El
auto, con cuatro ocupantes, se desplaza cuidadosamente por el camino
de tierra que corre paralelo al impreciso cauce del río Pilcomayo.
Es un mediodía diáfano, de un calor abrasador, como suele serlo en
el oeste de Formosa, en esa tierra de montes de espinas, ganado
guampudo y escasos hombres, hirsutos y curtidos. Conversan
animadamente los viajeros, que han salido de Ingeniero Juárez para
internarse hacia el norte buscando volver hacia la lejana costa del
Paraguay. El tereré, que uno de ellos ceba, pasa de mano en mano,
para matar el tiempo que se hace largo, en un camino en el que
parecen ser los únicos viajeros.
De pronto, a lo lejos, ven una polvareda en la
que se arremolina un grupo de jinetes en el medio del endeble camino.
El conductor baja la velocidad. Al aproximarse, logran divisar entre
el polvo, al que el sol da un brillo particular, siete u ocho gauchos
con sus anchos sombreros de copa baja y plana, con los barbijos
ajustados bajo el mentón, botas de caña alta, amplias bombachas que
se ocultan detrás de los alados guardamontes de sus cabalgaduras.
Los caballos caracolean en la espera mientras uno de los jinetes se
despega del grupo dirigiéndose al automóvil.
El conductor detiene el vehículo a una
distancia prudencial. El sol cae a plomo sobre toda la escena
dotándola de una evanescente luminosidad.
Desde su caballo, el hombre que se ha acercado
al automóvil pregunta:
- ¿El doctor Insfrán?
Su tono es enérgico y en su tonada no se
escucha la influencia del guaraní, ese modo particular de pronunciar
el castellano de los hombres y mujeres del río Paraguay, tan
característico del este de la provincia.
Los ocupantes del coche se miran, no sin cierta
preocupación. El mate del tereré queda detenido en las manos de uno
de ellos, que lo deposita en el piso para dejarlas libres. Entre
ellos viaja, por cierto, el recientemente electo gobernador de la
provincia, el doctor Gildo Insfrán. Este, con resolución, se baja
del auto.
- Buenas, amigo, yo soy a quien buscan,
responde, mientras camina hacia el jinete.
Detrás de él, los otros jinetes observan
silenciosos.
En rápido movimiento, el jinete se quita su
sombrero, que cae hacia su espalda.
- Doctor, queremos que nos haga una escuela,
acá, en esta zona donde vivimos. Nuestros hijos no tienen donde ir a
educarse.
El gobernador mira a su alrededor. No se ve
poblado alguno. El hirsuto monte chaqueño parece tan desierto e
inhóspito como lo ha sido siempre.
- Acá, en el monte, y hace un vago semicírculo
con su brazo libre, mientras con el otro tironea de la rienda.
Insfrán sonríe, mientras sigue con su vista
el movimiento del brazo.
- ¿Por qué no?, responde, de inmediato. -
Junten un grupo de alumnos y desde el gobierno le hacemos la escuela
y le ponemos un maestro.
El jinete desmonta y se acerca al gobernador
con la mano extendida. Insfrán responde extendiendo la suya y
cierran el acuerdo con un apretón. Los acompañantes del gobernador
también han bajado del automóvil e intercambian algunas palabras
con el grupo de jinetes y su lenguaraz.
Insfrán saluda con un gesto a los otros
paisanos y después de algunas palabras de ocasión todos vuelven a
subir al auto.
El grupo de jinetes los despide con una mano en
alto y tirando de las riendas se vuelven a internar en el monte. El
auto se aleja en medio de un tierral y el silencio y la quietud
vuelve a dominar el paisaje.
Un mes después llega un sobre a la oficina de
Gildo Insfrán. En su interior hay una nota toscamente escrita
fechada en el paraje de San Cayetano, acompañada de una lista de
unos veinte nombres y apellidos. Son los niños que aspiran a tener
una escuela, los hijos e hijas de esos y otros gauchos del monte del
oeste formoseño que habían detenido el auto del gobernador.
A los pocos días, llegó un maestro a aquellos
parajes y, un tiempo después, se inauguraba la escuela.
El hombre del monte vive en casas con tan solo
dos paredes, las que sostienen el techo. Su vida es dura y su
actividad está vinculada a la ganadería propia de la región,
ganado vacuno criollo, guampudo y flaco, que constituye desde tiempo
inmemorial el núcleo de la economía del oeste formoseño,
estrechamente vinculado a la provincia de Salta, al llamado Chaco
Salteño, con su antiguo centro comercial en Embarcación, en la
época de mayor florecimiento del ferrocarril.
Alrededor de la escuela, que fue el resultado
de aquella particular gestión personal de ese grupo de gauchos, hoy
se ha desarrollado la pequeña localidad de San Cayetano.
Aquella escuela fue, de alguna manera, la
paráfrasis de la integración de Formosa al país que, por poco, la
rechazaba y dejaba al abandono.
Este relato, real, cuyos protagonistas pueden
dar testimonio, es la necesaria introducción al tema que ha sido
tema de discusión este fin de semana: la provincia de Formosa y su
gobernador Gildo Insfrán. Permitanme hacer una breve historia de
esta provincia sobre la que se ignora casi todo lo que es necesario
saber.
Formosa, la Cenicienta del sistema federal
argentino
En las primeras décadas del siglo
XX, Formosa era un espacio vacío frente a un potencial
enfrentamiento bélico con el Brasil. Era un vasto territorio cuya
principal actividad eran la extracción forestal y la ganadería
extensiva latifundista, que encajaban con el modelo agroexportador
con el que la Argentina se había incorporado a la división mundial
del trabajo.
El estado nacional estaba siempre
lejano y su actividad se reducía a la presencia militar y a la
administración de las nuevas tierras para entregarlas en concesión.
Como también ocurrió en la Patagonia, las mejores tierras quedaron
en manos de la misma oligarquía que dominaba el aparato del Estado.
Formosa se fue poblando desde dos
vertientes, que son las dos identidades culturales y antropológicas
que formaron su personalidad. Desde el oeste llegaba una población
criolla, de origen salteño y santiagueño. Venían con sus arreos de
ganado buscando las tierras aledañas al cauce del Bermejo. El oeste
formoseño, cuya geografía se prolonga en el Chaco salteño se
incorporó a la ganadería de monte, constituyendo una de sus
principales actividades económicas. Música, modismos y tradiciones
vincularon para siempre a esta región al Noroeste argentino.
La otra corriente, con particular
presencia en el este del territorio, es la que llegaba tanto de
Corrientes, como de la República del Paraguay. Ganaderos correntinos
que ocuparon grandes extensiones de tierra, peones y trabajadores de
los obrajes, oriundos del otro lado de la frontera, fueron poblando
el este formoseño. En los intersticios de los grandes latifundios se
instalaron, de hecho, pequeños campesinos dedicados a una
agricultura casi de subsistencia. El este formoseño, por herencia y
por ocupación territorial, conformó un importante núcleo de
cultura guaranítica, con una permanente relación con el Paraguay.
En la década del 20 del siglo
pasado se sumó al torrente humano de la región un importante
contingente de familias rusas, ucranianas y polacas que llegaron de
sus países de origen, previo paso por el Paraguay. La mayoría de
ellos se instaló en la localidad de Santa Rosa, en el oeste del
territorio, a cuatrocientos treinta kilómetros de la ciudad de
Formosa, agregando otro elemento cultural a la amplia diversidad de
los formoseños.
Pero hasta las últimas décadas
del siglo XX, Formosa seguiría siendo conocida por la gran prensa y
el poder político nacional como un problema vinculado a las llamadas
“hipótesis de conflicto”. Este razonamiento defensivo y bélico
-con la permanente amenaza de un ataque brasileño- hizo que todo
plan de desarrollo, todo tipo de obras de infraestructura en Formosa,
por elementales que fuesen, eran consideradas un gasto innecesario y
sin justificación, pues, a la larga, estarían destinadas a ser
destruídas o inutilizadas por el hipotético enemigo. Formosa era,
en términos bélicos, tierra de nadie. Los caminos, los puentes, las
escuelas, los hospitales o los talleres fabriles quedaron prohibidos
durante décadas para los formoseños.
En la década del treinta apareció
una nueva producción que durante años determinará la economía
rural de Formosa. En Buenos Aires comienzan a abrirse las primeras
empresas textiles y, con ello, el cultivo del algodón. Con el
algodón viene una nueva oleada inmigratoria, fundamentalmente desde
el Paraguay y las provincias más cercanas, que concurre a satisfacer
la gran demanda de mano de obra que esta producción exige. En 1935
se instaló en Formosa la primera desmotadora de algodón.
No obstante, la ganadería siguió
ocupando el primer lugar en la producción del territorio, ampliando
su mercado con dos importantes puntos de salida: Pozo del Tigre, en
el medio oeste, por ferrocarril, y Bouvier, como puerto sobre el río
Paraguay.
Todo esto fue conformando una
pequeña trama de complejidad urbana en ciertos puntos geográficos.
Al amparo de los fortines, durante décadas, fluyó la inmigración y
se extendieron los asentamientos en el territorio.
El Territorio Nacional de Formosa,
cincuenta años después de su creación en 1884, había logrado
convertirse en una nueva comunidad argentina, con sus propias
experiencias y tradiciones, con una escasa presencia del Estado
Nacional, que fue reemplazado por la voluntad y el tesón de sus
pobladores.
En el este, bajo la influencia de
algunos cauces hídricos, crecieron colonias minifundistas, en los
intersticios de los grandes campos ganaderos. La traza del
ferrocarril fundó una docena de poblaciones sobre el tendido de los
rieles.
Por el oeste continuó la
peregrinación que se había iniciado en 1850, antes de la fundación
de la ciudad de Formosa. En los primeros decenios del siglo XX, el
núcleo de la corriente salteño-santiagueña que se desplazara por
las orillas del Bermejo se afianzó, con la impactante presencia del
ferrocarril, en Pozo del Tigre. Aquellos puestos de pastoreo y
pequeñas colonias asentadas en el sur del territorio nacional se
desplazaron bajo la influencia del trasporte ferroviario y el
telégrafo, fortaleciendo los antiguos campamentos de punta riel.
Inmediatamente
después del triunfo electoral de Juan Domingo Perón, el 24 de
febrero de 1946, es nombrado por primera vez un vecino como
gobernador del Territorio Nacional de Formosa, don Rolando de
Hertelendy. Este hecho, sumado a la profunda renovación política
que significó la aparición del peronismo y su gigantesca tarea de
integración social, generó en los formoseños un nuevo aliento
hacia el logro de la autonomía federal, de la provincialización. El
nuevo presidente conocía el territorio. En dos oportunidades, en la
década del '20, por cuestiones fronterizas y en los '30, con motivo
del enfrentamiento paraguayo-boliviano, el joven oficial del Ejército
Juan Domingo Perón había recorrido la provincia, había cabalgado a
lo largo del Pilcomayo y sabía, por su larga residencia en la
Patagonia, de las críticas al centralismo de los gobernadores
nombrados en Buenos Aires y los deseos de los pobladores de lograr su
lugar entre el resto de las provincias de la República.
En 1951, el Congreso nacional
declaró a los viejos territorios de La Pampa y el Chaco como nuevas
provincias argentinas. El movimiento por la provincialización de
Formosa adquirió, entonces, nuevos bríos y esperanzas. Dos años
después, en julio de 1953, le tocó a Misiones ser un estado
provincial y en ese mismo año, en octubre, el presidente Perón
visitó oficialmente Formosa. Fue, posiblemente, el primer gran acto
multitudinario realizado en la ciudad capital del territorio. El
presidente, en su discurso, hizo gala de su conocimiento de la región
poniendo de relieve las bellezas de su geografía y las bondades de
sus hombres y mujeres.
En enero de 1955, viajó a la
ciudad de Formosa el Subsecretario de Asuntos Políticos del
Ministerio del Interior, el Teniente Coronel Martín Carlos Martínez,
formoseño de nacimiento, y se reúne con el Gobernador del
territorio y con distintas organizaciones representativas de la
ciudadanía e informa sobre la decisión del gobierno nacional de
Provincializar todos los territorios existentes.
Al mes siguiente, el 19 febrero de
1955, en el Cine Italia de la ciudad de Formosa se llevó a cabo una
gran Asamblea Popular, de donde surgió una Comisión
Pro-Provincialización, cuyo presidente fue el docente formoseño don
Vicente Arcadio Salemi, quien se desempeñaba como concejal de la
ciudad de Formosa. La Comisión Pro Provincialización recibió en
marzo de 1955 una noticia que conmovió a los formoseños. Don Ramón
Mariño y el Dr. Antenor Polo, que representaban a la comisión en la
Capital Federal, informaron que la Presidencia de la República había
concedido una audiencia con el presidente, General Juan Domingo
Perón. La misma estaba citada para el 5 de abril, un mes después.
En Formosa la perspectiva de una reunión con Perón generó una
inmediata adhesión.
El viaje era largo y costoso. No
se contaba con apoyo ni financiación oficial y la propuesta movilizó
la solidaridad ciudadana. Un grupo salió de Formosa con la ayuda de
los formoseños comprometidos con la provincialización. Otro grupo
partió desde Resistencia, estos sí con apoyo del primer gobernador
del Chaco, y primer gobernador obrero en la historia argentina, don
Felipe Gallardo. A los viajeros se sumaron, en Buenos Aires, los
residentes formoseños y a las ocho y veinte de la mañana la
delegación se reunió con Perón. Quien llevaba la voz cantante era
el presidente de la Comisión, el maestro Vicente Arcadio Salemi y
expresó el deseo profundo de la comunidad que representaba en
adquirir el rango de provincia y asumir la autonomía federal que la
constitución reconoce a las provincias.
La recepción de Perón fue cálida
y solidaria. Vale la pena recordar sus palabras de entonces:
“Yo he
vivido muchos años en los territorios, de manera que conozco también
mucho los problemas y el sentir de esa gente. Por otra parte nuestra
doctrina asegura por todos los medios y de todas las maneras que los
gobiernos sean Gobiernos del Pueblo”.
“Que
expresen realmente su condición popular, haciendo únicamente lo que
el pueblo quiere. Por esa razón, siendo los nuestros gobiernos
populares, queremos que los gobiernos de los Territorios también
estén en manos de sus habitantes, y por eso hemos propugnado por
todos los medios la provincialización de los Territorios”.
“Nadie
va a trabajar mejor para la patria chica que el que en ella vive”.
Esto último era, para los
formoseños, la razón profunda de su anhelo.
En mayo de 1955, el Poder
Ejecutivo Nacional elevó al Congreso el Proyecto de Ley de
Provincialización de varios territorios, entre ellos el de Formosa.
En las sesiones del 1° y 2 de julio fue tratada por el Senado, quien
aprueba la provincialización de Formosa.
El día 15 de junio de 1955 -un
día antes del criminal bombardeo de la Plaza de Mayo por parte de la
aviación de la Marina de Guerra, con su resultado de más de 300
muertos y casi un millar de heridos- el Senado aprobó, por ley N°
14.408, la provincialización. El 28 de junio el Poder Ejecutivo
Nacional promulgó la ley y convirtió al viejo Territorio Nacional
en la Provincia de Formosa.
La ley fue recibida por los
formoseños con enorme júbilo. De inmediato se cambió la formación
del gabinete, incorporando a los formoseños a la gestión, mientras
comenzaron los preparativos para el llamado a una Convención
Constituyente.
A los pocos meses, los sectores
del privilegio oligárquico y el interés imperialista, que ya había
bombardeado al propio pueblo en el mes de junio, descargaron su furor
sobre el gobierno popular y derrocaron al general Juan Domingo Perón.
Formosa se había convertido en provincia, pero sobre el conjunto del
país había desaparecido la libertad y la democracia. Ya no era solo
la nueva provincia que no podía elegir sus gobernantes, sino que
todos los gobiernos provinciales habían sido usurpados por
interventores militares.
Poco pudo aprovechar Formosa su
transformación en provincia. La
provincia durante el período de la proscripción peronista
(1955-1973) no pudo sino seguir el derrotero político del país.
Interventores federales, gobernadores elegidos con la proscripción
del partido mayoritario, un gobernador electo impedido de asumir y
nuevamente interventores federales. En esos 18 años de inestabilidad
política, de grandes conflictos gremiales y de un declarado
enfrentamiento entre los gobiernos militares y el conjunto de la
población, Formosa fue creciendo lentamente. Su rango provincial
permitió la aparición de nuevos y jóvenes dirigentes políticos,
pese a las limitaciones democráticas que caracterizaron la época.
Muy
pocos hitos vinculados al desarrollo y al progreso de la provincia
pueden determinarse en esos años. La economía algodonera continuó
siendo la principal actividad formoseña, con las consecuencias que
el monocultivo genera. Alguna obra pública, como la pavimentación
de la ruta 11 entre Formosa y Clorinda significó la vinculación por
automóvil a las provincia mesopotámicas. Fue en aquellos años, la
década del sesenta, cuando el río Pilcomayo, la frontera natural
con el Paraguay, comenzó su proceso de colmatación
(acumulación de sedimentos), también conocido como atarquinamiento.
El Pilcomayo es el único cauce fluvial del mundo que ha sufrido una
suerte de extinción a causa de este fenómeno. El río, hasta ese
momento navegable, comenzó a perder su cauce y con ello se inició
un proceso de modificación en la irrigación natural de la región.
Las elecciones
de 1973
En
1973, con la vuelta al régimen constitucional fue elegida la fórmula
del Partido Justicialista de Antenor Gauna-Ausberto Ortiz.
Contrariamente a lo ocurrido en el país, en Formosa no pudo
organizarse el FREJULI, la alianza del PJ con otros partidos menores
como el MID, un sector de la Democracia Cristiana, el Partido
Conservador Popular y otros. El PJ y el MID, que tenía un importante
electorado en la provincia, fueron separados y hubo que ir a un
ballotaje. En la segunda vuelta obtuvieron el 70,2% de los votos. El
nuevo gobernador -el primero en ser elegido en plena vigencia de las
garantías democráticas y constitucionales- era un respetado maestro
rural, dirigente gremial y político del Partido Justicialista. La
fórmula era el resultado de una particular conformación del
peronismo formoseño.
Por
el lado del gremialismo, los sindicatos estatales y judiciales tenían
una amplia presencia, a la vez que los núcleos juveniles peronistas
también tenían una importante representación. A ello debe sumarse
la presencia del ULICAF, Unión
de Ligas Campesinas Formoseñas,
una organización de campesinos auspiciada, en aquel entonces, por la
Iglesia Católica, en el marco del “Movimiento Rural Cristiano”.
El obispo Pacífico Scozzina, primer titular del obispado de Formosa,
fue su más importante impulsor.
Al
poco tiempo de asumir, la provincia vivió una serie de tensiones
políticas, originadas básicamente en la política agraria impulsada
por las Ligas Agrarias y fues intervenida por el Poder Ejecutivo
Nacional.
El gobierno de Antenor Gauna
sancionó el decreto n° 408, por el que se disponía la revisión de
todas las adjudicaciones en venta y/o permisos de ocupación a
cualquier título, otorgadas sobre tierras fiscales rurales entre el
28 de junio de 1966 -golpe de estado del general Juan Carlos Onganía-
y el 24 de marzo de 1973. La sanción del decreto había estado
precedida de una serie de ocupaciones de tierras por parte de los
campesinos organizados en el ULICAF, y en los fundamentos del mismo
se mencionaba el “desorden
existente en las entregas de tierras: despojos, litigios, injusticias
y actitudes ilegales” y
el
“alarmante estado socio-económico de aproximadamente cinco mil
familias campesinas abandonadas”
mientras que “paradojalmente,
extensas áreas de tierras permanecen incultas o irracionalmente
explotadas”.
El decreto y la ley lograron bajar las tensiones existentes con la
ULICAF, pero generaron, de inmediato, un conflicto muy serio con la
Sociedad Rural de Formosa. Sus autoridades llegaron a entrevistarse
con el presidente interino Raúl Lastiri, de visita en la provincia,
a quien plantearon su oposición a la política del gobierno
formoseño. Solicitaron, en una declaración que expresa el clima
ideológico de la época, que la política de tierras fuese manejada
“por
técnicos y productores con profundo sentido nacional y popular y no
por quienes embanderándose como tales responden a ideologías
extrañas, ajenas a nuestros sentir de los argentinos”.
A lo largo de esos meses del año 73, la
situación política de la provincia vivió en una permanente crisis.
Por un lado, el tema de las tierras y las propuestas de solución
generaban tensiones con los sectores involucrados, mientras que por
el otro, las diferencias políticas en el seno del propio gobierno
generaron un enfrentamiento entre el Gobernador y el Poder
Legislativo que terminó con la intervención federal de la
provincia. El 17 de noviembre de ese año el Congreso Nacional
sancionó la Ley de Intervención Federal a los tres poderes de la
provincia.
“¡Acá no se rinde nadie, carajo!”
El
5 de octubre de 1975, un grupo perteneciente a la organización
Montoneros intentó tomar el Regimiento de Infantería de Monte 29,
con asiento en la ciudad Capital. Durante el ataque murieron doce
miembros del Ejército, diez de ellos soldados conscriptos, y nueve
miembros del grupo atacante. Posteriormente, y como consecuencia de
la represión y persecución de los atacantes, el Ejército mató a
tres civiles que no estaban vinculados al al hecho. Entre los
conscriptos caídos en el ataque se destacó el soldado Hermindo
Luna, quien se negó a rendirse y fue muerto por el grupo armado. El
hecho ha perdurado en la memoria de los formoseños. La violencia del
intento de copamiento, la represión posterior, la persecución a
distintos sectores políticos y gremiales, sin relación con el
hecho, pero de posiciones políticas radicales, quebró la
tranquilidad provinciana. El conjunto del pueblo formoseño tomó lo
ocurrido como un ataque a la misma provincia, más allá de cualquier
simpatía política. Manuel Rodríguez, veterano militante de las
Ligas Agrarias, recuerda:
“Nos
pegó muy fuerte, muy fuerte. Yo vivo ahí, a una cuadra del
Hospital, yo no entendía como pudo ser. Nos dolió mucho. El 5 de
octubre es un acto al que yo no dejo de ir nunca, es el único acto
al que no falto nunca. No entendíamos cómo pudo pasar. Es algo que
nos pegó, nos impactó,. No entendíamos por qué tantas muertes.
Como nosotros, en nuestro trabajo, andábamos por el interior, los
conscriptos muertos en el ataque eran chicos del interior, que los
conocíamos. Eran todos peronistas”.
El
acto al que se refiere Rodríguez es el del 5 de octubre. Todos los
años, desde 2002, con la ley N° 1395, se conmemora el “Día del
Soldado Formoseño”, con un acto en la plaza de armas del
Regimiento, que es encabezado por el gobernador de la provincia y la
superioridad militar, y la presencia de todos los sectores políticos
y sociales.
“Aquí
en Formosa, los soldados muertos el cinco de octubre son tanto o más
héroes que los de Malvinas. Cuando Gildo sale a decir 'Acá no se
rinde nadie, carajo', repite la famosa frase del soldado Luna, cuando
los montoneros entran y lo liquidan al sargento Saravia, que estaba
intentando mandar un mensaje a la otra fuerza, y sale este soldado
que, en realidad, estaba castigado”.
De
modo que, como consecuencia del desatino criminal de ese intento de
copamiento, los formoseños tuvieron un anticipo de lo que después
del 24 de marzo se desplegó con toda su furia en el resto del país.
La
noche del golpe cívico-militar
El
golpe de Estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976 impuso sobre
Formosa la misma ley del Terror estatal y de retiro por parte del
Estado que se aplicó al conjunto del país. En octubre del año
anterior, la provincia fue sacudida por un hecho cuya conmoción
perdura hasta nuestros días.
Después
de un breve interinato del coronel Reinaldo Alturria, fue nombrado
“gobernador” el general Juan Carlos Colombo. Simultáneamente con
el golpe, el Regimiento se convirtió en un Centro Clandestino de
Detención, por donde pasaron cientos de ciudadanos formoseños,
muchos de los cuales fueron asesinados o desparecidos. Los militares
persiguieron con especial saña a los militantes y dirigentes de las
Ligas Agrarias y organizaciones campesinas en general. Mientras
retrocedía la producción algodonera, como resultado de la apertura
de las importaciones, el sistema financiero público y privado
entregaba créditos blandos a los productores que fueron a parar a la
compra de vehículos y maquinarias inútiles por la caída de la
actividad. Comenzó entonces un lento pero
permanente éxodo de pobladores rurales a la ciudad de Formosa, que
creció ostensiblemente, y que servía de estación intermedia rumbo
a las grandes ciudades más al sur, Rosario y, finalmente, Buenos
Aires.
Pero
no solo la política y la economía preocupaban a los formoseños. La
geografía comenzó entonces una lenta transformación que
determinaría un cambio en el comportamiento del río Paraguay. En
1979 se produjo una creciente con un máximo de 8,32 metros en la
zona del puerto con la consecuencia de importantes pérdidas
económicas y miles de evacuados. Ese año marcó el inició de una
período signado por la amenaza de la inundación. En 1982, 18.000
formoseños debieron ser evacuados de sus hogares, cuando la
creciente batió un nuevo récord: 8,68 metros.
Para entonces, la dictadura cívico militar
había comenzado su retirada. El gobernador militar fue reemplazado
por un hombre de militancia en el Movimiento de Integración y
Desarrollo (MID), el escribano Rodolfo Rhiner. Ante la proximidad del
proceso electoral y con la idea de su participación en el mismo,
Rhiner dejó lugar a Ezio José Massa, un empresario que fue el
último gobernador bajo el régimen militar de facto.
El
retorno del régimen constitucional volvió a llenar de esperanza el
corazón de los formoseños quienes, a casi treinta años de su
provincialización aún no habían logrado el pleno ejercicio de sus
derechos y la puesta en marcha de sus capacidades.
La
democracia sin escuelas ni hospitales
En 1983 se inicia en el país un período que,
con altibajos, aún continúa. Ha sido el ciclo democrático más
extenso que ha conocido el país desde la vigencia, en 1912, de la
Ley Saenz Peña que dio inicio a la paulatina incorporación de las
grandes masas a la vida política. En 1916 el voto secreto, universal
y obligatorio para los varones dio el triunfo a don Hipólito
Yrigoyen. El 30 de septiembre de 1930, catorce años después, un
golpe militar lo derrocaba y se iniciaban dieciséis años de
proscripción, primero, y fraude, después. Recién en febrero de
1946 el pueblo argentino podría votar en libertad y con garantías.
Tan solo nueve años después, otro golpe cívico-militar derrocó al
presidente Perón y dio inició a un largo período de dieciocho
años, caracterizados por la alternancia de golpes militares y
gobiernos civiles producto de la proscripción del peronismo.
La recuperación de la soberanía política del
pueblo argentino y la plena vigencia de la Constitución Nacional en
1973 duró menos de tres años.
Los comicios de noviembre de 1983 inauguraron
un período de vigencia del Estado de Derecho, de las garantías
constitucionales y de elecciones democráticas y libres, que al año
2021 lleva treinta y ocho años.
Para Formosa significó también la anhelada y
tantas veces postergada institucionali-zación provincial y la
participación plena de los formoseños en la administración de su
provincia. Fue un camino lento y lleno de dificultades que la
voluntad, la tenacidad y la fuerza de trabajo del pueblo de la
provincia pudo ir sorteando con dignidad e hidalguía.
Las
urnas de ese año dieron el triunfo a la fórmula justicialista de
Floro Bogado y Lisbel Andrés Rivira. Pero
en el país había triunfado la fórmula de signo opuesto, la de la
Unión Cívica Radical, con Raúl Alfonsín como presidente.
Entre
los años 1983 y 1989, la provincia dependía de modo casi exclusivo
de la coparticipación federal, la que permitía cubrir los salarios
de los empleados públicos, policía y docentes y la pequeña parte
restante se dirigía a la obra pública, es decir, vivienda, rutas y
muy poco más. Mientras tanto, la falta de perspectivas económicas
agudizaba la emigración de los habitantes del interior que comenzó
a despoblar los pueblos y parajes rurales. Obviamente, esto significó
el crecimiento desordenado y tumultuoso de la ciudad capital que,
sumaba a su histórico déficit de infraestructura, empeorado por las
periódicas inundaciones, los asentamientos, la falta de agua
corriente, electricidad y servicios de desagües.
Así
como en el orden nacional aumentó la deuda externa hasta alcanzar
los 70.000 millones de dólares, las provincias -y Formosa no fue,
entonces, ninguna excepción- se endeudaron y vegetaban en una
economía de sobrevivencia.
En
1991 fueron reelectos como gobernador y vice de la provincia Vicente
Joga y Gildo Insfrán. La
vigencia del sistema democrático no modificó en mucho la situación
estructural de la provincia de Formosa. Continuó su aislamiento del
resto del país, que se negaba a considerarla un miembro más del
federalismo argentino. El monocultivo del algodón en retirada, una
producción ganadera con bajos precios y baja calidad, una actividad
forestal meramente extractiva, con miserables regalías petroleras y
una línea ferroviaria agonizante, una estructura caminera sin
inversiones y una permanente crisis energética fueron los rasgos
centrales de Formosa entre los años 1983 y 1995. Los
pueblos del interior vivían al final del siglo pasado una situación
aún peor que en la ciudad capital. Incomunicados entre sí, carentes
de escuelas y centros de salud, sus habitantes no tenían acceso a
las mínimas condiciones de bienestar: teléfono, transporte,
educación, salud y trabajo. Para
el país pampeano, centrado en Buenos Aires, la
provincia era virtualmente inexistente.
Formosa no contaba aún con un proyecto, con
una propuesta que pusiera de pie a sus hombres y mujeres y les
permitiera el despliegue de sus poderosas energías, de su voluntad
de trabajo, de su tesón y fortaleza. 1994 sería el año clave para
su futuro.
Las elecciones de 1995 llevaron a
la gobernación al doctor Gildo Insfrán, un veterinario nacido en la
localidad de Laguna Blanca, a unos 180 kilómetros de la ciudad
capital y a Floro Bogado -quien había sido el primer gobernador con
el retorno de la democracia en 1983- como vice.
El gobierno nacional, ejercido por
Carlos Menem, había dado un giro abiertamente liberal a su política
y las privatizaciones de las grandes empresas públicas habían
quitado al Estado las herramientas necesarias para una necesaria
política de desarrollo nacional. Era la época en que el ministro de
Economía, Domingo Cavallo, rigoreaba a los gobernadores provinciales
con políticas de ajuste, de despido de empleados públicos, de
achicamiento asfixiante del presupuesto nacional y un manejo
discrecional de los aportes federales. Era necesario convocar al
espíritu pionero y tenaz de los formoseños para poner a la
provincia de pie e impulsar con los escasos recursos fiscales
provinciales una transformación profunda de Formosa. La política
lanzada desde Buenos Aires por el gobierno de Menem y su ministro
Cavallo era la de que cada provincia se arreglase como pudiese.
Con una ignorancia culpable,
injustificada en funcionarios de ese nivel, el ministro de Economía
se desentendía de los pedidos y propuestas del gobierno provincial.
A las permanentes solicitudes de pavimentación de la ruta 8, que
atraviesa longitudinalmente la provincia, y que entonces era un
tortuoso camino de tierra imposible de transitar en épocas de
lluvia, Cavallo respondía con un criterio de un economicismo casi
criminal: “no se justifica una inversión de semejante magnitud
cuando no existe ninguna actividad económica que la haga necesaria”.
El brutal liberalismo del ministro ignoraba culpablemente que,
justamente, la pavimentación de esa ruta y la posibilidad de acceso
a los mercados del resto del país, haría posible la actividad
económica de la región, que el aislamiento de la provincia era una
de las causas de su atraso productivo y económico y no a la inversa.
El
gobernador Gildo Insfrán conocía profundamente la provincia y sus
históricos reclamos. Conocía las necesidades de los hombres y
mujeres del campo formoseño y estaba imbuido de un profundo
convencimiento intelectual peronista. Convocó a sus coprovincianos y
les propuso volver a los tiempos fundacionales y a los de la lucha
por la provincialización. Los invitó a retomar el espíritu de los
vencedores de escollos y dificultades que habían construido la
provincia.
El
PAIIPA, la respuesta a los pequeños productores agrarios
Carlos Menem había sido
ratificado en su cargo y el país se deslizaba en la pendiente del
uno a uno. En ese momento, en el año 1996, Formosa lanzó el PAIPPA,
Programa de Acción Integral para el Pequeño Productor Agropecuario.
Se trataba de un programa de
asistencia para agricultores minifundistas, todos ellos, en ese
momento, por debajo de la línea de pobreza. La propiedad de la
tierra en la que habían estado trabajando desde siempre fue la
primera de las condiciones que se necesitó asegurar. El PAIPPA es un
programa de producción para autoconsumo, primero, y con
posibilidades de mercado, más adelante, planificado para
agricultores minifundistas. La primera etapa abarcó a unas 8.000
familias, con asistencia crediticia, técnica, cobertura alimentaria,
de salud y vivienda en la chacra.
Con el PAIPPA, los pequeños
productores agrarios de la provincia y la provincia toda vivieron una
verdadera revolución social. El programa debía superar la
tradicional estructura de la dádiva estatal para reemplazarla por
verdaderas estrategias de promoción y crecimiento rural, que
permitiese pasar de una economía de mera subsistencia del campesino
a una economía de explotación rentable. Se propusieron, entonces,
diversas metas:
La generación de formas
asociativas destinadas, primeramente a la incorporación de tierras
para la explotación agropecuaria.
El crecimiento de la producción.
La transformación del campesino
de arrendatario a propietario de su tierra.
La explotación sustentable de la
tierra, con la utilización de los avances científicos y
tecnológicos que preserven el medio ambiente.
El mejoramiento sustancial de las
condiciones de vida y seguridad social del sector de pequeños
productores y sus familias.
El uso individual y cooperativo
de la maquinaria agrícola.
Y, como síntesis de todo ello,
el trazado de un nivel de vida por debajo del cual no se encuentre
ninguna familia campesina.
Dardo
Williams Caraballo nos dio su testimonio: El
'paiipero' es el minifundista que tiene 6 ó 7 hectáreas, que hacía
algodón, que hacía banana. El PAIIPA contuvo el éxodo rural a la
gran ciudad y evitó que tengamos grandes cordones de pobreza en la
periferia. En la primera etapa del PAIIPA se les hizo una casa en el
lugar a los pequeños productores, que es en gran medida la linea que
llevaban las Ligas Agrarias en los años '60”.
La
docente y pedagoga Ana María del Riccio también participó en la
experiencia del PAIIPA desde un principio y cuenta: “Yo
integre los equipos, operativos, ya siendo Subsecretaria de
Educación, en mi última época. Salía acompañando a los grupos
operativos que hicieron los relevamientos de las tierras y acompañaba
a entregar las cajas de complementos nutricional y hacer los
relevamientos de las familias paiiperas que eran 6138. Era un
relevamiento social y educativo y salíamos en equipos, hacíamos las
recorridas en equipos. Nosotros hacíamos todas las actividades, no
estábamos dividido por funciones, éramos un equipo político
militante, que salía con un cronograma y cada equipo tenía que
realizar todas las funciones”.
“Culturalmente,
para mí, el PAIPPA fue 'la macro visión cultural' de la gran causa
de Formosa. El PAIPPA significó darle visibilidad a esa ruralidad
olvidada, postergada, a cientos y miles de familias, generaciones de
jóvenes, mujeres y familias que fueron desconocidos. Pero no
solamente materialmente, no de lo tangible, sino de lo intangible, de
lo simbólico, del mensaje, de respetar la voz, la presencia”.
Históricamente,
para la visión liberal, puramente economicista, teñida de
ignorancia y desprecio, el campesino, el pequeño productor
agropecuario había sido considerado como inviable. Desde esta
perspectiva, su producción, su actividad productiva, que era su
forma de vida y la base de su cultura, era considerada
insignificante, no rentable e incapaz de una acumulación que
permitiera su ampliación. Durante años, el campesinado formoseño y
el tipo de explotación agraria que desarrollaba fueron considerados
como irracionales, como casos sociales que solo ameritaban un socorro
estatal en las situaciones de mayor urgencia. La perspectiva desde el
Estado era que la aparición de alguna empresa, en general de otra
provincia, se hiciera cargo de su actividad, le comprara el pequeño
lote de tierra y convirtiera al campesino en peón de una unidad
económica mayor. Desde el Estado se fomentaba este tipo de empresas
con créditos y facilidades financieras e impositivas,
considerándolos grandes o medianos productores agropecuarios. Pero
el campesino no se considera a sí mismo como un empresario. El campo
no es solo lo que con su trabajo le proporciona su alimento, sino que
el campo es su lugar en el mundo, donde vive, donde cría a sus
hijos, donde desarrolla sus capacidades humanas, materiales y
espirituales, donde alimenta y construye su propia cultura. Para el
alma campesina, la actividad económica, con todo lo importante que
es y con todo el tiempo que le ocupa, sólo es una parte de su
existencia, de una existencia que tiene su experiencia vital en el
medio rural.
El
Programa apuntaba, además, a detener la permanente migración de los
hijos de los campesinos hacia la ciudad capital y hacia otras
capitales del país. Carentes de una perspectiva de futuro, con
algunas escuelas primarias en los pueblos más numerosos, sin escuela
secundaria y, obviamente, sin alternativas educativas terciarias, los
hijos de esos pequeños productores emigraban vaciando al campo de
sus sectores más jóvenes, dejando, en muchos casos, a sus pequeños
hijos en manos de sus abuelos, hasta que la ubicación en los centros
urbanos les permitieran unirse a los padres emigrados.
Con
el PAIPPA por primera vez, esos miles de campesinos que, en cierto
modo, habían sido transparentes para las gestiones anteriores y,
sobre todo, para los planificadores estatales, tuvieron entidad y
consistencia. A partir de su implementación comenzó una vigorosa
transformación de la vida campesina, lo que implicó un acelerado
proceso de integración y acercamiento entre los productores,
rompiendo el aislamiento y el individualismo que, hasta entonces,
caracterizaba su actividad.
Uno de los resultados más
innovadores de la implementación del PAIPPA, además de los aspectos
sociales que llevó adelante, fue el de la eliminación del
monocultivo formoseño. Como ya hemos visto, el algodón constituía
su principal producción, pero a la vez significaba una economía
agraria sin diversificación, una explotación predadora de los
suelos y una total dependencia del mercado de dicho producto,
expuesto permanentemente a los vaivenes de las políticas que se
tomaban muy lejos de Laguna Blanca o del Riacho. Las políticas de
defensa de la producción nacional, de la industria textil y de la
indumentaria, favorecían con el precio del algodón a los
productores. Las políticas liberales, de apertura de las
importaciones, de cierre de las industrias nacionales, determinaba
inmediatamente la caída de los precios y el empobrecimiento del
campesino que quedaba sumido en una economía de subsistencia, fuera
del mercado.
Pero
esto fue solo el comienzo. Bajo un gobierno nacional que llevaba
adelante una política liquidadora, de importación indiscriminada,
de privatización del capital argentino acumulado durante décadas en
las grandes empresas públicas, en Formosa se comenzaba a gestar un
proyecto diferente para el cual todavía no había llegado la
plenitud de su hora, el Proyecto Formoseño.
Los
pueblos originarios, la tierra y la cultura
En
la actualidad, la provincia de Formosa tiene
595.280
habitantes.
Unos 40.000 de ese total está formado por ciudadanos pertenecientes
a pueblos originarios, es decir el 7,5 % de la población total.
Según
el último censo (2010), el departamento de mayor presencia aborigen
es el de Ramón Lista, situado en el extremo noroeste de la
provincia. Con una población de 13.754
habitantes, el 64,9 de ellos son originarios.
Le
sigue el departamento Matacos, ubicado al sur de Ramón Lista, en el
extremo occidental de la provincia. Con una población
total de 14.375
habitantes, casi la mitad (49,5 %) pertenecen a pueblos originarios.
El
departamento
Bermejo, pegado a estos últimos hacia el este tiene una población
de 14.046
habitantes de los cuales el 38,6 % son indígenas.
Y
luego el departamento Patiño, más al este, con una población
de 68.581
habitantes
tiene una población originaria del 18,8 %.
Esta
población originaria está, casi en su totalidad, distribuida en 192
comunidades indígenas. De esas comunidades, 116 pertenecen a la
etnia wichí,
50 a la etnia qom
(toba) y 126 a la etnia pilagá.
La población wichi está concentrada en la zona más occidental, en
el límite con la provincia de Salta, los pilagás se ubican en el
centro de la provincia, mientras que la mayoría de las comunidades
qom se ubican en el este provincial.
En 1984 se sancionó la Ley
Integral del Aborígen N° 426. Con esta ley, la Provincia de Formosa
se puso a la cabeza en las políticas de estado respecto a los
pueblos originarios y dio origen a todo un sistema legislativo,
institucional y de representación política basado en la ampliación
de derechos de esas minorías.
Fue
a partir de la sanción de esta ley que Formosa creo el Instituto de
Comunidades Aborígenes (ICA), el reconocimiento de la personería
jurídica a las comunidades indígenas, la entrega de propiedad
comunitaria de las tierras y, por último, la educación
intercultural bilingüe .
A
partir de la sanción de la Ley Integral del Aborigen, en 1985, el
gobierno provincial comenzó la transferencia de 300.000 hectáreas
de tierra bajo la forma de propiedad comunitaria, un hecho inédito y
de profunda significación en materia política y jurídica en
la respuesta estatal a la cuestión de los pueblos aborígenes. Por
otra parte, la legislación se anticipó en casi 35 años al mensaje
del Papa Francisco a los pueblo originarios en Puerto Maldonado,
Perú, el 19 de enero de 2018:
“Considero
imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios
institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos
nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones,
derechos y espiritualidad que les son propias”.
Hoy
ya son más de 80 los títulos entregados a las comunidades, que
incluyen a la casi totalidad de 192 las comunidades indígenas
existentes. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que dichas
comunidades se fragmentan en nuevos grupos comunitarios que, a su
vez, reclaman nuevos títulos, tanto dentro de la antigua propiedad
comunitaria como en nuevas tierras, lo que obliga a un permanente
trabajo de regularización de títulos y tierras.
Es
interesante destacar que el 99,5 % de los títulos fueron adjudicados
en su carácter de propiedad comunitaria, mientras que sólo un 0,5 %
prefirió prefirió titularizar su tierra individualmente, aún
cuando mantienen todas las garantías que otorga la Ley 426 a la
propiedad indígena.
El
siguiente es un cuadro que expresa de qué manera las tres etnias
afincadas en la provincia se beneficiaron con la entrega de tierras
provinciales.
Por
otra parte, la Ley creó el Instituto de Comunidades Aborígenes
(ICA), como un organismo descentralizado del Poder Ejecutivo
provincial, dependiente funcionalmente del Ministerio de la Comunidad
y con la responsabilidad específica de aplicar la política indígena
del Estado Provincial.
El
reconocimiento de las lenguas aborígenes y la educación pública
La
Ley Integral del Aborigen fue la primera manifestación de una
política de estado que, partiendo del reconocimiento de la realidad
multicultural y plural del pueblo formoseño, incorporó a esas
minorías a los beneficios del estado provincial y de los derechos y
garantías que establece la Constitución Nacional. Pero no será
sino a partir de la reforma de la Constitución Provincial de 1991 y,
posteriormente la reforma de 2003
conforme a lo sostenido en sus artículos 92 y 93, que esta política
se extendió hacia el área educativa, cultural e, inclusive, de
salud.
Allí
se sostiene:
“Artículo
92.- LA PROVINCIA DE FORMOSA reconoce su realidad cultural conformada
por vertientes nativas y diversas corrientes inmigratorias. Las
variadas costumbres, lenguas, artes, tradiciones, folcklore y demás
manifestaciones culturales que coexisten, merecen el respeto y el
apoyo del Estado y de la sociedad en general. Esta pluralidad
cultural marca la identidad del pueblo formoseño.
La educación
bregará por afianzar:
Dicha identidad
cultural.
La conciencia de
pertenencia a Formosa en un marco nacional, latinoamericano y
universal.
El compromiso
para el desarrollo integral de la cultura”.
Y el artículo
siguiente establece:
“Artículo
93.- El Estado Provincial tiene la obligación según corresponda, de
determinar, conducir, ejecutar, supervisar, concertar y apoyar la
educación del pueblo en todas sus formas, contenidos y
manifestaciones. A tal efecto, las leyes que se dicten y las
políticas educativas que se fijen deberán contemplar:
(…)
Que la educación
impartida por el Estado en las comunidades aborígenes se realicen en
forma bilingüe e intercultural”.
La Ley 426 establecía ya una serie de artículos que pusieron en
marcha una verdadera renovación en el tratamiento por parte del
estado de sus ciudadanos aborígenes.
“El
Instituto, el Ministerio de Educación y el Consejo General de
Educación, en coordinación, elaborarán :
a)
Una enseñanza bilingüe (castellano - lenguas aborígenes).
b)
Planes específicos reformulando los contenidos pedagógicos conforme
con la cosmovisión e historia aborigen.
c)
Campañas de alfabetización.
d)
Un plan de aplicación del sistema de auxiliares docentes aborígenes
en un ciclo primario.
e)
Un sistema de becas estímulo para los aborígenes en condiciones de
acceder al ciclo secundario y terciario, siendo Organismo de
aplicación del Instituto.
f)
Los planes necesarios para la formación de docentes aborígenes, los
que remplazarán en los establecimientos especiales a los suplentes,
interinos o ex titulares, debiendo el Ministerio de Educación
organizar un sistema de traslado de los afectados para permitir a los
futuros docentes aborígenes el inmediato ingreso a sus funciones.
g)
Planes de estudios provinciales primarios y secundarios en las
materias que se consideren pertinentes por las áreas específicas
que contemplen temas encaminados a difundir el conocimiento de la
cultura, cosmovisión e historia aborigen en todos los educandos de
la provincia”.
Todas estas
propuestas constituyeron lo que comenzó a denominarse Educación
Intercultural Bilingüe (EIB). Dentro del enorme crecimiento que el
área de la Educación Pública comenzó ha tener en la Provincia de
Formosa a partir de 1995, la EIB tuvo un lugar principal. Sobre la
base de proporcionar a las comunidades originarias el pleno acceso a
la educación básica obligatoria, logró consolidarse una educación
basada en la plena igualdad de oportunidades y tendiente a consolidar
las identidades aborígenes, su cultura y su visión del mundo. Estas
escuelas, diseminadas en todas las áreas con presencia de pueblos
aborígenes, han incorporado la figura del Maestro Especial Modalidad
Aborígen (MEMA), con formación en las áreas de Lengua Materna,
Ciencias Naturales y Ciencias Sociales.
En el año 2013
funcionaban ya en la provincia 447 escuelas bajo el régimen de EIB,
con alrededor de 20.000 alumnos. Estos niños son asistidos por más
de 550 maestros indígenas y un total de 1980 docentes en las
escuelas EIB. Estos números expresan un crecimiento de 361 % de
unidades educativas EIB, con mayor incidencia (426%) en la enseñanza
secundaria e inicial (295%). A esto debe agregarse la creación de
130 unidades educativas para educación de jóvenes y adultos.
A
su vez, la matrícula de alumnos en la EIB se incrementó entre los
años 2005 y 2013 un 47%, pasando de los 13.614 de aquel año a los
19.966 registrados en 2013. Otro aspecto a destacar es el crecimiento
constante de la matrícula femenina en las escuelas secundarias de
EIB. Hoy 1.730 inscriptas en la educación de esa modalidad son
mujeres, lo que constituye casi la mitad del alumnado (46%).
Todo
este notable progreso educativo e inclusivo ha dado, entre otros
resultados exitosos, que la Universidad Nacional de Formosa cuente
con más de ciento veinte estudiantes de distintas comunidades
aborígenes, sin contar los que estudian en centros universitarios
privados de Formosa y en las Universidades del Nordeste, en Chaco, y
Corrientes. Con orgullo afirman que son más de cuarenta los
profesionales provenientes de comunidades aborígenes que han
egresado del nivel superior.
La Identidad
Aborígen y la Salud Pública
El otro aspecto que
el estado formoseño tomó en cuenta para profundizar el proceso de
inclusión de las minorías aborígenes y facilitar su incorporación
a una ciudadanía plena fue el de la Salud Pública.
La Constitución de
la Provincia establece en su artículo 80 que
“El
Estado reconoce a la salud como un proceso de equilibrio
bio-psico-espiritual y social y no solamente la ausencia de afección
o enfermedad; y un derecho humano fundamental, tanto de los
individuos como de la comunidad, contemplando sus diferentes pautas
culturales. Asumirá la estrategia de la atención primaria de la
salud, comprensiva e integral, como núcleo fundamental del sistema
salud, conforme con el espíritu de la justicia social”.
Como se ve, resuena
en el texto el pensamiento y la acción del ministro de Salud de Juan
Domingo Perón, el doctor Ramón Carrillo. Fueron él y sus
discípulos quienes impusieron la idea de la salud como otra cosa
distinta a la falta de enfermedad, concepto que pasó a formar parte
del pensamiento peronista en materia de Salud Pública.
También aquí ha
regido el principio de la interculturidad, y se le ha dado un papel
principal en la atención primaria a las parteras tradicionales de
las distintas comunidades indígenas y los llamados “agentes
sanitarios”.
Las
parteras tradicionales son, como es natural, comadronas conocidas por
la comunidad y en la que sus integrantes depositan una gran
confianza. Su participación en el sistema de salud ha permitido
un mejor y más fácil acercamiento hacia las mujeres embarazadas y
parturientas de los grupos aborígenes, que han sido históricamente
remisas a acercarse al hospital o a los centros de salud. El
conocimiento personal, la pertenencia de estas parteras a la misma
tradición cultural ha logrado romper la barrera que impone la
supuesta “civilización” a aquellos ciudadanos que no forman
parte de sus presupuestos culturales.
¿Qué es el agente sanitario? Se
trata de un funcionario en el área de salud que pertenece a alguna
comunidad indígena. Su función es promover, proteger y recuperar la
salud a través de visitas programadas, tanto en los puestos
sanitarios como en los centros de salud de las comunidades. El agente
sanitario tiene una función de divulgación y educación en diversos
temas vinculados a la salud pública, como la potabilización del
agua y su conservación, la higiene y la desinsectización de la
vivienda y el control y aplicación de vacunas. También está
capacitado para atenciones muy primarias de situaciones de emergencia
como la deshidratación por diarreas, atención de cuadros febriles y
algunas curaciones cutáneas así como el seguimiento de las
indicaciones médicas a los pacientes pertenecientes a algunos de los
grupos aborígenes. Los agentes sanitarios han elaborado además una
cartografía del lugar de trabajo con las necesidades específicas y
mantienen un diálogo permanente con los pobladores así como con los
líderes comunitarios.
Si bien en un inicio todos los
agentes sanitarios eran varones, lentamente han ido incorporándose
mujeres, crecimiento que ha estado facilitado por el acceso de estas
mujeres a la educación formal.
En la actualidad hay 156 agentes
sanitarios, de los cuales 36 son mujeres y es un objetivo permanente
la incorporación de estas mujeres dado que su trabajo es mucho más
efectivo, sobre todo en las otras mujeres y sus niños.
Estas políticas inclusivas y de
integración con los pueblos aborígenes formoseños han sido
ejemplares. Se ha logrado disminuir la mortalidad infantil en las
comunidades aborígenes de un 136 por mil en 1985 a un actual 19 por
mil. Ha logrado erradicarse el sarampión y otras enfermedades
inmunoprevenibles, que, lamentablemente, eran una presencia
permanente en las comunidades. La extensión de la red de agua
potable al oeste, hacia la zona de influencia wichí ha tenido
también un gran impacto en la disminución de una de las principales
causas de mortalidad infantil, las diarreas.
Un
tema que merece mencionarse es la construcción de viviendas que
respetan las pautas culturales de estos pueblos. Estas viviendas
tienen el baño afuera -requisito esencial para su cultura- y poseen
en su interior un fogón, en lugar de la habitual cocina a gas o
querosen. Asimismo se han dispuesto para que la comunidad pueda tener
un área de cultivo de quinta para su propio consumo.
Todas estas políticas
específicas determinadas por la interculturalidad deben sumarse a
todo el complejo del sistema de salud pública formoseño que
oportunamente consideraremos como parte del Proyecto Formoseño.
La cuestión de los pueblos
originarios y su inclusión política y social es un tema complejo
que rebalsa los límites de lo económico y social y se impregna de
difíciles e inasibles contenidos culturales y antropológicos.
La
antropóloga argentina de largo desempeño académico en el Brasil,
Rita Segato, ha escrito:
“Nacionalizar
significó aquí (Argentina)
moldearla
en una especie de 'etnicidad ficticia' férreamente uniformizada. El
sujeto nacional tuvo que moldearse en un perfil neutro, vaciado de
toda particularidad. 'Civilización' fue aquí definida como
'neutralidad étnica', y 'barbarie' como su antagónico otro interior
en constante retirada y pugna por retorno”.
Romper
ese paradigma de más de un siglo es el desafío de cualquier
política de estado que se disponga a incluir a ese otro. Quebrar la
ficción uniforme de esa etnicidad, hacerla concreta y particular
para su reinclusión real en la sociedad debe ser el prisma desde el
cual se analice y juzguen las políticas sobre los pueblos
originarios. Formosa, al incluir a sus distintas etnias aborígenes
en el marco de su Proyecto Formoseño, inició un camino que, lleno
de escollos y dificultades, es novedoso y ejemplar.
Formosa,
la de los techos azules
El
viajero que, en el vuelo de Aerolíneas Argentinas, sobrevuela la
ciudad de Formosa, antes del descenso, se pregunta qué serán esos
techos azules que se destacan sobre el mosaico que forma la ciudad
desde la altura.
Son
algunas de las
1389
escuelas construídas desde el años 2003, cuando Néstor Kirchner,
recién asumido como presidente, le dijo al gobernador Insfrán, en
su visita a Formosa:
-
Gildo, ahora podrás llevar adelante todos tus sueños.
De
ese total de escuelas 15 de ellas fueron inauguradas durante el 2020,
en plena pandemia. Esa gran
infraestructura escolar fue clave en el control del coronavirus,
porque
permitió instalar centros de asistencia a la población.
También
esos techos azules cubren la notable infraestructura hospitalaria y
de atención primaria de la salud construida en todos estos años.
Además del Hospital de Alta Complejidad Presidente Perón de la
ciudad capital, cuyo funcionamiento ha permitido que los pacientes
que hasta hace muy pocos años debían asistirse en el Chaco o
Corrientes, puedan obtener la más alta atención médica en su
propia provincia. Y este hospital no es sino la cúspide de una
pirámide asistencial que implica la creación de Salas y Centros de
atención primaria en cada localidad de la provincia, por pequeña
que sea.
Formosa
es la provincia con menos casos positivos y muertes por coronavirus
del país,
sólo 20 personas fallecieron desde el inicio de la pandemia. Pudo
llevar adelante la más exitosa campaña de prevención al contagio.
Toda
la penosa campaña de la que fuimos testigos el día viernes y sábado
no fue, a nuestro entender, nada más que un ensayo de remoción de
un dirigente político electo con altos porcentajes y un permanente
apoyo por parte de su ciudadanía. La presencia del diputados por la
Mossad, Waldo Wolff y de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich,
más la detención de 40 agitadores sin domicilio en la provincia y
pertenecientes a la banda de provocadores fascistas llamada Jóvenes
Republicanos, ha hecho evidente para quien vea las cosas con mediana
claridad, que todo eso fue una provocación. Por otra parte, debe
quedar en claro que el intento de ocupar la casa de gobierno por
parte de esos grupos no puede responderse más que con el empleo de
la fuerza represiva del Estado. No hubo ni descontrol ni exceso
represivo en Formosa. Hubo legítima defensa frentre a un intento de
violencia destituyente por parte de un grupo muy minoritario que
responde a una fracción política desacreditada y minoritaria en la
provincia.
Gildo
Insfrán ha gobernado ejemplarmente durante estos veintiseis años. Y
es por ello que sus coprovincianos lo han vuelto a reelegir. Y la
provincia de Formosa ha sido, durante cada uno de esos veintiseis
años, un poco mejor que el año anterior, incluso con gobiernos
nacionales hostiles, como lo fue el de Mauricio Macri.
Los
peronistas tenemos la responsabilidad de defender a Formosa, a su
gente y a su gobernador, de las intrigas con que una oposición sin
votos intenta destituirlo, entre otras cosas porque eso mismo van a
intentar hacer a nivel nacional y contra el presidente de la
República.
Buenos
Aires, 7 de marzo de 2021