9 de diciembre de 2011

La Fantasmagórica Historia Oficial y la señorita Ternavasio

La Fantasmagórica Historia Oficial y la señorita Ternavasio

La señorita Marcela Ternavasio, en su carácter de historiadora diplomada, publica en el Clarín de hoy un nuevo lugar común que deja en negro sobre blanco el carácter adocenadamente liberal del profesor Luis Alberto Romero y sus seguidores. Los lugares comunes del mitrismo y de los exilados porteños en Montevideo son los argumentos que usa para descalificar el gesto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al ceñirse con orgullo la divisa punzó.

La licenciada Araceli Bellota ha expuesto en ese mismo diario las condiciones políticas en que se impuso el uso de la cintilla federal: un estado de guerra civil, una oposición que desde Montevideo pedía la intervención extranjera, que no tardó en llegar con la flota francesa e inglesa.

En esos años, dos literatos de diverso talento llenaban cuartillas vituperando contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Internacionales de la Confederación.

Uno era un cordobés, José Rivera Indarte, creador de la Mazorca como emblema del régimen rosista, que pega el salto hacia el unitarismo al ser denunciado como estafador y falsificador de documentos. Instalado en Montevideo y a pedido del embajador francés, interesado en debilitar al gobierno rosista, Rivera Indarte se da a la tarea de escribir una lista de víctimas de Rosas por la que recibiría un monto determinado por la extensión de la misma. Demás está decir que la lista de Rivera Indarte, a la que se le puso el guignolesco nombre de Tablas de Sangre, fue interminable. Nombres de muertos que gozaban de excelente salud, así como de fallecidos años antes de la época de don Juan Manuel, se sumaban a acusaciones conspicuamente falsas como la responsabilidad por el asesinato de Alejandro Heredia, el caudillo tucumano.

El otro era el porteño José Mármol, quien “huyó” a Río de Janeiro como secretario del ministro plenipotenciario de la Confederación, Tomás Guido. Al parecer, algún comisario precupado por la virtud de su hija, en amores con Mármol, lo había detenido unos días en un calabozo. El viejo secretario de San Martín, Tomás Guido, quien tendría afecto por el mozo, y posiblemente un afecto paterno, lo saca de Buenos Aires. Ciertas infidencias en su cargo a favor del embajador inglés, hace que sea exonerado del cargo. Descubre así su fervor antirrosista y se instala también en Montevideo, donde dará forma al folletín Amalia, empalagosa y falsa visión de la sociedad porteña de entonces, que recién publicará con la caída de Rosas. Obviamente, la obra se convertirá, junto con las Tablas de Sangre, en la fuente mitrista liberal para condenar al rosismo.

Don Juan Manuel tenía la mano pesada, como la tenían sus enemigos que no habían dudado en ordenarle a Lavalle que asesinara a su primo Dorrego, pero advirtiéndole que destruyese la orden. El “violín y violón” no era privativo de los federales. Araoz de Lamadrid bañaba en sangre cada una de las provincias que recorría y cargaba de cadenas a la madre de Facundo Quiroga para enviarla a La Rioja. Los liberales de Montevideo denunciaban la falta de castigo a Camila y al cura Gutiérrez, para después acusar a Rosas de haberlos castigado. Sólo que la historia oficial se ha encargado de contar la versión de los triunfadores de Caseros y así lo siguen haciendo sus epígonos aunque intenten quitarse escandalizados el sayo.

Como se ve la “fantasmagórica” historia oficial que menciona la señorita Ternavasio comparte la afirmación que suele hacerse sobre los fantasmas: no existen, pero que lo hay, los hay.

Buenos Aires, 9 de diciembre de 2011

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