13 de enero de 2006

Rodolfo Galimberti

Por Julio Fernández Baraibar
13 de Febrero de 2002

"Un bel morire tutta una vita onora" dice un viejo refrán italiano. Esto quiere decir que un morir heroico, en paz, amado por los suyos, rodeado del afecto de amigos, discípulos, hijos o compañeros honra toda la vida de quien, para usar palabras de Getulio Vargas, “sale de la vida para entrar en la historia”.

Ahora bien, la muerte por sí misma no convierte en héroe a ningún hijo de puta.
Y el miserable aventurero Rodolfo Galimberti que acaba de morir fue toda su vida eso, un despreciable hijo de puta.

Nunca fue un joven soñador, como con benevolencia lo han querido pintar.

Fue, desde que apareció en la vida pública, gracias a un reportaje de tapa en la revista Panorama realizado por el también aventurero y renegado Jorge Raventos, un cínico trepador, un matasiete con pinta de cajetilla, un pequeño burgués de extramuros que, con una 45 en la pretina, quiere llegar a las luces del centro.
Toda su concepción política se basó en esporádicas lecturas juveniles de Primo de Rivera -otro cajetilla, aunque más heroico- y en un culto al héroe individual y a la metralleta. Los años posteriores a su salida de la Argentina no fueron sino la consecuencia necesaria y obvia de sus antecedentes. Rastacuero miserable, cuando se le acabó el yeite de la revolución, se convirtió en delincuente común, se alzó con un pedazo del botín y se dedicó a la gran vida. Terminar como guardaespaldas de su secuestrado no confirma otra cosa que la raíz neurótica del secuestro: la admiración del joven suburbano de bolsillos raídos por la riqueza lejana, ajena y envidiable de la oligarquía.

Que su retórica de matón y su aventurerismo criminal haya llevado a la muerte -heroica, al menos- a jóvenes compatriotas lo ponen a este muerto inglorioso en un innombrado panteón que compartirá, entre otros, con Rojas, Videla, Massera, Martínez de Hoz, Firmenich y Menem.

La tierra, este valle de lágrimas, es hoy más liviana.

Tiene un hijo de puta menos.

Este artículo motivó una respuesta en la lista de discusión Reconquista Popular, que a su vez dio lugar a lo siguiente:

A raíz de lo anterior ha escrito el compañero L.:

“Me parece que sería prudente no usar tantos adjetivos y hablar mas de política. ¿No le parece compañero?”

No, la verdad que no me parece prudente usar menos adjetivos. Son útiles, esclarecedores y elegantes. Y efectivamente es de política y no de melancólicos recuerdos acerca de qué buenos éramos cuando teníamos veinte años que he hablado en mi oración fúnebre al miserable muerto.

Y agrega el compañero L.:

“Porque decir que Galimberti siempre fue un hijo de puta no dice nada”.
“Galimberti es un símbolo trágico y payasesco en todo caso de la tragedia, desencuentros y equívocos de los setenta”.


Sí, dice exactamente eso, que fue un hijo de puta política y personalmente. O si el compañero prefiere, un canalla.

Galimberti no era ningún símbolo, pese a que la prensa comercial ha pretendido elevarlo a esa categoría. Galimberti era un tipo de carne y hueso, con una concepción reaccionaria y elitista de la política, que llevó a una muerte trágica -en el sentido griego del término, por lo que tenía de inevitable, dadas las circunstancias- a miles de jóvenes llenos de amor por la Patria y sus compatriotas.

Una concepción reaccionaria digo, porque la idea de reemplazar la acción de masas por el atentado individual y la violencia colectiva por la pistola en la nuca ha sido y es propia de la reacción de derecha. Y elitista digo, porque siempre desconfió de la capacidad de las masas -ese monstruo de miles de cabezas- para cambiar la historia y pretendió reemplazarlas por el grupo iluminado y audaz que con una metralleta y un abrigo de cuero negro acortara el largo y duro camino de la experiencia colectiva.

Todas las fanfarronerías que de él se recuerdan apelan permanentemente no a la violencia y a la justicia impuesta por los explotados en un momento de alza revolucionaria, sino al fetichismo del revólver, de la testosterona y la virilidad. Galimberti jamás fue un líder de masas. Jamás expresó a los explotados argentinos. Y los explotados argentinos jamás lo consideraron una expresión de sus intereses. Nunca. De modo tal que ningún símbolo, con este tipo.

Ni trágico, su muerte en un quirófano impide cualquier retórica épica, ni mucho menos payasesco, lo que significaría elevarlo a una especie de Olmedo de la década del 70. Fue lo que fue: un despreciable hijo de puta, como creo ya haber dicho.

Continúa el compañero L.:

“Lo mas repudiable de el me parece es su traición posterior y su pasaje a la CIA. Eso lo convierte en un traidor sin retorno, ya que su origen fascista era muy común a la juventud revolucionaria de los setenta y muchos jóvenes que se originaron en las organizaciones nacionalistas de derecha pasaron luego de las revoluciones argelina, cubana, china y vietnamita a las posiciones del socialismo y el antimperialismo militante y ofrendaron sus vidas por ello”.

Este es el error. Galimberti, en su tortuosa cabeza, nunca traicionó a nadie. Todo lo que él quería era salir de ese horrible anonimato de San Antonio de Padua. Cuando el camino era la revolución, se anotó en ella. Cuando dejó de serlo, se anotó en la CIA. Y si en lugar de haber caído el muro de Berlín hacia el Oeste, hubiera caído hacia el Este, Galimberti hubiera hablado ruso y, seguramente, hubiera muerto como presidente de una empresa exportadora al Comecon.

Estoy harto de la teoría del traidor. ¿Qué le pasó? ¿Lo torturaron? ¿Le pusieron los testículos en una morsa? Por qué no tratamos de discutir, no sobre bases puramente morales, sino objetivas, de clase, sociales y políticas. Lo que yo estoy diciendo ahora es exactamente lo mismo que decía sobre el personaje y sobre Montoneros en 1973. Ni entonces ni ahora he hablado contra los compañeros y compañeras anónimos y esforzados que creían de buena fe actuar en favor de la revolución y de los explotados argentinos sumándose a las columnas de la JP y Montoneros en las manifestaciones de la época. No. Estoy hablando de sus cuadros dirigentes. De los tipos que, por formación política o capacidad personal, eran quienes bajaban línea, decían lo que estaba bien y lo que estaba mal, escribían en El Descamisado y secuestraban y mataban, entre otros, a Vandor y a Rucci.

Recuerdo un artículo con mi firma, publicado en Izquierda Popular, el órgano del FIP, en el número de la segunda quincena de junio de 1974.

Creo que el mismo ilustra mi punto de vista sobre Montoneros y la JP Regionales y le puede sumar al compañero L. más argumentaciones a las ya enunciadas en mi primera nota.

Allí afirmaba:

“El día 14 de junio (1)
en una declaración pública firmada por Mario Firmenich, los Montoneros intentaron sanamente corregir en parte el tremendo error cometido el 1° de Mayo (2) (...) Algunos párrafos merecen un comentario especial. Como hecho fundamental ninguna de las organizaciones ligadas a Montoneros concurrió a la plaza de Mayo (3). La explicación organizativa y superestructural formulada por Firmenich es absolutamente estéril. La clase obrera concurrió en menos de tres horas, sin que ningún canal organizativo asegurase su presencia.
Concurrió porque el llamado de Perón estaba dentro de la lógica interna del movimiento de masas. Concurrió porque la clase obrera estaba esperando la convocatoria presidencial. Montoneros y JP no concurrieron porque su dirección ha infundido en sus bases un profundo antiperonismo.
¿Cómo iban a movilizarse espontáneamente a Plaza de Mayo ante una convocatoria de Perón si a este mismo Perón habían provocado y abandonado el 1° en la misma Plaza? En tres oportunidades, por lo menos, Izquierda Popular explicó largamente los errores tácticos y estratégicos cometidos por quienes aparecen como la dirección visible de las Regionales. En esas notas y en el apoyo popular logrado el 12 de junio, más que en ninguna otra parte, encontrarán las verdaderas razones de su dramática ausencia”.


Era la suma de una táctica elitista y un antiperonismo pequeño burgués la mezcla que llevó a Montoneros al enfrentamiento con Perón, primero, y con Isabel, después.
Que jóvenes católicos, con cierta formación fascistoide, nos hayamos convertido, en esos años maravillosos, en revolucionarios es algo que el compañero L. no me puede explicar. Estudié toda la escuela primaria y secundaria en un colegio de curas, el Colegio San José de Tandil. Me consideré a los 16 años integrante de Tacuara en su versión más clerical y mariana. Estudié abogacía en la Universidad Católica Argentina, la misma del comandante Perdía, Rodolfo Barra y el juez Salvi. Estuve a un tris de integrar una de las formaciones iniciales de Montoneros. Quiero decir, fui meloneado para ello cuando tenía 20 años. Una incipiente formación marxista y una desconfianza al martirio, cuyo origen aún no puedo precisar, pero que atribuyo a un maravilloso amor por la vida, me evitaron el patético destino de una muerte inútil. Siempre desconfié de los bonzos. Pertenezco entonces a esa generación de jóvenes de clase media que se nacionalizó al calor de las luchas obreras y populares y en la marea de las revoluciones del mundo semicolonial.
Y como todo proceso revolucionario éste también arrastró en su torbellino a toda clase de elementos: los abnegados y los miserables. El personaje del que hablamos pertenece, como creo haberlo dicho, a esta última clase.

Sigue el mensaje de L.:

“Galimberti era parte de eso, si después siguió un camino que lo llevo a la CIA es lo que en todo caso hay que discutir pero con los insultos no decimos nada. Tal vez haya que reflexionar por qué Perón lo quería tanto y lo uso para neutralizar otros posibles secretarios generales de la rama juvenil como Rearte, y porque soportaba que galimba llegara doce horas mas tarde y se cuadrara militarmente golpeando los tacos al grito de ‘recluta Galimberti reportándose, general’ provocando el afecto del anciano general”.

Perón uso a Montoneros y, por ende a Firmenich y a Galimberti, para asustar a Lanusse y a los militares herederos de la Revolución Libertadora. Que Perón lo quisiera tanto, como afirma L., no me consta. Sé si que después de las provocaciones sobre milicias populares y otras irresponsabilidades, le quitó el título. Con respecto al vodevilesco cuadro que menciona el compañero, supongo que a Perón, como a todo el mundo, algunas payasadas lo divertían, como divertía a Rosas el enano Biguá disfrazado de Obispo.

Y para terminar nos dice el compañero L.:

“O de su extraña desaparición en 1976, unos días después del golpe donde parece quedar claro que fue captado por la marina, pero claro de eso no se habla”.

Compañero L., aquí hablamos de todo. Y llamamos al pan, pan y al vino, vino. Y al miserable, miserable.


Notas:

(1) De 1974. Nota a la presente edición.
(2) Cuando abandonaron la Plaza de Mayo mientras hablaba Perón. Nota a la presente edición.
(3) El día 12 de junio se produce una movilización espontánea de miles de trabajadores, impulsados por sus sindicatos, de apoyo al general, ante la sensación colectiva de que había comenzado una conspiración oligárquica.