Alto en la noche, Mitre vigila
Cuentan que Homero Manzi se enojó un día con uno de estos nacionalistas empiringotados, de buena pluma y apellido eufónico, peleador y bueno para las diatribas, y le lanzó: “¡Vos que te metés con todos los próceres, menos con el que dejó un diario de guardaespaldas!”
Y esto no fue una metáfora más del gran poeta popular. Quien se mete con don Bartolomé Mitre, se encuentra cara a cara con la prosa soporífera de los editoriales de La Nación o con la pluma alquilada de alguno de sus escribas. Y a su vez el poderoso guardaespaldas se encargó de sepultar en el silencio o el olvido a todos aquellos que se metieron con el fundador.
Bastó que el flamante secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, nombrase en el salón Miguel Cané –el diputado impulsor de la siniestra Ley de Residencia que habilitó al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo-, los nombres y la memoria de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi y Abelardo Ramos, todos antimitristas militantes, para que el patovica del prócer, actuase de inmediato.
Primero fue una nota de alerta. Había llegado alguien que quería politizar la cultura y culturizar la política. Y que invitaba a los participantes del gran debate nacional a desenmascarar sus posiciones, a no ocultarlas detrás de falsas buenas intenciones.
Al día siguiente llamaron a uno de sus opinadores a perpetuidad. La venerable profesora Beatriz Sarlo, jubilada no sólo de su càtedra universitaria, sino también de sus empujes izquierdistas de otrora, pero en plena actividad antiperonista, se presentó para la pelea de fondo.
La excusa fue la Marcha Peronista.
A pedido de sus actuales patrones, los ojos de Sarlo se pusieron en blanco y mostró su virginidad republicana ultrajada. “Los cantores de la marcha seguramente pensaron que estas diferencias entre partido y gobierno son viejas manías del formalismo republicano”.
La señora Sarlo no entiende que hoy, después de más de sesenta años, la marcha peronista no es tan sólo una marcha partidaria, sino el himno que expresa al conjunto de los argentinos enfrentados al bloque oligárquico que intenta recuperar el manejo del Estado. Es mucho más que una canción partidaria. Es la marsellesa argentina, la conjunción, a nivel simbólico, de la Argentina de los héroes de la Independencia, de los caudillos federales, de los obreros del 17 de octubre y de los desocupados del 2001.
Y lo que sí sabe y oculta es que esa Argentina, la Argentina que Mitre mandó a matar con sus coroneles, cuya sangre no había que ahorrar, según Sarmiento, esa Argentina reflejada en el plano de la cultura por los hombres mencionados por Coscia y por muchos de los que allí estaban, muy pocas veces tuvo oportunidad de ocupar el sitio que el Estado nacional tiene asignado para la Cultura.
No lo estuvo con Menem, donde los valores y la política en nombre de los cuales escribe Sarlo, manejaron al país a su antojo y en beneficio de los suscriptores de La Nación.
Ni siquiera lo estuvo con el anterior secretario, más allá de su prudencia y corrección.
Lo que es evidente en el resentido artículo de Beatriz Sarlo es que actúa sin explicitar su mensaje político. Todo lo contrario de lo que propuso Coscia esa misma noche. Uno de los temas que ha hecho conocer, tanto en entrevistas mediáticas como en actos oficiales, es su propuesta de desenmascarar el debate: que cada uno diga en nombre de qué o de quién habla. Y él lo hizo.
Sarlo, que actúa en nombre de la tradición cultural del mitrismo porteño, del conservadurismo republicano, de la Argentina de pocos y para pocos, lo oculta detrás de una máscara presumida, de profesora izquierdista retirada.
Solamente por esta falsificación intrínseca a su argumentación puede la señora Sarlo dudar sobre la convocatoria democrática, no excluyente y respetuosa lanzada por el Secretario de Cultura.
Detrás de sus comentarios insidiosos se ve el espectro de Bartolomé Mitre y su falsificación histórica y política.
Buenos Aires, 30 de julio de 2009
Cuentan que Homero Manzi se enojó un día con uno de estos nacionalistas empiringotados, de buena pluma y apellido eufónico, peleador y bueno para las diatribas, y le lanzó: “¡Vos que te metés con todos los próceres, menos con el que dejó un diario de guardaespaldas!”
Y esto no fue una metáfora más del gran poeta popular. Quien se mete con don Bartolomé Mitre, se encuentra cara a cara con la prosa soporífera de los editoriales de La Nación o con la pluma alquilada de alguno de sus escribas. Y a su vez el poderoso guardaespaldas se encargó de sepultar en el silencio o el olvido a todos aquellos que se metieron con el fundador.
Bastó que el flamante secretario de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, nombrase en el salón Miguel Cané –el diputado impulsor de la siniestra Ley de Residencia que habilitó al gobierno a expulsar a inmigrantes sin juicio previo-, los nombres y la memoria de Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi y Abelardo Ramos, todos antimitristas militantes, para que el patovica del prócer, actuase de inmediato.
Primero fue una nota de alerta. Había llegado alguien que quería politizar la cultura y culturizar la política. Y que invitaba a los participantes del gran debate nacional a desenmascarar sus posiciones, a no ocultarlas detrás de falsas buenas intenciones.
Al día siguiente llamaron a uno de sus opinadores a perpetuidad. La venerable profesora Beatriz Sarlo, jubilada no sólo de su càtedra universitaria, sino también de sus empujes izquierdistas de otrora, pero en plena actividad antiperonista, se presentó para la pelea de fondo.
La excusa fue la Marcha Peronista.
A pedido de sus actuales patrones, los ojos de Sarlo se pusieron en blanco y mostró su virginidad republicana ultrajada. “Los cantores de la marcha seguramente pensaron que estas diferencias entre partido y gobierno son viejas manías del formalismo republicano”.
La señora Sarlo no entiende que hoy, después de más de sesenta años, la marcha peronista no es tan sólo una marcha partidaria, sino el himno que expresa al conjunto de los argentinos enfrentados al bloque oligárquico que intenta recuperar el manejo del Estado. Es mucho más que una canción partidaria. Es la marsellesa argentina, la conjunción, a nivel simbólico, de la Argentina de los héroes de la Independencia, de los caudillos federales, de los obreros del 17 de octubre y de los desocupados del 2001.
Y lo que sí sabe y oculta es que esa Argentina, la Argentina que Mitre mandó a matar con sus coroneles, cuya sangre no había que ahorrar, según Sarmiento, esa Argentina reflejada en el plano de la cultura por los hombres mencionados por Coscia y por muchos de los que allí estaban, muy pocas veces tuvo oportunidad de ocupar el sitio que el Estado nacional tiene asignado para la Cultura.
No lo estuvo con Menem, donde los valores y la política en nombre de los cuales escribe Sarlo, manejaron al país a su antojo y en beneficio de los suscriptores de La Nación.
Ni siquiera lo estuvo con el anterior secretario, más allá de su prudencia y corrección.
Lo que es evidente en el resentido artículo de Beatriz Sarlo es que actúa sin explicitar su mensaje político. Todo lo contrario de lo que propuso Coscia esa misma noche. Uno de los temas que ha hecho conocer, tanto en entrevistas mediáticas como en actos oficiales, es su propuesta de desenmascarar el debate: que cada uno diga en nombre de qué o de quién habla. Y él lo hizo.
Sarlo, que actúa en nombre de la tradición cultural del mitrismo porteño, del conservadurismo republicano, de la Argentina de pocos y para pocos, lo oculta detrás de una máscara presumida, de profesora izquierdista retirada.
Solamente por esta falsificación intrínseca a su argumentación puede la señora Sarlo dudar sobre la convocatoria democrática, no excluyente y respetuosa lanzada por el Secretario de Cultura.
Detrás de sus comentarios insidiosos se ve el espectro de Bartolomé Mitre y su falsificación histórica y política.
Buenos Aires, 30 de julio de 2009
1 comentario:
Se me hace que Beatriz Sarlo es una suerte de lo que en Argentina se da en llamar "socialdemocracia", muchas veces chupaciria y siempre republicana, que mira a Chile y España con cariño, Sarlo está bien para la Coalición Cívica, dónde Carrió o Iglesias se pueden considerar a si mismos "de centroizquierda".
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