28 de julio de 2009

El tero y el Pino

De los males que sufrimos

Hablan mucho los puebleros,

Pero hacen como los teros
Para esconder sus niditos:

En un lao pegan los gritos

Y en otro tienen los güevos.


Así hace el tero, según Martín Fierro, y así hace el Pino según este artículo aparecido en Venezuela, cuyo título y cuyo copete rezan:

“BASES MILITARES DE EEUU EN COLOMBIA SON UN FOCO BÉLICO EN POTENCIA"
Por Pino Solanas

Pino Solanas consideró que la instalación de esas bases militares forman parte de la "política de la intromisión y presencia norteamericana en suramerica", por lo que afirmó que es absolutamente "repudiable" que puedan realizar operaciones militares estadounidenses desde territorio colombiano.


Como el tero de nuestros campos, antes que llegase la soja, Solanas denuncia bases en Colombia, mientras en la Argentina colabora con las bases extranjeras asentadas por la Sociedad Rural, Clarín, Canal 13 y el sistema mediático para atacar y destituir al gobierno de Cristina Fernández. Con el mismo fervor con que en Argentina atacó la propuesta gubernamental de apropiarse de una parte de la renta extraordinaria sojera, por la vía de las retenciones móviles, contra la oposición de todo el establishment oligárquico e imperialista, Solanas, como el tero, digo una vez más, denuncia el intervencionismo yanqui en Colombia y Honduras. Son esas imposturas las que le permiten presentarse como un furibundo izquierdista mientras en su país se abraza con la misma oligarquía que dice combatir en otras latitudes.

Este Solanas es el mismo cineasta, que se enoja cuando lo llaman cineasta por considerarse a sí mismo un político y estimar que se lo llama así para bajarle el precio, que no va al dialogo con la presidenta porque tiene que dar un conferencia en París como cineasta, donde seguramente se enojará si lo llaman político. En su devoción a la cultura francesa, Solanas se ha convertido en un verdadero Tartufo, que es como llamó Moliere a los hipócritas o impostores.

Y esta transformación creo que es más un producto de su naturaleza pequeño burguesa que de sus arrestos oligárquicos. Un verdadero hijo de la oligarquía, como, por ejemplo, el padre Carlos Mugica, no tiene esas agachadas. Incluso en su omnipotencia redentora, en su entrega a los más humildes había algo de un dejo de señoría, de pertenencia a una clase dominante.

Pero si pensamos en otros, como su tocayo Ezequiel Martínez Estrada, un modesto empleado de correos con pretensiones filosofantes, que abominó del peronismo, de los negros peronistas y del 17 de octubre para deslumbrarse con el castrismo, los guajiros cubanos y el 26 de julio, vamos a percibir mejor el fenómeno.

El pequeño burgués puede, en otro lado, lejos del barrio que lo vio nacer, deslumbrarse con sus héroes literarios -los obreros de Petrogrado, los campesinos de Pinar del Río, los guerreros mau-mau de Kenya- porque no ve en ellos el posible escalón inferior en su rodada cuesta abajo en la escala social.

Pero cuando los ve de cerca, en su propio escenario, merodeando por el barrio, los siente como amenaza a sus miserables privilegios: una biblioteca, hablar otro idioma, no dormirse con un concierto de Dvorak.

El pequeño burgués quiere que ese privilegio de disfrutar de la Sinfonía del Nuevo Mundo sea solo de él. Hugo Moyano, para poner un ejemplo, amenaza ese privilegio. Mucho peor si a Moyano le gusta Dvorak, porque entonces la amenaza se ha convertido casi en usurpación (Gracias a Martín LatinoameriKano por una observación en este punto hecha a mi original).

Esa es la pata que le cojea a este tremendo tero gritador de lo que ocurre en Colombia.


Buenos Aires, 28 de julio de 2009

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