiraciones y el gigantesco imperio fue ocupado por ingleses,
franceses, italianos e, incluso, Grecia ocupó Esmirna, el corazon de
Turquía. En 1919, bajo la jefatura de Mustafá Kemal comenzó la
Guerra de Liberación con el propósito de expulsar a los
extranjeros, apareciendo, entonces, la existencia de dos conducciones
del Estado. La del sultán Mehmet VI, con sede en Estambul, y la
republicana de Kemal, con sede en Ankara, en territorio asiático. La
ocupación inglesa de Estambul puso fin a la antiquísima dinastía y
Kemal es designado por la Asamblea Nacional de Ankara como Presidente
de la misma, convirtiéndose en el primer mandatario republicano de
Turquía. La política de Mustafá Kemal Ataturk fue la de erradicar
todo rastro del viejo imperio, incorporar el alfabeto latino a la
escritura del turco y crear un estado republicano laico y, antes que
nada, expulsar a los griegos de su territorio, detrás de los cuales
actuaba, obviamente Gran Bretaña. El temor de Kemal y sus hombres
era la creación de distintos protectorados extranjeros sobre su
suelo y la disolución de la nación turca. El principio de unidad
nacional y la férrea conducción del Ataturk de un ejército
concebido como “pueblo en armas”, según la definición de Carl
von Clausewitz, con la
participación del conjunto de la población, lograron la expulsión
de los griegos. El propio Kemal fue herido en una de las batallas
definitivas y se convirtió en el esencial factor de poder. En 1921,
ya lanzado a la política exterior, logra el reconocimiento de las
recientemente creadas repúblicas soviéticas de Armenia, Georgia y
Azerbaijan, vecinas a Turquía.
En 1923 se crea definitivamente la República de Turquía y Mustafá
Kemal fue elegido presidente, cargo que ocupó hasta su muerte en
1938. Es en esa época que se inicia el conflicto con los Kurdos, a
los que Kemal negaba su carácter nacional, considerándolos parte de
la nación turca, persiguiendo su lengua y sus movimientos políticos.
El temor permanente del Ataturk fue que, basados en estos
particularismos locales, las grandes potencias, especialmente Gran
Bretaña, fragmentasen hasta debilitarla a la república turca.
Su
acción como presidente estuvo dirigida a imponer un estado laico y
moderno. Prohibió las madrassas -escuelas musulmanas-, reemplazó la
sharia -ley islámica- por un código civil que hizo redactar y
aprobar por el parlamento, abolió el uso de vestimentas musulmanas,
como el fez, que consideraba resabios del viejo régimen imperial. En
1934 dio el voto a las mujeres y el derecho a ser elegidas en el
parlamento. Bregó por la plena participación política y social de
las mismas y prohibió el uso del velo, haciendo campañas por la
occidentalización de las vestimentas, cosa que él mismo practicó
siempre. El libro del embajador argentino Jorge
Gastón Blanco Villalta -un embajador peronista a que los
“libertadores” echaron de la Cancillería-, quien trató
personalmente a Mustafá Kemal, y que aún se consigue por Internet,
es una recomendable lectura para el conocimiento del creador de la
moderna Turquía1.
Consideré
necesaria esta extensa introducción, para intentar iluminar en algo
la bruma que hoy envuelve los acontecimientos ocurridos en Turquía,
con el asesinato del embajador ruso Andrei Karlov en Ankara.
El
legado político de Mustafá Kemal Ataturk ha sobrevivido, casi con
devoción religiosa, en el seno de las fuerzas armadas turcas, las
que a lo largo de todo el siglo XX se convirtieron -más allá de su
anticomunismo producto de la Guerra Fría- en custodios de la
independencia nacional, el laicismo y el nacionalismo turco. El
triunfo, por primera vez desde 1921, de un partido religioso, en el
marco de un recrudecimiento de los diversos fundamentalismos
musulmanes auspiciados por el imperialismo norteamericano, puso en
tensión ese equilibrio. Es muy difícil juzgar a Turquía con los
parámetros que hacia el interior de sus países, rige en el
occidente europeo. Y subrayo hacia el interior de sus países, ya que
su conducta hacia los países periféricos, sobre todo del Medio
Oriente y Africa, se asemeja en brutalidad, crueldad e
inescrupulosidad a la que le han atribuido a la política turca,
cuando ella se ha alejado de su esfera de interés. Enclavado en una
de las regiones más explosivas del planeta, portero del acceso a
los países del Cáucaso y de Asia, de religión predominantemente
musulmana sunita y aproximadamente un 20% perteneciente a una rama
denominada alevi, variante local del shiísmo,con su parte asiática
que limita con Siria, Irak y Irán, Turquía se ha convertido
nuevamente en un importante trebejo en el nuevo Gran Juego iniciado a
partir de la recuperación de Rusia como integrante de la
multilateralidad. Como ha escrito hoy mismo Atilio Borón: “La
alianza de Rusia con China y la posterior incorporación de Irán y
la India, más el astuto acercamiento con Turquía representa el
“peor escenario posible” para la declinante hegemonía global de
Estados Unidos, según Zbigniew Brzezinski, el principal estratego de
Washington”2.
El
papel de Turquía hay que analizarlo a partir de la crisis del
intento de golpe de Estado del 15 de julio pasado, que tiene, al
parecer, su origen en el enfrentamiento entre el presidente Recep
Tayyip Erdogan
y
el misterioso Fethullah Gülen, un millonario religioso, vinculado a
la rama mística del islamismo, el sufismo -el mismo de los derviches
danzantes que hoy ofrecen su espectáculo a los turistas en
Estambul-, y creador de una poderosa secta llamada Hizmet (El
Servicio)3.
Formado en una escuela religiosa cuyo imán confrontó con Kemal
Ataturk, pretendiendo que la nueva república se basara en principios
islámicos, Gülen logró una gran influencia sobre sectores de la
nueva burguesía musulmana del interior asiático del país, para
quienes la organización significó, sobre todo, una compleja red de
negocios e influencias políticas. Lo más parecido que se me ocurre
a esta Hizmet es, en los países católicos, la secta Opus Dei. Según
describe Kendikián -quien no puede prescindir en el análisis de su
visión armenia y el drama sufrido por su pueblo- la organización
expresa un neootomanismo, cuyo objetivo sería lograr un copamiento
del estado por infiltración e influencia y replantear un imperio
religioso sobre el Medio Oriente, conducido por los turcos. Gülen
formó parte de la alianza con el presidente Erdogan, hasta que este
lo expulsó del gobierno en 2013, bajo acusaciones de provocar la
desestabilización y organizar golpes de Estado. Desde ese año
reside en Penssilvania, EE.UU. Después de tener dificultades para
obtener su residencia, curiosamente y con la ayuda de altos
funcionarios del gobierno norteamericano, Gülen logra su residencia
definitiva y desde allí maneja su vasta red religiosa y educativa.
El Hizmet está proscripto en Turquía y considerado un movimiento
terrorista. Toda la información indica que fue Gülen quien inspiró
el golpe de julio de 2016, haciendo evidente que el laicismo en el
seno de las Fuerzas Armadas turcas, la herencia de Kemal, había sido
roto.
Erdogan
dio un giro completo a su política después del golpe de julio. De
expresar las posiciones más cercanas al Departamente de Estado
norteamericano, viró hacia una alianza con Rusia. Posiblemente la
amenaza del golpe, cuyo objetivo era asesinarlo, le hizo ver que
EE.UU. había dejado de confiar en él, en sus turbios negocios
petroleros y en su sinuosa posición en el conflicto sirio. Y, como
ha dicho el periodista Gabriel Fernández, “se
manejó con el criterio de un intendente del conurbano”.
Buscó el poder más cercano y probable para evitar ser arrastrado.
El triunfo de Trump y su acercamiento con Putin le dieron la razón
El
asesinato en Ankara del embajador ruso, un día antes que los
cancilleres de Siria, Rusia, Turquía e Irán se reuniesen para
analizar la situación en Aleppo y el aniquilamiento militar de las
bandas mercenarias sostenidas por EE.UU, Arabia Saudita e Israel que
pretenden derrocar al presidente sirio Bashar al Ásad, fue
evidentemente una reacción al triunfo sirio en Aleppo y al
descubrimiento de oficiales norteamericanos y europeo occidentales
formando parte de las filas de los mercenarios.
Pero
no ha quedado todavía muy claro quien ha sido la fuerza política
atrás del asesinato. El asesino es un policía oriundo del pequeño
pueblo de Soke en la costa del Mar Egeo, y el grito de “Allahu
akbar” (Dios
es el más grande) es una profesión de fe islámica y el comienzo de
toda oración en esta religión. Hay datos para pensar que podría
ser parte de las milicias que operan en Siria, ya que reivindicó la
lucha en Aleppo. No obstante, Mevlüt Mert Altintas, el asesino,
podría estar vinculado al predicador Fethullah Gülen. El diario
Star de Ankara tituló “Bala
disparada por FETÖ
contra las relaciones turco-rusas”,
utilizando las siglas en turco del nombre con que el gobierno llama a
la red de Gülen (Organización
de Terror Gulenista “Fetullahçı Terör Örgütü”, FETÖ)
. La misma hipótesis fue mencionada por
el alcalde de Ankara Melih Gökçe.
El
senador Frantz Klintsevich, vicepresidente del comité de defensa y
seguridad del Senado ruso, dijo: “Fue
una acción planeada. Todo el mundo sabía que iba a asistir a esta
exposición fotográfica. Puede ser ISIS, o el ejército kurdo que
intentan herir a Erdogan. Pero puede ser – y es muy probable –
que los representantes de los
servicios
extranjeros secretos de la OTAN
están
detrás del atentado”4.
Pasados
ya unos días, las declaraciones del presidente Putin y las
manifestaciones expresadas por el presidente Erdogan dan a entender
que la pesquisa se orienta hacia los grupos terroristas islámicos,
caracterizandola como “una
provocación destinada a minar las relaciones ruso-turcas”.
Pero, como bien lo recuerda Atilio Borón, en Incirlik,
muy cerca de Aleppo, hay una base norteamericana, con una dotación
permanente de unos cinco mil hombres de la Fuerza Aérea de Estados
Unidos y del Reino Unido.
Como
en los tiempos del Big Game de las potencias europeas, Turquía ha
vuelto a estar en el centro de la tormenta y de las conspiraciones.
Es muy difícil que EE.UU. y sus cómplices europeos, que lloran
ahora con lágrimas de cocodrilos por los niños de Aleppo que
ayudaron a bombardear, se resignen a una derrota que cambia el mapa
de poder mundial. Y no es seguro que el sistema militar y de
espionaje de los EE.UU. respondan como boy scouts al nuevo
presidente, aunque su ministro de Defensa sea considerado un tigre.
El
año ha terminado con la espada grande
del Jinete del Apocalipsis y un rojo caballo caracoleando en un costado de Europa.
Buenos
Aires, 20 de diciembre de 2012
1 Ataturk
Mustafá Kemal, Jorge Gastón Blanco Villalta, Ediciones Agón,
Buenos Aires, 1993.
1 comentario:
Excelente el artículo. Ayuda mucho a comprender la historia y, por ende, la controvertida situación de Turquía en esa geopolítica tan diversa. Gracias
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